El Papa denuncia la especulación alimentaria que impide la liberación del yugo del
hambre
Lunes, 17 oct (RV).- En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2011,
Benedicto XVI reitera que esta celebración anual, es una ocasión para subrayar la
situación de tantos hermanos y hermanas que carecen del pan cotidiano, además de recordar
la fundación de la FAO y su compromiso en favor del desarrollo agrícola para combatir
el hambre y la malnutrición.
«Las imágenes dolorosas de las numerosas víctimas
del hambre en el Cuerno de África han quedado grabadas en nuestros ojos, y cada día
se añade un capítulo más de la que es una de las catástrofes humanitarias más graves
de los últimos decenios», señala el Papa, poniendo de relieve que «ante la muerte
de comunidades enteras a causa del hambre y al abandono forzado de sus tierras de
origen, es esencial la ayuda inmediata, pero se necesita también intervenir a medio
y largo plazo para que la actividad internacional no se limite a responder solamente
a las emergencias».
Ante la situación, cada vez más complicada por la crisis
económica mundial, que golpea duramente sobre todo a los más necesitados, Benedicto
XVI recuerda que los Gobiernos y de la Comunidad internacional deben encontrar opciones
eficaces, «conscientes de que la liberación del yugo del hambre es la primera manifestación
concreta del derecho a la vida que, a pesar de haber sido proclamado solemnemente,
está con frecuencia muy lejos de cumplirse efectivamente».
Con el tema de esta
Jornada: «Precios de los alimentos: de la crisis a la estabilidad», el Papa reitera
la necesidad proporcionar a las personas y comunidades los recursos esenciales, comenzando
por el trabajo agrícola, tan importante para el crecimiento y desarrollo integral.
Teniendo en cuenta que la disponibilidad de alimentos está cada vez más condicionada
por la volatilidad de los precios y los repentinos cambios climáticos y el continuo
abandono de las áreas rurales, con una disminución global de la producción agrícola
y, por tanto, de las reservas alimentarias, Benedicto XVI destaca que «además, parece
que se difunde lamentablemente por doquier la idea de que los alimentos son una mercancía
más y, por tanto, sometidos también a movimientos especulativos».
El futuro
de la familia humana tiene necesidad de un nuevo impulso para superar las fragilidades
e incertezas actuales, escribe Benedicto XVI recordando una vez más que «el sentimiento
de compasión y de humanidad hacia los demás, el deber de la solidaridad y el compromiso
por la justicia, han de volver a ser la base de toda actividad, incluidas las que
lleva a cabo la Comunidad internacional».
Ante la magnitud del drama del hambre,
no basta invitar a la reflexión, analizar los problemas y ni siquiera la disponibilidad
a intervenir, hay que luchar contra el egoísmo y los intereses particulares. Una vez
más, el Papa exhorta a modificar conductas y decisiones, para que «toda persona tenga
acceso a los recursos alimentarios necesarios, y que el sector agrícola disponga de
un nivel de inversiones y recursos capaz de dar estabilidad a la producción y, por
tanto, al mercado».
Citando la Populorum progressio, de Pablo VI, Benedicto
XVI recuerda que «es fácil reducir cualquier consideración a la exigencia de alimentos
por parte de una población en aumento, sabiendo bien que las causas del hambre tienen
otras raíces y que han provocado muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no
se les permite sentarse a la mesa del rico Epulón» (cf. 47).
«Se trata, en
definitiva, de asumir una actitud interior de responsabilidad, capaz de inspirar un
estilo de vida distinto, con la sobriedad necesaria en el comportamiento y el consumo,
para favorecer así el bien de la sociedad. Y que valga también para las generaciones
futuras, por su sostenibilidad, tutela de los bienes de la creación, distribución
de los recursos y, sobre todo, el compromiso concreto por el desarrollo de pueblos
y naciones enteras», indica el Papa, señalando luego que por su parte, los beneficiarios
de la cooperación internacional están llamados a utilizar responsablemente cualquier
aportación solidaria «en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes,
organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas,
capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos,
que se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar» (Caritas in veritate, 27).
