(RV).- (Audio) Esta mañana la a
las 10.30 Benedicto XVI celebró la Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano
siguiendo la temática de la semana pasada dedicó su catequesis a la Oración de Jesús,
en esta ocasión en el huerto del Getesemaní, en la proximidad de su muerte.
El
Sucesor de Pedro se refirió a que Jesús a través de gestos y palabras asume sobre
Sí mismo todas las penas de la humanidad. Esa noche, dijo el Papa hablando en italiano,
Jesús se prepara para la oración personal. Pero esta vez sucede algo nuevo: parece
que no quiere permanecer solo. Mucha veces Jesús se retiraba de la multitud y de los
discípulos, permaneciendo en lugares desiertos o subiendo al monte. En Getsemaní,
en cambio, invita a Pedro, Santiago y Juan para que permanezcan cercanos a Él. Son
los discípulos que ha llamado a estar con Él en el monte de la Transfiguración.
El
Papa explicó que esa noche Jesús rezará al Padre permaneciendo solo porque su relación
con Él es del todo única y singular: es la relación del Hijo Unigénito. Y casi se
diría que sobre todo en aquella noche nadie puede verdaderamente aproximarse al Hijo,
que se presenta al Padre en su identidad absolutamente única y exclusiva. Jesús, sin
embargo si bien llega solo al lugar donde se detendrá a orar, quiere que por lo menos
tres discípulos permanezcan cerca, en una relación más estrecha con Él. Se trata de
una cercanía de espacio, una solicitud de solidaridad en el momento en el que siente
que la muerte se aproxima, pero sobre todo es una cercanía en la oración para expresar,
de alguna manera, la sintonía con Él, en el momento en el que se dispone a cumplir
a fondo la voluntad del Padre y es una invitación a cada discípulo a seguirlo en el
camino de la Cruz. (PLJR - RV)
Al saludar a los peregrinos polacos en
su idioma el Papa les dijo que “la oración de Jesús en el huerto del Getsemaní es
una expresión de la total sumisión de la propia voluntad y a la entrega de su vida
a Dios Padre”. Y añadió que todos estamos invitados a tener esa confianza y a cumplir
la voluntad de Dios. “Sin embargo –agregó el Papa– los testigos especiales de semejante
entrega son en la Iglesia las personas consagradas”. Por esta razón pidió que al celebrar
mañana su jornada, “pidamos a Dios que con el poder del Espíritu Santo los fortalezca
en el camino del cumplimiento de su voluntad”.
Al dar su cordial bienvenida
a los peregrinos de lengua italiana, Benedicto XVI se dirigió de modo particular a
los Obispos amigos de la Comunidad de San Egidio, procedentes de diversos países de
Europa, África y Asia, a quienes animó a “trabajar con entusiasmo al servicio del
Evangelio, a pesar de las dificultades que a veces puedan encontrar en su misión”.
El Papa también saludó “con afecto” a los Carabineros de la región de Umbría y a los
representantes de la Marina Militar de Grottaglie. A todos ellos, llamándolos “queridos
amigos”, el Obispo de Roma les agradeció su presencia y los exhortó a “vivir con fidelidad
su trabajo y a enriquecerlo con su personal testimonio cristiano”.
Al dirigir,
por último, su habitual saludo a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes
en esta audiencia, el Santo Padre destacó la figura de san Juan Bosco, que recordamos
ayer y que “nos lleva –dijo– a considerar cuán importante es educar a las nuevas
generaciones en los auténticos valores humanos y espirituales de la vida”. Sobre los
queridos jóvenes el Papa invocó la protección particular del Santo de la juventud
y manifestó su deseo de que encuentren siempre “educadores sabios y guías seguras”.
