(RV).- (Audio) En el marco de la
celebración, de la fiesta de la Conversión de San Pablo Apóstol; en la conclusión
la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, esta mañana la a las 10.30 Benedicto
XVI celebró la Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano y dedicó su catequesis
a la oración sacerdotal que el Señor pronuncia antes de su Pasión. El Santo Padre
recordó en su catequesis que Jesús intercede por los discípulos, consagrándolos enteramente
a Dios para enviarlos a la misión que les confía y ora por todos aquellos que creerán
mediante este envío, que se prolonga en la historia a la vez que suplica para ellos
la unidad, entendida como don de Dios que sólo puede tener lugar en la comunión trinitaria.
Antes de concluir la Audiencia General y tras saludar a los grupos presentes provenientes
de Italia, el Papa dedicó un pensamiento afectuoso a los jóvenes, enfermos y recién
casados, haciendo alusión a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos indicó
que ésta nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre nuestra pertenencia a Cristo
y a la Iglesia. Y citamos: “Queridos jóvenes, confíen en las enseñanzas de la Iglesia,
finalizadas a su crecimiento integral. Queridos enfermos, ofrezcan sus sufrimientos
por la causa de la Unidad de la Iglesia de Cristo. Y ustedes queridos recién casados,
eduquen a sus hijos según la lógica del amor gratuito, sobre el modelo del amor de
Dios por la humanidad. (PLJR - RV)
TEXTO CATEQUESIS Y SALUDOS DE
BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL 250112
Queridos hermanos y hermanas: La
catequesis de hoy está dedicada a la oración sacerdotal que el Señor pronuncia antes
de su Pasión. En ella, y evocando la fiesta judía del Yom kippùr, Jesús se presenta
como Sumo Sacerdote que pide por sí mismo, por los sacerdotes y por el pueblo y, a
la vez, como la víctima que se ofrece al Padre en expiación. En primer lugar, pide
para Él la glorificación, invocando al Padre para que acepte su sacrificio. Después,
intercede por los discípulos, consagrándolos enteramente a Dios para enviarlos a la
misión que les confía. Por último, Jesús ora por todos aquellos que creerán mediante
este envío, que se prolonga en la historia. Suplica para ellos la unidad, entendida
como don de Dios que sólo puede tener lugar en la comunión trinitaria. De ese modo,
inaugura la Iglesia que se define como pueblo enviado, consagrado, llamado al conocimiento
de Dios y nacido en la cruz.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua
española, en particular, a los grupos provenientes de España, México, Chile y otros
países latinoamericanos. Invito a todos a orar como nos enseña Jesús, pidiendo a Dios
que manifieste su voluntad en nuestras vidas, nos consagre y abra nuestro corazón
al mundo y a la misión. Que el don de la unidad que esta Semana hemos suplicado con
insistencia nos ayude a dar razón de nuestra esperanza ante los que nos rodean. Muchas
gracias. (RV)
Texto completo de la catequesis de Benedicto
XVI:
Queridos hermanos y hermanas,
en la catequesis de hoy concentramos
nuestra atención en la oración que Jesús dirige al Padre a la «Hora» de su elevación
y su glorificación (cf. Jn 17,1-26). Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:
"La tradición cristiana con razón la define la "oración sacerdotal "de Jesús. Es aquella
del Sumo Sacerdote, es inseparable de su Sacrificio, de su "paso" [pascua] hacia el
Padre, donde Él está enteramente "consagrado" al Padre "(n. 2747). Así dice el Catecismo.
Esta
oración de Jesús es comprensible en su extrema riqueza, sobre todo si la colocamos
en el marco de la fiesta judía de la expiación, el Yom Kippur. En ese día, el Sumo
Sacerdote cumple, primero, la expiación por sí mismo; después por la clase sacerdotal,
y finalmente para toda la comunidad del pueblo. El objetivo es restituir al pueblo
de Israel, después de las transgresiones de todo un año, la conciencia de la reconciliación
con Dios, para ser el pueblo elegido, "pueblo santo" en medio de los otros pueblos.
