El Papa visita Etzelsbach, meta de peregrinación a pesar de “dos dictaduras impías
que han tratado de arrancar a los hombres su fe tradicional”
RV - En este peregrinar por las tierras cristianas de su patria, Benedicto XVI ha
visitado esta tarde una antigua y hermosa capilla dedicada a la Virgen, meta de numerosas
peregrinaciones desde el siglo XVI, construida en el pueblecito de Etzelsbach. Allí,
en un valle tranquilo y bajo viejos tilos, el Santo Padre ha celebrado las Vísperas
marianas.
Crónica de Raúl Cabrera de las Vísperas marianas
“María, -ha
dicho el Pontífice en su alocución- nos da seguridad y fuerzas nuevas. En dos dictaduras
impías que han tratado de arrancar a los hombres su fe tradicional, las gentes de
Eichsfeld estaban convencidas de encontrar en este lugar, una puerta abierta y un
lugar de paz interior. Queremos continuar la amistad especial con María, y ahora también
en la celebración de las Vísperas marianas de hoy.
«Cuando los cristianos
se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por la certeza espontánea
de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta su Madre; y se apoyan
en la confianza inquebrantable de que María es también Madre nuestra; una Madre que
ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se da cuenta de todas nuestras
dificultades y piensa en modo materno cómo superarlas. Cuántas personas han ido en
el transcurso de los siglos en peregrinación a María para encontrar ante la imagen
de la Dolorosa, como aquí en Etzelsbach, consuelo y alivio».
“En la imagen
milagrosa de Etzelbach, -ha explicado el Papa- los corazones de Jesús y de su Madre
se dirigen uno al otro, se acercan el uno al otro. Se intercambian recíprocamente
su amor. En el corazón de María encuentra cabida el amor que su divino Hijo quiere
ofrecer al mundo.
«En el momento de
su sacrificio por la humanidad, Él constituye en cierto modo a María, mediadora del
flujo de gracia que brota de la Cruz. Bajo la Cruz, María se hace compañera y protectora
de los hombres en el camino de su vida. “Con su amor de Madre cuida de los hermanos
de su Hijo, que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen
a la patria feliz (Lumen gentium, 62). Sí, en la vida pasamos por vicisitudes alternas,
pero María intercede por nosotros ante su Hijo y nos comunica la fuerza del amor divino». Con
maternal delicadeza, María -ha terminado diciendo el Papa- quiere hacernos comprender
que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro
Dios.
«“Donde está Dios,
allí hay futuro”. En efecto: donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre
la vida, allí se abre el cielo. Allí, es posible plasmar el presente, de modo que
se ajuste cada vez más a la Buena Noticia de nuestro Señor Jesucristo. Allí, las pequeñas
cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran
su solución. Amén».
DISCURSO COMPLETO Queridos hermanos
y hermanas: Ahora que se cumple mi deseo de visitar Eichsfeld y de dar gracias
con vosotros a la Virgen María en Etzelsbach. “Aquí en el querido valle tranquilo”
–como dice un canto de los peregrinos- y “bajo los viejos tilos”, María nos da seguridad
y nuevas fuerzas. En dos dictaduras impías que han tratado de arrancar a los hombres
su fe tradicional, las gentes de Eichsfeld estaba convencida de encontrar aquí, en
el santuario de Etzelsbach, una puerta abierta y un lugar de paz interior. Queremos
continuar la amistad especial con María, amistad que se ha acrecentado con todo esto,
y ahora también en la celebración de las Vísperas marianas de hoy. Cuando
los cristianos se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por
la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta
su Madre; y se apoyan en la confianza inquebrantable de que María es también Madre
nuestra; una Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se
da cuenta de todas nuestras dificultades y piensa en modo materno cómo superarlas.
