Miércoles, 30 nov (RV).- Miércoles, 30 nov (RV).- El Santo Padre Benedicto XVI celebró
esta mañana a las 10,30 su tradicional audiencia general, en el Aula Pablo VI del
Vaticano, ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países.
A modo de introducción de esta audiencia general del Santo Padre se leyó la
cita tomada del Evangelio según San Lucas:
En su catequesis
el Papa se refirió a la íntima relación de Jesús con el Padre mediante la oración
en su vida con la imagen del “canal secreto” que irriga toda su vida siguiendo el
proyecto del amor del Padre. Escuchemos el resumen de este tema que Benedicto XVI
leyó en nuestro idioma:
Queridos hermanos
y hermanas: Después de haber reflexionado sobre algunos ejemplos de oración
en el Antiguo Testamento, quiero hoy hablar sobre la oración en la vida de Jesús.
Ésta, como un canal secreto, irriga su vida, su existencia, sus relaciones, sus gestos
y lo guía según el proyecto del amor del Padre. Jesús solía orar habitual e íntimamente.
Su enseñanza sobre la oración proviene del modo de orar aprendido en familia y de
la experiencia vivida allí, pero sobre todo de su convicción profunda y esencial de
ser el Hijo de Dios, y de su relación única con el Padre. A ejemplo de Jesús, estamos
llamados a renovar nuestra decisión personal para abrirnos a la voluntad del Señor,
suplicando la fuerza de conformar nuestra voluntad a la suya, en obediencia a su proyecto
de amor sobre cada uno de nosotros. Contemplando la oración de Jesús, surge la pregunta:
¿Cómo oramos? ¿Cuánto tiempo dedicamos a la relación con Dios? ¿Se educa y se forma
suficiente a la oración? La oración es un don y es obra de Dios, pero exige empeño
y continuidad.
En sus saludos en diversas lenguas el Pontífice dirigió
unas palabras a los peregrinos polacos a quienes, en el inicio del Adviento, animó
a la oración y a preparar los corazones, a través de las obras de misericordia hacia
los hermanos para el encuentro con el Señor que viene, y manifestó su cercanía espiritual
a las religiosas maestras de la Congregación de las Elisabetianas.
También
saludó de corazón en su idioma a las religiosas croatas de la Congregación de las
Hijas de la Divina Caridad, acompañadas por el Cardenal Vinko Puljić. Y les deseó
que su peregrinación sea una ocasión para dar gracias por la reciente beatificación,
en Sarajevo, de las cinco hermanas que sufrieron el martirio durante la segunda Guerra
mundial. “Mientras estamos agradecidos por su testimonio –dijo–, oremos a Dios para
que nos dé el valor y la perseverancia en nuestro servicio”.
El Santo Padre
dio asimismo su bienvenida a los fieles procedentes de Eslovaquia, especialmente a
los de la Parroquia de Modra. “En este tiempo de gracia del Adviento –les dijo– pidamos
al Espíritu Santo que nos transforme en testigos del amor de Dios y en portadores
de paz”.
Por último, al dar su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua
italiana, Benedicto XVI saludó de modo particular a los representantes de la “Federación
Italiana de Panificadores y Reposteros”, a quienes les expresó su vivo reconocimiento
por el obsequio de los típicos dulces navideños milaneses que serán destinados a las
obras de caridad del Papa. También saludó a los voluntarios de la “Cruz Roja de la
región de Puglia, a quienes exhortó a proseguir en su actividad a favor de los hermanos
más necesitados; y agradeció a los miembros de la delegación del ayuntamiento de Cervia
por su tradicional don de un producto típico de su tierra.
Dirigiendo, en fin,
un pensamiento afectuoso a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes en esta
audiencia, el Obispo de Roma invitó a los jóvenes a redescubrir, en el clima espiritual
del Adviento, la intimidad con Cristo, en la escuela de la Virgen María. Recomendó
a los enfermos que transcurran este período de espera y de oración más intensa ofreciendo
al Señor que viene sus sufrimientos por la salvación del mundo. Y exhortó a los recién
casados a ser constructores de familias cristianas auténticas, inspirándose en el
modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, a la que dirigimos nuestra mirada de modo
particular en este tiempo de preparación a la Navidad.
