(RV).- Mons. Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España, en un artículo publicado
hace unos días, se detenía a considerar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada y
la importancia que tiene la misma para la vida de la Iglesia y decía que “la Iglesia
no puede prescindir de este gran tesoro de fidelidad a Dios y de servicio a los más
necesitados”.
Entrar hoy en “religión”, como se decía antiguamente, es remar
contracorriente. “Es para gente muy centrada en lo esencial de la fe, que no desea
someterse al pensamiento único, que no se conforma con el hedonismo placentero dominante,
que tienen muy claro que los pobres no son artículos de modas ideológicas, que han
descubierto a la Iglesia como el mayor espacio de libertad personal y comunitario,
que se han enamorado apasionadamente de la forma de vivir el Evangelio de un fundador”.
Afirma Mons. del Río que “ser religioso o religiosa es optar por una forma
de vida que no se cotiza, que no tiene aplausos, en la que no hay seguridades. Sin
embargo, es la manera más bella de vivir la vida “escondida en Cristo” (Col 3,3),
de ser “sal y luz del mundo” (Mt 5,13-16), de encarnar el espíritu de las Bienaventuranzas.
Hay que alejar esa idea de que los curas, frailes y monjas son “especies en vía de
extinción”. Dios no abandona a su Iglesia y cuando parece agotarse las aguas del pozo
eclesial de Europa, surgen abundantes vocaciones en países de otros continentes.
“Cuando
un carisma se apaga, -señala don Juan del Río- brotan otras formas de vida consagrada.
Aún entre nosotros, a pesar del problema demográfico en occidente y de la crisis de
fe, hay algunos jóvenes que con la gracia de Dios rompen con los esquemas establecidos
y entran en una orden, congregación o instituto secular. Todavía tenemos madres y
padres cristianos que se alegran cuando una hija o hijo se van a un convento o a misiones.
¡No está tan seco el hontanar de nuestras comunidades cristianas!
Podemos
estar tan obsesionados por el número y la suplencia en los diversos servicios y no
dar gracias al Señor por ese gran testimonio de fidelidad que hoy representan tantos
y tantas religiosos que mueren sin haber “mirado atrás” (Lc 9,62). Ahí tenemos, el
gran ejemplo de humildad y anonadamiento que en estos momentos supone aceptar la realidad
dolorosa de cerrar casas y reestructurar las provincias. ¡Dios también está hablando
en ese empobrecimiento institucional!
“En fin, -acaba el arzobispo castrense
de España- son nuevos tiempos con grandes desafíos. No tenemos formulas mágicas, no
debemos caer en pesimismo contagioso, ni alentar espejismos triunfalistas. Sólo la
fe en Dios nos hace ver que sigue habiendo “mas trigo que cizaña”, más santidad que
pecado en la Iglesia”. ER - RV