Miércoles, 7 dic (RV).- Esta mañana en el Aula Pablo VI del Vaticano Benedicto XVI
celebró su tradicional Audiencia General. El reconocimiento y el asentimiento al
proyecto de Dios, al centro de las reflexiones del Papa en su catequesis de hoy, recordando
el sí de María en la Anunciación. Escuchemos la catequesis y los saludos del Santo
Padre en nuestro idioma: (Audio) Texto completo
de la catequesis Queridos hermanos y hermanas, los evangelistas Mateo y Lucas (cfr
Mt 11,25-30 e Lc 10, 21-22) nos han dejado una "joya" de la oración de Jesús, que
a menudo viene llamado Himno de la alegría o Himno de júbilo mesiánico. Se trata de
una oración de gratitud y alabanza, como hemos escuchado. En el original griego de
los Evangelios el verbo con el que comienza este himno, y que expresa la actitud de
Jesús, al Padre dirigirse al Padre, es exomologoumai, a menudo traducido como "rindo
alabanza" (Mt 11,25 e Lc 10,21). Pero en los escritos del Nuevo Testamento este
verbo indica principalmente dos cosas: la primera es “reconocer en profundidad” -
por ejemplo, Juan el Bautista preguntaba reconocer profundamente los propios pecados
a los que acudían a él para ser bautizados (cf. Mt 3,6) -; y la segunda es "encontrarse
de acuerdo." Por lo tanto, la expresión con la que Jesús inicia su oración contiene
su reconocimiento completamente, plenamente, la acción de Dios Padre, y a la vez,
su ser total, consciente y gozoso acuerdo con esta forma de actuar, con el proyecto
del Padre. El himno de la alegría es la culminación de un camino de oración en la
que emerge claramente la profunda e íntima comunión con la vida de Jesús, con la vida
del Padre en el Espíritu Santo y se manifiesta su filiación divina.
Jesús se
dirige a Dios llamándolo “Padre”. Este término expresa la conciencia y la certeza
de Jesús de ser “el Hijo”, en íntima y constante comunión con Él, y este es el punto
central y la fuente de toda oración de Jesús. Lo vemos claramente en la última parte
del Himno, que ilumina todo el texto. “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie
conoce quien es el Hijo sino el Padre; ni quien es el Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar”. (Lc 10, 22).
Jesús por tanto afirma que
solo “el Hijo” conoce verdaderamente al Padre. Todo conocimiento entre personas -lo
experimentamos todos en nuestras relaciones humanas- comporta una implicación, algún
vínculo interno entre el conocedor y lo conocido, en más o menos profundidad. No se
puede conocer sin la comunión del ser.
En el Himno de júbilo, como en toda
su oración, Jesús muestra que el verdadero conocimiento de Dios presupone la comunión
con Él. Sólo estando en comunión con el otro empiezo a conocer a Dios, solo si tengo
contacto verdadero, si estoy en comunión, puedo también conocer, y por tanto, el verdadero
conocimiento está reservado al Hijo Unigénito, que está desde siempre en el seno del
Padre (cfr Gv 1,18), en perfecta unidad con Él. Sólo Él conoce, al estar en comunión
íntima del ser verdaderamente Dios, y por lo tanto, solo Él puede revelar quien es
Dios.
El nombre “Padre” viene seguido de un segundo título “Señor del cielo
y de la tierra”. Jesús, con esta expresión, recapitula la fe en la creación y hace
resonar las primeras palabras de las Sagradas Escrituras: “Al principio creó Dios
el cielo y la tierra” (Gen 1,1).
Rezando, Él recuerda la gran narración bíblica
de la historia del amor de Dios por el hombre, que comienza con el acto de la creación.
Jesús se inserta en esta historia de amor, Él es la cumbre y es el cumplimiento. En
su experiencia de oración, la Sagrada Escritura se ilumina y revive en su más completa
plenitud: anuncio del misterio de Dios y respuesta del hombre transformado. Pero a
través de la expresión "Señor del cielo y de la tierra", también reconocemos a Jesús
como el revelador del Padre, se abre para el hombre la posibilidad de acceder a Dios.
Pongámonos ahora la pregunta: ¿a quién quiere, el Hijo, revelar los misterios
de Dios? Al comienzo del Himno, Jesús expresa su alegría porque la voluntad del Padre
es la de tener escondidas estas cosas a los hombres cultos y potentes y revelarlas
a los “pequeños” (cfr Lc 10,21). En esta expresión de su oración, Jesús manifiesta
su comunión con esta decisión del Padre que abre sus misterios a quien tiene el corazón
simple: la voluntad del Hijo es una cosa sola con la del Padre. La revelación divina
no sigue la lógica terrena, por la cual son los hombres cultos y potentes los que
poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más simple, a los
pequeños. Dios usa otro estilo: los destinatarios de su comunicación son precisamente
“los pequeños”.
