Lunes, 9 ene (RV).- Alentando a la esperanza ante las crisis que atenazan el futuro,
en su tradicional audiencia al Cuerpo diplomático para las felicitaciones de comienzos
de año, Benedicto XVI reitera que la Santa Sede sigue ofreciendo su aportación a
la Comunidad internacional. Entre los viajes que ha realizado en 2011, recuerda el
de España y, entre los que realizará en el nuevo año, México y Cuba, con un recuerdo
especial a los países de América Latina y del Caribe. «El nacimiento de Cristo, Príncipe
de la paz, nos enseña que la vida no termina en la nada, que su destino no es la corrupción,
sino la inmortalidad».
El Papa fue saludado en primer lugar por el decano
del Cuerpo, el embajador Alejandro Emilio Valladares Lanza, de Honduras y recibió
las felicitaciones de todos los embajadores a través del vice-decano el embajador
Jean-Claude Michel del Principado de Mónaco. Actualmente la Santa Sede mantiene relaciones
diplomáticas plenas con 179 países, a los que hay que añadir la Unión Europea y la
Soberana Orden Militar de Malta y una misión con carácter especial: la Oficina de
la Organización para la Liberación de Palestina.
Por lo que se refiere a
las Organizaciones Internacionales, la Santa Sede está presente en la ONU en calidad
de "Estado observador" y es además miembro de 7 Organizaciones o Agencias del Sistema
ONU, observador en otras 8 y miembro u observador en 5 Organizaciones regionales.
Texto
del discurso del Papa:
Señoras y Señores
Siempre es un placer recibirles,
distinguidos miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, en el
marco espléndido de esta Sala Regia, para expresarles personalmente mi ferviente felicitación
por el año que hemos empezado. Ante todo agradezco a vuestro Decano, el Embajador
Alejandro Valladares Lanza, así como al Vicedecano, el Embajador Jean-Claude Michel,
por las deferentes palabras con las que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos
al mismo tiempo que saludo de manera especial a todos los que participan por primera
vez en este encuentro. A través de vosotros, extiendo mi felicitación a todas las
naciones que representáis, y con las que la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas.
El año pasado tuvimos la alegría de que Malasia se uniera a esta comunidad. El diálogo
que mantenéis con la Santa Sede favorece el intercambio de impresiones y de información,
así como la colaboración en los ámbitos de carácter bilateral o multilateral de particular
interés. Vuestra presencia hoy nos recuerda la importante contribución de la Iglesia
en vuestras sociedades, en sectores como la educación, la sanidad y la asistencia.
Los Acuerdos aprobados en el 2011 con Azerbaiyán, Montenegro y Mozambique, son signos
de la cooperación entre la Iglesia católica y los Estados. El primero ya ha sido ratificado;
deseo que pronto suceda lo mismo con los otros dos y que se concluyan los que se están
negociando. Asimismo, la Santa Sede desea entablar un diálogo fructífero con los Organismos
internacionales y regionales, señalando a este respecto con satisfacción que los países
miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) han acogido el
nombramiento de un Nuncio Apostólico acreditado ante esa organización. No puedo dejar
de mencionar que, al menos desde el pasado diciembre, la Santa Sede ha reforzado su
larga colaboración con la Organización Internacional para las Migraciones, convirtiéndose
en miembro de pleno derecho. Se trata de un testimonio del compromiso de la Santa
Sede y de la Iglesia católica, junto a la comunidad internacional, en la búsqueda
de soluciones adecuadas a este fenómeno que presenta múltiples aspectos, desde la
protección de la dignidad de las personas a la solicitud por el bien común de las
comunidades que los reciben y de aquellas de donde provienen. A lo largo del año
que acaba de terminar he encontrado personalmente a numerosos Jefes de Estado y de
Gobierno, así como a las distinguidas representaciones de vuestras naciones que participaron
en la ceremonia de beatificación de mi amado predecesor, el Papa Juan Pablo II. Representaciones
de vuestros países han tenido la amabilidad de estar también presentes con ocasión
del sesenta aniversario de mi ordenación sacerdotal. A todos ellos, así como a los
que he encontrado en mis viajes apostólicos en Croacia, San Marino, España, Alemania
y Benín, renuevo mi agradecimiento por la delicadeza que me han manifestado. Además,
dirijo un recuerdo especial a los países de América Latina y del Caribe que en el
2011 han celebrado el bicentenario de su independencia. El 12 de diciembre pasado,
han querido subrayar su vínculo con la Iglesia católica y con el Sucesor del Príncipe
de los Apóstoles participando con distinguidas representaciones de la comunidad eclesial
y de autoridades institucionales en la solemne celebración en la Basílica de San Pedro,
