Viernes, 6 ene (RV). Benedicto XVI recuerda que ¡Cristo es la explosión del Amor de
Dios, cuyo corazón inquieto de Padre nos busca y espera, a pesar de nuestro orgullo
necio! En la Epifanía - fiesta de la luz – la Iglesia acompaña con la liturgia «la
peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo, hacia ese Dios que nació en un pesebre,
que murió en la cruz y que, resucitado, está con nosotros todos los días hasta el
fin del mundo» (cf. Mt 28,20), reiteró el Papa en su homilía de la Santa Misa de esta
solemnidad, en la que confirió a dos sacerdotes la ordenación episcopal, consagrándolos
pastores del pueblo de Dios. Los nuevos obispos son Mons. Charles John Brown, Nuncio
apostólico en Irlanda y a Mons. Marek Solczyński, Nuncio apostólico en Georgia y Armenia.
En
la Basílica de San Pedro, vibraron también esta mañana las palabras del Papa, recordando
que los Magos siguieron la estrella. A través del lenguaje de la creación encontraron
al Dios de la historia. Ciertamente, el lenguaje de la creación no es suficiente por
sí mismo. Solo la palabra de Dios, que encontramos en la sagrada Escritura, les podía
mostrar definitivamente el camino. «Creación y Escritura, razón y fe han de ir juntas
para conducirnos al Dios vivo. Se ha discutido mucho sobre qué clase de estrella fue
la que guió a los Magos. Se piensa en una conjunción de planetas, en una Super nova,
es decir, una de esas estrellas muy débiles al principio pero que debido a una explosión
interna produce durante un tiempo un inmenso resplandor; en un cometa, y así sucesivamente.
Que los científicos sigan discutiéndolo», dijo Benedicto XVI, culminando su homilía
y enfatizando que Cristo es la verdadera estrella:
«La gran estrella, la verdadera
Super nova que nos guía es el mismo Cristo. Él es, por decirlo así, la explosión del
amor de Dios, que hace brillar en el mundo el enorme resplandor de su corazón. Y podemos
añadir: los Magos de Oriente, de los que habla el evangelio de hoy, así como generalmente
los santos, se han convertido ellos mismos poco a poco en constelaciones de Dios,
que nos muestran el camino. En todas estas personas, el contacto con la palabra de
Dios ha provocado, por decirlo así, una explosión de luz, a través de la cual el resplandor
de Dios ilumina nuestro mundo y nos muestra el camino. Los santos son estrellas de
Dios, que dejamos que nos guíen hacia aquel que anhela nuestro ser. Queridos amigos,
cuando habéis dado vuestro «sí» al sacerdocio y al ministerio episcopal, habéis seguido
la estrella Jesucristo. Y ciertamente han brillado también para vosotros estrellas
menores, que os han ayudado a no perder el camino. En las letanías de los santos invocamos
a todas estas estrellas de Dios, para que brillen siempre para vosotros y os muestren
el camino. Al ser ordenados obispos estáis llamados a ser vosotros mismos estrellas
de Dios para los hombres, a guiarlos en el camino hacia la verdadera luz, hacia Cristo.
Recemos por tanto en este momento a todos los santos para que siempre podáis cumplir
vuestra misión mostrando a los hombres la luz de Dios. Amén».
Evocando
la narración del evangelio de Mateo, junto con la visión del profeta Isaías. El camino
de los Magos de Oriente es «solo un comienzo», Benedicto XVI hizo hincapié en que
«antes habían llegado los pastores, las almas sencillas que estaban más cerca del
Dios que se ha hecho niño y que con más facilidad podían «ir allí» (cf. Lc 2,15) hacia
él y reconocerlo como Señor. Ahora, en cambio, también se acercan los sabios de este
mundo. Vienen grandes y pequeños, reyes y siervos, hombres de todas las culturas y
pueblos. Los hombres de Oriente son los primeros, a través de los siglos los seguirán
muchos más. Después de la gran visión de Isaías, la lectura de la carta a los Efesios
expresa lo mismo con sobriedad y sencillez: que también los gentiles son coherederos
(cf. Ef 3,6). El Salmo 2 lo formula así: «Te daré en herencia las naciones, en posesión,
los confines de la tierra» (Sal 2,8).
