Con el servicio y el don de sí, vence las potencias del mundo
Miércoles, 16 nov (RV).- “Mirar a Cristo para comprender el sentido de la verdadera
realeza, vivida en el servicio y en el don de sí” es la invitación del famoso Salmo
real 110, a dicho el Papa Benedicto, en la síntesis de su Catequesis a los peregrinos
de lengua española, en el Aula Pablo VI. Benedicto adelantó así la imagen victoriosa
de Jesús que presenta el final del ciclo litúrgico, en la Fiesta del domingo de Jesucristo
Rey del universo. Al hablar de la “verdadera realeza, vivida en el servicio y el don
sí”, el Papa ubica la soberanía de Cristo, no en el marco de los poderes temporales
-en los que la democracia delega el poder legislativo, ejecutivo y judicial en diversas
personas-, sino en la del Reino de Dios; del Amor invicto con el que Cristo vence
“las potencias del mundo”. Dado que “en el misterio del pan y del vino, dona la
remisión de los pecados y la reconciliación con Dios”, “Jesús es sacerdote verdadero
y definitivo”. Su soberanía sobre el mal y la muerte está íntimamente unida a su condición
de Sumo y Eterno Sacerdote, desde la cual ejerce y actualiza hoy esta soberanía, a
través de los sacramentos. jGO-RV
Audio del Papa:
Queridos
hermanos y hermanas: Dedicamos la última catequesis sobre la oración del
Salterio al salmo 110, uno de los más famosos salmos sobre la realeza. La tradición
de la Iglesia, siguiendo el uso y la interpretación que de él hizo el Nuevo Testamento,
lo ha considerado siempre como uno de los textos mesiánicos más significativos. El
rey que canta el Salmista es Cristo, el Mesías que instaura el Reino de Dios y vence
a las potencias del mundo. Él es el verdadero rey que con su resurrección ha entrado
en la gloria y está sentado a la derecha del Padre. Él es también el verdadero y definitivo
sacerdote que lleva a su cumplimiento definitivo el sacerdocio de Melquisedec y que,
en el misterio del pan y del vino, dona la remisión de los pecados y la reconciliación
con Dios. Así, este salmo nos invita a mirar a Cristo, su misterio pascual, para comprender
el sentido de la verdadera realeza, vivida en el servicio y en el don de sí. Rezando
con este salmo pedimos al Señor que nos ayude a caminar siguiendo a Cristo, el Rey
Mesías, dispuestos a subir con Él al monte de la cruz para llegar con Él a la gloria. Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la
Diócesis de San Cristóbal, Venezuela, acompañados por su Obispo, Monseñor Mario Moronta,
a las religiosas Hijas de María Inmaculada, así como a los grupos provenientes de
España, México, Chile, Colombia, El Salvador y otros países latinoamericanos. Invito
a todos a enriquecer vuestra relación con Dios con el rezo piadoso de los salmos,
especialmente en la liturgia de las horas. Muchas gracias por vuestra visita. Texto
completo de la Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera
hoy terminar mi catequesis sobre la oración del Salterio, meditando uno de los más
famosos “salmos reales”, un salmo que Jesús mismo ha citado y que los autores del
Nuevo Testamento han retomado y leído en referencia al Mesías, a Cristo. Se trata
del salmo 110 según la tradición hebrea y 109 según la grecolatina; un Salmo real
"un Salmo muy amado por la Iglesia antigua y por los creyentes de todo tiempo. Esta
oración, se enlazaba quizá inicialmente con la entronización de un rey davídico; sin
embargo su sentido va más allá de la específica contingencia del hecho histórico,
abriéndose a dimensiones más amplias y llegando a ser, de este modo, celebración del
Mesías victorioso, glorificado a la derecha de Dios".
El Salmo comienza
con una declaración solemne: Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha,
mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies» (v. 1).
