Viernes, 16 dic (RV).- Es el Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la
paz 2012, que se celebra el próximo 1 de enero, solemnidad de María Santísima Madre
de Dios y que se presentó este mediodía en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
El Papa invita abrir el nuevo año con actitud de «confianza, aunque en el año que
termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad,
al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales
y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro
tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día».
Invitando a levantar los
ojos a Dios Benedicto XVI escribe: «Queridos jóvenes, vosotros sois un don precioso
para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante a las dificultades y no
os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino
más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de hacer
frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad
y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos
deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis».
El
Santo Pare invita a la juventud a vivir con intensidad esta etapa de su vida tan rica
y llena de entusiasmo, conscientes de que son un ejemplo y estímulo para los adultos,
y que lo serán cuanto más se esfuercen por superar las injusticias y la corrupción,
cuanto más deseen un futuro mejor y se comprometan en construirlo.
«Sed conscientes
de vuestras capacidades y nunca os encerréis en vosotros mismos, sino sabed trabajar
por un futuro más luminoso para todos», escribe Benedicto XVI y añade «Nunca estáis
solos. La Iglesia confía en vosotros, os sigue, os anima y desea ofreceros lo que
tiene de más valor: la posibilidad de levantar los ojos hacia Dios, de encontrar a
Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz».
«A todos los, hombres y mujeres
preocupados por la causa de la paz», el Papa señala que «la paz no es un bien ya logrado,
sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro,
animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro
más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes
generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices
de paz». Y añade que consciente de todo ello, envía estas reflexiones y dirige un
llamamiento: «unamos nuestras fuerzas espirituales, morales y materiales para «educar
a los jóvenes en la justicia y la paz».
El Mensaje lleva la fecha del
8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, de 2011. Benedicto
XVI se dirige en especial a los jóvenes, teniendo en cuenta la aportación que pueden
y deben ofrecer a la sociedad y con la convicción de que ellos, con su entusiasmo
y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza. Con la
importancia de que estos fermentos, y el impulso idealista que contienen, encuentren
la justa atención en todos los sectores de la sociedad, el Papa reitera que «la Iglesia
mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y los anima a buscar la verdad y
a defender el bien común».
Dirigiéndose a los responsables de la educación,
el Mensaje pontificio recuerda que hoy son más necesarios que nunca los testigos auténticos,
y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca;
testigos que sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca espacios más
amplios. Exhortando a los padres a que no se desanimen ante las dificultades en el
mundo actual en que la familia y la vida misma están amenazadas constantemente, entre
condiciones de trabajo difíciles, preocupaciones para el futuro y ritmos de vida frenéticos,
Benedicto XVI se dirige asimismo a los responsables de las instituciones dedicadas
a la educación: que vigilen con gran sentido de responsabilidad para que se respete
y valore en toda circunstancia la dignidad de cada persona. Que se preocupen de que
cada joven pueda descubrir la propia vocación, acompañándolo mientras hace fructificar
los dones que el Señor le ha concedido. Que aseguren a las familias que sus hijos
puedan tener un camino formativo que no contraste con su conciencia y principios religiosos.
Luego, a los responsables políticos, Benedicto XVI les pides que ayuden concretamente
a las familias e instituciones educativas a ejercer su derecho y deber de educar.
Nunca debe faltar una ayuda adecuada a la maternidad y a la paternidad. Que se esfuercen
para que a nadie se le niegue el derecho a la instrucción y las familias puedan elegir
libremente las estructuras educativas que consideren más idóneas para el bien de sus
hijos. Que trabajen para favorecer el reagrupamiento de las familias divididas por
la necesidad de encontrar medios de subsistencia. Ofrezcan a los jóvenes una imagen
límpida de la política, como verdadero servicio al bien de todos.
El Santo
Padre dirige también un llamamiento al mundo de los medios, para que den su aportación
educativa y destaca más adelante que «también los jóvenes han de tener el valor de
vivir, ante todo ellos mismos lo que piden a quienes están en su entorno» y que les
corresponde una gran responsabilidad. Haciendo hincapié en que la necesidad de «Educar
en la verdad y en la libertad», el Papa escribe «el rostro humano de una sociedad
depende mucho de la contribución de la educación a mantener viva la cuestión fundamental
que hay que plantearse sobre el hombre, que es un ser que alberga en su corazón una
sed de infinito, una sed de verdad – no parcial, sino capaz de explicar el sentido
de la vida – porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer
con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad
profunda y la inviolabilidad de toda persona.