Con las palabras de Jesús, «ir
delante del rebaño pertenece a la misión del pastor (cf. Jn 10,4)», Benedicto XVI
hizo hincapié en la figura de los Magos y algunas características esenciales del ministerio
episcopal:
«El Obispo debe de ser también un hombre de corazón inquieto,
que no se conforma con las cosas habituales de este mundo sino que sigue la inquietud
del corazón que lo empuja a acercarse interiormente a Dios, a buscar su rostro, a
conocerlo mejor para poder amarlo cada vez más. El Obispo debe de ser también un hombre
de corazón vigilante que perciba el lenguaje callado de Dios y sepa discernir lo verdadero
de lo aparente. El Obispo debe de estar lleno también de una valiente humildad, que
no se interese por lo que la opinión dominante diga de él, sino que sigua como criterio
la verdad de Dios, comprometiéndose por ella: «opportune – importune». Debe de ser
capaz de ir por delante y señalar el camino. Ha de ir por delante siguiendo a aquel
que nos ha precedido a todos, porque es el verdadero pastor, la verdadera estrella
de la promesa: Jesucristo. Y debe de tener la humildad de postrarse ante ese Dios
que haciéndose tan concreto y sencillo contradice la necedad de nuestro orgullo, que
no quiere ver a Dios tan cerca y tan pequeño. Debe de vivir la adoración del Hijo
de Dios hecho hombre, aquella adoración que siempre le muestra el camino».
La
liturgia de la ordenación episcopal recoge lo esencial de este ministerio con ocho
preguntas dirigidas a los que van a ser consagrados, y que comienzan siempre con la
palabra: «Vultis? – ¿queréis?». Las preguntas orientan a la voluntad mostrándole el
camino a seguir:
«Quisiera aquí mencionar brevemente algunas de las palabras
clave de esa orientación, y en las que se concreta lo que poco antes hemos reflexionado
sobre los Magos en la fiesta de hoy. La misión de los obispos es «predicare Evangelium
Christi», «custodire» y «dirigere», «pauperibus se misericordes praebere» e «indesinenter
orare». El anuncio del evangelio de Jesucristo, el ir delante y dirigir, custodiar
el patrimonio sagrado de nuestra fe, la misericordia y la caridad hacia los necesitados
y pobres, en la que se refleja el amor misericordioso de Dios por nosotros y, en fin,
la oración constante son características fundamentales del ministerio episcopal. La
oración constante significa no perder nunca el contacto con Dios; sentirlo en la intimidad
del corazón y ser así inundados por su luz. Solo el que conoce personalmente a Dios
puede guiar a los demás hacia él. Solo el que guía a los hombres hacia Dios, los lleva
por el camino de la vida».
El corazón inquieto, del que habló el Papa,
evocando a san Agustín, «es el corazón que no se conforma en definitiva con nada que
no sea Dios, convirtiéndose así en un corazón que ama. Nuestro corazón está inquieto
con relación a Dios y no deja de estarlo aun cuando hoy se busque, con «narcóticos»
muy eficaces, liberar al hombre de esta inquietud. Pero no solo estamos inquietos
nosotros, los seres humanos, con relación a Dios»:
«El corazón de Dios
está inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca. Tampoco él descansa
hasta dar con nosotros. El corazón de Dios está inquieto, y por eso se ha puesto en
camino hacia nosotros, hacia Belén, hacia el Calvario, desde Jerusalén a Galilea y
hasta los confines de la tierra. Dios está inquieto por nosotros, busca personas que
se dejen contagiar de su misma inquietud, de su pasión por nosotros. Personas que
lleven consigo esa búsqueda que hay en sus corazones y, al mismo tiempo, que dejan
que sus corazones sean tocados por la búsqueda de Dios por nosotros. Queridos amigos,
ésta era la misión de los apóstoles: acoger la inquietud de Dios por el hombre y llevar
a Dios mismo a los hombres. Y esta es vuestra misión siguiendo las huellas de los
apóstoles: dejaros tocar por la inquietud de Dios, para que el deseo de Dios por el
hombre se satisfaga».