Vengo aquí a encontrarme con millares de “interesados” por Cristo
Benedicto XVI ya se encuentra en la capital española con motivo de la XXVI Jornada
Mundial de la Juventud, que se celebra bajo el tema de “Arraigados y fundados en
Cristo, firmes en la fe”. El Papa llegó poco antes de mediodía al aeropuerto de Barajas,
en Madrid, donde tuvo lugar la ceremonia de bienvenida.
Antes de emprender
el vuelo, como es habitual durante los viajes apostólicos, el Obispo de Roma envió
un telegrama al honorable Giorgio Napolitano, Presidente de la República italiana.
El Papa escribe, que en el momento en que se prepara para partir hacia España, con
ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, animado por el vivo deseo de encontrarse
con los jóvenes procedentes de todo el mundo “para una significativa y extraordinaria
reunión eclesial”, tiene el agrado de dirigir al Sr. Presidente y a todos los italianos,
su saludo afectuoso que acompaña “con el más cordial y orante deseo de paz y prosperidad”.
De la misma manera, mientras sobrevolaba el territorio francés, el Santo Padre
dirigió un telegrama de saludo cordial al Sr. Nicolas Sarkozy, presidente de la República
de Francia, con el deseo de que Dios bendiga a su país y “done a todos sus habitantes
prosperidad y bienestar”.
Durante la ceremonia de bienvenida tras agradecer
a Su Majestad, por su presencia, junto con la Reina, y por las palabras tan deferentes
y afables que le dirigió al darle la bienvenida, el Papa recordó las inolvidables
muestras de simpatía recibidas en sus anteriores visitas apostólicas a España, y particularmente
en su reciente viaje a Santiago de Compostela y Barcelona. Y al saludar muy cordialmente
a las autoridades religiosas y civiles presentes en Barajas, y a cuantos seguían este
acto a través de la radio y la televisión, Benedicto XVI dio las gracias también “a
los que con tanta entrega y dedicación (...) han contribuido con su esfuerzo y trabajo
para que esta Jornada Mundial de la Juventud en Madrid se desarrolle felizmente y
obtenga frutos abundantes”.
Después de agradecer de todo corazón la hospitalidad
de tantas familias, parroquias, colegios y otras instituciones que han acogido a los
jóvenes llegados de todo el mundo, primero en diferentes regiones y ciudades de España,
y ahora en esta gran Villa de Madrid, cosmopolita y siempre con las puertas abiertas,
el Papa dijo:
Vengo aquí
a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por
Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia. Llego como
Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe, viviendo unos días de intensa actividad
pastoral para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar
el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar
a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su
Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos
Al
preguntarse “por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid”, el Obispo
de Roma afirmó que “aunque la respuesta deberían darla ellos mismos, bien se puede
pensar que desean escuchar la Palabra de Dios, como se les ha propuesto en el lema
para esta Jornada Mundial de la Juventud, de manera que, arraigados y edificados en
Cristo, manifiesten la firmeza de su fe”.
Muchos de ellos
han oído la voz de Dios, tal vez solo como un leve susurro, que los ha impulsado a
buscarlo más diligentemente y a compartir con otros la experiencia de la fuerza que
tiene en sus vidas. Este descubrimiento del Dios vivo alienta a los jóvenes y abre
sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y limitaciones.
Ven la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a
la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben que
sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando para
ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica.
El Papa afirmó
que en esta Jornada, los jóvenes “tienen una ocasión privilegiada para poner en común
sus aspiraciones, intercambiar recíprocamente la riqueza de sus culturas y experiencias,
animarse mutuamente en un camino de fe y de vida, en el cual algunos se creen solos
o ignorados en sus ambientes cotidianos.
Pero no, no
están solos. Muchos coetáneos suyos comparten sus mismos propósitos y, fiándose por
entero de Cristo, saben que tienen realmente un futuro por delante y no temen los
compromisos decisivos que llenan toda la vida. Por eso me causa inmensa alegría escucharlos,
rezar juntos y celebrar la Eucaristía con ellos. La Jornada Mundial de la Juventud
nos trae un mensaje de esperanza, como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas
renovadores que nos llenan de confianza ante el mañana de la Iglesia y del mundo.