Esta es la voluntad del Padre, y el Hijo la comparte con alegría.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: Su sobresalto “¡Sí Padre!” expresa la
profundidad de su corazón, su adhesión al beneplácito del Padre, como un eco al “Fiat”
de su Madre en el momento de su concepción y como preludio de lo que dirá al Padre
durante su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta amorosa adhesión de su corazón
de hombre “al misterio de la…voluntad” del Padre (Ef 1,9)» (2603). De ahí deriva la
invocación que dirigimos a Dios en el Padre nuestro: “hágase tu voluntad así en el
cielo como en la tierra”: junto con Cristo y en Cristo, también nosotros pedimos entrar
en sintonía con la voluntad del Padre, convirtiéndonos en sus hijos también nosotros.
Jesús, por tanto, en este Himno de júbilo expresa la voluntad de implicar en su conocimiento
filial de Dios a todos aquellos que el Padre quiere hacer partícipes; y los que acogen
este don son los “pequeños”.
¿Pero qué significa “ser pequeños”, sencillos?
¿Cuál es la pequeñez que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a acoger
su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud profunda de nuestra oración? Tomemos el sermón
de la Montaña donde Jesús afirma: “Felices los que tienen el corazón puro, porque
verán a Dios” (Mt 5,8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro
de Dios en Jesucristo; es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción
de quien se encierra en sí mismo pensando que no necesita a alguien, ni a Dios.
Es
también interesante subrayar la ocasión en la que Jesús prorrumpe en este Himno al
Padre. En la narración evangélica de Mateo es la alegría porque, a pesar de oposiciones
y rechazos, hay “pequeños” que acogen su palabra y se abren al don de la fe en Él.
De hecho, el himno de júbilo está precedido por el contraste entre el elogio de Juan
el Bautista, uno de los “pequeños” que han reconocido la acción de Dios en Jesucristo
en contraste con Juan Bautista (Mt 11, 2-19), y la recriminación por la incredulidad
de las ciudades del lago “donde había realizado más milagros” (Mt 11, 20-24). Por
lo tanto, la alegría es vista por Mateo en relación a las palabras con las que Jesús
constata la eficacia de su palabra y su acción: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes
oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados
y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!» (Mt 11, 4-6).
También
San Lucas presenta un Himno de alegría en conexión con un momento de desarrollo del
anuncio del Evangelio. Jesús envió a los “setenta y dos discípulos” (Lc 10,1) y ellos
partieron atemorizados ente el posible fracaso de su misión. También Lucas subraya
el rechazo encontrado en las ciudades en las que el Señor había predicado y había
realizado sus prodigios. Pero los setenta y dos discípulos regresan llenos de alegría
porque su misión había sido un éxito; ellos constataron que con la potencia de la
palabra de Jesús se vencen los males del hombre. Y Jesús comparte su satisfacción:
“en esta misma hora”, en aquel momento Él exultó de alegría.
Hoy todavía dos
elementos que querría subrayar. El evangelista Lucas introduce la oración con la anotación:
“Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo” (Lc 10,21). Jesús se alegra
íntimamente, en lo más profundo de su ser: la comunión única de conocimiento y de
amor con el Padre, la plenitud del Espíritu Santo. Implicándonos en su filialidad,
Jesús nos invita también a nosotros a abrirnos a la luz del Espíritu Santo, porque
– como afirma el apóstol Pablo – “(Nosotros) no sabemos orar como es debido; pero
es Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables... de acuerdo con la voluntad
divina” (Rm 8, 26-27) y nos revela el amor del padre. En el Evangelio de Mateo, después
del Himno de Alegría, encontramos uno de los llamamientos más intensos de Jesús: “Vengan
a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Jesús
pide que se vaya a Él que es la verdadera sabiduría, a Él que es “paciente y humilde
de corazón”; propone “su yugo”, el camino de la sabiduría del Evangelio que no es
una doctrina que aprender o una propuesta ética, sino una Persona que seguir: Él mismo,
el Hijo unigénito en perfecta comunión con el Padre.
