El Papa recuerda las horribles imágenes de los campos de concentración que muestran
“de lo que puede ser capaz el hombre que rechaza a Dios”
RV - Después del histórico encuentro con el Parlamento alemán, y antes de celebrar
la Santa Misa en el Estadio Olímpico de Berlín, el Santo Padre mantuvo un encuentro
con los representantes de la Comunidad Judía en el mismo Reichstag.
Ante todo,
Benedicto XVI manifiesto su alegría por este encuentro, y agradeció de corazón al
presidente de la Comunidad, el Dr. Dieter Graumann, las amables palabras de bienvenida,
que manifiestan –dijo– cuánto ha crecido la confianza entre el Pueblo judío y la Iglesia
católica, que tienen en común una parte nada desdeñable de sus tradiciones fundamentales.
Al mismo tiempo –añadió–, todos tenemos claro que una comunión amorosa y comprensiva
entre Israel y la Iglesia, en el respeto recíproco de la identidad del otro, debe
crecer todavía más y entrar de modo más profundo en el anuncio de la fe.
Durante
mi visita a la Sinagoga de Colonia, hace ya seis años, el Rabino Teitelbaum habló
de la memoria como una de las columnas necesarias para asentar sobre ella un futuro
de paz.
«Y hoy me encuentro en un lugar central de la memoria, de una espantosa
memoria: desde aquí se programó y organizó la Shoah, la eliminación de los ciudadanos
judíos en Europa. Antes del terror nazi, casi medio millón de hebreos vivían en Alemania,
y eran un componente estable de la sociedad alemana».
El Papa recordó que después
de la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue considerada como el “País de la Shoah”,
en el que, en realidad, ya no se podía vivir. Al principio, casi nadie se esforzaba
por refundar las antiguas comunidades hebreas, no obstante llegaran continuamente
personas y familias judías del este. Muchas de ellas querían emigrar y construirse
una nueva existencia, sobre todo en los Estados Unidos o en Israel.
En este
lugar –dijo– hay que recordar también la noche del pogromo, del 9 al 10 de noviembre
de 1938. Solamente unos pocos percibieron en su totalidad la dimensión de dicho acto
de desprecio humano, como lo hizo el Deán de la Catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg,
que desde el púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: “Fuera, el Templo
está en llamas; también éste es casa de Dios”. El régimen de terror del nacionalsocialismo
se fundaba sobre un mito racista, del que formaba parte el rechazo del Dios de Abrahán,
de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo y de las personas que creen en él.
«El
“omnipotente” Adolf Hitler era un ídolo pagano, que quería ponerse como sustituto
del Dios bíblico, Creador y Padre de todos los hombres. Cuando no se respeta a este
Dios único, se pierde también el respeto por la dignidad del hombre. Las horribles
imágenes de los campos de concentración al final de la guerra mostraron de lo que
puede ser capaz el hombre que rechaza a Dios y el rostro que puede asumir un pueblo
en el “no” a ese Dios».
Ante este recuerdo, el Papa dijo que debemos constatar
con gratitud que desde hace alguna década se manifiesta un nuevo desarrollo, que permite
hablar incluso de un renacer de la vida judía en Alemania. A la vez que subrayó que,
“en este tiempo, la comunidad judía se ha destacado particularmente por la obra de
integración de los emigrantes del este europeo”.
También aludió con vivo aprecio,
al diálogo de la Iglesia católica con el Hebraísmo, un diálogo que se está profundizando,
porque como dijo el Papa “la Iglesia se siente muy cercana al Pueblo hebreo”.
En cuanto a la parte católica, el Santo Padre destacó que se llevan a cabo encuentros
anuales entre obispos y rabinos, así como coloquios organizados con el Consejo central
de los judíos. Y recordó que ya en los años setenta, el Comité Central de los Católicos
Alemanes se distinguió por la fundación de un fórum de “Judíos y Cristianos”, que
en el trascurso de los años ha elaborado competentemente muchos documentos útiles.
