Se conmueve y hace cargo de la pena: Audiencia General
Miércoles, 14 dic. (RV).- Esta mañana a las 10,30 en el Aula Pablo VI del Vaticano
Benedicto XVI celebró su tradicional encuentro con los fieles italianos y los peregrinos
de diversas partes del mundo reunidos para escuchar su catequesis semanal dedicada
también en esta ocasión a la Oración de Jesús, con sus obras de curación. El Sucesor
de Pedro indicó que el Señor se conmueve y carga con la pena de la persona afligida,
destacando que la compasión por quien sufre provoca la plegaria al Padre: (Audio)
Catequesis del Papa
y saludos en nuestro idioma.
El Papa dirigió un cordial saludo de bienvenida
a los peregrinos de lengua italiana en particular a la comunidad de los Legionarios
de Cristo, presentes en este encuentro con los representantes de la Asociación Regnum
Christi, venidos a Roma para la ordenación de 50 nuevos sacerdotes: “Que el Señor
los sostenga en su ministerio para que puedan actuar con gozo y fidelidad la propia
misión al servicio del Evangelio”.
Benedicto XVI agradeció a cuantos han promovido,
financiado y realizado los trabajos de restauración de la célebre escultura “La Resurrección”
del maestro Pericle Fazzini, que el Siervo de Dios Pablo VI ha hecho colocar en el
Aula Pablo VI y señalándola puso de relieve que tras los minuciosos trabajos realizados
es que hoy, los fieles presentes pueden admirar esta obra de arte y fe en todo su
esplendor original.
Como es una tradición al final del encuentro, Su Santidad
dedicó palabras a los jóvenes, enfermos y recién casados: “A ustedes, queridos jóvenes,
deseo que dispongan sus corazones para acoger a Jesús, que nos salva con la potencia
de su amor. Que a ustedes, queridos enfermos, que experimentan todavía más el peso
de la cruz, las próximas fiestas navideñas aporten serenidad y consuelo. Y a ustedes,
queridos recién casados, crezcan cada vez más en aquel amor que Jesús con su Nacimiento
ha venido a donarnos”. (PLJR)
CATEQUESIS COMPLETA
Queridos
hermanos y hermanas Hoy quisiera reflexionar con vosotros sobre la oración de Jesús
en relación a su acción curativa prodigiosa. En los evangelios se presentan diversas
situaciones en las que Jesús reza frente a la obra benéfica y sanadora de Dios Padre,
que actúa a través de Él. Se trata de una oración que, una vez más, muestra la relación
única de conocimiento y de comunión con el Padre, mientras Jesús se deja involucrar
con gran participación humana en las angustias y necesidades de sus amigos, por ejemplo,
Lázaro y su familia, o de tantos pobres y enfermos que Él quiere ayudar de manera
concreta.
Un caso significativo es la curación del sordomudo (cfr Mc 7,32-37).
La narración del evangelista san Marcos, muestra que el poder sanador de Jesús
está relacionado con su intensa relación tanto con el prójimo, el enfermo, que con
el Padre. La escena del milagro es cuidadosamente descrita de la siguiente manera:
«Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva
le tocó la lengua. Y mirando al cielo suspiró y le dijo: “Effatà”, esto es “Ábrete”
(7,33-34). Jesús quiere que la curación tenga lugar “lejos de la multitud”. Esto
no parece que sea debido sólo al hecho de que el milagro debe mantener escondido a
la gente para evitar que se den interpretaciones restrictivas o distorsionadas de
la persona de Jesús. La opción de llevar el paciente a un lado, aparte, hace que
en el momento de la curación, Jesús y el sordomudo se encuentren solos, próximos uno
del otro en una singular relación. Con un gesto, el Señor toca los oídos y la lengua
del enfermo, es decir, los lugares específicos de su enfermedad. La intensidad de
la atención de Jesús se manifiesta también en las características peculiares de la
curación: Él utiliza los propios dedos y hasta su propia saliva. El hecho de que el
Evangelista proponga la palabra original pronunciada por el Señor - "Effatá", "¡Ábrete!"
- evidencia el carácter único de la escena.
