Sábado, 19 nov (RV).- Después de haber celebrado la Santa Misa en privado en la Capilla
de la Nunciatura Apostólica a las 8,45 de la mañana, Benedicto XVI se ha trasladado
al Palacio Presidencial de Cotonou donde ha sido acogido por el Presidente de la República
Thomas Boni Yayi, para acto seguido visitar la denominada Sala del Pueblo donde están
reunidos los miembros del Gobierno, los exponentes de las Instituciones del Estado,
el Cuerpo Diplomático y los representantes de las principales Religiones presentes
en Benín.
En el curso de este encuentro iniciado a las 9 de la mañana hora
local, y tras el discurso del Presidente República y el saludo de un representante
de las Instituciones, Benedicto XVI ha dirigido un discurso basado en dos aspectos
importantes de África en la actualidad. El primero se refiere a la vida sociopolítica
y económica del continente en general; el segundo al diálogo interreligioso y el buen
entendimiento entre las culturas.
Un momento central en este encuentro ha sido
el llamamiento a los líderes políticos y económicos de los países africanos y del
resto del mundo para que no priven a sus pueblos de la esperanza.
Benedicto
XVI ha destacado que referirse a África como continente de la esperanza no es hacer
retórica fácil sino la expresión de una certeza personal, que es también la de la
Iglesia. Muy frecuentemente –ha destacado- nuestro espíritu se detiene en prejuicios
o en imágenes que dan de la realidad africana una visión negativa fruto de un análisis
pesimista, tratando de subrayar aquello que no funciona, o más aún, asumir un tono
perentorio del moralizador o del experto que impone sus conclusiones y propone pocas
soluciones apropiadas.
En su discurso Benedicto XVI se detiene para subrayar
que muchos están tentados por analizar las realidades africanas a la manera de un
etnólogo curioso o como quien no ve más que una enorme reserva energética, mineral,
agrícola y humana de fácil explotación por intereses muchas veces poco nobles, añadiendo
que estas visiones reductivas e irrespetuosas llevan a una materialización poco dignificante
de África y de sus habitantes.
Escuchemos algunos momentos de este encuentro
del Papa con el mundo político y diplomático de África, celebrado en el Palacio de
Gobierno en Cotonou.
Soy consciente
de que las palabras no tienen el mismo significado en todas partes. Pero el término
esperanza varía poco según las culturas. Hace algunos años dediqué una Carta encíclica
a la esperanza cristiana. Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto,
de Dios. El futuro enlaza con el pasado y el presente. El pasado lo conocemos bien:
lamentamos sus errores y reconocemos sus logros positivos. El presente, lo vivimos
como podemos. Lo mejor, lo espero aún y con la ayuda de Dios. En este terreno, compuesto
de múltiples elementos contradictorios y complementarios, es donde se trata de construir
con la ayuda de Dios.
Benedicto XVI ha recordado que en los últimos meses
muchos han expresado su deseo de libertad, pero también su necesidad de seguridad
material y de vivir en armonía en la diferencia de etnias y religión, observando
que ha nacido incluso un nuevo Estado en África donde también ha habido muchos conflictos
provocados por la ceguera del hombre, por sus ansias de poder y por intereses político-económicos
que ignoran la dignidad de la persona o de la naturaleza:
La persona humana
aspira a la libertad, quiere vivir dignamente; desea buenas escuelas y alimentación
para los niños, hospitales dignos para cuidar a los enfermos; quiere ser respetada
y reivindica un gobierno límpido que no confunda el interés privado con el interés
general; y, sobre todo, desea la paz y la justicia. En estos momentos hay demasiados
escándalos e injusticias, demasiada corrupción y codicia, demasiado desprecio y mentira,
excesiva violencia que lleva a la miseria y a la muerte. Estos males afligen ciertamente
vuestro continente, pero también al resto del mundo. Toda nación quiere entender las
decisiones políticas y económicas que se toman en su nombre. Se da cuenta de la manipulación,
y la revancha es a veces violenta. Desea participar en el buen gobierno. Sabemos que
ningún régimen político humano es perfecto, y que ninguna decisión económica es neutral.