durante la cual anuncié mi intención de viajar próximamente a México y Cuba. Deseo
en fin saludar a Sudán del Sur que, en el pasado mes de julio, se ha constituido como
Estado soberano. Me alegro de que este paso se haya dado de modo pacífico. Por desgracia,
en los últimos meses se han sucedido tensiones y enfrentamientos, y deseo que todos
unan sus esfuerzos para que las poblaciones de Sudán y Sudán del Sur alcancen un período
de paz, libertad y desarrollo. Señoras y Señores Embajadores El encuentro
de hoy se desarrolla tradicionalmente al final de las fiestas de Navidad, en las que
la Iglesia celebra la venida del Salvador. Él viene en la obscuridad de la noche,
y por tanto su presencia es fuente inmediata de luz y alegría (cf. Lc 2,9-10). Verdaderamente,
allí donde no resplandece la luz divina el mundo está en sombras. Realmente, el mundo
está en la oscuridad allí donde el hombre no reconoce ya su vínculo con el Creador,
poniendo en peligro asimismo su relación con las demás criaturas y con la creación
misma. El momento actual está marcado lamentablemente por un profundo malestar y por
diversas crisis: económicas, políticas y sociales, que son su expresión dramática. En
este sentido, no puedo dejar de mencionar ante todo las graves y preocupantes consecuencias
de la crisis económica y financiera mundial. Ésta no solo ha golpeado a las familias
y empresas de los países económicamente más avanzados, en los que ha tenido su origen,
creando una situación en la que muchos, sobre todo jóvenes, se han sentido desorientados
y frustrados en sus aspiraciones de un futuro sereno, sino que ha marcado también
profundamente la vida de los países en vías de desarrollo. No nos debemos desanimar
sino reemprender con decisión nuestro camino, con nuevas formas de compromiso. La
crisis puede y debe ser un acicate para reflexionar sobre la existencia humana y la
importancia de su dimensión ética, antes que sobre los mecanismos que gobiernan la
vida económica: no solo para intentar encauzar las partes individuales o las economías
nacionales, sino para dar nuevas reglas que aseguren a todos la posibilidad de vivir
dignamente y desarrollar sus capacidades en bien de toda la comunidad. A continuación
deseo recordar que los efectos de la situación actual de incertidumbre afectan de
modo particular a los jóvenes. Su malestar ha sido la causa de los fermentos que en
los últimos meses han golpeado, a veces duramente, diversas regiones. Me refiero sobre
todo a África del Norte y a Medio Oriente, donde los jóvenes que, al igual que otros,
sufren la pobreza y el desempleo y temen la falta de expectativas seguras, han puesto
en marcha lo que se ha convertido en un vasto movimiento de reivindicación de reformas
y de participación más activa en la vida política y social. En este momento es difícil
trazar un balance definitivo de los sucesos recientes y cuáles serán sus consecuencias
para el equilibrio de la región. A pesar del optimismo inicial, se abre paso el reconocimiento
de las dificultades de este momento de transición y cambio, y me parece evidente que
el modo adecuado de continuar el camino emprendido pasa por el reconocimiento de la
dignidad inalienable de toda persona humana y de sus derechos fundamentales. El respeto
de la persona debe estar en el centro de las instituciones y las leyes, debe contribuir
a acabar con la violencia y prevenir el riesgo de que la debida atención a las demandas
de los ciudadanos y la necesaria solidaridad social se transformen en meros instrumentos
para conservar o conquistar el poder. Invito a la comunidad internacional a dialogar
con los actores de los procesos en marcha, en el respeto de los pueblos y siendo conscientes
de que la construcción de sociedades estables y reconciliadas, que se oponen a toda
discriminación injusta, en particular de orden religioso, constituye un horizonte
que es más amplio y va más allá de las simples elecciones. Siento una gran preocupación
por la población de los países que sufren todavía tensiones y violencias, en particular
Siria, en la que espero se ponga rápidamente fin al derramamiento de sangre y se inicie
un diálogo fructífero entre los actores políticos, favorecido por la presencia de
observadores independientes. En Tierra Santa, donde las tensiones entre palestinos
e israelitas repercuten en el equilibrio de todo el Medio Oriente, es necesario que
los responsables de estos dos pueblos adopten decisiones valerosas y clarividentes
en favor de la paz. He sabido con agrado que, gracias a una iniciativa del reino de
Jordania, el diálogo se ha retomado. Espero que continúe hasta que se llegue a una
paz duradera, que garantice el derecho de los dos pueblos a vivir con seguridad y
en Estados soberanos, dentro de unas fronteras definidas y reconocidas internacionalmente.