Dios
entroniza al rey en la gloria, haciéndolo sentar a su derecha, signo de grandísimo
honor y de absoluto privilegio. El rey es admitido, de este modo, a participar de
la señoría divina, de la que es mediador ante el pueblo. Esta señoría del rey se concretiza
también en la victoria sobre los adversarios, que el mismo Dios pone a sus pies;
la victoria sobre los enemigos es del Señor, pero el rey participa en ella y su triunfo
se vuelve testimonio y signo del poder divino. La glorificación real, expresada al
comienzo de este Salmo, ha sido asumida por el Nuevo Testamento como profecía mesiánica;
por ello, este versículo es uno de los más usados por los autores neotestamentarios,
como citación explícita, o como alusión. El mismo Jesús menciona este versículo, refiriéndose
al Mesías, para mostrar que el Mesías es más que David, es el Señor de David (cfr
Mt 22,41-45; Mc 12,35-37; Lc 20,41-44) y Petro lo retoma en su discurso en Pentecostés,
anunciando que en la resurrección de Cristo se realiza esta entronización del rey
y que ahora Cristo esta a la derecha del Padre, participa en el Señorío de Dios sobre
el mundo. El Cristo resucitado ha subido al cielo. El Cristo, en efecto es el Señor
entronizado, el Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios, que viene sobre las
nubes del cielo, come Jesús mismo se define durante el proceso ante el Sanedrín (cfr
Mt 26,63-64; Mc 14,61-62; cfr anche Lc 22,66-69). Él es el verdadero rey que con su
resurrección ha entrado en la gloria, a la derecha del Padre (cfr Rom 8,34; Ef 2,5;
Col 3,1; Hebr 8,1; 12,2), hecho superior a los ángeles, sentado en los cielos, por
encima de toda potencia y potestad y con todo adversario a sus pies, hasta que la
última enemiga, la muerte, sea vencida definitivamente por Él (cfr 1 Cor15,24-26;
Ef 1,20-23; Hebr 1,3-4.13; 2,5-8; 10,12-13; 1 Pt 3,22)".
Entre el rey
celebrado por nuestro Salmo y Dios existe una relación inseparable; ambos gobiernan
juntos, de tal forma que el Salmista puede afirmar que es Dios mismo el que extiende
el cetro del soberano, dándole la tarea de dominar a sus enemigos, come reza el versículo
2: «El Señor extenderá el poder de tu cetro: «¡Domina desde Sión, en medio de tus
enemigos!».
El ejercicio del poder es un cargo que el rey recibe directamente
de parte del Señor, una responsabilidad que debe vivir en su dependencia y en su obediencia,
volviéndose así signo, en medio del pueblo, de la presencia poderosa y providente
de Dios. El dominio sobre los enemigos, la gloria y la victoria son dones recibidos,
que hacen del soberano un mediador del triunfo divino sobre el mal; Él domina sobre
los enemigos trasformándolos, los vence con su amor. Por ello, en el versículo siguiente,
se celebra la grandeza del rey. El versículo 3, en realidad presenta algunas dificultades
de interpretación. En el texto original hebraico se hace referencia a la convocación
del ejército, a la que el pueblo responde generosamente, estrechándose alrededor
de su soberano, en el día de su coronación. La traducción griega de los LXX, que
se remonta al III-II siglo ante de Cristo, se refiere, en vez a la filiación divina
del rey, a su nacimiento o generación de parte del Señor. Y ésta es la opción interpretativa
de toda la tradición de la Iglesia, por lo que el versículo dice así: «Tú eres príncipe
desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde
el seno de la aurora».
Este oráculo divino sobre el rey parece afirmar,
por lo tanto, una generación divina llena de esplendor y de misterio, un origen secreto
e imperscrutable, ligado a la belleza arcana de la aurora y a la maravilla del rocío,
que en la luz de la madrugada brilla sobre los campos y los hace fecundos. Se delinea
así - ligada indisolublemente a la realidad celestial - la figura del rey, que viene
realmente de Dios, del Mesías que trae la vida divina al pueblo y que es mediador
de santidad y de salvación. También aquí vemos que no es cubierto esto por la figura
de un rey davídico, sino del Señor que viene realmente de Dios, es la luz que trae
la vida divina al mundo.
Con esta imagen sugestiva y enigmática termina
la primera estrofa del Salmo, a la que le sigue otro oráculo, que abre una perspectiva
nueva, en la línea de una dimensión sacerdotal relacionada con la realeza. Reza el
versículo 4: El Señor lo ha jurado y no se retractará: «Tú eres sacerdote para siempre,
a la manera de Melquisedec».