A los queridos enfermos el Pontífice les recordó que su sufrimiento, ofrecido con
generosidad al Señor, puede hacer fecundo el empeño que la Iglesia dedica al mundo
juvenil. Mientras a los recién casados les pidió que se preparen para ser “los primeros
e insustituibles educadores de los hijos que el Señor les dará”. (MFB - RV)
TEXTO
DEL AUDIO: CATEQUESIS EN ESPAÑO Y SALUDOS DEL PAPA
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo
hablar hoy sobre la oración de Jesús en Getsemaní, en la que acompañado por tres de
sus discípulos y sintiendo la proximidad de su muerte, ora íntimamente al Padre.Jesús
a través de gestos y palabras, llevando a plenitud el designio de amor, asume sobre
si todas las penas de la humanidad, las preguntas y las suplicas de la historia de
la Salvación. Pone de manifiesto su total obediencia, abandono y confianza en el
Padre. Si bien experimenta la angustia y el miedo ante la muerte, así como la turbación
por el mal que debe cargar sobre sí, se abandona totalmente y las presenta al Padre
que las acoge y lo escucha resucitándolo de entre los muertos. Aprendamos también
nosotros en la oración a poner ante Dios las fatigas y los sufrimientos, los esfuerzo
de cada día para seguirlo. Supliquémosle que nos haga sentir su cercanía y nos done
su luz. Confiemos en su Providencia divina para conformar así su voluntad a la nuestra,
repitiendo cada día el “si” de Jesús, el “si” de María.
Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
Chile, Argentina, México y otros países latinoamericanos. Queridos amigos pidamos
al Señor para que seamos capaces de vigilar con Él en oración, de cumplir su voluntad
cada día aunque comporte sacrificio. Que estemos dispuestos a vivir una intimidad
cada vez más grande con Él. Muchas gracias.
Traducción completa
de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy me gustaría
hablar de la oración de Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. El escenario
de la narración evangélica de esta oración es particularmente significativo. Jesús
se dirige al monte de los Olivos después de la Última Cena, mientras está rezando
juntos con sus discípulos. El evangelista Marcos relata: "Después de haber cantado
el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos" (14:26). Es probable que aluda al
canto de algunos Salmos de Hallèl con los que se da gracias a Dios por la liberación
del pueblo de la esclavitud y se le pide su ayuda por las dificultades y las amenazas
siempre nuevas del presente. El camino hasta Getsemaní está lleno de expresiones de
Jesús que hacen sentir ya próximo su destino de muerte y anuncian la inminente dispersión
de los discípulos.
Una vez llegados a la finca, en el Monte de los Olivos,
también esta noche Jesús se prepara para la oración personal. Pero esta vez pasa algo
nuevo: parece no querer estar solos. Muchas veces, Jesús se retiró aparte de la muchedumbre
y de los propios discípulos, quedándose "en lugares desiertos" (cf. Mc 1,35) o subiendo
"en la montaña", dice San Marcos (cf. Mc 6,46). En Getsemaní, en cambio, invita a
Pedro, Santiago y Juan a estar más cerca de él. Son los discípulos que llamó a estar
con Él en el monte de la Transfiguración (cf. Mc 9,2-13). Esta proximidad de los tres
durante la oración en Getsemaní es significativa. También aquella noche, Jesús rezará
al Padre "a solas", porque su relación con Él es totalmente única y singular: es la
relación del Hijo Unigénito. Parece, en efecto, que especialmente aquella noche nadie
pueda verdaderamente acercarse al Hijo que se presenta al Padre, en su identidad exclusiva
y única. Jesús, sin embargo, a pesar de venir "solo" en el lugar donde se detiene
a rezar, quiere que por lo menos tres de sus discípulos queden no muy lejos de él,
en una relación más estrecha. Se trata de una proximidad espacial, de una petición
de solidaridad cuando siente aproximarse la muerte, pero es sobre todo una cercanía
en la oración, para expresar de alguna manera, la sintonía con Él, en el momento que
se prepara a cumplir totalmente la voluntad del Padre, y es una invitación a todos
los discípulos a seguirlo en el camino de la Cruz. El evangelista Marcos nos cuenta:
"Él tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí velando "(14,33-34).
