Está libre de toda sombra de muerte y totalmente llena de vida
Jueves, 8 dic (RV).- En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada
Virgen María, esta tarde a las 15,45 Benedicto XVI dejó el Vaticano para trasladarse
a la céntrica Plaza de España para el tradicional acto de veneración de la Inmaculada.
Durante su recorrido el Santo Padre se detuvo frente a la Iglesia de la Santísima
Trinidad, donde como es una tradición recibió el saludo de la Asociación Comerciantes
de Vía Condotti.
Fue a su llegada a la Plaza de España, quince minutos después
de las cuatro de la tarde que el Papa inició con el tradicional acto de oración y
veneración a la Inmaculada. Tras la lectura de un pasaje del Apocalipsis de san Juan
apóstol y antes del homenaje floreal a la imagen de la Virgen Su Santidad dirigió
a los presentes un discurso (Audio)
La gran
fiesta de María Inmaculada nos invita cada año a encontrarnos aquí, en una de las
plazas más bellas de Roma, para rendir homenaje a Ella, a la Madre de Cristo y Madre
nuestra. Con afecto saludo a todos ustedes aquí presentes, como también a cuantos
están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión. Y les agradezco por
su cordial participación en este, mi acto de oración. En la sumidad de la columna
que hoy coronamos, María aparece representada por una estatua que en parte evoca el
pasaje del Apocalipsis apenas proclamado: “Y apareció en el cielo un gran signo: una
Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas
en su cabeza” . ¿Cuál es el significado de esta imagen? Ella representa al mismo tiempo
a la Santísima Virgen y a la Iglesia.
Benedicto XVI observó que la
“mujer” del Apocalipsis es María misma, que aparece “vestida de sol”, es decir vestida
de Dios porque está completamente circundada por la luz de Dios y vive en Dios. Este
símbolo de la túnica luminosa claramente expresa una condición que alude a todo el
ser de María: Ella es la “llena de gracia”, plena del amor de Dios. Y “Dios es luz”,
dice también san Juan. Es por eso que la “llena de gracia”, la Inmaculada” refleja
con toda su persona la luz del “sol” que es Dios. Escuchemos el modo en que el Papa
describe la estatua que representa a la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada
Virgen María (Audio)
Esta mujer
tiene bajo sus pies la luna, símbolo de la muerte y de la mortalidad. María, en efecto,
está completamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado
y sobre la muerte; está libre de toda sombra de muerte y totalmente llena de vida.
Porque la muerte ya no tiene poder sobre Jesús resucitado, así, por una gracia y un
privilegio singular de Dios Omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado.
Esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, al haber
sido concebida sin pecado original, que es el misterio que celebramos hoy; y, al fin,
al haber sido elevada en alma y cuerpo al Cielo, en la gloria de Dios. Pero también
toda su vida terrena ha sido una victoria sobre la muerte, porque la ha gastado por
entero al servicio de Dios, en la oblación total de sí a Él y al prójimo. Por esto
María es en sí misma un himno a la vida: es la creatura en la que ha quedada cumplida
la palabra de Cristo “yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia”.
El Papa llamó la atención sobre la visión del Apocalipsis donde se nos presenta
otro particular: sobre la cabeza de la mujer vestida de sol hay “una corona de doce
estrellas”. Explicó que se trata de un signo que representa las doce tribus de Israel
y significa que la Virgen María está al centro del Pueblo de Dios, de toda la comunión
de los santos. Esta imagen de la corona de doce estrellas nos introduce –añadió Benedicto
XVI a la segunda gran interpretación del signo celeste de la “mujer vestida de sol”
(Audio) Además de representar
a la Santísima Virgen, este signo representa a la Iglesia, la comunidad cristiana
de todos los tiempos. Ella está encinta, en el sentido de que lleva en su seno a Cristo
y lo debe hacer nacer al mundo: ese es el parto de la Iglesia peregrina sobre la tierra,
que en medio a las consolaciones de Dios y a las persecuciones del mundo debe llevar
a Jesús a los hombres. Es por este motivo, porque lleva a Jesús, que la Iglesia encuentra
la oposición de un feroz adversario, representado en la visión apocalíptica por un
“un enorme Dragón rojo”. Este dragón ha buscado inútilmente devorar a Jesús – el
hijo varón que debía regir a todas las naciones”, inútilmente porque Jesús, con su
muerte y resurrección, fue elevado hasta Dios y hasta su trono. Por este motivo el
dragón, derrotado de una vez por todas en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer
– la Iglesia – en el desierto del mundo. Pero en cada época la Iglesia es sostenida
por la luz y por la fuerza de Dios, que la nutre en el desierto con el pan de su Palabra
y de la santa Eucaristía. Y así en cada tribulación a través de todas las pruebas
que encuentra en el curso de los tiempos y en las diversas partes del mundo, la Iglesia
sufre persecuciones, pero resulta vencedora. Y de este modo la Comunidad cristiana
es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio
y del egoísmo.
Fue tras estas palabras que el Sucesor de Pedro explicó
que la única insidia de la cual la Iglesia puede y debe tener temor es el pecado de
sus miembros, recordándonos que -en efecto- María es Inmaculada, libre de toda mancha
de pecado, y que la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo marcada por nuestros pecados.
Un pensamiento particular el Papa lo dirigió para recordar la difícil situación que
actualmente vive Italia, pero también en Europa y otros países del mundo (Audio)
Por esto
el Pueblo de Dios, peregrino en el tiempo se dirige a su Madre celeste y le pide su
ayuda; la pide para que Ella acompañe el camino de fe, para que aliente el compromiso
de vida cristiana y para que lo apoye en la esperanza. Lo necesitamos, sobre todo
en este momento tan difícil para Italia, para Europa, para varias partes del mundo.