Melquisedec era el sacerdote rey de Salem,
que había bendecido a Abraham y ofrecido pan y vino, después de la victoriosa campaña
militar, conducida por el patriarca, para salvar a su sobrino Lot, rescatándolo de
las manos de los enemigos que lo habían capturado (cfr Gen 14). En la figura de Melquisedec
convergen el poder real y el sacerdotal, y son proclamados por el Señor, en una declaración
que promete eternidad: el rey celebrado por el Salmo será sacerdote para siempre,
mediador de la presencia divina en medio de su pueblo, trámite de la bendición que
viene de Dios y que, en la acción litúrgica, se encuentra con la respuesta bendecidora
del hombre. La Carta a los Hebreos se refiere explícitamente a este versículo (cfr.
5,5-6.10; 6,19-20) y en él se centra todo el capítulo 7, elaborando su reflexión sobre
el sacerdocio de Cristo. Jesús, así nos dice la carta a los Hebreos, a la luz del
salmo 109, Jesús es el verdadero y definitivo sacerdote, que lleva a su cumplimiento
los rasgos del sacerdocio de Melquisedec, haciéndolos perfectos. De Melquisedec, como
dice la Carta a los Hebreos, «no se menciona ni padre, ni madre, ni antecesores» (7,3a),
era sacerdote, pues, no según las reglas dinásticas del sacerdocio levítico.
Él,
por esto, “permanece sacerdote para siempre» (7,3c), prefiguración de Cristo, sumo
sacerdote perfecto «que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación prescrita
por los hombres, sino con la potencia de una vida indestructible» (7,16). En el Señor
Jesús resucitado y ascendido al cielo, donde se sienta a la derecha del Padre, se
pone en acto la profecía de nuestro Salmo y el sacerdocio de Melquisedec se lleva
a cumplimiento, porque se hizo absoluto y eterno, se convierte en una realidad que
no conoce ocaso (cfr 7,24). Y la ofrenda de pan y del vino, hecha por Melquisedec
en tiempos de Abraham, encuentra su cumplimiento en el gesto eucarístico de Jesús,
que en el pan y el vino se ofrece así mismo y, vencida la muerte, conduce a la vida
a todos los creyentes. Sacerdote perenne, «santo, inocente, sin mancha» (7,26), él,
como dice aún la Carta a los Hebreos, «puede salvar definitivamente a los que se acercan
a Dios por medio de él; pues vive siempre para interceder a favor de ellos» (7,25).
Después
de este oráculo divino del versículo 4, con su solemne juramento -dijo el Papa- la
escena del Salmo cambia y el poeta, hablando directamente al rey, proclama: “«¡El
Señor está a tu derecha!» (v. 5a). Si en el versículo 1 era el rey quien estaba sentado
a la derecha de Dios en signo de sumo prestigio y de honor, ahora es el Señor el que
se coloca a la derecha del soberano para protegerlo con el escudo en la batalla y
salvarlo de cualquier peligro. El rey está a salvo, Dios es su defensor y juntos pueden
luchar y vencer todo mal. Se abren así los versículos finales del Salmo con la visión
del soberano triunfante que, apoyado por el Señor, habiendo recibido de Él poder
y gloria (v. 2), se opone a los enemigos, superando a los adversarios y juzgando a
las naciones. La escena pinta con colores fuertes lo que significa el drama de la
batalla real y la plenitud de la victoria. El soberano, protegido por el Señor, supera
todos los obstáculos y avanza con seguridad hacia la victoria. Nos dice: sí, en el
mundo hay mucho mal, hay una batalla permanente entre el bien y el mal y el mal parece
ser más fuerte. ¡No! Más fuerte es el Señor, nuestro verdadero Rey y Sacerdote, Cristo,
porque lucha con el poder de Dios y a pesar de todas las cosas que nos hacen dudar
sobre el éxito positivo de la historia, vence Cristo y vence el bien, gana el amor,
no el odio". "Es aquí que se inserta la sugestiva imagen con la que concluye
nuestro Salmo, todavía una palabra enigmática: En el camino beberá del torrente, por
eso erguirá su cabeza. (v. 7).