Mientras, no se debe olvidar tampoco el histórico encuentro para el diálogo judío-cristiano
de marzo de 2006, con la participación del Cardenal Walter Kasper, reunión de la que
Benedicto XVI dijo que “ha traído muchos frutos, incluso en tiempos recientes”:
«Junto
a estas encomiables iniciativas concretas, me parece que los cristianos debemos también
darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con el judaísmo. Para los
cristianos, no puede haber una fractura en el evento salvífico. La salvación viene,
precisamente, de los Judíos (cf. Jn 4, 22)».
El Papa no dejó de recordar que
cuando el conflicto de Jesús con el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial,
como una ruptura con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación
que considera la Torá solamente como la observancia servil de unos ritos y prescripciones
exteriores:
«Sin embargo, el Discurso de la montaña no deroga la Ley mosaica,
sino que desvela sus recónditas posibilidades y hace surgir nuevas exigencias; nos
reenvía al fundamento más profundo del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige
entre lo puro y lo impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad».
El
mensaje de esperanza, transmitido por los libros de la Biblia hebrea y del Antiguo
Testamento cristiano, ha sido asimilado y desarrollado por los judíos y los cristianos
de modo distinto. “Después de siglos de contraposición, reconozcamos como tarea nuestra
el esfuerzo para que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos
–la cristiana y la judía– entren en diálogo entre sí, para comprender rectamente la
voluntad y la Palabra de Dios” (Jesús de Nazaret. Segunda parte: Desde la entrada
en Jerusalén hasta la Resurrección, pp. 47-48).
Y añadió hacia el final de
su alocución a los representantes de la Comunidad judía que “en una sociedad cada
vez más secularizada, este diálogo debe reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa
esperanza la sociedad pierde su humanidad:
«Con todo esto, podemos constatar
que el intercambio entre la Iglesia católica y el judaísmo en Alemania ha dado ya
frutos prometedores. Han crecido las relaciones duraderas y de confianza. Ciertamente,
judíos y cristianos tienen una responsabilidad común para el desarrollo de la sociedad,
que entraña siempre una dimensión religiosa».
DISCURSO COMPLETO
Encuentro
con los representantes de la Comunidad Judía
(Berlín, Reichstagsgebäude,
22 de septiembre de 2011) Distinguidos Señores y Señoras, queridos
amigos:
Me alegra sinceramente encontrarme con ustedes, aquí, en Berlín.
Agradezco de corazón al Presidente, Dr. Dieter Graumann, las amables palabras de bienvenida,
que hacen reflexionar. Éstas manifiestan cuánto ha crecido la confianza entre el Pueblo
judío y la Iglesia católica, que tienen en común una parte nada desdeñable de sus
tradiciones fundamentales. Al mismo tiempo, todos tenemos claro que una comunión amorosa
y comprensiva entre Israel y la Iglesia, en el respeto recíproco de la identidad del
otro, debe crecer todavía más y entrar de modo más profundo en el anuncio de la fe.
Durante mi visita a la Sinagoga de Colonia, hace ya seis años, el Rabino
Teitelbaum habló de la memoria como una de las columnas necesarias para asentar sobre
ella un futuro de paz. Y hoy me encuentro en un lugar central de la memoria, de una
espantosa memoria: desde aquí se programó y organizó la Shoah, la eliminación de los
ciudadanos judíos en Europa. Antes del terror nazi, casi medio millón de hebreos vivían
en Alemania, y eran un componente estable de la sociedad alemana. Después de la Segunda
Guerra Mundial, Alemania fue considerada como el “País de la Shoah”, en el que, en
realidad, ya no se podía vivir como judio. Al principio, casi nadie se esforzaba por
refundar las antiguas comunidades hebreas, no obstante llegaran continuamente personas
y familias judías del este. Muchas de ellas querían emigrar y construirse una nueva
existencia, sobre todo en los Estados Unidos o en Israel.