La oración de Jesús, presentada en el capítulo 17 del Evangelio de San Juan, retoma
la estructura de base de esta fiesta. Jesús, en aquella noche, se dirige al Padre
en el momento en que se está ofreciendo él mismo. Él, sacerdote y víctima, ora por
él mismo, por los apóstoles y por todos los que creerán en Él, por la Iglesia de todos
los tiempos (cf. Jn 17:20).
En la oración que Jesús hace para sí mismo está
pidiendo por su propia glorificación, por su "elevación" en su "Hora". En realidad
es más que una petición y de la declaración de plena disposición a entrar, libre y
generosamente, en el diseño de Dios Padre que se cumple en el ser entregado y en la
muerte y resurrección. Esta "Hora", comenzada con la traición de Judas (cf. Jn 13:31),
culminará con el ascenso de Jesús resucitado al Padre (Jn 20:17). La salida de Judas
del Cenáculo viene comentada con estas palabras de Jesús: “«Ahora el Hijo del hombre
ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él”.
No por nada, Él comienza
la oración sacerdotal diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo, que
el Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). La glorificación que Jesús pide para sí mismo
como Sumo Sacerdote, es la entrada en la plena obediencia al Padre, una obediencia
que lo lleva a su máxima condición filial: "Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti,
con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiese" (Jn 17,5). Esta disponibilidad
y esta petición son el primer acto del nuevo sacerdocio que Jesús, que es un darse
a sí mismo a la cruz. Y precisamente en la cruz, el supremo acto de amor es glorificado
porque el amor es la verdadera gloria, la gloria divina.
La segunda parte
de esta oración es la intercesión que Jesús hace por los discípulos que estaban con
Él. Ellos son aquellos de quienes Jesús puede decir al Padre: "He manifestado tu nombre
a los hombres que me diste del mundo. Eran tuyos y me los diste, y han guardado tu
palabra "(Jn 17,6). "Manifestar el nombre de Dios a los hombres" es la realización
de una presencia nueva del Padre entre la gente, a la humanidad, este manifestarse
no es sólo una palabra, es realidad en Jesús, Dios está con nosotros, así el nombre,
su presencia entre nosotros es uno de nosotros. Así esta manifestación del nombre
se realiza en la Encarnación del Verbo. En Jesús, Dios entra en la carne humana, se
hace cercano de manera única y nueva. Y esta presencia culmina en el sacrificio que
hace Jesús en su Pascua de muerte y resurrección.
En el corazón de esta oración
de intercesión y expiación por los discípulos está la solicitud de consagración; Jesús
dice al Padre: "Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos
en la verdad. Tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he
enviado al mundo por ellos me santifico a mí mismo, para que sean santificados en
la verdad "(Jn 17:16-19). Pregunta: ¿Qué significa "consagrar" en este caso? En
realidad, hay que decir que "consagrado”, o "Santo" sólo es Dios, en realidad. Consagrar,
por tanto, quiere decir transferir una realidad - persona o cosa- en la propiedad
de Dios. Y en esto hay dos aspectos complementarios: por un lado, eliminar de las
cosas comunes, segregar, apartar de la vida personal del hombre para ser entregados
totalmente a Dios; y por otra parte, esta segregación, esta transferencia a la esfera
de Dios tiene el significado de “invitación”, de misión: precisamente porque viene
dada a Dios. La realidad es que la persona consagrada existe "para" los demás, para
los otros. Dar a Dios significa no ser ya para uno mismo, sino para todos. Es un
consagrado quien como Jesús, viene separado del mundo y apartado para Dios, en vista
de una tarea y, como tal, está a disposición de todos. Para los discípulos, será continuar
la misión de Jesús: ser entregados a Dios para estar así en misión para todos. En
la tarde de Pascua, el Resucitado, apareciéndose a sus discípulos, les dice: "La paz
esté con vosotros! Como el Padre me envió, también yo os envío»(Jn 20,21)
El
tercer acto de esta oración sacerdotal extiende su mirada hasta el final de los tiempos.
