Jueves, 17 nov (RV).- ¿Quién duda que el
mundo y la vida de cada uno es una batalla dramática? Se experimenta en las heridas
de la carne y el alma, que a diario está en juego la vida, la justicia, la felicidad.
Aunque algunos intenten taparse los ojos o se evadan con diversos narcóticos, la guerra
cruel entre el egoísmo y el amor es patente en la multitud de niños, ancianos, jóvenes
y adultos sin techo, sin pan, sin escuela, sin derechos, que trabajan para asesinos
sin escrúpulos parapetados en multinacionales con cartel de beneficencia. De cualquier
modo, siempre al final la muerte. Por eso tantos se sienten vencidos ya desde el inicio.
Pero
también desde el inicio los escritos sagrados presentan la figura del rey que va delante
de su ejército y lo guía a la victoria en el combate, junto a la imagen del sacerdote
que alcanza con su ofrenda la bendición de Dios; el perdón, y por tanto la oportunidad
de una vida nueva en el Amor.
De estas realidades habló el sucesor de Pedro
en su Catequesis del 16 de noviembre, afirmando a partir de los escritos sagrados,
que es Jesús el verdadero Rey que viene de Dios, y el Sumo Sacerdote eterno, que vence
con el servicio y el don de sí, las potencias del mal y la muerte. “Sí, en el mundo
hay mucho mal- afirmó el Papa-, hay una batalla permanente entre el bien y el mal,
y el mal parece ser más fuerte. ¡No! Más fuerte es el Señor, nuestro verdadero Rey
y Sacerdote, Cristo, porque lucha con el poder de Dios y a pesar de todas las cosas
que nos hacen dudar sobre el éxito positivo de la historia, vence Cristo y vence el
bien, gana el amor, no el odio".
Con la imagen de Cristo soberano; Rey de Amor
victorioso, termina el ciclo litúrgico. Iniciamos con el próximo ciclo, la preparación
del nacimiento del Rey y Sumo Sacerdote eterno. jesuita Guillermo Ortiz – RV
Jueves,
17 nov (RV).- En efecto, durante la audiencia general de ayer, Benedicto XVI impartió
su última catequesis del ciclo dedicado a los Salmos. Y, de hecho, se centró en el
110, "un salmo que citó el mismo Jesús, y que los autores del Nuevo Testamento retoman
y leen ampliamente refiriéndolo al Mesías.
Es un salmo muy amado en la Iglesia
antigua y por los creyentes de todos los tiempos –dijo el Papa– que celebra "al Mesías
victorioso, glorificado a la derecha de Dios".
Quisiera hoy
terminar mi catequesis sobre la oración del Salterio, meditando uno de los más famosos
“salmos reales”, un salmo que Jesús mismo ha citado y que los autores del Nuevo Testamento
han retomado y leído en referencia al Mesías, a Cristo. Se trata del salmo 110 según
la tradición hebrea y 109 según la grecolatina; un Salmo real "un Salmo muy amado
por la Iglesia antigua y por los creyentes de todo tiempo. Esta oración, se enlazaba
quizá inicialmente con la entronización de un rey davídico; sin embargo su sentido
va más allá de la específica contingencia del hecho histórico, abriéndose a dimensiones
más amplias y llegando a ser, de este modo, celebración del Mesías victorioso, glorificado
a la derecha de Dios".
El Papa observó asimismo que este oráculo divino
sobre el Rey parece afirmar una generación divina llena de esplendor y de misterio,
un origen secreto e imperscrutable, ligado a la belleza arcana de la aurora y a la
maravilla del rocío, que en la luz de la madrugada brilla sobre los campos y los hace
fecundos.
Se delinea
así -ligada indisolublemente a la realidad celestial- la figura del rey, que viene
realmente de Dios, del Mesías que trae la vida divina al pueblo y que es mediador
de santidad y de salvación. También aquí vemos que no es cubierto esto por la figura
de un rey davídico, sino del Señor que viene realmente de Dios, es la luz que trae
la vida divina al mundo. Con esta imagen sugestiva y enigmática termina la primera
estrofa del Salmo, a la que le sigue otro oráculo, que abre una perspectiva nueva,
en la línea de una dimensión sacerdotal relacionada con la realeza. Reza el versículo
4: El Señor lo ha jurado y no se retractará: «Tú eres sacerdote para siempre, a la
manera de Melquisedec».
También explicó que en la figura de Melquisedec
convergen el poder real y el sacerdotal, y son proclamados por el Señor, en una declaración
que promete eternidad: el rey celebrado por el Salmo será sacerdote para siempre,
mediador de la presencia divina en medio de su pueblo, a través de la bendición que
viene de Dios y que, en la acción litúrgica, se encuentra con la respuesta bendecidora
del hombre.
En el Señor
Jesús resucitado y ascendido al cielo, donde se sienta a la derecha del Padre, se
pone en acto la profecía de nuestro Salmo y el sacerdocio de Melquisedec se lleva
a cumplimiento, porque se hizo absoluto y eterno, se convierte en una realidad que
no conoce ocaso (cfr 7,24). Y la ofrenda de pan y del vino, hecha por Melquisedec
en tiempos de Abraham, encuentra su cumplimiento en el gesto eucarístico de Jesús,
que en el pan y el vino se ofrece así mismo y, vencida la muerte, conduce a la vida
a todos los creyentes. Sacerdote perenne, «santo, inocente, sin mancha» (7,26), él,
como dice aún la Carta a los Hebreos, «puede salvar definitivamente a los que se acercan
a Dios por medio de él; pues vive siempre para interceder a favor de ellos» (7,25).
(MFB – RV).