Pero el punto central de este episodio
es el hecho de que Jesús, en el momento de realizar la curación, busca directamente
su relación con el Padre. La narración dice, en efecto, que Él "... mirando al cielo,
suspiró," (v. 34). La atención al paciente, el cuidado que le tiene Jesús, están
relacionados con una profunda actitud de oración dirigida a Dios. Y la emisión del
suspiro está descrita con un verbo que en el Nuevo Testamento indica la aspiración
a algo bueno que todavía falta (cf. Rom 8:23). Toda la historia, pues, muestra que
la implicación humana con el paciente lleva a Jesús a la oración. Una vez más reaparece
su relación única con el Padre, su identidad de Hijo unigénito. En él, a través de
su persona, se hace presente el acto curativo y benéfico de Dios. No es de extrañar
que el comentario de la gente después del milagro recuerde la valoración que se hace
de la creación al comienzo del Génesis: «Todo lo ha hecho bien » (Mc 7,37). En la
acción curativa de Jesús entra de manera clara la oración, con su mirada hacia el
cielo. La fuerza que ha sanado al sordomudo ciertamente ha sido provocada por la compasión
hacia él, pero proviene del recurso al Padre
Se encuentran estas dos relaciones:
la relación humana de compasión por el hombre, que entra en relación con Dios y se
convierte así en curación.
En el relato del evangelista Juan sobre la resurrección
de Lázaro, esta misma dinámica se evidencia todavía más (cf. Jn 11,1-44). Aquí, también,
se entrelazan, por un lado, el vínculo de Jesús con un amigo y con su sufrimiento
y, por otro, la relación filial que Él tiene con el Padre. La participación humana
de Jesús en la historia de Lázaro tiene rasgos particulares. A lo largo de la narración
es recordada en varias ocasiones la amistad que tiene con él, así como con sus hermanas,
Marta y María. Jesús mismo afirma: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo»
(Jn 11,11). El afecto sincero que tiene por el amigo es manifestado también por
las hermanas de Lázaro, así como por los judíos (cfr Jn 11,3; 11,36), se manifiesta
en la conmoción profunda de Jesús a la vista del dolor de Marta y María y de todos
los amigos de Lázaro y acaba estallando en el llanto -tan profundamente humano- al
acercarse a la tumba. Dice san Juan: “Jesús entonces viéndola llorar a ella y viendo
llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció
y preguntó: ¿Dónde lo habéis enterrado?” Le contestaron. “Señor, ven a verlo”. Jesús
se echó a llorar”. (Jn 11,33-35).
Esta relación de amistad, la participación
y la conmoción de Jesús ante el dolor de los familiares y amigos de Lázaro entronca,
durante todo el relato, con una continua e intensa relación con el Padre. Desde el
principio, el acontecimiento es interpretado por Jesús en relación con la propia identidad
y misión, y con la glorificación que le espera. De hecho, ante la noticia de la enfermedad
de Lázaro, Él comenta: “Esta enfermedad no es mortal; es para la gloria de Dios” (Jn
11,4). También el anuncio de la muerte del amigo es acogida por Jesús con profundo
dolor humano, pero siempre en clara referencia a la relación con Dios y con la misión
que le ha confiado: «Lázaro ha muerto, 15 y me alegro por ustedes de no haber estado
allí, a fin de que crean» (Jn 11, 14-15). El momento de la oración explícita de Jesús
al Padre ante el sepulcro es el desenlace natural de todo el evento que reside en
este doble registro de la amistad con Lázaro y de la relación filial con Dios. También
aquí las dos relaciones van parejas. «Padre, te doy gracias porque me oíste» (Jn 11,
41). Es una eucaristía.
La frase revela que Jesús no ha dejado, ni por un instante,
la oración de petición por la vida de Lázaro. Esta oración continua, incluso refuerza
el vínculo con el amigo y, contemporáneamente, confirma la decisión de Jesús de permanecer
en comunión con la voluntad del Padre, con su plan de amor, en el que la enfermedad
y la muerte de Lázaro son consideradas como sede de la manifestación de la gloria
de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, leyendo esta narración, cada uno de
nosotros está llamado a comprender que en la oración de petición al Señor no debemos
esperar un cumplimiento inmediato de aquello que pedimos, de nuestra voluntad, sino
que debemos confiarnos a la voluntad del Padre, interpretando cada hecho en la perspectiva
de su gloria, de su plan de amor, a menudo misterioso ante nuestros ojos. Por esto,
nuestra oración, petición, alabanza y agradecimiento deberían fundirse juntas, incluso
cuando nos parezca que Dios no responde a nuestras expectativas concretas. El abandono
al amor de Dios, que nos precede y nos acompaña siempre, es una de las actitudes de
fondo de nuestro diálogo con Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica comenta de
esta forma la oración de Jesús en la narración de la resurrección de Lázaro: «Introducida
por la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela como pedir: antes de que
la petición sea concedida, Jesús se adhiere a quien dona y que con sus dones se dona
a sí mismo. El donador es más precioso que el don acordado; es el “Tesoro”, y el corazón
de su Hijo está en él: el don se concede “por añadidura” (Mt 6, 21 y 6,33). Esto me
parece muy importante. Antes que el don sea concedido adherirse a Aquel que dona,
el donador más precioso del mundo. Por lo tanto, también para nosotros, más allá de
lo que Dios nos dona cuando le invocamos, el don más grande que nos puede ofrecer
es su amistad, su presencia, su amor. Él es el tesoro precioso que debemos pedir y
custodiar siempre.