Sin
olvidar que es indispensable que las Instituciones internacionales garanticen imparcialidad
y eficacia, respetando plenamente las convicciones más profundas del alma humana y
las aspiraciones de toda persona», Benedicto XVI señala que la FAO puede contribuir
a garantizar una alimentación adecuada para todos, a reforzar los métodos de cultivo
y comercialización y a proteger los derechos fundamentales de los que trabajan la
tierra, sin olvidar nunca los valores más auténticos que se custodian en el mundo
rural y en los que viven en él.
Antes de finalizar su mensaje, el Papa recuerda
que la Iglesia católica se siente cercana a las Instituciones que se comprometen a
garantizar la alimentación. Y que con sus estructuras y agencias de desarrollo, seguirá
acompañándolas activamente en este esfuerzo para que cada pueblo y comunidad disponga
de la seguridad alimentaria necesaria, que ningún compromiso o negociación, por muy
acreditado que sea, podrá asegurar sin una solidaridad real y una fraternidad auténtica».
Mensaje
de Su Santidad Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Alimentación 2011
Al
Señor Jacques Diouf, Director General de la F.A.O.
1. La celebración
anual de la Jornada Mundial de la Alimentación, a la vez que pretende recordar la
fundación de la F.A.O. y su compromiso en favor del desarrollo agrícola para combatir
el hambre y la malnutrición, es también una ocasión para subrayar la situación de
tantos hermanos y hermanas nuestros que carecen del pan cotidiano. Las
imágenes dolorosas de las numerosas víctimas del hambre en el Cuerno de África han
quedado grabadas en nuestros ojos, y cada día se añade un capítulo más de la que es
una de las catástrofes humanitarias más graves de los últimos decenios. Ciertamente,
ante la muerte de comunidades enteras a causa del hambre y al abandono forzado de
sus tierras de origen, es esencial la ayuda inmediata, pero se necesita también intervenir
a medio y largo plazo para que la actividad internacional no se limite a responder
solamente a las emergencias. La situación se ha complicado cada vez más
por la difícil crisis que afecta en el ámbito mundial a diversos sectores de la economía
y que golpea duramente sobre todo a los más necesitados, condicionando a su vez la
producción agrícola y la consiguiente posibilidad de acceso a los alimentos. No obstante,
el esfuerzo de los Gobiernos y de otros componentes de la Comunidad internacional
debe estar orientado hacia opciones eficaces, conscientes de que la liberación del
yugo del hambre es la primera manifestación concreta del derecho a la vida que, a
pesar de haber sido proclamado solemnemente, está con frecuencia muy lejos de cumplirse
efectivamente. 2. El tema elegido para esta Jornada: «Precios de los alimentos:
de la crisis a la estabilidad», invita a reflexionar sobre la importancia de los distintos
factores que pueden proporcionar a las personas y comunidades los recursos esenciales,
comenzando por el trabajo agrícola, que no se ha de considerar como una actividad
secundaria, sino como objetivo de toda estrategia de crecimiento y desarrollo integral.
Esto es todavía más importante si tenemos en cuenta que la disponibilidad de alimentos
está cada vez más condicionada por la volatilidad de los precios y los repentinos
cambios climáticos. Se percibe al mismo tiempo un continuo abandono de las áreas rurales
con una disminución global de la producción agrícola y, por tanto, de las reservas
alimentarias. Además, parece que se difunde lamentablemente por doquier la idea de
que los alimentos son una mercancía más y, por tanto, sometidos también a movimientos
especulativos. No se puede pasar por alto que, no obstante los progresos
alcanzados hasta ahora y las esperanzas fundadas en una economía que respete cada
vez más la dignidad de cada persona, el futuro de la familia humana tiene necesidad
de un nuevo impulso para superar las fragilidades e incertezas actuales. Aunque vivimos
en una dimensión global, hay signos evidentes de la profunda división entre los que
carecen del sustento cotidiano y los que disponen de ingentes recursos, usándolos
a menudo con fines ajenos a la alimentación, e, incluso, destruyéndolos. Se confirma
así que la globalización hace que nos sintamos más cercanos pero no hermanos (cf.