Al
recordar que ciertamente, no faltan dificultades, que “subsisten tensiones y choques
abiertos en tantos lugares del mundo, incluso con derramamiento de sangre”, Su Santidad
reafirmó que “la justicia y el altísimo valor de la persona humana se doblegan fácilmente
a intereses egoístas, materiales e ideológicos. No siempre se respeta como es debido
el medio ambiente y la naturaleza, que Dios ha creado con tanto amor.
Muchos jóvenes,
además, miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo
digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro. Hay otros que
precisan de prevención para no caer en la red de la droga, o de ayuda eficaz, si por
desgracia ya cayeron en ella. No pocos, por causa de su fe en Cristo, sufren en sí
mismos la discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución abierta o larvada
que padecen en determinadas regiones y países.
Y al recordar que a los
jóvenes “se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos de los signos de su
presencia en la vida pública, y silenciando hasta su santo Nombre, añadió:
Pero yo vuelvo
a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite
la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros
y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado.
En
este contexto el Pontífice agregó: “es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de
Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla
abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre
hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana,
en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al
mismo tiempo el debido respeto a las propias”.
Benedicto XVI no dejó de reiterar
su agradecimiento por la deferente bienvenida que le han dispensado, junto a su aprecio
y cercanía a todos los pueblos de España, así como su admiración por un país tan rico
de historia y cultura, por la vitalidad de su fe, que ha fructificado en tantos santos
y santas de todas las épocas, en numerosos hombres y mujeres que dejando su tierra
han llevado el Evangelio por todos los rincones del orbe, y en personas rectas, solidarias
y bondadosas en todo su territorio.
Es un gran
tesoro que ciertamente vale la pena cuidar con actitud constructiva, para el bien
común de hoy y para ofrecer un horizonte luminoso al porvenir de las nuevas generaciones.
Aunque haya actualmente motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de
los españoles, con ese dinamismo que los caracteriza, y al que tanto contribuyen sus
hondas raíces cristianas, muy fecundas a lo largo de los siglos.
Y al
saludar desde el aeropuerto de la capital española a todos los queridos amigos españoles
y madrileños, y a los que han venido de tantas otras tierras, el Papa concluyó con
las siguientes palabras:
Durante estos
días estaré junto a vosotros, teniendo también muy presentes a todos los jóvenes del
mundo, en particular a los que pasan por pruebas de diversa índole. Al confiar este
encuentro a la Santísima Virgen María, y a la intercesión de los santos protectores
de esta Jornada, pido a Dios que bendiga y proteja siempre a los hijos de España.
Muchas gracias.
María Fernanda Bernasconi
Texto
completo del primer discurso del Papa durante la ceremonia de bienvenida
Majestades, Señor
Cardenal Arzobispo de Madrid, Señores Cardenales, Venerados hermanos
en el Episcopado y el Sacerdocio, Distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas
y Locales, Querido pueblo de Madrid y de España entera
Gracias, Majestad,
por su presencia aquí, junto con la Reina, y por las palabras tan deferentes y afables
que me ha dirigido al darme la bienvenida. Palabras que me hacen revivir las inolvidables
muestras de simpatía recibidas en mis anteriores visitas apostólicas a España, y muy
particularmente en mi reciente viaje a Santiago de Compostela y Barcelona. Saludo
muy cordialmente a los que estáis aquí reunidos en Barajas, y a cuantos siguen este
acto a través de la radio y la televisión. Y también una mención muy agradecida a
los que con tanta entrega y dedicación, desde instancias eclesiales y civiles, han
contribuido con su esfuerzo y trabajo para que esta Jornada Mundial de la Juventud
en Madrid se desarrolle felizmente y obtenga frutos abundantes.
Deseo
también agradecer de todo corazón la hospitalidad de tantas familias, parroquias,
colegios y otras instituciones que han acogido a los jóvenes llegados de todo el mundo,
primero en diferentes regiones y ciudades de España, y ahora en esta gran Villa de
Madrid, cosmopolita y siempre con las puertas abiertas.