Sólo en la relación con Dios
comprende también el hombre el significado de la propia libertad. Y... Ésta no es
la ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no es el absolutismo del
yo. El hombre que cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer
todo lo que se le antoja, termina por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo
su libertad. «En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra
educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que,
al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con
sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en
una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de
su propio “yo”».
....El uso recto de la libertad es, pues, central en la promoción
de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro,
aunque se distancie de la propia forma de ser y vivir. Hay que Educar en la justicia,
en nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos,
más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente amenazado por la extendida
tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad, del beneficio y del
tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus raíces transcendentes.
La justicia, en efecto, no es una simple convención humana... ante ciertas corrientes
de la cultura moderna, sostenida por principios económicos racionalistas e individualistas,
han sustraído al concepto de justicia sus raíces transcendentes, separándolo de la
caridad y la solidaridad, Benedicto XVI reitera que se deben promover relaciones de
gratuidad, de misericordia y de comunión.
Tras volver a subrayar que «La paz
no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas....
que la paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad. Y que es ante todo don
de Dios, el Santo Padre señala una ves más que los cristianos creemos que Cristo es
nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y
ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros (cf. Ef 2,14-18); en Él,
hay una única familia reconciliada en el amor. Y que para ser verdaderamente constructores
de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración,
la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar
las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre
la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción
del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos.
La paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este
compromiso esencial de promover la justicia, según las propias competencias y responsabilidades.
El Papa invita «de modo particular a los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión
hacia los ideales, a tener la paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz,
de cultivar el gusto por lo que es justo y verdadero, aun cuando esto pueda comportar
sacrificio e ir contracorriente».
CdM Texto completo
MENSAJE
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI PARA LA CELEBRACIÓN DE LA XLV JORNADA MUNDIAL
DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2012
EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA
Y LA PAZ
1. El comienzo de un Año nuevo, don de Dios a la humanidad,
es una invitación a desear a todos, con mucha confianza y afecto, que este tiempo
que tenemos por delante esté marcado por la justicia y la paz.
¿Con qué actitud
debemos mirar el nuevo año? En el salmo 130 encontramos una imagen muy bella. El salmista
dice que el hombre de fe aguarda al Señor «más que el centinela la aurora» (v. 6),
lo aguarda con una sólida esperanza, porque sabe que traerá luz, misericordia, salvación.
Esta espera nace de la experiencia del pueblo elegido, el cual reconoce que Dios lo
ha educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones.
Os invito a abrir el año 2012 con dicha actitud de confianza. Es verdad que en el
año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia
a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre
todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido
sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día.
En esta
oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora de la que
habla el salmista. Se percibe de manera especialmente viva y visible en los jóvenes,
y por esa razón me dirijo a ellos teniendo en cuenta la aportación que pueden y deben
ofrecer a la sociedad. Así pues, quisiera presentar el Mensaje para la XLV Jornada
Mundial de la Paz en una perspectiva educativa: «Educar a los jóvenes en la justicia
y la paz», convencidos de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales,
pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza.
Mi mensaje se dirige también
a los padres, las familias y a todos los estamentos educativos y formativos, así como
a los responsables en los distintos ámbitos de la vida religiosa, social, política,
económica, cultural y de la comunicación. Prestar atención al mundo juvenil, saber
escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda
la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz.
Se ha
de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando
en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien. Éste es un deber en el que todos
estamos comprometidos en primera persona.
Las preocupaciones manifestadas
en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan
el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los
aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que los prepare con
más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar
un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política,
de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano
y solidario.
Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que
contienen, encuentren la justa atención
en todos los sectores de la sociedad.
La Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y los anima a buscar
la verdad, a defender el bien común, a tener una perspectiva abierta sobre el mundo
y ojos capaces de ver «cosas nuevas» (Is 42,9; 48,6).
Los responsables de
la educación
2. La educación es la aventura más fascinante y difícil de la
vida. Educar –que viene de educere en latín– significa conducir fuera de sí mismos
para introducirlos en la realidad, hacia una plenitud que hacer crecer a la persona.
Ese proceso se nutre del encuentro de dos libertades, la del adulto y la del joven.
Requiere la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar
al conocimiento de la realidad, y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse
a sí mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas
o informaciones, son más necesarios que nunca; testigos que sepan ver más lejos que
los demás, porque su vida abarca espacios más amplios. El testigo es el primero en
vivir el camino que propone.
¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera
educación en la paz y en la justicia? Ante todo la familia, puesto que los padres
son los primeros educadores. La familia es la célula originaria de la sociedad. «En
la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten
una convivencia constructiva y pacífica. En la familia es donde se aprende la solidaridad
entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro»[1].Ella
es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz.