Cuántas personas han ido en el transcurso de los siglos en peregrinación a María para
encontrar ante la imagen de la Dolorosa, como aquí en Etzelsbach, consuelo y alivio. Contemplemos
su imagen. Una mujer de mediana edad, con los parpados apesadumbrados de tanto llorar,
y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando
en su corazón sobre todo lo que había sucedido. Sobre su regazo reposa el cuerpo exánime
del Hijo; Ella lo aprieta delicadamente y con amor, como un don precioso. Sobre el
cuerpo desnudo del Hijo vemos los signos de la crucifixión. El brazo izquierdo del
Crucificado cae verticalmente hacia abajo. Quizás, esta escultura de la Piedad, como
a menudo era costumbre, estaba originalmente colocada sobre un altar. Así, el Crucificado
señala con su brazo derecho a lo que sucede sobre el altar, donde el santo sacrificio
que llevó a cabo se actualiza en la Eucaristía. Una particularidad de la
imagen milagrosa de Etzelsbach es la posición del Crucificado. En la mayor parte de
las representaciones de la Piedad, el cuerpo sin vida de Jesús yace con la cabeza
vuelta hacia la izquierda. De esta forma, el que lo contempla puede ver su herida
del costado. Aquí en Etzelsbach, en cambio, la herida del costado está escondida,
ya que el cadáver está orientado hacia el otro lado. Creo que dicha representación
encierra un profundo significado, que se revela solamente en una atenta contemplación:
en la imagen milagrosa de Etzelbach, los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen
uno al otro, se acercan el uno al otro. Se intercambian recíprocamente su amor. Sabemos
que el corazón es también el órgano de la sensibilidad más delicada para el otro,
así como el órgano de la íntima compasión. En el corazón de María encuentra cabida
el amor que su divino Hijo quiere ofrecer al mundo. La devoción mariana
se concentra en la contemplación de la relación entre la Madre y su divino Hijo. Los
fieles han encontrado siempre nuevos aspectos y títulos que nos pueden esclarecer
este misterio como, por ejemplo, la imagen del Corazón Inmaculado de María, símbolo
de la unidad profunda y sin reserva con Cristo en el amor. No es la autorrealización
la que lleva a la persona a su verdadero desarrollo, aspecto que hoy es propuesto
como modelo de la vida moderna, pero que fácilmente puede convertirse en una forma
de egoísmo refinado. Es, sobre todo, la actitud del don de si mismo, que se orienta
hacia el corazón de María y con ello hacia el corazón del Redentor. “A los
que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio”
(Rom 8, 28), lo acabamos de escuchar en la lectura. En María, Dios ha hecho confluir
todo el bien y, por medio de Ella, no cesa de difundirlo ulteriormente en el mundo.
Desde la Cruz, desde el trono de la gracia y la redención, Jesús ha entregado a los
hombres como Madre a María, su propia Madre. En el momento de su sacrificio por la
humanidad, Él constituye en cierto modo a María, mediadora del flujo de gracia que
brota de la Cruz. Bajo la Cruz, María se hace compañera y protectora de los hombres
en el camino de su vida. “Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo, que
todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria
feliz (Lumen gentium, 62). Sí, en la vida pasamos por vicisitudes alternas, pero María
intercede por nosotros ante su Hijo y nos comunica la fuerza del amor divino. Nuestra
confianza en la intercesión eficaz de la Madre de Dios y nuestra gratitud por la ayuda
continuamente experimentada llevan consigo de algún modo el impulso a dirigir la reflexión
más allá de las necesidades del momento. ¿Qué quiere decirnos verdaderamente María
cuando nos salva del peligro? Quiere ayudarnos a comprender la amplitud y profundidad
de nuestra vocación cristiana. Con maternal delicadeza, quiere hacernos comprender
que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro
Dios. Como si nos dijera: entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere
otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se
abandone sin reservas y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros
hagan lo mismo. “Donde está Dios, allí hay futuro”. En efecto: donde dejamos que el
amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo. Allí, es posible
plasmar el presente, de modo que se ajuste cada vez más a la Buena Noticia de nuestro
Señor Jesucristo. Allí, las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido
y los grandes problemas encuentran su solución. Amén.