Vengo aquí
a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por
Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia. Llego como
Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe, viviendo unos días de intensa actividad
pastoral para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar
el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar
a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su
Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos. ¿Por
qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid? Aunque la respuesta deberían
darla ellos mismos, bien se puede pensar que desean escuchar la Palabra de Dios, como
se les ha propuesto en el lema para esta Jornada Mundial de la Juventud, de manera
que, arraigados y edificados en Cristo, manifiesten la firmeza de su fe.
Muchos
de ellos han oído la voz de Dios, tal vez solo como un leve susurro, que los ha impulsado
a buscarlo más diligentemente y a compartir con otros la experiencia de la fuerza
que tiene en sus vidas. Este descubrimiento del Dios vivo alienta a los jóvenes y
abre sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y limitaciones.
Ven la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a
la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben que
sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando para
ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado,
tendrán luz para caminar y razones para esperar, no deteniéndose ya ante sus más altos
ideales, que motivarán su generoso compromiso por construir una sociedad donde se
respete la dignidad humana y la fraternidad real. Aquí, en esta Jornada, tienen una
ocasión privilegiada para poner en común sus aspiraciones, intercambiar recíprocamente
la riqueza de sus culturas y experiencias, animarse mutuamente en un camino de fe
y de vida, en el cual algunos se creen solos o ignorados en sus ambientes cotidianos.
Pero no, no están solos. Muchos coetáneos suyos comparten sus mismos propósitos y,
fiándose por entero de Cristo, saben que tienen realmente un futuro por delante y
no temen los compromisos decisivos que llenan toda la vida. Por eso me causa inmensa
alegría escucharlos, rezar juntos y celebrar la Eucaristía con ellos. La Jornada Mundial
de la Juventud nos trae un mensaje de esperanza, como una brisa de aire puro y juvenil,
con aromas renovadores que nos llenan de confianza ante el mañana de la Iglesia y
del mundo.
Ciertamente, no faltan dificultades. Subsisten tensiones
y choques abiertos en tantos lugares del mundo, incluso con derramamiento de sangre.
La justicia y el altísimo valor de la persona humana se doblegan fácilmente a intereses
egoístas, materiales e ideológicos. No siempre se respeta como es debido el medio
ambiente y la naturaleza, que Dios ha creado con tanto amor. Muchos jóvenes, además,
miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo digno,
o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro. Hay otros que precisan
de prevención para no caer en la red de la droga, o de ayuda eficaz, si por desgracia
ya cayeron en ella. No pocos, por causa de su fe en Cristo, sufren en sí mismos la
discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución abierta o larvada que padecen
en determinadas regiones y países. Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos
de los signos de su presencia en la vida pública, y silenciando hasta su santo Nombre.
Pero yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada
ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse
uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos
ha salvado.
En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos
de Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y
testimoniarla abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor
al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana,
en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al
mismo tiempo el debido respeto a las propias.
Majestad, al reiterar
mi agradecimiento por la deferente bienvenida que me habéis dispensado, deseo expresar
también mi aprecio y cercanía a todos los pueblos de España, así como mi admiración
por un País tan rico de historia y cultura, por la vitalidad de su fe, que ha fructificado
en tantos santos y santas de todas las épocas, en numerosos hombres y mujeres que
dejando su tierra han llevado el Evangelio por todos los rincones del orbe, y en personas
rectas, solidarias y bondadosas en todo su territorio. Es un gran tesoro que ciertamente
vale la pena cuidar con actitud constructiva, para el bien común de hoy y para ofrecer
un horizonte luminoso al porvenir de las nuevas generaciones. Aunque haya actualmente
motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los españoles, con ese
dinamismo que los caracteriza, y al que tanto contribuyen sus hondas raíces cristianas,
muy fecundas a lo largo de los siglos.
Saludo desde aquí muy cordialmente
a todos los queridos amigos españoles y madrileños, y a los que han venido de tantas
otras tierras. Durante estos días estaré junto a vosotros, teniendo también muy presentes
a todos los jóvenes del mundo, en particular a los que pasan por pruebas de diversa
índole. Al confiar este encuentro a la Santísima Virgen María, y a la intercesión
de los santos protectores de esta Jornada, pido a Dios que bendiga y proteja siempre
a los hijos de España. Muchas gracias.