(RV). Se hizo público hoy el Mensaje del Papa para la 46ª Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales, que Benedicto firmó hoy en la Fiesta de San Francisco de Sales, Doctor de
la Iglesia y obispo de Ginebra, considerado uno de los grandes maestros de la espiritualidad
de los últimos siglos, patrono de los periodistas y escritores católicos. (M.F.B.
– RV).
Texto completo del mensaje del Santo Padre:
Queridos
hermanos y hermanas
Al acercarse la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales
de 2012, deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre un aspecto del proceso
humano de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es particularmente
necesario recordar. Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos
de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un
auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio
se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto
aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando
se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado.
El
silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad
de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace
y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir
o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar
a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer
aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre
así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena.
En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación
entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos
que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones,
el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente
intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que
evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la
naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes,
el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil
y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente
entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y
analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes,
originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente
propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra,
imágenes y sonidos.
Gran parte de la dinámica actual de la comunicación está
orientada por preguntas en busca de respuestas. Los motores de búsqueda y las redes
sociales son el punto de partida en la comunicación para muchas personas que
buscan consejos, sugerencias, informaciones y respuestas. En nuestros días, la Red
se está transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de las respuestas;
más aún, a menudo el hombre contemporáneo es bombardeado por respuestas a interrogantes
que nunca se ha planteado, y a necesidades que no siente. El silencio es precioso
para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas
que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente
importantes. Sin embargo, en el complejo y variado mundo de la comunicación emerge
la preocupación de muchos hacia las preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién
soy yo?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante acoger
a las personas que se formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo
profundo, hecho de palabras, de intercambio, pero también de una invitación a la reflexión
y al silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y
que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse
al camino derespuesta que Dios ha escrito en el corazón humano.
En
realidad, este incesante flujo de preguntas manifiesta la inquietud del ser humano
siempre en búsqueda de verdades, pequeñas o grandes, que den sentido y esperanza a
la existencia. El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio
de opiniones escépticas y de experiencias de vida: todos buscamos la verdad y compartimos
este profundo anhelo, sobre todo en nuestro tiempo en el que “cuando se intercambian
informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas,
sus ideales” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de2011)
Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones
y redes sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión
y de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones
de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la esencialidad de breves
mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos
profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad. No sorprende
que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios
privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad
que da sentido a todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin
palabras: “Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio.
El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una
etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada… El silencio
de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en
el misterio de su silencio” (Exhort. ap. Verbum Domini, 21). En el silencio
de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después
de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando
“el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace
siglos” (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de
Dios colmada de amor por la humanidad.
Si Dios habla al hombre tambiénen
el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar
con Dios y de Dios. “Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que
nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace
la Palabra, la Palabra redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de
la Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la grandeza
de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el espacio para
la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda su fuerza interior
la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que hemos visto
y oído”, para que todos estemos en comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación
silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo,
para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor
total que salva.
En la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más
fuerte, aquella Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe
aquel designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda
la historia de la humanidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Revelación
divina se lleva a cabo con “ hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de
forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan
y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras,
por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” (Dei
Verbum, 2). Y este plan de salvación culmina en la persona de Jesús de
Nazaret, mediador y plenitud de toda la Revelación. Él nos hizo conocer el verdadero
Rostro de Dios Padre y con su Cruz y Resurrección nos hizo pasar de la esclavitud
del pecado y de la muerte a la libertad de los hijos de Dios. La pregunta fundamental
sobre el sentido del hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz
de dar paz a la inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la
misión de la Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos a ser mensajeros
de esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que promueve la dignidad del hombre
y que construye la justicia y la paz.
Palabra y silencio. Aprender a comunicar
quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente
importante para los agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos
esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado
anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo. A María, cuyo silencio “escucha y hace
florecer la Palabra” (Oración para el ágora de los jóvenes italianos en Loreto,
1-2 de septiembre 2007), confío toda la obra de evangelización que la Iglesia realiza
a través de los medios de comunicación social.