Al saludar a los numerosos
fieles y peregrinos procedentes de América Latina y de España, Su Santidad les dijo:
Saludo a los
peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
Argentina, Bolivia, Chile, Guatemala, México y otros países latinoamericanos. Invito
a todos a una relación intensa con Dios, cultivando una oración constante, llena de
confianza, capaz de iluminar la vida, para así comunicar a todos la alegría del encuentro
con el Señor. Muchas gracias. (MFB – RV).
Traducción del texto completo:
Queridos
hermanos y hermanas:
en las últimas catequesis reflexionamos sobre algunos
ejemplos de oración en el Antiguo Testamento, hoy quisiera empezar a ‘mirar’ a Jesús,
a su oración, que atraviesa toda su vida como un canal secreto que irriga su existencia,
sus relaciones, sus gestos y que lo guía, con progresiva firmeza, hacia el don total
de sí mismo, según el proyecto de amor de Dios Padre. Jesús es también el maestro
de nuestra oración, aún más Él es nuestro apoyo activo y fraterno cada vez que nos
dirigimos al Padre. En verdad, como sintetiza un título del Compendio del Catecismo
de la Iglesia Católica, "la oración es plenamente revelada y realizada en Jesús" (541-547).
A Él es a quien queremos contemplar en nuestras próximas catequesis.
Un momento
particularmente significativo de este camino suyo es la oración que sigue el bautismo
al que se somete en el río Jordán. El Evangelista Lucas señala que Jesús, después
de haber recibido, junto con todo el pueblo, el bautismo de manos de Juan el Bautista,
entra en una oración personalísima y prolongada. El Evangelista escribe: " Todo el
pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando,
se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él” (Lc 3,21-22). Y justo este
"estar en oración" - en diálogo con el Padre - ilumina la acción que cumplió junto
con muchos de su pueblo, que acudieron de prisa a la orilla del Jordán. Orando, Él
da a este gesto de su bautismo un rasgo exclusivo y personal.
El Bautista había
hecho un fuerte llamado a vivir realmente como "hijos de Abraham", convirtiéndose
al bien y produciendo en sus vidas frutos dignos de este cambio (cf. Lc 3:7-9). Y
un gran número de israelitas se había puesto en marcha, como recuerda el evangelista
Marcos, que escribe: “Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían
a él – a Juan - , y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados”.
(Mc 1,5). El Bautista traía algo realmente nuevo: el someterse al bautismo debía marcar
un cambio determinante, dejando una conducta ligada al pecado para comenzar una nueva
vida. Incluso Jesús acoge esta invitación, entra en la multitud gris de los pecadores,
que están esperando en la orilla del Jordán.
Pero, así como los primeros cristianos,
también nosotros nos preguntamos: ¿por qué Jesús se sometió voluntariamente a este
bautismo de penitencia y conversión? No tiene pecados que confesar, pues no tenía
pecados – y por lo tanto no necesitaba convertirse. ¿Por qué entonces este gesto?
El evangelista Mateo narra el asombro de Juan el Bautista, que afirma: " Soy yo el
que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!”
" (Mt 3,14) y la respuesta de Jesús: " Ahora déjame hacer esto, porque conviene que
así cumplamos todo lo que es justo "(v. 15). El sentido de la palabra "justicia" en
el mundo bíblico, es aceptar plenamente la voluntad de Dios, Jesús muestra su proximidad
a esa parte de su pueblo, que siguiendo al Bautista, reconoce insuficiente el simple
considerarse hijos de Abraham y que quiere cumplir la voluntad de Dios, quiere comprometerse
de forma que su propia conducta sea una respuesta fiel a la alianza ofrecida por Dios
en Abraham. Entonces, descendiendo en el río Jordán, Jesús, sin pecado, hace visible
su solidaridad con aquellos que reconocen sus pecados, eligen arrepentirse y cambiar
vida; hace comprender que ser parte del pueblo de Dios significa entrar en una perspectiva
de vida nueva, de una vida según Dios.
