Domingo, 18 dic (RV).-Tras su visita a la cárcel romana de Rebibbia el Papa ha regresado
en coche al Vaticano, donde a mediodía ha dirigido el rezo mariano del Ángelus. En
su alocución a los fieles en este cuarto domingo de Adviento en el que la liturgia
nos presenta este año el relato del anuncio del Ángel a María, el Papa se ha detenido
brevemente sobre la importancia de la virginidad de María, es decir, el hecho de que
haya concebido a Jesús permaneciendo virgen.
La Virgen María no sólo ha concebido
a Jesús, sino que lo ha hecho por obra del Espíritu Santo, es decir del mismo Dios.
El ser humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia
deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre, hecho de tierra -para usar el símbolo
bíblico- pero viene de lo alto, del Cielo.
El hecho de que
María conciba permaneciendo virgen es, por tanto, esencial para el conocimiento de
Jesús y para nuestra fe, porque testimonia que la iniciativa ha sido de Dios y sobre
todo revela quién es el concebido. Como dice el Evangelio: “Por eso el que ha de nacer
será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). En este sentido, la virginidad
de María y la divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente.
En su sencillez,
María es sapientísima: no duda del poder de Dios, pero quiere comprender mejor su
voluntad, para conformarse completamente a esta voluntad. María es infinitamente superada
por el Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el lugar que, en el centro del
mismo, le ha sido asignado.
El “sí” de María
implica el conjunto de maternidad y virginidad, y desea que todo en Ella sea para
la gloria de Dios, y el Hijo que nacerá de Ella pueda ser totalmente don de gracia.
“La
virginidad de María – ha terminado diciendo el Santo Padre- es única e irrepetible;
pero su significado espiritual se refiere a todo cristiano. En sustancia, está ligado
a la fe: en efecto, quien confía profundamente en el amor de Dios, acoge en sí mismo
a Jesús, su vida divina, por la acción del Espíritu Santo. ¡Es éste el misterio de
la Navidad! Deseo a todos vosotros que lo viváis con íntima alegría.
Después
del rezo mariano del Ángelus, Benedicto XVI ha recordado la beatificación ayer en
España de “22 misioneros oblatos de María Inmaculada y un laico, asesinados durante
la contienda nacional en 1936 por el solo hecho ser acérrimos testimonios del Evangelio.
A la dicha por su beatificación -ha dicho el Papa- se une la esperanza de que su sacrificio
traiga aún más frutos de conversión y de reconciliación”.
Benedicto XVI también
ha asegurado su cercanía a las poblaciones del sur de Filipinas golpeadas por una
violenta tempestad tropical estos días. “Rezo -ha afirmado el Papa- por las víctimas
en gran parte niños, por las personas sin casa y por las numerosas personas dispersas.
Luego,
el Pontífice ha saludado en distintas lenguas. Estas han sido sus palabras en español:
Saludo con
afecto a los peregrinos de lengua española. La liturgia de este último domingo de
adviento, cuando faltan ya pocos días para la Navidad, nos invita a dirigir nuestros
ojos a la Virgen María. Que Ella nos ayude a intensificar nuestra preparación espiritual,
para disponer nuestro corazón al nacimiento del Hijo de Dios. Con estos sentimientos,
deseo también recordar a los misioneros Oblatos de María Inmaculada que, junto con
el laico Cándido Castán, fueron beatificados ayer en Madrid. Que el testimonio de
fe y caridad que dieron en su martirio nos sirva de estímulo y ejemplo para dedicar
nuestra vida al servicio de Dios y de los hermanos. Feliz domingo.
El Papa
ha terminado sus saludos animando a los fieles “a proseguir con alegría el camino
de la fe y a ser levadura evangélica en la sociedad, deseando a todos un feliz domingo
y una buena preparación para la Santa Navidad. (ER y MFB – RV).
Texto
completo de la alocucion del Santo Padre a la hora del ángelus dominical:
Queridos hermanos
y hermanas:
En este cuarto domingo de Adviento, la liturgia nos presenta este
año el relato del anuncio del Ángel a María. Contemplando el icono estupendo de la
Santísima Virgen, en el momento en que recibe el mensaje divino y da su respuesta,
somos iluminados interiormente por la luz de la verdad que promana, siempre nueva,
de aquel misterio. En particular, quisiera detenerme brevemente sobre la importancia
de la virginidad de María, es decir del hecho de que ella ha concebido a Jesús permaneciendo
virgen.
Como telón de fondo del acontecimiento de Nazaret está la profecía
de Isaías. “He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel” (Is 7, 14). Esta antigua promesa ha encontrado cumplimiento sobreabundante
en la Encarnación del Hijo de Dios. En efecto, no sólo la Virgen María ha concebido,
sino que lo ha hecho por obra del Espíritu Santo, es decir del mismo Dios. El ser
humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia
deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre, hecho de tierra –para usar el símbolo
bíblico–pero viene de lo alto, del Cielo. El hecho de que María conciba permaneciendo
virgen es, por tanto, esencial para el conocimiento de Jesús y para nuestra fe, porque
testimonia que la iniciativa ha sido de Dios y sobre todo revela quién es el concebido.
Como dice el Evangelio: “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo
de Dios” (Lc 1, 35). En este sentido, la virginidad de María y la divinidad de Jesús
se garantizan recíprocamente.
Por esta razón es tan importante esa única pregunta
que María, “muy turbada”, dirige al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón?” (Lc 1, 34). En su sencillez, María es sapientísima: no duda del poder de Dios,
pero quiere comprender mejor su voluntad, para conformarse completamente a esta voluntad.
María es infinitamente superada por el Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente
el lugar que, en el centro del mismo, le ha sido asignado. Su corazón y su mente son
plenamente humildes, y, precisamente por su humildad singular, Dios espera el “sí”
de esta muchacha para realizar su designio. Respeta su dignidad y su libertad. El
“sí” de María implica el conjunto de maternidad y virginidad, y desea que todo en
Ella sea para la gloria de Dios, y el Hijo que nacerá de Ella pueda ser totalmente
don de gracia.
Queridos amigos, la virginidad de María es única e irrepetible;
pero su significado espiritual se refiere a todo cristiano. En sustancia, está ligado
a la fe: en efecto, quien confía profundamente en el amor de Dios, acoge en sí mismo
a Jesús, su vida divina, por la acción del Espíritu Santo. ¡Es éste el misterio de
la Navidad! Deseo a todos vosotros que lo vivís con íntima alegría. (Traducción
de María Fernanda Bernasconi – RV).