En
las palabras que dirige a los tres, Jesús, una vez más, se expresa en el lenguaje
de los salmos: "Mi alma está triste," así dice el Salmo 43 (cf. Sal 43,5). La dura
determinación de "hasta la muerte", llama a una situación vivida ya por muchos de
los mensajeros de Dios en el Antiguo Testamento y se expresa en sus oraciones. Muy
a menudo, de hecho, seguir la misión a ellos confiada significa encontrar hostilidad,
rechazo, persecución. Moisés padece dramáticamente la prueba mientras lleva el pueblo
en el desierto, y le dice a Dios: " Yo solo no puedo soportar el peso de todo este
pueblo: mis fuerzas no dan para tanto. Si me vas a seguir tratando de ese modo, mátame
de una vez. Así me veré libre de mis males». (11,14 a 15 Nm). También para el profeta
Elías no es fácil de llevar a cabo el servicio a Dios y a su pueblo. En el Primer
Libro de los Reyes se dice: "Entra en el desierto un día de camino y se sentó debajo
de un enebro. Querer morir, dijo: «¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no
valgo más que mis padres!».(19,4).
Las palabras de Jesús a los tres discípulos
que quiso a su lado durante la oración en el Getsemaní revelan cómo sentía miedo y
angustia en aquella «Hora», cómo experimenta la última profunda soledad precisamente
mientras que el diseño de Dios se está cumpliendo. Y en el miedo y la angustia de
Jesús se condensa todo el horror del hombre ante su propia muerte, la certeza de su
inexorabilidad y la percepción del peso del mal que roza nuestra vida.
Tras
la invitación a los tres a quedarse en vela en oración, Jesús «en soledad» se dirige
al Padre. El evangelista Marcos narra que Él «adelantándose un poco, se postró en
tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora» (14,35). Jesús
postró su rostro en la tierra: es una posición de la oración que expresa la obediencia
a la voluntad del Padre, el abandono total y confiado a Él. Es un gesto que se repite
al inicio de la celebración de la Pasión, el Viernes Santo, al igual que en la profesión
monástica y en las ordenaciones diaconales, presbiterales y episcopales, para expresar,
en la oración e incluso corporalmente la entrega completa a Dios, la confianza en
Él. Después Jesús pide al Padre que, si fuese posible, no tuviera que pasar por esa
hora. No es sólo el miedo y la angustia del hombre frente a la muerte, sino la conmoción
del Hijo de Dios que contempla la terrible masa del mal que deberá tomar sobre Sí
para superarlo, para privarlo de poder.
Queridos amigos, también nosotros,
en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestras debilidades, el sufrimiento
de ciertas situaciones, de ciertas jornadas, el compromiso cotidiano de seguirlo,
de ser cristianos y también el peso del mal que vemos en nosotros y nos rodea, para
que Él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, nos done un poco de luz en el
camino de la vida.
Jesús continúa su oración: «Abba –Padre– todo te es posible:
aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14,36).