En este lugar,
hay que recordar también la noche del pogromo, del 9 al 10 de noviembre de 1938. Solamente
unos pocos percibieron en su totalidad la dimensión de dicho acto de desprecio humano,
como lo hizo el Deán de la Catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg, que desde el
púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: “Fuera, el Templo está en llamas;
también éste es casa de Dios”. El régimen de terror del nacionalsocialismo se fundaba
sobre un mito racista, del que formaba parte el rechazo del Dios de Abrahán, de Isaac
y de Jacob, del Dios de Jesucristo y de las personas que creen en él. El “omnipotente”
Adolf Hitler era un ídolo pagano, que quería ponerse como sustituto del Dios bíblico,
Creador y Padre de todos los hombres. Cuando no se respeta a este Dios único, se pierde
también el respeto por la dignidad del hombre. Las horribles imágenes de los campos
de concentración al final de la guerra mostraron de lo que puede ser capaz el hombre
que rechaza a Dios y el rostro que puede asumir un pueblo en el “no” a ese Dios.
Ante
este recuerdo, debemos constatar con gratitud que desde hace alguna década manifiesta
un nuevo desarrollo, que permite hablar incluso de un renacer de la vida judía en
Alemania. Hay que subrayar que, en este tiempo, la comunidad judía se ha destacado
particularmente por la obra de integración de los emigrantes del este europeo.
Con
gratitud quisiera aludir también al diálogo de la Iglesia católica con el Hebraísmo,
un diálogo que se está profundizando. La Iglesia se siente muy cercana al Pueblo hebreo.
Con la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, se comenzó a “recorrer
un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad” (cf. Discurso en la
Sinagoga de Roma, 17 de enero de 2010). Esto vale para toda la Iglesia católica, en
la que el beato Papa Juan Pablo II se comprometió de una manera particularmente intensa
en favor de este nuevo camino. Esto vale obviamente también para la Iglesia católica
en Alemania, que es bien consciente de su particular responsabilidad en esta materia.
En el ámbito público, destaca sobre todo la “Semana de la Fraternidad”, organizada
cada año en la primera semana de marzo por las asociaciones locales para la colaboración
cristiano-judía.
Por la parte católica, se llevan a cabo además encuentros
anuales entre obispos y rabinos, así como coloquios organizados con el Consejo central
de los judía. Ya en los años setenta, el Comité Central de los Católicos Alemanes
(ZdK) se distinguió por la fundación de un forum “Judíos y Cristianos”, que en el
trascurso de los años ha elaborado competentemente muchos documentos útiles. No quisiera
incluso pasar por alto el histórico encuentro para el diálogo judío-cristiano de marzo
de 2006, con la participación del Cardenal Walter Kasper. Esta colaboración ha traído
frutos.
Junto a estas importantes iniciativas concretas, me parece que
los cristianos debemos darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con
el judaísmo, de la cual usted hablaba. Para los cristianos, no puede haber una fractura
en el evento salvífico. La salvación viene de los Judíos (cf. Jn 4, 22). Cuando el
conflicto de Jesús con el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial, como
una ruptura con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación
que interpreta mal la Torá, solamente como la observancia servil de unos ritos y prescripciones
exteriores. Sin embargo, el Discurso de la montaña no deroga la Ley mosaica, sino
que desvela sus recónditas posibilidades y hace surgir nuevas exigencias; nos reenvía
al fundamento más profundo del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige entre
lo puro y lo impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad.
El
mensaje de esperanza, transmitido por los libros de la Biblia hebrea y del Antiguo
Testamento cristiano, ha sido asimilado y desarrollado por los judíos y los cristianos
de modo distinto. “Después de siglos de contraposición, reconozcamos como tarea nuestra
el esfuerzo para que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos
–la cristiana y la judía– entren en diálogo entre sí, para comprender rectamente la
voluntad y la Palabra de Dios” (Jesús de Nazaret. Segunda parte: Desde la entrada
en Jerusalén hasta la Resurrección, pp. 47-48). En una sociedad cada vez más secularizada,
este diálogo debe reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa esperanza la sociedad
pierde su humanidad.
Con todo esto, podemos constatar que el intercambio
entre la Iglesia católica y el judaísmo en Alemania ha dado ya frutos prometedores.
Han crecido las relaciones duraderas y de confianza. Ciertamente, judíos y cristianos
tienen una responsabilidad común para el desarrollo de la sociedad, que entraña siempre
una dimensión religiosa. Que todos los interesados continúen juntos este camino. Que
para ello, el Único y Onmipotente –Ha Kadosch Baruch Hu– otorgue su bendición.