Cristo sacerdote hizo de su existencia una ofrenda total
Benedicto XVI pide a los seminaristas que no se dejen intimidar por los que pretenden
excluir a Dios, o por quienes ambicionan el poder, el tener y el placer, pues suelen
ser los que menosprecian a quienes evocan metas más altas y desenmascaran a falsos
ídolos.
Ante más de tres mil aspirantes al sacerdocio provenientes de todo
el mundo, el Papa también advirtió que en esa imperiosa configuración a Cristo, que
inspira la decisión de vivir el celibato, el desprendimiento de los bienes de la tierra,
la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo, deben ser santos para
no crear una contradicción entre el signo de lo que son y la realidad que quieren
significar.
Densas las palabras del Santo Padre en este encuentro que tuvo
como marco la imponente Catedral de Santa María La Real de la Almudena, “que es hoy,-dijo-
como un inmenso cenáculo donde el Señor celebra con deseo ardiente su Pascua” con
quienes anhelan un día presidir en su nombre los misterios de la salvación.
Como seminaristas,
estáis en camino hacia una meta santa: ser prolongadores de la misión que Cristo recibió
del Padre. Llamados por Él, habéis seguido su voz y atraídos por su mirada amorosa
avanzáis hacia el ministerio sagrado. Poned vuestros ojos en Él, que por su encarnación
es el revelador supremo de Dios al mundo y por su resurrección es el cumplidor fiel
de su promesa.
El Papa refiriéndose a las lecturas propuestas en la liturgia
subrayó que la primera muestra a Cristo como el “nuevo y definitivo sacerdote”, el
salmo resalta el servicio y la entrega a Dios resumida en ese: “Aquí estoy para hacer
tu voluntad” y finalmente, el Evangelio que habla de la institución de la Eucaristía,
expresión real de esa entrega incondicional de Jesús por todos, también por los que
le traicionaban. Entrega de su cuerpo y sangre para la vida de los hombres y para
el perdón de sus pecados”.
El cuerpo desgarrado
y la sangre vertida de Cristo, es decir su libertad entregada, se han convertido por
los signos eucarísticos en la nueva fuente de la libertad redimida de los hombres.
En Él tenemos la promesa de una redención definitiva y la esperanza cierta de los
bienes futuros. Por Cristo sabemos que no somos caminantes hacia el abismo, hacia
el silencio de la nada o de la muerte, sino viajeros hacia una tierra de promisión,
hacia Él que es nuestra meta y también nuestro principio.
Para estos años
de preparación para “ser apóstoles con Cristo y Como Cristo”, Benedicto XVI les aconsejó
ante todo el “silencio interior “, la “permanente oración”, el “constante estudio”
y la inserción paulatina en las acciones y estructuras pastorales de la Iglesia,
que es “creación de Cristo por su Santo Espíritu y a la vez resultado de quienes la
conformamos con nuestra santidad y con nuestros pecados”.
Así lo ha querido
Dios, que no tiene reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos e instrumentos
para la redención del género humano. La santidad de la Iglesia es ante todo la santidad
objetiva de la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad
de aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos para
no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar.
El
Santo Padre invitó a los aspirantes al sacerdocio en el mundo a meditar y a vivir
con alegría, docilidad, lucidez y de radical fidelidad evangélica, estos años de preparación
sin ignorar el medio y las personas del tiempo en el que viven, puesto que “cada época
tiene sus problemas, pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos
y superarlos con amor y realismo”. “Un sacerdote -recalcó el Pontífice- ha de fructificar
en toda clase de obras buenas” y configurarse con Cristo, identificarse con Él, que
es en realidad “la tarea en la que el sacerdote ha de gastar toda su vida”.
Para imitar también
en esto al Señor, vuestro corazón ha de ir madurando en el Seminario, estando totalmente
a disposición del Maestro. Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es
la que inspira la decisión de vivir el celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento
de los bienes de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo.