Pero siempre deben servir al bien común. Por tanto, estamos ante una reivindicación
legítima, que afecta a todos los países, de una mayor dignidad y, sobre todo, de más
humanidad. El hombre quiere que su humanidad sea respetada y promovida. Los responsables
políticos y económicos de los países se encuentran ante decisiones determinantes y
opciones que no pueden eludir.
El Santo Padre lanzó en su discurso un llamamiento
a todos los líderes políticos y económicos de los países africanos y del resto del
mundo. “No priven a sus pueblos de la esperanza. No amputen su porvenir mutilando
su presente. Escuchemos:
Desde esta tribuna,
hago un llamamiento a todos los líderes políticos y económicos de los países africanos
y del resto del mundo. No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis
su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades
y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará
entender que, siendo los promotores del futuro de vuestros pueblos, es necesario que
seáis verdaderos servidores de la esperanza. No es fácil vivir en la condición de
servidor, de mantenerse íntegro entre las corrientes de opinión y los intereses poderosos.
El poder, de cualquier tipo que sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en
juego intereses privados, familiares, étnicos o religiosos. Sólo Dios purifica los
corazones y las intenciones.
Benedicto XVI recordó en este sentido que
la Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas. “Ella repite:
No tengan miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está
presente. Y este es un mensaje de esperanza, una esperanza que genera energía, que
estimula la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo”. Tras recordar que
un antiguo arzobispo de Toulouse, el cardenal Saliège, decía: «Esperar no es abandonar;
es redoblar la actividad» el Papa añadió que la Iglesia acompaña al Estado en su misión;
quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial.
El
segundo aspecto importante de África en la Actualidad, puesto de relieve por el Santo
Padre esta mañana se refiere al diálogo interreligioso
Quisiera abordar
ahora el segundo punto, el del diálogo interreligioso. No parece necesario recordar
los recientes conflictos provocados en nombre de Dios, y las muertes causadas en nombre
de Aquel que es la vida. Toda persona sensata comprende la necesidad de promover la
cooperación serena y respetuosa entre las diferentes culturas y religiones. El auténtico
diálogo interreligioso rechaza la verdad humanamente egocéntrica, porque la sola y
única verdad está en Dios. Dios es la Verdad. Por tanto, ninguna religión, ninguna
cultura puede justificar que se invoque o se recurra a la intolerancia o a la violencia.
La agresividad es una forma de relación bastante arcaica, que se remite a instintos
fáciles y poco nobles. Utilizar las palabras reveladas, las Sagradas Escrituras o
el nombre de Dios para justificar nuestros intereses, nuestras políticas tan fácilmente
complacientes o nuestras violencias, es un delito muy grave.
Tras afirmar:
“Sólo puedo conocer al otro si me conozco a mí mismo. Sólo lo puedo amar si me amo
a mí mismo el Papa explicó que el conocimiento, la profundización y la práctica de
la propia religión es esencial para un verdadero diálogo. El diálogo sólo puede comenzar
con la oración personal sincera de quien quiere dialogar…
Tras reconocer que
no obstante los esfuerzos que se han hecho, sabemos también que a veces el diálogo
interreligioso no es fácil, o incluso inviable por diversas razones el Santo Padre
aseguró que esto no significa un fracaso. Las formas de diálogo interreligioso son
múltiples. La cooperación en el ámbito social o cultural pueden ayudar a las personas
a comprenderse mejor a sí mismas y a vivir juntos con serenidad y añadió que es bueno
saber que no se dialoga por debilidad, sino porque se cree en Dios. El diálogo es
una forma más de amar a Dios y al prójimo sin renunciar a lo que se es.
Estas consideraciones
generales se aplican de manera particular a África. En vuestro continente, hay numerosas
familias cuyos miembros profesan creencias diferentes, pero siguen permaneciendo unidas.