Caritas in veritate, 19). Por eso, hay que redescubrir aquellos valores inscritos
en el corazón de cada persona y que desde siempre han inspirado su acción: el sentimiento
de compasión y de humanidad hacia los demás, el deber de la solidaridad y el compromiso
por la justicia, han de volver a ser la base de toda actividad, incluidas las que
lleva a cabo la Comunidad internacional. 3. Ante la magnitud del drama del
hambre, no basta invitar a la reflexión, analizar los problemas y ni siquiera la disponibilidad
a intervenir. Con demasiada frecuencia, estos factores quedan baldíos porque se reducen
a la esfera de las emociones, sin ser capaces de conmover la conciencia y su búsqueda
de la verdad y el bien. Son frecuentes los intentos de justificar los comportamientos
y omisiones dictados por el egoísmo y por objetivos e intereses particulares. Por
el contrario, el propósito de esta Jornada debería ser el compromiso por modificar
conductas y decisiones que aseguren, hoy mejor que mañana, que toda persona tenga
acceso a los recursos alimentarios necesarios, y que el sector agrícola disponga de
un nivel de inversiones y recursos capaz de dar estabilidad a la producción y, por
tanto, al mercado. Es fácil reducir cualquier consideración a la exigencia de alimentos
por parte de una población en aumento, sabiendo bien que las causas del hambre tienen
otras raíces y que han provocado muchas víctimas entre tantos Lazaros a los que no
se les permite sentarse a la mesa del rico Epulón (cf. Pablo VI, Populorum progressio,
47). Se trata, en definitiva, de asumir una actitud interior de responsabilidad,
capaz de inspirar un estilo de vida distinto, con la sobriedad necesaria en el comportamiento
y el consumo, para favorecer así el bien de la sociedad. Y que valga también para
las generaciones futuras, por su sostenibilidad, tutela de los bienes de la creación,
distribución de los recursos y, sobre todo, el compromiso concreto por el desarrollo
de pueblos y naciones enteras. Por su parte, los beneficiarios de la cooperación internacional
están llamados a utilizar responsablemente cualquier aportación solidaria «en infraestructuras
rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y
difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los
recursos humanos, naturales y socio-económicos, que se puedan obtener preferiblemente
en el propio lugar» (Caritas in veritate, 27). 4. Todo esto se podrá realizar
si las Instituciones internacionales garantizan también su servicio con imparcialidad
y eficacia, pero respetando plenamente las convicciones más profundas del alma humana
y las aspiraciones de toda persona. En esta perspectiva, la F.A.O. puede contribuir
a garantizar una alimentación adecuada para todos, a reforzar los métodos de cultivo
y comercialización y a proteger los derechos fundamentales de los que trabajan la
tierra, sin olvidar nunca los valores más auténticos que se custodian en el mundo
rural y en los que viven en él. La Iglesia católica se siente cercana a
las Instituciones que se comprometen a garantizar la alimentación. Ella, a través
de sus estructuras y agencias de desarrollo, seguirá acompañándolas activamente en
este esfuerzo para que cada pueblo y comunidad disponga de la seguridad alimentaria
necesaria, que ningún compromiso o negociación, por muy acreditado que sea, podrá
asegurar sin una solidaridad real y una fraternidad auténtica. «Lograr
esta meta es tan importante que exige tomarla en consideración para comprenderla a
fondo y movilizarse concretamente con el “corazón”, con el fin de hacer cambiar los
procesos económicos y sociales actuales hacia metas plenamente humanas» (Caritas in
veritate, 20). Con estos sentimientos, le deseo, Señor Director General,
continuar en el compromiso en favor de los más menesterosos que ha caracterizado estos
años de responsabilidad y dedicación, a la vez que invoco sobre la F.A.O., sobre cada
uno de los Estados miembros y sobre todo su personal, abundantes bendiciones del Omnipotente.