La oración que Jesús pronuncia mientras se aparta la piedra
que sella el sepulcro de Lázaro, presenta también un desarrollo singular e inesperado.
Después de haber dado las gracias a Dios Padre, Él añade: Yo sé que siempre me oyes,
pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado»
(Jn, 11, 42). Con su oración, Jesús quiere guiar a la fe, a la confianza total en
Dios y su voluntad, y quiere mostrar que este Dios que amó tanto al mundo que envió
a su Hijo unigénito, es el Dios de la Vida, el Dios que trae esperanza y es capaz
de invertir las situaciones humanamente imposibles. La oración confiada de un creyente,
por lo tanto es el testimonio vivo de esta presencia de Dios en el mundo, de su interés
por el hombre, de su actuación para conseguir realizar su plan de salvación.
Las
dos oraciones de Jesús, meditadas, que acompañan a la curación del sordomudo y a la
resurrección de Lázaro, revelan que la profunda relación entre el amor de Dios y el
amor al prójimo, deben incluirse en nuestra oración. En Jesús, verdadero Dios y verdadero
hombre, la preocupación por el prójimo, especialmente si está necesitado o sufre,
la conmoción ante el dolor de una familia amiga, le llevan a dirigirse al Padre, en
esa relación fundamental que guía toda su vida. Pero también al contrario: la comunión
con el Padre, el constante diálogo con Él, induce a Jesús a prestar atención de forma
exclusiva a las situaciones concretas del hombre para ofrecer consolación y el amor
de Dios. La relación con el hombre nos conduce hacia la relación con Dios y ésta última
nos guía de nuevo al prójimo.
Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración
abre la puerta a Dios, que nos enseña a salir constantemente de nosotros mismos para
ser capaces de acercarnos a los demás, especialmente en los momento de prueba, para
ofrecerles consolación, esperanza y luz. Que el Señor nos conceda ser capaces de orar
con mayor intensidad, para reforzar nuestra relación personal con Dios Padre, agrandar
nuestro corazón para acoger las necesidades de nuestro prójimo y sentir la belleza
de ser “hijos en el Hijo” justo a tantos hermanos. Traducción: RV
TEXTO
CATEQUESIS Y SALUDOS DEL PAPA EN ESPAÑOL:
Queridos hermanos y hermanas: Quisiera
referirme hoy a la oración de Jesús con ocasión de sus obras de curación, como en
los casos del sordomudo o la resurrección de Lázaro que leemos en los Evangelios.
En ellos, vemos cómo el Señor se conmueve y hace cargo de la pena de la persona afligida,
y lo primero que hace es pedir al Padre que haga valer su acción benéfica. Así, la
compasión por quien sufre provoca la plegaria al Padre, de cuya fuerza sanadora proviene
la curación. De este modo, Jesús pone de manifiesto su relación singular con el Padre.
E ilumina también la importancia de nuestra oración de petición, pues consiste ante
todo en poner el caso confiadamente en manos de Dios, capaz de superar cualquier límite
humano, testimoniando su presencia entre nosotros, conscientes de que, en cualquier
caso, el don más precioso cuando lo invocamos es su amistad, su amor infinito por
cada uno.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular
a la Delegación del Estado de Puebla, México, con su Gobernador, Licenciado Rafael
Moreno Rosas. Agradezco su presencia y las muestras de la rica artesanía mexicana
que han traído, y espero, con la ayuda de Dios, poder ser yo esta vez quien visite
su País. Agradezco también la presencia de los peregrinos de España y otros países
latinoamericanos. Invito a todos a reforzar nuestra relación personal con Dios mediante
la oración, que nos hará también más hermanos ente nosotros. Muchas gracias.