En este acto, Jesús anticipa la cruz,
comienza su actividad tomando el lugar de los pecadores, asumiendo sobre sus hombros
el peso de la culpa de toda la humanidad, cumpliendo la voluntad del Padre. Recogiéndose
en oración, Jesús muestra su íntima relación con el Padre que está en los Cielos,
experimenta su paternidad, percibe la belleza exigente de su amor, y en su coloquio
con el Padre, recibe la confirmación de su misión.
En las palabras que resuenan
desde los cielos (cf. Lc 3:22), hay una anticipación del misterio pascual, de la cruz
y de la resurrección. La voz divina lo define "mi Hijo, el Amado," recordando a Isaac,
el hijo tan amado que su padre, Abraham, estaba dispuesto a sacrificar, de acuerdo
con el mandato de Dios (cf. Gn 22:1-14). Jesús no sólo es el Hijo de David descendiente
mesiánico real, o el Siervo del que Dios se complace, sino que también es el Hijo
unigénito, el amado, al igual que Isaac, que Dios Padre dona por la salvación del
mundo. En el momento en que, a través de la oración, Jesús vive en profundidad su
experiencia de su propia filiación y de la paternidad de Dios (cf. Lc 3,22 b), se
deduce que es el Espíritu Santo (cf. Lc 3,22) el que lo guía en su misión y que es
el mismo Espíritu Santo el que Él derramará después de haber sido elevado en la cruz
(cf. Jn 1,32-34; 7:37-39), para que ilumine la obra de la Iglesia. En la oración,
Jesús vive un continuo contacto con el Padre para cumplir plenamente el proyecto de
amor para los hombres.
En el trasfondo de esta oración extraordinaria está
la vida entera de Jesús, vivida en una familia profundamente arraigada en la tradición
religiosa del pueblo de Israel. Lo muestran las referencias que encontramos en los
evangelios: la circuncisión (cf. Lc 2,21) y su presentación en el Templo (cf. Lc 2:22-24),
así como su educación y su formación en Nazaret, en la santa casa ( 2,39 a 40 2,51
a 52 y Lc.) Se trata de "unos treinta años" (Lc 3,23), un largo período de vida oculta
y de trabajo, aunque también con experiencia de participación en los momentos de expresión
religiosa comunitaria, como la peregrinación a Jerusalén (cf. Lc 2,41). Narrándonos
el episodio de Jesús, cuando tenía doce años, en el templo, sentado entre los maestros
(cf. Lc 2,42-52), el Evangelista Lucas deja entrever cómo Jesús - orando después de
su bautismo en el Jordán – tiene ya una larga costumbre de oración íntima con Dios
Padre, enraizada en las tradiciones, en el estilo de su familia y en las experiencias
decisivas vividas en esta familia. La respuesta de cuando tenía doce años a María
y José ya indica esa filiación divina, que la voz celestial manifiesta después del
bautismo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que yo debo ocuparme de las cosas de
mi Padre? "(Lucas 2,49). Al salir de las aguas del Jordán, Jesús no inaugura su oración,
sino que continúa su relación constante y habitual con el Padre y es en esta unión
íntima con Él que cumple el pasaje de la vida oculta de Nazaret a su ministerio público.
Las
enseñanzas de Jesús sobre la oración, vienen, sin lugar a duda, del modo de rezar
que adquirió en la familia, pero tienen su origen profundo y esencial en su ser el
Hijo de Dios, en su relación única con Dios Padre. El Compendio del Catecismo de
la Iglesia Católica respondiendo a la pregunta ¿De quién, Jesús ha aprendido a rezar?
“Jesús, según su corazón de hombre, ha aprendido a rezar de su Madre y de la tradición
judía. Pero su oración mana de un manantial más secreto, porque es el Hijo eterno
de Dios que, en su santa humanidad, dirige a su Padre la oración filial perfecta”.