Vivimos
en un mundo en el que la familia, y también la misma vida, se ven constantemente amenazadas
y, a veces, destrozadas. Unas condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con
las responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos de vida
frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado, cuando no de la simple
supervivencia, acaban por hacer difícil la posibilidad de asegurar a los hijos uno
de los bienes más preciosos: la presencia de los padres; una presencia que les permita
cada vez más compartir el camino con ellos, para poder transmitirles esa experiencia
y cúmulo de certezas que se adquieren con los años, y que sólo se pueden comunicar
pasando juntos el tiempo. Deseo decir a los padres que no se desanimen. Que exhorten
con el ejemplo de su vida a los hijos a que pongan la esperanza ante todo en Dios,
el único del que mana justicia y paz auténtica.
Quisiera dirigirme también
a los responsables de las instituciones dedicadas a la educación: que vigilen con
gran sentido de responsabilidad para que se respete y valore en toda circunstancia
la dignidad de cada persona. Que se preocupen de que cada joven pueda descubrir la
propia vocación, acompañándolo mientras hace fructificar los dones que el Señor le
ha concedido. Que aseguren a las familias que sus hijos puedan tener un camino formativo
que no contraste con su conciencia y principios religiosos.
Que todo ambiente
educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo,
de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades
y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría
que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar
activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna.
Me dirijo
también a los responsables políticos, pidiéndoles que ayuden concretamente a las familias
e instituciones educativas a ejercer su derecho deber de educar. Nunca debe faltar
una ayuda adecuada a la maternidad y a la paternidad. Que se esfuercen para que a
nadie se le niegue el derecho a la instrucción y las familias puedan elegir libremente
las estructuras educativas que consideren más idóneas para el bien de sus hijos. Que
trabajen para favorecer el reagrupamiento de las familias divididas por la necesidad
de encontrar medios de subsistencia. Ofrezcan a los jóvenes una imagen límpida de
la política, como verdadero servicio al bien de todos.
No puedo dejar de hacer
un llamamiento, además, al mundo de los medios, para que den su aportación educativa.
En la sociedad actual, los medios de comunicación de masa tienen un papel particular:
no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por
tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante
tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en
efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente
en la formación de la persona.
También los jóvenes han de tener el valor de
vivir ante todo ellos mismos lo que piden a quienes están en su entorno. Les corresponde
una gran responsabilidad: que tengan la fuerza de usar bien y conscientemente la libertad.
También ellos son responsables de la propia educación y formación en la justicia y
la paz.
Educar en la verdad y en la libertad
3. San Agustín se preguntaba:
«Quid enim fortius desiderat anima quam veritatem? - ¿Ama algo el alma con más ardor
que la verdad?»[2]. El rostro humano de una sociedad depende mucho de la contribución
de la educación a mantener viva esa cuestión insoslayable. En efecto, la educación
persigue la formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual
del ser, con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es miembro.
Por eso, para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la persona
humana, conocer su naturaleza. Contemplando la realidad que lo rodea, el salmista
reflexiona: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas
que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para
que de él te cuides?» (Sal 8,4-5). Ésta es la cuestión fundamental que hay que plantearse:
¿Quién es el hombre? El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito,
una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque
ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida
como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad
de toda persona. Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en
el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por
cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad.
Nunca podemos olvidar que «el auténtico desarrollo del hombre se refiere a la totalidad
de la persona en todas sus dimensiones»[3],incluida la trascendente, y que no se puede
sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya sea económico o social,
individual o colectivo.
Sólo en la relación con Dios comprende también el
hombre el significado de la propia libertad. Y es cometido de la educación el formar
en la auténtica libertad. Ésta no es la ausencia de vínculos o el dominio del libre
albedrío, no es el absolutismo del yo. El hombre que cree ser absoluto, no depender
de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por contradecir
la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el hombre es un
ser relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo, con Dios. La auténtica
libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él.
La libertad es un valor
precioso, pero delicado; se la puede entender y usar mal. «En la actualidad, un obstáculo
particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva presencia, en nuestra
sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja
como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la
libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro,
dejando a cada uno encerrado dentro de su propio “yo”. Por consiguiente, dentro de
ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de
la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su
misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por
construir con los demás algo en común»[4].
Para ejercer su libertad, el hombre
debe superar por tanto el horizonte del relativismo y conocer la verdad sobre sí mismo
y sobre el bien y el mal. En lo más íntimo de la conciencia el hombre descubre una
ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a
amar, a hacer el bien y huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha
hecho y del mal que ha cometido[5].Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente
relacionado con la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la
dignidad de toda persona, sienta la base de sus derechos y deberes fundamentales,
y, por tanto, en último análisis, de la convivencia justa y pacífica entre las personas.
