Detener y prevenir los crímenes y el odio anticristianos
RV - Profunda gratitud de la Santa Sede y esperanza de que se impulsen medidas concretas
para derrotar la intolerancia contra los cristianos. Es la exhortación que manifestó
el Arzobispo Dominique Mamberti, Secretario para las Relaciones con los Estados, en
la cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea, para la prevención
de los crímenes de odio anticristianos.
Interviniendo en la mesa redonda celebrada
en Roma, organizada por la presidencia lituana, la Oficina para las Instituciones
Democráticas y los Derechos Humanos, el gobierno italiano y la ciudad de Roma, Mons.
Mamberti hizo hincapié en las palabras del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada
Mundial de la Paz de este año, recordando que «los cristianos son actualmente el grupo
religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe».
Poniendo
de relieve, asimismo, que muchos cristianos «sufren cada día ofensas y viven frecuentemente
con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento
a que se reconozca la libertad religiosa. Todo esto no se puede aceptar, porque constituye
una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a
la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral».
Tras
recordar la preocupación del Santo Padre ante la falta de respeto a la libertad religiosa
- «derecho del hombre, que es en realidad el primer derecho, porque históricamente
ha sido afirmado en primer lugar, y porque, por otra parte, tiene como objeto la dimensión
constitutiva del hombre, es decir, su relación con el Creador» - Mons Mamberti citó
nuevamente el mensaje de Benedicto XVI, poniendo en guardia ante la errada visión
que identifica ‘libertad’ con relativismo o agnosticismo militante, llegando incluso
a poner en duda el conocimiento de la verdad. Factores que subyacen en los crímenes
de odio contra los cristianos.
Pues «en efecto, en la libertad religiosa se
expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia
vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el
sentido y el fin de la persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad,
significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público
de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera
naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz
auténtica y estable para toda la familia humana».
«Dirigiendo nuestra mirada
de Oriente a Occidente, nos encontramos frente a otros tipos de amenazas contra el
pleno ejercicio de la libertad religiosa», advertía el Papa en su discurso al Cuerpo
Diplomático ante la Santa Sede, de comienzos de año, pensando, en primer lugar, «en
los países que conceden una gran importancia al pluralismo y la tolerancia, pero donde
la religión sufre una marginación creciente. Se tiende a considerar la religión, toda
religión, como un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso
desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida
social».
Se llega así a «exigir que los cristianos ejerzan su profesión sin
referencia a sus convicciones religiosas o morales, e incluso en contradicción con
ellas, como, por ejemplo, allí donde están en vigor leyes que limitan el derecho a
la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios o de algunos profesionales
del derecho».
Una vez más - como escribe Benedicto XVI – el Secretario para
las Relaciones con los Estados reiteró que la libertad religiosa se ha de entender
«no sólo como ausencia de coacción, sino antes aún como capacidad de ordenar las propias
opciones según la verdad». Entre libertad y respeto hay un vínculo inseparable; en
efecto, «al ejercer sus derechos, los individuos y grupos sociales están obligados
por la ley moral a tener en cuenta los derechos de los demás y sus deberes con relación
a los otros y al bien común de todos».
Advirtiendo que «una libertad enemiga
o indiferente con respecto a Dios termina por negarse a sí misma y no garantiza el
pleno respeto del otro», el Papa recuerda que «una voluntad que se cree radicalmente
incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene razones objetivas y motivos para obrar,
sino aquellos que provienen de sus intereses momentáneos y pasajeros; no tiene una
“identidad” que custodiar y construir a través de las opciones verdaderamente libres
y conscientes. No puede, pues, reclamar el respeto por parte de otras “voluntades”,
que también están desconectadas de su ser más profundo, y que pueden hacer prevalecer
otras “razones” o incluso ninguna “razón”. La ilusión de encontrar en el relativismo
moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la división
y negación de la dignidad de los seres humanos». (Mensaje Benedicto XVI para la Jornada
Mundial de la Paz 2011)