En
la narración evangélica, las ambientaciones de la oración de Jesús se colocan siempre
en el cruce entre la inserción en la tradición de su pueblo y la novedad de una relación
personal única con Dios. «El lugar desierto» (cfr Mc 1,35; Lc 5,16) en el, cual a
menudo se retira, «el monte» al que sube a rezar (cfr Lc 6,12; 9,28), «la noche» que
le permite la soledad (cfr Mc 1,35; 6,46-47; Lc 6,12) rememoran momentos del camino
de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, mostrando la continuidad de su
plan de salvación. Al mismo tiempo, marcan los momentos de particular importancia
para Jesús, que, a sabiendas, es parte de este plan, totalmente fiel a la voluntad
del Padre.
También en nuestra oración debemos aprender a entrar, cada vez
más, en esta historia de salvación, en la que Jesús es la cumbre, renovar ante Dios
nuestra decisión personal de abrirnos a su voluntad, pedirle a Él la fuerza para conformar
nuestra voluntad a la suya en toda nuestra vida, en obediencia a su proyecto de amor
para nosotros.
La oración de Jesús toca todas las fases de su ministerio y
todas sus jornadas. Las fatigas no la detienen. Los evangelios, de hecho, ponen de
manifiesto la costumbre de Jesús de pasar las noches rezando. El evangelista Marcos
relata una de estas noches, tras la intensa jornada de la multiplicación de los panes.
Y escribe: “Enseguida apremió a los discípulos que subieran a la barca y se le adelantaran
hacia la orilla de Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Y después de despedirse
de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche la barca estaba en mitad del
mar y Jesús, solo, en tierra "(Mc 6,45-47). Cuando las decisiones se hacen urgentes
y complejas, su oración se vuelve más prolongada e intensa. Ante la inminencia de
la elección de los Doce Apóstoles, por ejemplo, Lucas hace hincapié en la duración
de la nocturna oración preparatoria de Jesús: “En aquellos días, Jesús salió al monte
a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos,
escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles” (Lc 6,12-13).
Observando la oración de Jesús, debiera surgir en nosotros una pregunta: ¿Cómo
rezamos nosotros? ¿Cuánto tiempo dedico a la relación con Dios? Existe hoy una suficiente
educación y una formación a la oración? ¿Y quién puede ser maestro de oración? En
la Exhortación Apostólica Verbum Domini, he hablado de la importancia de la lectura
orante de la Sagrada Escritura. Recogiendo las conclusiones de la Asamblea del Sínodo
de los Obispos, he puesto un énfasis especial en la forma específica de la lectio
divina. Escuchar, meditar, estar en silencio ante el Señor que habla es un arte, que
se aprende practicándolo con perseverancia. Ciertamente la oración es un don que requiere,
sin embargo, ser aceptado. Es obra de Dios, pero requiere también un compromiso por
nuestra parte, sobre todo la continuidad y la constancia, son importantes.
Precisamente
la experiencia ejemplar de Jesús muestra que su oración, animada por la paternidad
de Dios y por la comunión del Espíritu, ha profundizado en un ejercicio largo y fiel,
hasta el Huerto de los Olivos y la Cruz. Hoy los cristianos son llamados a ser testigos
de la oración, precisamente porque nuestro mundo a menudo se cierra al horizonte divino
y a la esperanza que lleva al encuentro con Dios. En la amistad profunda con Jesús
y viviendo en Él y con Él la relación filial con el Padre, a través de nuestra oración
fiel y constante, podemos abrir las ventanas hacia el cielo de Dios. Es más, recorriendo
el camino de la oración, independientemente de lo humano, podemos ayudar a otros a
seguirlo. También para la oración cristiana es verdad que el camino se hace al andar.
Queridos
hermanos y hermanas, eduquémonos a una intensa relación con Dios, a una oración que
no sea intermitente, sino constante, llena de confianza, capaz de iluminar nuestra
vida, como Jesús nos enseña. Y pidámosle a Él poder comunicar a las personas que
tenemos cerca, a las que encontramos en nuestro camino, el gozo del encuentro con
el Señor, la luz para la existencia.
(Traducción del italianod e Eduardo
Rubió y de Cecilia de Malak)