En este Jesús se dirige al Padre para interceder en favor de todos aquellos que será
atraídos a fe mediante la misión inugurada por los apóstoles y continuada en la historia:
« No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán
en mí. » (Jn 17,20). Jesús reza para que la Iglesia de todos los tiempos, reza también
por nosotros. El Catecismo de la Iglesia católica comenta «Jesús ha cumplido toda
la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la
consumación de los siglos. La oración de la Hora de Jesús llena los últimos tiempos
y los lleva hacia su consumación» (n. 2749).
La petición central de la oración
sacerdotal de Jesús dedicada a sus discípulos de todos los tiempos es la de la futura
unidad de cuantos creerán en Él. Tal unidad no es un producto mundano. Proviene exclusivamente
de la unidad divina y llega a nosotros del Padre mediante el Hijo y en el Espíritu
Santo. Jesús invoca un don que proviene del cielo, y que tiene su efecto –real y perceptible-
en la tierra. Él reza «para que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en
ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste
» (Jn 17,21). Por una parte, la unidad de los cristianos es una realidad secreta
en el corazón de los creyentes, pero al mismo tiempo esta debe aparecer con toda claridad
en la historia, debe aparecer para que todos sean realmente una sola cosa. La unidad
de los futuros discípulos, siendo unidad con Jesús que el Padre ha enviado al mundo
es también la fuente original de la eficacia de la misión cristiana en el mundo.
«Podemos
decir que en la oración sacerdotal de Jesús se cumple la institución de la Iglesia...
Precisamente aquí en el acto de la última cena, Jesús crea la Iglesia porque ¿qué
es si no la Iglesia sino la comunidad de los discípulos que, mediante la fe en Jesucristo
como enviado del Padre recibe su unidad y está implicada en la misión de Jesús de
salvar al mundo condiciéndolo al conocimiento de Dios? Encontramos aquí una verdadera
definición de la Iglesia. La Iglesia nace de la oración de Jesús. Esta oración no
son sólo palabras: es el acto en el que él se “consagra” a sí mismo y “se sacrifica”
por la vida del mundo» (Jesús de Nazaret, II, 117).
Jesús reza para que sus
discípulos sen una sola cosa. En virtud de tal virtud, recibida y custodiada, la Iglesia
puede caminar “en el mundo” sin ser “del mundo” (Jn 17,16) y vivir la misión que se
le ha confiado para que el mundo crea en el Hijo y en el Padre que le ha enviado.
La Iglesia se convierte entonces en un lugar en el que continúa la misión misma de
Cristo: conducir al “mundo” fuera de la alienación de Dios y de sí mismo, fuera del
pecado, para que vuelva a ser el mundo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas,
hemos seleccionado algunos elementos de la gran oración sacerdotal de Jesús que os
invito a leer y meditar, para que nos guíen en el diálogo con el Señor. Que nos enseñe
a rezar para que también nosotros podamos rezar. También nosotros entonces, en nuestra
oración pedimos a Dios que nos ayude a entrar, de forma más plena, en el proyecto
que tiene para cada uno de nosotros; pidámosle ser “consagrados” a Él, pertenecerle
cada vez más, para poder amar cada vez más a los demás, los que están cerca y los
más lejanos; pidámosle que siempre seamos capaces de ampliar nuestra oración a las
dimensiones del mundo, no reduciéndola a pedir ayuda por nuestros problemas, sino
recordando ante el Señor a nuestro prójimo, aprendiendo la belleza de interceder por
los demás; pidámosle el don de la unidad visible entre todos los creyentes en Cristo
–que hemos pedido con fuerza en esta Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos-
recemos para estar siempre preparados para responder a quien quiera que nos pregunte
por la razón de la esperanza que tenemos (1P 3,15). Gracias