La comunidad internacional, por su parte, debe estimular su propia creatividad y las
iniciativas de promoción de estos procesos de paz, respetando los derechos de cada
parte. Sigo también con gran atención la marcha de los acontecimientos en Irak, deplorando
los atentados que han causado recientemente la pérdida de numerosas vidas humanas,
y animo a sus autoridades a proseguir con firmeza por el camino de una plena reconciliación
nacional. El beato Juan Pablo II recordaba que «el camino de la paz es a la vez
el camino de los jóvenes», ya que ellos son «la juventud de las naciones y de la sociedad,
la juventud de cada familia y de toda la humanidad». Los jóvenes, pues, nos llevan
a considerar con seriedad sus requerimientos de verdad, justicia y paz. Por esta razón
les he dedicado el Mensaje anual para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz,
titulado Educar a los jóvenes en la justicia y la paz. La educación es un tema crucial
para todas las generaciones, ya que de ella depende tanto el sano desarrollo de cada
persona como el futuro de toda la sociedad. Por esta razón, representa una tarea de
primer orden en estos tiempos difíciles y delicados. Además de un objetivo claro,
que es el que los jóvenes conozcan plenamente la realidad y por tanto la verdad, la
educación necesita de lugares. El primero es la familia, fundada sobre el matrimonio
entre un hombre y una mujer. No se trata de una simple convención social, sino más
bien de la célula fundamental de toda la sociedad. Consecuentemente, las políticas
que suponen un ataque a la familia amenazan la dignidad humana y el porvenir mismo
de la humanidad. El marco familiar es fundamental en el itinerario educativo y para
el desarrollo de los individuos y los estados; por tanto, se necesitan políticas que
valoricen y favorezcan la cohesión social y el diálogo. En la familia la persona se
abre al mundo y a la vida y, como tuve ocasión de recordar en mi viaje a Croacia,
«la apertura a la vida es signo de apertura al futuro». En este contexto de apertura
a la vida, he recibido con satisfacción la reciente sentencia del Tribunal de Justicia
de la Unión Europea, que prohíbe patentar los procedimientos que utilicen células
madre embrionarias humanas, así como la resolución de la Asamblea parlamentaria del
Consejo de Europa, que condena la selección prenatal del sexo. De forma más genérica,
y mirando sobre todo al mundo occidental, estoy convencido de que las medidas legislativas
que tantas veces no solo permiten sino que favorecen el aborto, ya sea por motivos
de conveniencia o por razones médicas discutibles, se oponen a la educación de los
jóvenes y por tanto al futuro de la humanidad. Continuando con nuestra reflexión,
un papel igualmente esencial para el desarrollo de la persona corresponde a las instituciones
educativas. Ellas son las primeras instancias que colaboran con la familia, y para
desempeñar adecuadamente esta tarea propia sus objetivos han de coincidir con los
de la realidad familiar. Es necesario realizar políticas de formación que hagan accesible
a todos la educación escolar y que, además de promover el desarrollo cognitivo de
la persona, se haga cargo del crecimiento armonioso de la personalidad, incluyendo
su apertura al Transcendente. La Iglesia católica se ha mostrado siempre particularmente
activa en el área de las instituciones escolares y académicas, cumpliendo una apreciable
labor al lado de las instituciones estatales. Deseo por tanto que esta contribución
sea reconocida y valorada también por las legislaciones nacionales. A este respecto,
se comprende que una labor educativa eficaz requiera igualmente el respeto de la libertad
religiosa. Ésta se caracteriza por una dimensión individual, así como por una dimensión
colectiva y una dimensión institucional. Se trata del primer derecho del hombre, porque
expresa la realidad más fundamental de la persona. Este derecho, con demasiada frecuencia
y por distintos motivos, se sigue limitando y violando. Al tratar este tema no puedo
dejar de honrar la memoria del ministro paquistaní Shahbaz Bhatti, cuyo combate infatigable
por los derechos de las minorías culminó con su trágica muerte. Desgraciadamente no
se trata de un caso aislado. En muchos países, los cristianos son privados de sus
derechos fundamentales y marginados de la vida pública; en otros, sufren ataques violentos
contra sus iglesias y sus casas. A veces son obligados a abandonar los países que
han contribuido a edificar, a causa de continuas tensiones y de políticas que frecuentemente
los relegan a meros espectadores secundarios de la vida nacional. En otras partes
del mundo, se constatan políticas orientadas a marginar el papel de la religión en
la vida social, como si fuera causa de intolerancia, en lugar de contribuir de modo
apreciable a la educación en el respeto de la dignidad humana, la justicia y la paz.