Que María nos ayude a ver que hay una luz más allá de la capa de niebla que parece
envolver la realidad. Por esto también nosotros, especialmente en esta celebración,
no cesamos de pedir con filial confianza su auxilio: “Oh María concebida sin pecado
ruega por nosotros que recurrimos a Ti”. Ora pro nobis, intercede pro nobis ad Dominum
Iesum Christum!
(PLJR – RV)
TEXTO DEL DISCURSO DE BENEDICTO XVI
EN EL MARCO DEL ACTO DE VENERACIÓN A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, EN PLAZA DE ESPAÑA:
Queridos
hermanos y hermanas:
La gran fiesta de María Inmaculada nos invita cada año
a encontrarnos aquí, en una de las plazas más bellas de Roma, para rendir homenaje
a Ella, a la Madre de Cristo y Madre nuestra. Con afecto saludo a todos ustedes aquí
presentes, como también a cuantos están unidos a nosotros a través de la radio y la
televisión. Y les agradezco por su coral participación en este, mi acto de oración.
En la sumidad de la columna que hoy coronamos, María aparece representada
por una estatua que en parte evoca el pasaje del Apocalipsis apenas proclamado: “Y
apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo
sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza” (Ap 12,1). ¿Cuál es el significado
de esta imagen? Ella representa al mismo tiempo a la Santísima Virgen y a la Iglesia.
Antes
que nada la “mujer” del Apocalipsis es María misma. Ella aparece “vestida de sol”,
es decir vestida de Dios: la Virgen María en efecto está completamente circundada
por la luz de Dios y vive en Dios. Este símbolo de la túnica luminosa claramente expresa
una condición que alude a todo el ser de María: Ella es la “llena de gracia”, plena
del amor de Dios. Y “Dios es luz”, dice también san Juan (1 Jn 1,5). Es por eso que
la “llena de gracia”, la Inmaculada” refleja con toda su persona la luz del “sol”
que es Dios.
Esta mujer tiene bajo sus pies la luna, símbolo de la muerte
y de la mortalidad. María, en efecto, está completamente asociada a la victoria de
Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y sobre la muerte; está libre de toda sombra
de muerte y totalmente llena de vida. Porque la muerte ya no tiene poder sobre Jesús
resucitado (cfr Rm 6,9), así, por una gracia y un privilegio singular de Dios Omnipotente,
María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Esto se manifiesta en los dos grandes
misterios de su existencia: al inicio, al haber sido concebida sin pecado original,
que es el misterio que celebramos hoy; y, al fin, al haber sido elevada en alma y
cuerpo al Cielo, en la gloria de Dios. Pero también toda su vida terrena ha sido una
victoria sobre la muerte, porque la ha gastado por entero al servicio de Dios, en
la oblación total de sí a Él y al prójimo. Por esto María es en sí misma un himno
a la vida: es la creatura en la que ha quedada cumplida la palabra de Cristo “yo
he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
En
la visión del Apocalipsis hay otro particular: sobre la cabeza de la mujer vestida
de sol hay “una corona de doce estrellas”. Este signo representa las doce tribus de
Israel y significa que la Virgen María está al centro del Pueblo de Dios, de toda
la comunión de los santos. Y así ésta imagen de la corona de doce estrellas nos introduce
a la segunda gran interpretación del signo celeste de la “mujer vestida de sol”: además
de representar a la Santísima Virgen, este signo representa a la Iglesia, la comunidad
cristiana de todos los tiempos. Ella está encinta, en el sentido de que lleva en su
seno a Cristo y lo debe hacer nacer al mundo: ese es el parto de la Iglesia peregrina
sobre la tierra, que en medio a las consolaciones de Dios y a las persecuciones del
mundo debe llevar a Jesús a los hombres.
Es por este motivo, porque lleva
a Jesús, que la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario, representado
en la visión apocalíptica por un “un enorme Dragón rojo” (Ap 12,3). Este dragón ha
buscado inútilmente devorar a Jesús – el hijo varón que debía regir a todas las naciones”
(12,5) –inútilmente porque Jesús, con su muerte y resurrección, fue elevado hasta
Dios y hasta su trono. Por este motivo el dragón, derrotado de una vez por todas en
el cielo, dirige sus ataques contra la mujer – la Iglesia – en el desierto del mundo.
Pero en cada época la Iglesia es sostenida por la luz y por la fuerza de Dios, que
la nutre en el desierto con el pan de su Palabra y de la santa Eucaristía. Y así en
cada tribulación a través de todas las pruebas que encuentra en el curso de los tiempos
y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecuciones, pero resulta vencedora.
Y de este modo la Comunidad cristiana es la presencia, la garantía del amor de Dios
contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.
La única insidia de
la cual la Iglesia puede y debe tener temor es el pecado de sus miembros mientras
en efecto María es Inmaculada, libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa,
pero al mismo tiempo marcada por nuestros pecados. Por esto el Pueblo de Dios, peregrino
en el tiempo se dirige a su Madre celeste y le pide su ayuda; la pide para que Ella
acompañe el camino de fe, para que aliente el compromiso de vida cristiana y para
que lo apoye en la esperanza. Lo necesitamos, sobre todo en este momento tan difícil
para Italia, para Europa, para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver
que hay una luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad. Por
esto también nosotros, especialmente en esta celebración, no cesamos de pedir con
filial confianza su auxilio: “Oh María concebida sin pecado ruega por nosotros que
recurrimos a Ti”. Ora pro nobis, intercede pro nobis ad Dominum Iesum Christum!