Esta unidad no se debe sólo a la cultura, sino que está cimentada en el afecto fraterno.
Hay naturalmente a veces fracasos, pero también muchos éxitos. En este ámbito concreto,
África puede ofrecer a todos materia de reflexión y ser así una fuente de esperanza.
El
buen entendimiento entre las culturas, la consideración la consideración no altiva
de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital.
Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un
fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es
ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa
esperar a llegar, en un segundo momento, a amar, aseguró Benedicto XVI quien además
evocó la realidad africana citando el ejemplo de la mano: “Esta compuesta por cinco
dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad
forma la mano”.
Escuchemos la última parte de la homilía del Papa pronunciada
esta mañana ante las autoridades gubernamentales, el cuerpo diplomático y representantes
de las principales religiones, en la Sede del Palacio Presidencial de Cotonou:
Según la Sagrada
Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el casco,
que le protege del desaliento, el ancla segura y firme, que fija en Dios , y la lámpara,
que le permite esperar el alba de un nuevo día. Tener miedo, dudar y temer, acomodarse
en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas
a la fe cristiana y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive
el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene
también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo
la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales
y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor,
deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios. Estos son los votos
que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate.
El Señor te llama! Que Dios os bendiga. Gracias. (PJR-RV)
Texto
completo
Encuentro con los miembros del Gobierno, Representantes
de las Instituciones de la República el Cuerpo diplomático y Representantes
de las principales religiones.
Cotonou, Palacio presidencial 19.XI.2011
Señor
Presidente de la República, Distinguidas autoridades civiles, políticas
y religiosas, Damas y caballeros Jefes de Misiones Diplomáticas, Queridos
hermanos en el Episcopado, Señoras y Señores, queridos amigos,
Doo
noumi! [saludo solemne en fon]
Señor Presidente, habéis querido ofrecerme
la ocasión de este encuentro ante una prestigiosa asamblea de personalidades. Es un
privilegio que aprecio, al mismo tiempo que agradezco de todo corazón las amables
palabras que me ha dirigido en nombre de todo el pueblo de Benin. Deseo dar las gracias
también la Señora representante de los Cuerpos Constituidos por sus palabras de bienvenida.
Y expreso mis mejores deseos para todas las personalidades presentes, que son responsables
de primer orden de la vida nacional en Benin, cada uno en su respectivo ámbito. En mis intervenciones anteriores, he unido frecuentemente la palabra África
a la de esperanza. Lo hice hace dos años en Luanda, en un contexto sinodal. Por otro
lado, la palabra esperanza se encuentra muchas veces en la Exhortación apostólica
postsinodal Africae munus que luego firmaré. Cuando digo que África es el continente
de la esperanza, no hago retórica fácil, sino expreso simplemente una convicción personal,
que es también de la Iglesia. Con demasiada frecuencia nuestra mente se queda en prejuicios
o imágenes que dan una visión negativa de la realidad africana, fruto de un análisis
pesimista. Es siempre tentador señalar lo que está mal; más aún, es fácil adoptar
el tono del moralista o del experto, que impone sus conclusiones y propone, a fin
de cuentas, pocas soluciones adecuadas. Existe también la tentación de analizar la
realidad africana de manera parecida a la de un antropólogo curioso, o como alguien
que no ve en ella más que una enorme reserva de energía, minerales, productos agrícolas
y recursos humanos fáciles de explotar para intereses a menudo escasamente nobles.
Estas son visiones reduccionistas e irrespetuosas, que llevan a una cosificación nada
correcta para África y sus gentes.
Soy consciente de que las palabras
no tienen el mismo significado en todas partes. Pero el término esperanza varía poco
según las culturas. Hace algunos años dediqué una Carta encíclica a la esperanza cristiana.
Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto, de Dios. El futuro enlaza
con el pasado y el presente. El pasado lo conocemos bien: lamentamos sus errores y
reconocemos sus logros positivos. El presente, lo vivimos como podemos. Lo mejor,
lo espero aún y con la ayuda de Dios. En este terreno, compuesto de múltiples elementos
contradictorios y complementarios, es donde se trata de construir con la ayuda de
Dios.
Queridos amigos, quisiera leer a la luz de esta esperanza que
nos debe animar, dos aspectos importantes de África en la actualidad. El primero se
refiere a la vida sociopolítica y económica del continente en general; el segundo
al diálogo interreligioso. Estos aspectos son interesantes porque nuestro siglo parece
haber nacido con el dolor y la dificultad de hacer crecer la esperanza en estos ámbitos
específicos.
En los últimos meses, muchos han expresado su deseo de
libertad, su necesidad de seguridad material y su deseo de vivir en armonía en la
diferencia de etnias y religión. Ha nacido incluso un nuevo Estado en vuestro continente.
También ha habido muchos conflictos provocados por la ceguera del hombre, por sus
ansias de poder y por intereses político-económicos que ignoran la dignidad de la
persona o de la naturaleza. La persona humana aspira a la libertad, quiere vivir dignamente;
desea buenas escuelas y alimentación para los niños, hospitales dignos para cuidar
a los enfermos; quiere ser respetada y reivindica un gobierno límpido que no confunda
el interés privado con el interés general; y, sobre todo, desea la paz y la justicia.
En estos momentos hay demasiados escándalos e injusticias, demasiada corrupción y
codicia, demasiado desprecio y mentira, excesiva violencia que lleva a la miseria
y a la muerte. Estos males afligen ciertamente vuestro continente, pero también al
resto del mundo. Toda nación quiere entender las decisiones políticas y económicas
que se toman en su nombre. Se da cuenta de la manipulación, y la revancha es a veces
violenta. Desea participar en el buen gobierno. Sabemos que ningún régimen político
humano es perfecto, y que ninguna decisión económica es neutral. Pero siempre deben
servir al bien común. Por tanto, estamos ante una reivindicación legítima, que afecta
a todos los países, de una mayor dignidad y, sobre todo, de más humanidad. El hombre
quiere que su humanidad sea respetada y promovida. Los responsables políticos y económicos
de los países se encuentran ante decisiones determinantes y opciones que no pueden
eludir.
Desde esta tribuna, hago un llamamiento a todos los líderes
políticos y económicos de los países africanos y del resto del mundo. No privéis a
vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened
un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad
a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará entender que, siendo los promotores
del futuro de vuestros pueblos, es necesario que seáis verdaderos servidores de la
esperanza. No es fácil vivir en la condición de servidor, de mantenerse íntegro entre
las corrientes de opinión y los intereses poderosos. El poder, de cualquier tipo que
sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en juego intereses privados, familiares,
étnicos o religiosos. Sólo Dios purifica los corazones y las intenciones.
La
Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas. Ella repite: No
tengáis miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente.
Y este es un mensaje de esperanza, una esperanza que genera energía, que estimula
la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo. Un antiguo arzobispo de Toulouse,
el cardenal Saliège, decía: «Esperar no es abandonar; es redoblar la actividad». La
Iglesia acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando
incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor
esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente
(cf. Lc 18,1), que muestra dónde está Dios (cf. Mt 6,21) y dónde está el verdadero
hombre (cf. Mt 20,26; Jn 19,5). Desesperar es individualismo. La esperanza es comunión.
¿No es este un camino espléndido que se nos propone? Invito a emprenderlo a todos
los responsables políticos, económicos, así como del mundo académico y de la cultura.
Sed también vosotros sembradores de esperanza.
Quisiera abordar ahora
el segundo punto, el del diálogo interreligioso. No parece necesario recordar los
recientes conflictos provocados en nombre de Dios, y las muertes causadas en nombre
de Aquel que es la vida. Toda persona sensata comprende la necesidad de promover la
cooperación serena y respetuosa entre las diferentes culturas y religiones. El auténtico
diálogo interreligioso rechaza la verdad humanamente egocéntrica, porque la sola y
única verdad está en Dios. Dios es la Verdad. Por tanto, ninguna religión, ninguna
cultura puede justificar que se invoque o se recurra a la intolerancia o a la violencia.