Asimismo, el terrorismo con motivaciones religiosas se ha cobrado el pasado año numerosas
víctimas, sobre todo en Asia y África, y por esto, como recordé en Asís, los responsables
religiosos deben repetir con fuerza y firmeza que «esta no es la verdadera naturaleza
de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción». La religión
no puede ser utilizada como pretexto para eludir las reglas de la justicia y del derecho
en favor del «bien» que ella misma persigue. A este respecto, me satisface recordar,
como hice en mi País natal, que la visión cristiana del hombre ha sido una verdadera
fuerza inspiradora para los Padres constitucionales de Alemania, como lo fue también
para los Padres fundadores de la Europa unida. Quisiera mencionar también algunos
signos alentadores en el ámbito de la libertad religiosa. Me refiero a la modificación
legislativa gracias a la cual la personalidad jurídica pública de las minorías religiosas
ha sido reconocida en Georgia; pienso también en la sentencia de la Corte Europea
de los Derechos Humanos a favor de la presencia del crucifijo en las aulas de las
escuelas italianas. Y justamente deseo recordar de modo particular a Italia, en la
conclusión del 150 aniversario de su unificación política. Las relaciones entre la
Santa Sede y el Estado italiano han atravesado momentos difíciles después de la unificación.
Con el transcurso del tiempo, sin embargo, ha prevalecido la concordia y la voluntad
recíproca de cooperar, cada uno en su propio ámbito, para favorecer el bien común.
Espero que Italia sigua apostando por una relación equilibrada entre la Iglesia y
el Estado, constituyendo así un ejemplo que las otras naciones puedan mirar con respeto
e interés. En el continente africano, que he visitado de nuevo en mi reciente viaje
a Benín, es esencial que la colaboración entre las comunidades cristianas y los gobiernos
permita abrir un camino de justicia, paz y reconciliación, donde los miembros de todas
las etnias y religiones sean respetados. Es doloroso constatar que, en distintos países
del continente, este objetivo está todavía muy lejano. Me refiero de modo particular
al aumento de la violencia en Nigeria, como nos lo han recordado los atentados cometidos
contra algunas iglesias en el tiempo de Navidad, a las secuelas de la guerra civil
en Costa de Marfil, a la persistente inestabilidad de la Región de los Grandes Lagos
y a la urgencia humanitaria en los países del Cuerno del África. Pido una vez más
a la Comunidad internacional su ayuda solícita para encontrar una solución a la crisis
que después de tantos años perdura en Somalia. Por último, quiero hacer hincapié
en que una educación correctamente entendida debe favorecer el respeto a la creación.
No se pueden olvidar las graves calamidades naturales que, a lo largo del 2011, han
afectado a distintas regiones del Sudeste asiático y los desastres ecológicos como
el de la central nuclear de Fukushima en Japón. La salvaguarda del medio ambiente,
la sinergia entre la lucha contra la pobreza y el cambio climático constituyen ámbitos
importantes para la promoción del desarrollo humano integral. Por consiguiente, deseo
que después de la 17ª sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco
de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se ha concluido recientemente
en Durban, la Comunidad internacional, como una auténtica «familia de naciones» y,
por tanto, con un gran sentido de solidariedad y responsabilidad hacia las generaciones
presentes y futuras, se prepare para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el
Desarrollo Sostenible («Río + 20»).
Excelencias, Señoras y Señores El
nacimiento del Príncipe de la paz nos enseña que la vida no termina en la nada, que
su destino no es la corrupción, sino la inmortalidad. Cristo ha venido para que los
hombres tengan vida y vida abundante (cf. Jn, 10,10). «Sólo cuando el futuro es cierto
como realidad positiva, se hace llevadero también el presente». Animada por la certeza
de la fe, la Santa Sede sigue ofreciendo su aportación a la Comunidad internacional,
según la doble intención que el Concilio Vaticano II –del que este año se celebra
el 50 aniversario– ha definido claramente: proclamar la altísima vocación del hombre
y la divina semilla que en él está presente, y ofrecer al género humano una sincera
colaboración para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. En
este espíritu, os renuevo a todos, a los miembros de vuestras familias y a vuestros
colaboradores mis felicitaciones más cordiales por el nuevo año.