Ante todas las cosas terribles que suceden, se cuestiona la omnipotencia de Dios –
reflexiona el Papa en su homilía de la misa en Friburgo, Alemania-, “debemos darnos
cuenta de que Él ejerce su poder de manera distinta a como suelen hacer los hombres.
Él mismo ha puesto un límite a su poder al reconocer la libertad de sus criaturas”.
Frente a esto el Papa hizo un llamado a confiar en Dios “cuyo poder se manifiesta
sobre todo en la misericordia y el perdón”; afirmó que “en los tiempos de peligro
y de cambio radical, Él nos acompaña, su corazón se conmueve por nosotros, se inclina
sobre nosotros”. Y, en esta celebración que culmina el viaje de Benedicto, invitado
por el Estado y el Episcopado Alemán, expresó: “Para que el poder de su misericordia
pueda alcanzar nuestros corazones, es necesario que nos abramos a Él, que estemos
dispuestos a abandonar el mal, a superar la indiferencia y a dar cabida a su Palabra.
Dios respeta nuestra libertad. No nos coacciona. Dios espera y limosnea nuestro sí”.
jGO
Texto completo de la homilía de Benedicto en Friburgo
Queridos
hermanos y hermanas
Me emociona celebrar aquí, una vez más, la Eucaristía,
la Acción de Gracias, con tanta gente llegada de distintas partes de Alemania y de
los países limítrofes. Dirijamos nuestro agradecimiento sobre todo a Dios, en el cual
vivimos y nos movemos. También a todos vosotros por vuestra oración por el Sucesor
de Pedro, para que siga ejerciendo su ministerio con alegría y esperanza confiada,
confirmando a los hermanos en la fe.
“Oh Dios, que manifiestas especialmente
tu poder con el perdón y la misericordia…”, hemos dicho en la oración colecta. En
la primera lectura, hemos escuchado cómo Dios ha manifestado en la historia de Israel
el poder de su misericordia. La experiencia del exilio en Babilonia había hecho caer
al pueblo en una crisis de fe: ¿Por qué sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era
verdaderamente poderoso?
Ante todas las cosas terribles que suceden
hoy en el mundo, hay teólogos que dicen que Dios no puede ser omnipotente. Frente
a esto, profesamos nuestra fe en Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Nos alegramos y agradecemos que Él sea todopoderoso. Pero, al mismo tiempo, debemos
darnos cuenta de que Él ejerce su poder de manera distinta a como suelen hacer los
hombres. Él mismo ha puesto un límite a su poder al reconocer la libertad de sus criaturas.
Estamos alegres y agradecidos por el don de la libertad. Sin embargo, cuando vemos
las cosas tremendas que suceden por su causa, nos asustamos. Confiemos en Dios, cuyo
poder se manifiesta sobre todo en la misericordia y el perdón. Queridos hermanos,
no dudemos de que Dios desea la salvación de su pueblo. Desea nuestra salvación. Siempre,
y sobre todo en los tiempos de peligro y de cambio radical, Él nos acompaña, su corazón
se conmueve por nosotros, se inclina sobre nosotros. Para que el poder de su misericordia
pueda alcanzar nuestros corazones, es necesario que nos abramos a Él, que estemos
dispuestos a abandonar el mal, a superar la indiferencia y a dar cabida a su Palabra.
Dios respeta nuestra libertad. No nos coacciona. Él espera y limosnea nuestro sí.
Jesús
retoma en el Evangelio este tema fundamental de la predicación profética. Narra la
parábola de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en la viña. El primer hijo
responde: “«No quiero». Pero después se arrepintió y fue” (Mt 21, 29). El otro, sin
embargo, dijo al padre: “«Voy, señor». Pero no fue” (Mt 21, 30). A la pregunta de
Jesús, sobre quién de los dos ha hecho la voluntad del padre, los que le escuchaban
responden: “El primero” (Mt 21, 31). El mensaje de la parábola es claro: no cuentan
las palabras, sino las obras, los hechos de conversión y de fe. Jesús dirige este
mensaje a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los que entienden
de religión en el pueblo de Israel. En un primer momento, ellos dicen “sí” a la voluntad
de Dios, pero su religiosidad acaba siendo una rutina, y Dios ya no les inquieta.
Por esto perciben el mensaje de Juan el Bautista y de Jesús como una molestia. Así,
el Señor concluye su parábola con palabras drásticas: “Los publicanos y las prostitutas
van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos
el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas
le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis”
(Mt 21, 31-32). Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar
más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; las
personas que sufren a causa de nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro,
están más cercanos al Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ya solamente ven
en la Iglesia el boato, sin que su corazón quede tocado por la fe.