El Papa también los alentó a imitar a Jesús en la caridad “sin rehuir
a los alejados y pecadores”, a pedirle que los “enseñe a estar muy cerca de los enfermos
y de los pobres, con sencillez y generosidad”, a afrontar este reto “sin complejos
ni mediocridad” y a ser “mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana y,
por consiguiente, sus defensores incondicionales”.
Apoyados en su
amor, no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y
en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios por
los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se suele hacer con
quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos
se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre
realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios,
la verdad y la justicia.
Y al concluir, exhortando a los jóvenes seminaristas
a aprender del Señor, -“que se definió a sí mismo manso y humilde”-, a despojarse
de todo deseo mundano, como hizo el santo patrono del clero secular español, san Juan
de Ávila e invitándolos a mirar a la Virgen María, Madre de los sacerdotes, que sabrá
forjar sus almas según modelo de Cristo, su Hijo, el Papa les dejó esta reflexión.
Abrid vuestra alma
a la luz del Señor para ver si este camino, que requiere valentía y autenticidad,
es el vuestro, avanzando hacia el sacerdocio solamente si estáis firmemente persuadidos
de que Dios os llama a ser sus ministros y plenamente decididos a ejercerlo obedeciendo
las disposiciones de la Iglesia.
ATD
Texto y audio completo
homilía Santo Padre (Audio)
Señor Cardenal
Arzobispo de Madrid, Venerados hermanos en el Episcopado, Queridos
sacerdotes y religiosos, Queridos rectores y formadores, Queridos
seminaristas, Amigos todos
Me alegra profundamente celebrar
la Santa Misa con todos vosotros, que aspiráis a ser sacerdotes de Cristo para el
servicio de la Iglesia y de los hombres, y agradezco las amables palabras de saludo
con que me habéis acogido. Esta Santa Iglesia Catedral de Santa María La Real de la
Almudena es hoy como un inmenso cenáculo donde el Señor celebra con deseo ardiente
su Pascua con quienes un día anheláis presidir en su nombre los misterios de la salvación.
Al veros, compruebo de nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para
hacerlos apóstoles suyos, permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta
del evangelio al mundo. Como seminaristas, estáis en camino hacia una meta santa:
ser prolongadores de la misión que Cristo recibió del Padre. Llamados por Él, habéis
seguido su voz y atraídos por su mirada amorosa avanzáis hacia el ministerio sagrado.
Poned vuestros ojos en Él, que por su encarnación es el revelador supremo de Dios
al mundo y por su resurrección es el cumplidor fiel de su promesa. Dadle gracias por
esta muestra de predilección que tiene con cada uno de vosotros.
La
primera lectura que hemos escuchado nos muestra a Cristo como el nuevo y definitivo
sacerdote, que hizo de su existencia una ofrenda total. La antífona del salmo se le
puede aplicar perfectamente, cuando, al entrar en el mundo, dirigiéndose a su Padre,
dijo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (cf. Sal 39, 8-9). En todo buscaba agradarle:
al hablar y al actuar, recorriendo los caminos o acogiendo a los pecadores. Su vivir
fue un servicio y su desvivirse una intercesión perenne, poniéndose en nombre de todos
ante el Padre como Primogénito de muchos hermanos. El autor de la carta a los Hebreos
afirma que con esa entrega perfeccionó para siempre a los que estábamos llamados a
compartir su filiación (cf. Heb 10,14).
La Eucaristía, de cuya institución
nos habla el evangelio proclamado (cf. Lc 22,14-20), es la expresión real de esa entrega
incondicional de Jesús por todos, también por los que le traicionaban. Entrega de
su cuerpo y sangre para la vida de los hombres y para el perdón de sus pecados. La
sangre, signo de la vida, nos fue dada por Dios como alianza, a fin de que podamos
poner la fuerza de su vida, allí donde reina la muerte a causa de nuestro pecado,
y así destruirlo. El cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir su
libertad entregada, se han convertido por los signos eucarísticos en la nueva fuente
de la libertad redimida de los hombres. En Él tenemos la promesa de una redención
definitiva y la esperanza cierta de los bienes futuros. Por Cristo sabemos que no
somos caminantes hacia el abismo, hacia el silencio de la nada o de la muerte, sino
viajeros hacia una tierra de promisión, hacia Él que es nuestra meta y también nuestro
principio.