En medio de la descripción de la batalla,
se recorta la figura del rey que, en un momento de tregua y descanso, bebe agua en
un torrente, encontrando en su frescura, nueva fuerza para reanudar su marcha triunfal,
la cabeza en alto, en un signo de definitiva victoria. Es obvio que esta palabra muy
enigmática era un desafío para los Padres de la Iglesia, por las diversas interpretaciones.
De este modo por ejemplo, san Agustín dice: “ este torrente es el ser humano, la humanidad,
y Cristo ha bebido de este torrente haciéndose hombre, y así entrando en la humanidad
ha alzado su cabeza, para ser cabeza del Cuerpo místico y nuestra cabeza.
"Queridos
amigos siguiendo la línea de interpretación del Nuevo Testamento, la tradición de
la Iglesia ha tenido en gran consideración este Salmo como uno de los textos mesiánicos
más significativos. Y de manera eminente, los Padres han hecho continúas referencias
a él en clave cristológica: el rey cantado por el Salmista es Cristo, el Mesías que
instaura el reino de Dios y vence los poderes del mundo, es el Verbo engendrado por
el Padre antes de cualquier criatura, antes que la aurora, el Hijo encarnado muerto
y resucitado y subido al cielo, el sacerdote eterno que, en el misterio del pan y
del vino, ofrece el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, el rey que
levanta la cabeza triunfando sobre la muerte con su resurrección.
Bastaría
recordar un pasaje del comentario de san Agustín sobre este salmo, él escribe: "Era
necesario conocer al Hijo único de Dios, que había de venir entre los hombres, para
asumir al hombre y para convertirse en hombre a través de su naturaleza asumida: él
habría de morir, resucitar, ascender al cielo, sentarse a la diestra del Padre y cumplir
entre las gentes lo que había prometido. Todo esto, por lo tanto, tenía que ser profetizado,
debía ser anunciado, debía ser señalado como destinado a suceder, para que, sucediendo
de repente, no causase miedo, sino que más bien fuera preanunciado y aceptado con
fe y esperanza. En el ámbito de estas promesas tiene que ver este Salmo, que profetiza,
en términos muy seguros y explícitos, a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que nosotros
no podemos dudar que en él sea anunciado Cristo » (Exposiciones sobre los Salmos,
III, Roma, 1976, pp. 951 953).
El acontecimiento pascual de Cristo -ha
afirmado el Santo Padre- se convierte así en realidad a la que el Salmo nos invita
a mirar, mirar a Cristo para comprender el significado de la realeza, viviendo en
el servicio y el don de sí, en un camino de obediencia y de amor llevado "hasta el
extremo" (cf. Jn 13,1 y 19,30). Rezando con este Salmo, pedimos al Señor poder seguir
sus caminos, en el seguimiento de Cristo, el Mesías Rey, dispuestos a subir con Él
en el monte de la cruz para llegar con Él a la gloria, y para contemplarlo sentado
a la diestra del Padre, rey victorioso y sacerdote misericordioso que perdona y salva
a todos los hombres. Y también nosotros, hechos, por la gracia de Dios, "estirpe elegida,
sacerdocio real, nación santa" (cf. 1 P 2,9), podremos beber con gozo en los manantiales
de la salvación (cf. Is 12,3) y proclamar a todo el mundo las maravillas de Aquel
que nos ha "llamado desde las tinieblas hacia su luz maravillosa" (cf. 1 P 2,9).
Queridos
amigos, en estas últimas Catequesis he querido presentarles algunos Salmos, preciosas
oraciones que encontramos en la Biblia y que reflejan distintas situaciones de la
vida y los diversos estados de ánimo que tenemos para con Dios. Quisiera renovar de
nuevo mi invitación a todos para rezar más con los salmos, quizá acostumbrándose a
utilizar la Liturgia de las Horas de la Iglesia, los Laudes por la mañana, las Vísperas
por la tarde, la Completa antes de ir a dormir. Así nuestra relación con Dios se enriquecerá
en el diario caminar hacia Él con más alegría y confianza.
Traducción del
italiano Cecilia de Malak y Eduardo Rubió