Queridos hermanos y hermanos,
hemos disfrutado por un momento de la riqueza de esta oración de Jesús. También nosotros,
con el don del Espíritu Santo, podemos dirigirnos a Dios, en la oración, con confianza
de hijos, invocándolo con el nombre de Padre, “Abbá”. Pero tenemos que tener un corazón
de “pequeños”, un “alma de pobres” (Mt 5,3), para reconocer que no somos autosuficientes,
que no podemos construir nuestra vida solos, sino que necesitamos a Dios, necesitamos
encontrarle, escucharle, hablarle. La oración nos introduce a recibir el don de Dios,
su sabiduría, que es Jesús mismo, para cumplir la voluntad del Padre en nuestra vida
y así encontrar alivio en la fatiga de nuestro camino.
Texto catequesis
del Papa en español y saludos a los fieles (07.12.11) “Queridos hermanos y hermanas: Los
evangelistas Mateo y Lucas nos han trasmitido una oración de Jesús que expresa la
profundidad de su comunión con el Padre. El versículo “Te doy gracias”, con el que
la misma comienza, traduce una palabra griega que significa, a la vez, reconocimiento
y asentimiento al proyecto de Dios, que desde el inicio de la creación ha querido
otorgarnos su amor. Por eso nos ha enviado a su Hijo, el único que conoce al Padre,
para hacernos partícipes de su filiación. Si nos hacemos pequeños, entrando en la
lógica divina, podremos pronunciar con Jesús nuestro “Sí” a ese plan de Dios, como
hizo María en la Anunciación. El Señor se llenó de alegría en el Espíritu al hacer
esta oración; también nosotros, llenos del Espíritu Santo, podemos proclamar “¡Abba,
Padre!”, y en la oración del Padrenuestro pedir que se haga su voluntad, en el cielo
como en la tierra, sabiendo que en ella, en seguir a Cristo y acoger su yugo, está
nuestro consuelo. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular,
a la delegación del Gobierno autónomo de Navarra y a la Escolanía de la Catedral de
Palencia, así como a los otros grupos provenientes de España, México y otros países
latinoamericanos. Invito a todos a orar buscando la comunión con Cristo, al que conocemos
y amamos como fruto del Espíritu recibido, sintiendo que en su intimidad está ya nuestra
alegría. Dios os bendiga. Muchas gracias”.
Al saludar a los fieles de lengua
italiana, el Papa dirigió su pensamiento afectuoso a los jóvenes, enfermos y recién
casados y les dijo: “La solemnidad de la Inmaculada, que mañana celebramos, nos recuerda
la singular adhesión de María al proyecto salvífico de Dios. Preservada de toda sombra
de pecado para ser morada santa del Verbo encarnado, Ella siempre se confió plenamente
al Señor".
“Queridos jóvenes, esfuércense por imitarla con corazón puro y
limpio, dejándose plasmar por Dios que también en ustedes trata de hacer grandes cosas.
Queridos enfermos, con el auxilio de María confíense siempre al Señor, Él conoce su
sufrimiento y, uniéndolo a los suyos, los ofrece por la salvación del mundo. A ustedes
queridos recién casados, que quieren edificar su propia morada sobre la gracia de
Dios, hagan de su propia casa, imitando aquella de Nazaret, un hogar de amor y de
piedad”.
Polaco: En sus saludos en diversos idiomas, al dirigirse a
los peregrinos provenientes de Polonia les recordó que la liturgia de Adviento nos
exhorta a la vigilancia y a la oración. "Cristo nos enseña cómo debemos orar. Sabe
que sin la asistencia del Espíritu Santo no somos capaces de orar como se debe y por
ello cuando Lo recibimos colma nuestros corazones “conociendo el deseo del Espíritu
e intercede por nosotros, de acuerdo con la voluntad divina”. Junto con Cristo oramos
siempre al Padre con fe viva y valor filial".
Italiano: Al saludar
a los fieles de lengua italiana, el Papa dirigió su pensamiento afectuoso a los jóvenes,
enfermos y recién casados y les dijo: “La solemnidad de la Inmaculada, que mañana
celebramos, nos recuerda la singular adhesión de María al proyecto salvífico de Dios.
Preservada de toda sombra de pecado para ser morada santa del Verbo encarnado, Ella
siempre se confió plenamente al Señor. “Queridos jóvenes, esfuércense por imitarla
con corazón puro y limpio, dejándose plasmar por Dios que también en ustedes trata
de hacer grandes cosas. Queridos enfermos, con el auxilio de María confíense siempre
al Señor, Él conoce su sufrimiento y, uniéndolo a los suyos, los ofrece por la salvación
del mundo. A ustedes queridos recién casados, que quieren edificar su propia morada
sobre la gracia de Dios, hagan de su propia casa, imitando aquella de Nazaret, un
hogar de amor y de piedad”. (PLJR) El único que conoce al Padre: Audiencia General