Queridos amigos, os preparáis para ser apóstoles con Cristo
y como Cristo, para ser compañeros de viaje y servidores de los hombres. ¿Cómo vivir
estos años de preparación? Ante todo, deben ser años de silencio interior, de permanente
oración, de constante estudio y de inserción paulatina en las acciones y estructuras
pastorales de la Iglesia. Iglesia que es comunidad e institución, familia y misión,
creación de Cristo por su Santo Espíritu y a la vez resultado de quienes la conformamos
con nuestra santidad y con nuestros pecados. Así lo ha querido Dios, que no tiene
reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos e instrumentos para la redención
del género humano. La santidad de la Iglesia es ante todo la santidad objetiva de
la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad de aquella
fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos para no crear
una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar.
Meditad
bien este misterio de la Iglesia, viviendo los años de vuestra formación con profunda
alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica, así
como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que vivís. Nadie
elige el contexto ni a los destinatarios de su misión. Cada época tiene sus problemas,
pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con amor
y realismo. Por eso, en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que
esta sea, el sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando
para ello siempre vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación, aquellas
con las que se le exhortaba a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor.
Configurarse con Cristo comporta, queridos seminaristas, identificarse
cada vez más con Aquel que se ha hecho por nosotros siervo, sacerdote y víctima. Configurarse
con Él es, en realidad, la tarea en la que el sacerdote ha de gastar toda su vida.
Ya sabemos que nos sobrepasa y no lograremos cumplirla plenamente, pero, como dice
san Pablo, corremos hacia la meta esperando alcanzarla (cf. Flp 3,12-14).
Pero
Cristo, Sumo Sacerdote, es también el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas hasta dar
la vida por ellas (cf. Jn 10,11). Para imitar también en esto al Señor, vuestro corazón
ha de ir madurando en el Seminario, estando totalmente a disposición del Maestro.
Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión
de vivir el celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento de los bienes
de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo.
Pedidle,
pues, a Él, que os conceda imitarlo en su caridad hasta el extremo para con todos,
sin rehuir a los alejados y pecadores, de forma que, con vuestra ayuda, se conviertan
y vuelvan al buen camino. Pedidle que os enseñe a estar muy cerca de los enfermos
y de los pobres, con sencillez y generosidad. Afrontad este reto sin complejos ni
mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratuidad
y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la altísima dignidad
de la persona humana y, por consiguiente, sus defensores incondicionales. Apoyados
en su amor, no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a
Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios
por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se suele hacer
con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos
se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre
realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios,
la verdad y la justicia.
Alentados por vuestros formadores, abrid vuestra
alma a la luz del Señor para ver si este camino, que requiere valentía y autenticidad,
es el vuestro, avanzando hacia el sacerdocio solamente si estáis firmemente persuadidos
de que Dios os llama a ser sus ministros y plenamente decididos a ejercerlo obedeciendo
las disposiciones de la Iglesia.
Con esa confianza, aprended de Aquel
que se definió a sí mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello
de todo deseo mundano, de manera que no os busquéis a vosotros mismos, sino que con
vuestro comportamiento edifiquéis a vuestros hermanos, como hizo el santo patrono
del clero secular español, san Juan de Ávila. Animados por su ejemplo, mirad, sobre
todo, a la Virgen María, Madre de los sacerdotes. Ella sabrá forjar vuestra alma según
el modelo de Cristo, su divino Hijo, y os enseñará siempre a custodiar los bienes
que Él adquirió en el Calvario para la salvación del mundo. Amén.