De
este modo, la palabra de Jesús nos debe hacer reflexionar, es más, nos debe impactar
a todos. Sin embargo, esto no significa en modo alguno que todos los que viven en
la Iglesia y trabajan en ella deban ser considerados alejados de Jesús y del Reino
de Dios. No, absolutamente no. En este momento, más bien debemos dirigir una palabra
de profundo agradecimiento a tantos colaboradores, empleados y voluntarios, sin los
cuales sería impensable la vida en las parroquias y en toda la Iglesia. La Iglesia
en Alemania tiene muchas instituciones sociales y caritativas, en las cuales el amor
por el prójimo se lleva a cabo de una forma socialmente eficaz y que llega a los confines
de la tierra. Quisiera expresar mi gratitud y aprecio a todos aquellos que colaboran
en Caritas alemana o en otras organizaciones, o que generosamente ponen a disposición
su tiempo y sus fuerzas para las tareas de voluntariado en la Iglesia. Este servicio
requiere, ante todo, una competencia objetiva y profesional. Pero en el espíritu de
la enseñanza de Jesús se necesita algo más: un corazón abierto, que se deja conmover
por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio
técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo. Entonces preguntémonos:
¿Cómo es mi relación personal con Dios, en la oración, en la participación a la Misa
dominical, en la profundización de la fe mediante la meditación de la Sagrada Escritura
y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica? Queridos amigos, en último término,
la renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad
a la conversión y una fe renovada.
En el Evangelio de este domingo se
habla de dos hijos, tras los cuales, está de modo misterioso un tercero. El primer
hijo dice no, pero hace lo que se le ordena. El segundo dice sí, pero no cumple la
voluntad del padre. El tercero dice “sí” y hace lo que se le ordena. Este tercer hijo
es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos ha reunido a todos aquí. Jesús,
entrando en el mundo, dijo: “He aquí que vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”
(Hb 10, 7). Este “sí”, no solamente lo pronunció, sino que también lo cumplió. En
el himno cristológico de la segunda lectura se dice: “El cual, siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido
como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte
y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8). En la humildad y la obediencia, Jesús ha cumplido
la voluntad del Padre, ha muerto en la cruz por sus hermanos y hermanas y nos ha redimido
de nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por su sacrificio, doblemos nuestra
rodilla ante su Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera generación:
“Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10).
La vida
cristiana debe medirse continuamente con Cristo: “Tened entre vosotros los sentimientos
propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5), escribe san Pablo en la introducción al himno
cristológico. Algunos versículos antes, había exhortado: “Si queréis darme el consuelo
de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas
compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor
y un mismo sentir” (Flp 2, 1-2). Como Cristo estaba totalmente unido al Padre y le
obedecía, así sus discípulos deben obedecer a Dios y tener entre ellos un mismo sentir.
Queridos amigos, con Pablo me atrevo a exhortaros: Dadme esta gran alegría estando
firmemente unidos a Cristo. La Iglesia en Alemania superará los grandes desafíos del
presente y del futuro y seguirá siendo fermento en la sociedad, si los sacerdotes,
las personas consagradas y los laicos que creen en Cristo, fieles a su vocación especifica,
colaboran juntos; si las parroquias, las comunidades y los movimientos se sostienen
y se enriquecen mutuamente; si los bautizados y confirmados, en comunión con su obispo,
tienen alta la antorcha de una fe inalterada y dejan que ella ilumine sus ricos conocimientos
y capacidades. La Iglesia en Alemania seguirá siendo una bendición para la comunidad
católica mundial, si permanece fielmente unida a los sucesores de San Pedro y de los
Apóstoles, si de diversos modos cuida la colaboración con los países de misión y se
deja también “contagiar” en esto por la alegría en la fe de las iglesias jóvenes.
Pablo
une la llamada a la humildad con la exhortación a la unidad: “No obréis por rivalidad
ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros.
No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás”
(Flp 2, 3-4). La vida cristiana es una pro-existencia: un ser para el otro, un compromiso
humilde para con el prójimo y con el bien común. Queridos fieles, la humildad es una
virtud que hoy no goza de gran estima, pero los discípulos del Señor saben que esta
virtud es, por decirlo así, el aceite que hace fecundos los procesos de diálogo, fácil
la colaboración y cordial la unidad. Humilitas, la palabra latina para “humildad”,
está relacionada con humus, es decir con la adherencia a la tierra, a la realidad.
Las personas humildes tienen los pies en la tierra. Pero, sobre todo, escuchan a Cristo,
la Palabra de Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada uno de sus miembros.
Pidamos
a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino de la fe, de alcanzar la riqueza
de su misericordia y de tener la mirada fija en Cristo, la Palabra que hace nuevas
todas las cosas, que para nosotros es “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14, 6), que es nuestro
futuro. Amén.