Miércoles, 7 dic. (RV).- El Señor nos pide que lo acojamos y lo amemos, nunca se olvida
de nosotros. Benedicto XVI encendió esta tarde las luces del árbol de Navidad más
grande del mundo, acto que estuvo acompañado por fuegos artificiales que manifestaban
la alegría del momento. En vídeo conexión desde el Palacio Apostólico gracias a un
tablet. Desde el Vaticano, el Papa hizo que se iluminara este multicolor - «signo
universal de paz y fraternidad entre los pueblos» - que se encuentra en la localidad
italiana de Gubbio. La fecha de hoy, elegida para esta cita luminosa, se debe a que
es la vigilia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, compatrona de esta misma
localidad junto con san Ubaldo.
Antes de este acto tan sugestivo, el Santo
Padre pronunció unas palabras de saludo y gratitud por haber sido invitado a encender
la iluminación de un árbol navideño tan especial, así como una ‘triple’ felicitación.
Reflexionando sobre el lugar donde se encuentra, en las faldas del Monte Ingino, en
cuya cumbre está situada la Basílica del Patrono de Gubbio, san Ubaldo, y haciendo
hincapié en que, al mirarlo, nuestra mirada se eleva «hacia el Cielo, hacia el mundo
de Dios», Benedicto XVI fue explicando sus tres parabienes:
«El primero
es que nuestra mirada, la de la mente y la del corazón, no se quede sólo en el horizonte
de este mundo nuestro, en las cosas materiales, sino que sea algo así como este árbol,
que sepa tender hacia lo alto. Que sepa dirigirse hacia Dios ¡Él no nos olvida nunca
y nos pide que nosotros tampoco nos olvidemos de Él!»
Con el Evangelio, que
nos dice que en la «noche de la Santa Navidad una luz envolvió a los pastores (xfr
Lc 2,9-11), anunciándoles una gran alegría: el nacimiento de Jesús, de Aquel que vino
a traer la luz, aún más de Aquel que es la luz verdadera, que ilumina a cada hombre
(cfr Jn 1,9), y destacando que el árbol que iba a encender domina toda la ciudad de
Gubbio, «iluminando con su luz la oscuridad de la noche», el Papa explicó su segundo
parabién
«Es que este
árbol recuerde que también nosotros tenemos necesidad de una luz que ilumine el camino
de nuestra vida y nos dé esperanza. En especial, en este tiempo nuestro en que sentimos
de forma particular el peso de las dificultades, de los problemas y de los sufrimientos
y un velo de tinieblas parece envolvernos. Pero ¿qué luz es capaz de iluminar verdaderamente
nuestro corazón y de donarnos una esperanza firme y segura? Es, precisamente, la del
Niño que contemplamos en la Santa Navidad, en una simple y pobre gruta, porque es
el Señor el que se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente
en nuestra vida. Pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que percibamos
que está presente, nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda».
Y deseando que
la luz del Señor ilumine a todos, antes de impartir su Bendición, Benedicto XVI presentó
su tercer parabién:
«Que cada uno
de nosotros sepa llevar un poco de luz a los ambientes en que vive: su familia, su
trabajo, su barrio, a los países y ciudades. Que cada uno sea una luz para el que
está a su lado; que salga del egoísmo que a menudo cierra el corazón y lleva a ensimismarse;
que brinde un poco de atención al prójimo, un poco de amor. Cada pequeño gesto de
bondad es como una luz de este gran árbol: junto con otras luces es capaz de iluminar
la oscuridad de la noche, aun la más oscura».
Gracias a un sistema de alta
tecnología telemática, el Papa dio el mando para iluminar este árbol al tocar la pantalla
de un “tablet” Sony con sistema operativo Android, que, a través de Internet comunicaba
con un servidor web, conectado al sistema que suministra la corriente eléctrica al
abeto. Este sugestivo árbol navideño cubre una superficie que roza los 130.000 metros
cuadrados; 300 luces verdes forman su silueta y se ilumina con 400 luces multicolores;
está rematado por una cometa de 250 puntos luminosos con una superficie de 1.000 metros
cuadrados.
Por medio de una conexión en vídeo del Centro Televisivo Vaticano
(CTV), se pudo ver al Santo Padre en Gubbio. Además, el acto fue transmitido por diversas
televisiones nacionales e internacionales. Desde 1981, un grupo de voluntarios coloca
el árbol en la ladera del monte Ingino a cuyos pies está situada Gubbio. El abeto
se extiende, sobre una base de 450 metros, a lo largo de 750 metros por las faldas
del monte partiendo de las murallas de la ciudad medieval, hasta llegar a la basílica
de su patrón, San Ubaldo, en la cima de la montaña. El árbol se enciende todos los
años, el 7 de diciembre, durante una fiesta tradicional en la que participan representantes
del mundo de la cultura, las instituciones, las ciencias y el espectáculo.