El uso recto de la libertad es, pues, central en la promoción de la justicia
y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie
de la propia forma de ser y vivir. De esa actitud brotan los elementos sin los cuales
la paz y la justicia se quedan en palabras sin contenido: la confianza recíproca,
la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas
veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión
hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio.
Educar
en la justicia
4. En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su
dignidad y de sus derechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente
amenazo por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad,
del beneficio y del tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus
raíces transcendentes. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana,
ya que lo que es justo no está determinado originariamente por la ley positiva, sino
por la identidad profunda del ser humano. La visión integral del hombre es lo que
permite no caer en una concepción contractualista de la justicia y abrir también para
ella el horizonte de la solidaridad y del amor[6].
No podemos ignorar que ciertas
corrientes de la cultura moderna, sostenida por principios económicos racionalistas
e individualistas, han sustraído al concepto de justicia sus raíces transcendentes,
separándolo de la caridad y la solidaridad: «La “ciudad del hombre” no se promueve
sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de
gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de
Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo
compromiso por la justicia en el mundo»[7].
«Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados» (Mt 5,6). Serán saciados
porque tienen hambre y sed de relaciones rectas con Dios, consigo mismos, con sus
hermanos y hermanas, y con toda la creación.
Educar en la paz
5. «La
paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas
adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes
de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad
de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad»[8].La paz
es fruto de la justicia y efecto de la caridad. Y es ante todo don de Dios. Los cristianos
creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado
consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros (cf.
Ef 2,14-18); en Él, hay una única familia reconciliada en el amor.
Pero la
paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir.
Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión,
la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las
comunidades y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales
e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución
de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de
la resolución de los conflictos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
La paz para todos nace de la
justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso esencial de promover la
justicia, según las propias competencias y responsabilidades. Invito de modo particular
a los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión hacia los ideales, a tener la
paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el gusto por lo
que es justo y verdadero, aun cuando esto pueda comportar sacrificio e ir contracorriente.
Levantar los ojos a Dios
6. Ante el difícil desafío que supone recorrer
la vía de la justicia y de la paz, podemos sentirnos tentados de preguntarnos como
el salmista: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?» (Sal
121,1).
Deseo decir con fuerza a todos, y particularmente a los jóvenes: «No
son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente,
que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente
bueno y auténtico [...], mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo
tiempo, es el amor eterno.
Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?»[9]. El amor
se complace en la verdad, es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con
la verdad, la justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta (cf. 1 Co 13,1-13).
Queridos jóvenes, vosotros sois un don
precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante a las dificultades
y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el
camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de
hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad
y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos
deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con
intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo.
Sed
conscientes de que vosotros sois un ejemplo y estímulo para los adultos, y lo seréis
cuanto más os esforcéis por superar las injusticias y la corrupción, cuanto más deseéis
un futuro mejor y os comprometáis en construirlo. Sed conscientes de vuestras capacidades
y nunca os encerréis en vosotros mismos, sino sabed trabajar por un futuro más luminoso
para todos. Nunca estáis solos. La Iglesia confía en vosotros, os sigue, os anima
y desea ofreceros lo que tiene de más valor: la posibilidad de levantar los ojos hacia
Dios, de encontrar a Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz.
A todos
vosotros, hombres y mujeres preocupados por la causa de la paz. La paz no es un bien
ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza
al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro
mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto
a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser
pacíficas y artífices de paz. Consciente de todo ello, os envío estas reflexiones
y os dirijo un llamamiento: unamos nuestras fuerzas espirituales, morales y materiales
para «educar a los jóvenes en la justicia y la paz».
[1]
Discurso a los Administradores de la Región del Lacio, del Ayuntamiento y de la Provincia
de Roma, (14 enero 2011), L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (23 enero 2011),
3.
[2] Comentario al Evangelio de S. Juan, 26,5.
[3] Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009), 648; cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
[4] Discurso en la ceremonia
de apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma (6 junio 2005): AAS 97
(2005), 816.
[5] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 16.
[6]Cf. Discurso en el Bundestag (Berlín, 22 septiembre 2011): L’Osservatore
Romano, ed. en lengua española (25 septiembre 2011), 6-7.
[7] Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101 (2009), 644-645.
[8] Catecismo de
la Iglesia Católica, 2304.
[9] Vigilia de oración con los jóvenes (Colonia,
20 agosto 2005): AAS 97 (2005), 885-886.