En esta invocación hay tres pasajes reveladores. Al inicio tenemos la repetición del
término con el que Jesús se dirige a Dios: «¡Abba! ¡Padre!» (Mc 14,36a). Sabemos bien
que la palabra aramea Abba es la que usaba el niño para dirigirse al papá y por lo
tanto expresa la relación de Jesús con Dios Padre, una relación de ternura, de afecto,
de confianza, de entrega. En la parte central de la invocación se encuentra el segundo
elemento: la conciencia de la omnipotencia del Padre -«todo te es posible»-, que introduce
una petición en la que, una vez más, aparece el drama de la voluntad humana de Jesús
ante la muerte y el mal: «aleja de mí este cáliz». Pero queda la tercera expresión
de la oración de Jesús y es la decisiva, en la que la voluntad humana conecta completamente
con la voluntad divina. De hecho, Jesús concluye diciendo con fuerza: «pero que no
se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14,36c). En la unidad de la persona divina
del Hijo la voluntad humana encuentra su plena realización en la entrega total del
Yo al Tú del Padre, llamado Abba. San Máximo el Confesor afirma que desde el momento
de la creación del hombre y la mujer, la voluntad humana se ha orientado a la divina
y es precisamente con el “sí” a Dios que la voluntad humana es plenamente libre y
encuentra su realización. Por desgracia, a causa del pecado, este “sí” a Dios se ha
transformado en oposición: Adán y Eva pensaron que el “no” a Dios sería el vértice
de la libertad, el ser totalmente ellos mismo. En el Huerto de los Olivos Jesús devuelve
a la voluntad humana el “si” total a Dios; en Él la voluntad natural está totalmente
integrada en la orientación que le da la Persona Divina. Jesús vive su experiencia
según el centro de su Persona: su ser Hijo de Dios. Su voluntad humana es atraída
dentro del Yo del Hijo, que se abandona totalmente al Padre. De esta forma Jesús nos
dice que solo ajustando la propia voluntad a la divina, el ser humano alcanza su verdadera
altura, se convierte en divino; solo saliendo de sí mismo, solo en el “sí” a Dios,
se realiza el deseo de Adán, de todos nosotros, de ser completamente libres. Y esto
es lo que Jesús cumple en el Getsemaní: trasfiriendo la voluntad humana a la voluntad
divina nace el verdadero hombre, y nosotros somos redimidos.
El Compendio del
Catecismo de la Iglesia Católica enseña sintéticamente: «La oración de Jesús durante
su agonía en el Huerto de Getsemaní y sus últimas palabras en la Cruz revelan la profundidad
de su oración filial: Jesús hace que se cumpla el diseño de amor del Padre y toma
sobre sí todas las angustias de la humanidad, todas las preguntas y las intercesiones
de la historia de la salvación. Él las presenta al Padre que las acoge y las hace
realidad, más allá de toda esperanza, resucitándole de entre los muertos». Ciertamente
«en ninguna otra parte de la Sagrada Escritura vemos tan profundamente dentro el misterio
interior de Jesús como en la oración en el Huerto de los Olivos» (Jesús de Nazaret
II, 177).
Queridos hermanos y hermanas, cada día en la oración del Padrenuestro
le pedimos al Señor: «que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10).
Es decir, reconocemos que hay una voluntad de Dios con nosotros y para nosotros, una
voluntad de Dios sobre nuestra vida, que debe ser cada día más la referencia de nuestro
querer y de nuestro ser; también reconocemos que es en el “cielo” donde se cumple
la voluntad de Dios y que la “tierra” se transforma en “cielo”, lugar de la presencia
del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza divina, solo si en ella se hace
la voluntad de Dios. En la oración de Jesús al Padre, en esa noche terrible y estupenda
del Getsemaní, la “tierra” se convierte en “cielo”; la “tierra” de su voluntad humana,
sacudida por el miedo y la angustia, ha sido asumida por su voluntad divina, de forma
que la voluntad de Dios se cumpla sobre la tierra. Esto es importante también en nuestra
oración: debemos aprender a entregarnos más a la Providencia divina, pedir a Dios
la fuerza para salir de nosotros mismos para renovar nuestro “sí”, para repetir «que
se haga tu voluntad», para conformar nuestra voluntad a la suya. Es una oración que
debemos hacer cotidianamente, porque no siempre es fácil entregarnos a la voluntad
de Dios, repetir el “sí” de Jesús, el “sí” de María. Las narraciones evangélicas del
Getsemaní muestran dolorosamente que los tres discípulos, elegidos por Jesús para
acompañarle, no fueron capaces de velar con Él, compartir su oración, su adhesión
al Padre y fueron vencidos por el sueño. Queridos amigos, pidamos al Señor ser capaces
de velar con Él en oración, de seguir la voluntad de Dios cada día incluso en el trance
de la Cruz, de vivir siempre una intimidad cada vez más grande con el Señor, para
traer a esta “tierra” un poco del “cielo” de Dios. Gracias.