Cristo es la mano que Dios ha tendido a la humanidad
Domingo, 25 dic. (RV).- “Cristo nos ha nacido. Gloria a Dios en el cielo, y paz a
los hombres que él ama”. Con estas palabras el Papa Benedicto XVI, este mediodía,
desde el balcón central de la Basílica Vaticana, inició su mensaje de Navidad, para
Roma y el mundo donde puso de relieve el clamor de una humanidad que ante las dificultades
y peligros necesita la mano de Dios, para salir del pecado, pide la fuerza de la verdad
y del amor para salvarnos del mal. Un mal que se traduce en orgullo presuntuoso,
ese que compite con Dios para ocupar su puesto y decidir sobre el bien y el mal. Un
mal que nuevamente se traduce en violencia y conflicto entre los pueblos.
El
Papa pidió en su mensaje la reanudación del diálogo entre israelíes y palestinos,
el fin de la violencia en Siria, la edificación del bien común en los países norteafricanos
y en todo el Oriente medio, la ayuda internacional para los países del Cuerno de África
sometidos al hambre, la miseria y la Inseguridad. También invocó el auxilio del Señor
por el consuelo a los golpeados por las calamidades naturales en Filipinas y Tailandia,
por la estabilidad y reconciliación en Irak y Afganistán, por el diálogo y colaboración
en Myanmar y por el respeto de la dignidad y los derechos de los ciudadanos en Sudan
del Sur.
“Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”. Este es el clamor del hombre
de todos los tiempos –afirmó Benedicto XVI- que siente no saber superar por sí solo
las dificultades y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte,
una mano tendida hacia él desde lo alto. Cristo es la mano que Dios ha tendido a la
humanidad. Hombres y mujeres que claman por una solidaridad tal, que no puede ser
sólo humana, sino divina, el Dios amor que salva, que es verdad y camino de reconciliación,
diálogo y colaboración.
“Volvamos la vista a la gruta de Belén –concluyó el
Papa- el niño que contemplamos es nuestra salvación. Él ha traído al mundo un mensaje
universal de reconciliación y de paz”.
Al concluir su mensaje de Navidad, como
es tradición, el Papa expresó su deseo de una Feliz Navidad a todos en 75 idiomas.
Este su saludo en español.
Por último,
Benedicto XVI impartió su Bendición Urbi et Orbi, para Roma y el mundo.
RV-ATD
Texto
completo
Queridos hermanos
y hermanas de Roma y del mundo entero
Cristo nos ha nacido. Gloria a Dios en
el cielo, y paz a los hombres que él ama. Que llegue a todos el eco del anuncio de
Belén, que la Iglesia católica hace resonar en todos los continentes, más allá de
todo confín de nacionalidad, lengua y cultura. El Hijo de la Virgen María ha nacido
para todos, es el Salvador de todos.
Así lo invoca una antigua antífona litúrgica:
«Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los
pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro». Veni ad salvandum nos. Este es el clamor
del hombre de todos los tiempos, que siente no saber superar por sí solo las dificultades
y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida
hacia él desde lo alto. Queridos hermanos y hermanas, esta mano es Cristo, nacido
en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para
hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la
roca firme de su verdad y de su amor (cf. Sal 40,3).
Sí, esto significa el
nombre de aquel niño, el nombre que, por voluntad de Dios, le dieron María y José:
se llama Jesús, que significa «Salvador» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31). Él fue enviado por
Dios Padre para salvarnos sobre todo del mal profundo arraigado en el hombre y en
la historia: ese mal de la separación de Dios, del orgullo presuntuoso de actuar por
sí solo, del ponerse en concurrencia con Dios y ocupar su puesto, del decidir lo que
es bueno y es malo, del ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7). Este
es el gran mal, el gran pecado, del cual nosotros los hombres no podemos salvarnos
si no es encomendándonos a la ayuda de Dios, si no es implorándole: «Veni ad salvandum
nos - Ven a salvarnos».
Ya el mero hecho de esta súplica al cielo nos pone
en la posición justa, nos adentra en la verdad de nosotros mismos: nosotros, en efecto,
somos los que clamaron a Dios y han sido salvados (cf. Est 10,3f [griego]). Dios es
el Salvador, nosotros, los que estamos en peligro. Él es el médico, nosotros, los
enfermos. Reconocerlo es el primer paso hacia la salvación, hacia la salida del laberinto
en el que nosotros mismos nos encerramos con nuestro orgullo. Levantar los ojos al
cielo, extender las manos e invocar ayuda, es la vía de salida, siempre y cuando haya
Alguien que escucha, y que pueda venir en nuestro auxilio.
Jesucristo es la
prueba de que Dios ha escuchado nuestro clamor. Y, no sólo. Dios tiene un amor tan
fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí mismo, que sale de sí mismo y viene
entre nosotros, compartiendo nuestra condición hasta el final (cf. Ex 3,7-12). La
respuesta que Dios ha dado en Jesús al clamor del hombre supera infinitamente nuestras
expectativas, llegando a una solidaridad tal, que no puede ser sólo humana, sino divina.
Sólo el Dios que es amor y el amor que es Dios podía optar por salvarnos por esta
vía, que es sin duda la más larga, pero es la que respeta su verdad y la nuestra:
la vía de la reconciliación, el diálogo y la colaboración.
Por tanto, queridos
hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo, dirijámonos en esta Navidad 2011 al
Niño de Belén, al Hijo de la Virgen María, y digamos: «Ven a salvarnos». Lo reiteramos
unidos espiritualmente tantas personas que viven situaciones difíciles, y haciéndonos
voz de los que no tienen voz.
Invoquemos juntos el auxilio divino para los
pueblos del Cuerno de África, que sufren a causa del hambre y la carestía, a veces
agravada por un persistente estado de inseguridad. Que la comunidad internacional
no haga faltar su ayuda a los muchos prófugos de esta región, duramente probados en
su dignidad.
Que el Señor conceda consuelo a la población del sureste asiático,
especialmente de Tailandia y Filipinas, que se encuentran aún en grave situación de
dificultad a causa de las recientes inundaciones.
Y que socorra a la humanidad
afligida por tantos conflictos que todavía hoy ensangrientan el planeta. Él, que es
el Príncipe de la paz, conceda la paz y la estabilidad a la Tierra en la que ha decidido
entrar en el mundo, alentando a la reanudación del diálogo entre israelíes y palestinos.
Que haga cesar la violencia en Siria, donde ya se ha derramado tanta sangre. Que favorezca
la plena reconciliación y la estabilidad en Irak y Afganistán. Que dé un renovado
vigor a la construcción del bien común en todos los sectores de la sociedad en los
países del norte de África y Oriente Medio.
Que el nacimiento del Salvador
afiance las perspectivas de diálogo y la colaboración en Myanmar, en la búsqueda de
soluciones compartidas. Que nacimiento del Redentor asegure estabilidad política en
los países de la región africana de los Grandes Lagos y fortaleza el compromiso de
los habitantes de Sudán del Sur para proteger los derechos de todos los ciudadanos
Queridos
hermanos y hermanas, volvamos la vista a la gruta de Belén: el niño que contemplamos
es nuestra salvación. Él ha traído al mundo un mensaje universal de reconciliación
y de paz. Abrámosle nuestros corazones, démosle la bienvenida en nuestras vidas. Repitámosle
con confianza y esperanza: «Veni ad salvandum nos».