RV- Esclavo de los esclavos
se consideraba, y así quería que lo identificaran y llamaran, porque el jesuita santo
Pedro Claver entraba en las bodegas de los barcos que llegaban a Colombia, para acompañar
y asistir a los esclavos negros que llegaban hacinados, enfermos, algunos ya muertos
de varios días. Fue la mirada y la mano tierna de Dios en el corazón del infierno
generado a estos seres humanos por la codicia y la soberbia de los esclavizadores. Todos
los años tiene lugar mundialmente la Jornada Internacional del recuerdo de la trata
de negros y de su abolición, en el aniversario de la insurrección de los esclavos
ocurrida en Santo Domingo en 1791. Y se debate sobre las formas modernas de esclavitud,
ya que hoy los esclavos no son menos que antes. La plaga del trágico de seres humanos
implica en nuestros días a millones de personas, en su mayoría mujeres y niños. La
horrible aberración de lucrar con la vida de las personas, continúa hoy con el aumento
de la masa de pobres, emigrantes, refugiados, indocumentados, oprimidos de incontables
modos. Albert Mianzoukouta (Álbert Mianzucutá) africano de Radio Vaticana afirma
que “la esclavitud es negación de lo divino, en cuanto negación de lo humano”. Y
recuerda el grito del beato Juan Pablo II en la isla de Gorée, puerto de partida de
millones de personas deportadas: “¡Es largo el camino que la familia humana debe recorrer
antes de que todos sus miembros aprendan a reconocerse y a respetarse unos a otros
como imagen de Dios, a amarse en cuanto hijos e hijas de un mismo Padre Celestial”! El
jesuita san Pedro Claver afirmó la presencia divina reconociendo en los esclavos negros
a sus hermanos y haciéndose “esclavo” -como Jesús- de los esclavos.