La agresividad es una forma de relación bastante arcaica, que se remite a instintos
fáciles y poco nobles. Utilizar las palabras reveladas, las Sagradas Escrituras o
el nombre de Dios para justificar nuestros intereses, nuestras políticas tan fácilmente
complacientes o nuestras violencias, es un delito muy grave.
Sólo puedo
conocer al otro si me conozco a mí mismo. Sólo lo puedo amar si me amo a mí mismo
(cf. Mt 22,39). Por tanto, el conocimiento, la profundización y la práctica de su
propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con
la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto
de su habitación interior (cf. Mt 6,6) para pedir a Dios la purificación de sus motivos
y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don
de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que
él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra Aetate, 2).
Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta
verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido
conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca.
No
obstante los esfuerzos que se han hecho, sabemos también que a veces el diálogo interreligioso
no es fácil, o incluso inviable por diversas razones. Esto no significa un fracaso.
Las formas de diálogo interreligioso son múltiples. La cooperación en el ámbito social
o cultural pueden ayudar a las personas a comprenderse mejor a sí mismas y a vivir
juntos con serenidad. También es bueno saber que no se dialoga por debilidad, sino
que dialogamos porque creemos en Dios, creador y padre de todos los hombres. El diálogo
es una forma más de amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37) en el amor de la verdad.
Tener
esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en Dios, Señor del tiempo y
Señor también de nuestro futuro. La Iglesia Católica pone así en práctica una de las
intuiciones del Concilio Vaticano II, la promoción de las relaciones amistosas entre
ella y los miembros de religiones no cristianas. Durante décadas, el Consejo Pontificio
que lo gestiona establece lazos, multiplica las reuniones y publica regularmente documentos,
con el fin de favorecer ese diálogo. La Iglesia trata de reparar la confusión de lenguas
y la dispersión de los corazones nacida del pecado de Babel (cf. Gn 11). Saludo a
todos los líderes religiosos que han tenido la amabilidad de venir aquí para encontrarme.
Deseo asegurarles, así como a los de otros países africanos, que el diálogo ofrecido
por la Iglesia Católica nace del corazón. Les animo a promover, especialmente entre
los jóvenes, una pedagogía del diálogo, de modo que descubran que la conciencia de
cada uno es un santuario que se ha de respetar, y que la dimensión espiritual construye
la hermandad. La verdadera fe lleva invariablemente al amor. Y en este espíritu os
invito a todos a la esperanza.
Estas consideraciones generales se aplican
de manera particular a África. En vuestro continente, hay numerosas familias cuyos
miembros profesan creencias diferentes, pero siguen permaneciendo unidas. Esta unidad
no se debe sólo a la cultura, sino que está cimentada en el afecto fraterno. Hay naturalmente
a veces fracasos, pero también muchos éxitos. En este ámbito concreto, África puede
ofrecer a todos materia de reflexión y ser así una fuente de esperanza.
Por
último, quisiera utilizar la imagen de la mano. Esta compuesta por cinco dedos muy
diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma
la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos
hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de
enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso,
la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen
terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar
a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano
tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para
que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto
con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo.
Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón
recela.
Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen
la esperanza para el cristiano: el casco, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts
5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19 ), y la lámpara, que
le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y
temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar,
son actitudes ajenas a la fe cristiana (cf. S. Juan Crisóstomo, Homilía XIV sobre
la Carta a los Romanos, 6: PG 45, 941C) y también, creo yo, a cualquier otra creencia
en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro
presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento
del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de
las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos
de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas
en Dios (cf. 1 P 1,21). Estos son los votos que formulo para toda África, que me es
tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama! Que Dios os bendiga.
Gracias.