Obispos chilenos exhortan a recuperar confianza y restablecer el diálogo ante el conflicto
de estudiantes
El Comité permanente del episcopado emitió, esta semana, un comunicado en el que advierten
que la protesta estudiantil y otras movilizaciones sociales son la expresión de un
creciente malestar social a nivel global que, entre otros factores, se explica por
“modelos estructurales basados más en la codicia y la ganancia ilimitada, que en el
servicio al desarrollo integral de las mayorías”. El mensaje titulado “Camino para
una sociedad más justa” fue leído por monseñor Ignacio Ducasse, obispo de Valdivia
y Secretario General de episcopado chileno. Escuchemos algunos extractos. “El rechazo
al lucro como mero fin en sí mismo y la mercantilización de la vida social, la reivindicación
sobre la ecología, la aspiración a una sociedad más equitativa, inclusiva y comunitaria,
se traducen en tendencias de un cambio cultural que requiere ser adecuadamente comprendido
y acompañado. Es por ello que toda educación que quiera ser auténtica, ha de contar,
ante todo, con un concepto integral de persona que permee toda su propuesta, e inspire
todo el accionar de la comunidad educativa. La educación constituye siempre uno de
los más grandes servicios públicos que se presta a la sociedad, y que ha de ser ofrecido
desde una variedad de proyectos educativos. El bien común de la sociedad no puede
construirse a partir de miradas unilaterales, porque ellas conducen a actitudes intransigentes
y a una espiral de conflicto agravada por el aprovechamiento ideológico de las demandas
y de la contingencia. El país no puede avanzar bajo presiones ni represión, tampoco
bajo amenazas ni provocaciones. En esta hora de decisiones, la instalación del diálogo
es la clave para valorizar con objetividad demandas y propuestas, recuperar las confianzas,
acercar posiciones, consensuar acuerdos. Si existe un mínimo consenso sobre estos
propósitos, es hora de empezar a legislar para que estos anhelos se conviertan en
políticas públicas. En el mes de la solidaridad, trabajemos por la justicia social
como lo hizo en su tiempo, desde su testimonio de discípulo misionero de Cristo, un
educador ejemplar, san Alberto Hurtado.
TEXTO COMPLETO
Recuperemos
la confianza y el diálogo
“Camino para una sociedad más justa”
Desde
hace algunas semanas asistimos a la realización de distintas movilizaciones sociales,
principalmente la protesta estudiantil que busca profundas reformas sociales. Ello
no es un hecho aislado, sino que obedece a un creciente malestar social a nivel global,
relacionado con la situación política en países árabes, la grave situación de la economía
en países desarrollados, la crisis alimentaria que mata miles de niños cada día en
África Oriental, la pobreza y corrupción en América Latina, la destrucción de la familia,
la depredación de los recursos naturales, los alarmantes niveles de violencia de quienes
ejercen el terrorismo, el narcotráfico y la trata de blancas, entre otros. No cabe
duda que la forma en que la economía y la política se han venido organizando internacionalmente,
ha favorecido modelos estructurales basados más en la codicia y la ganancia ilimitada,
que en el servicio al desarrollo integral de las mayorías. “¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde la vida?” (Mt 16,26).
En
todo esto nos duele la abierta o sutil violación de los derechos humanos, que es el
signo de nuevas formas del desprecio por la vida y la dignidad de las personas, que
nos habla del alejamiento de valores fundamentales, que lleva a la pérdida de sentido
y al vacío existencial. Ello puede hacernos olvidar, a su vez, que no es en la materialidad
de las cosas donde la persona encuentra las respuestas definitivas a sus grandes ansias
y anhelos de vida plena, sino en todo lo que la trasciende. “No es la ciencia la que
redimirá al hombre, sino el amor”, afirma el Papa Benedicto XVI.
La constatación del malestar e indignación a nivel global, y las particularidades
que adquiere en nuestro país ante las crecientes y escandalosas desigualdades que
claman al cielo, nos hacen ver que estamos frente no sólo a cambios sociales y políticos,
sino de un orden más profundo, en el ámbito de la cultura. El empoderamiento de la
sociedad civil y la ciudadanía, más escolarizada y exigente; la revolución de expectativas
ante el crecimiento económico del país; la evolución de demandas básicas, hacia otras
más complejas y diversificadas serían, entre otras, señales de un cambio cultural
que no logra ser asimilado con la misma rapidez por quienes ejercen los distintos
liderazgos. La rebelión contra el modo de ejercer el poder y la mayor conciencia sobre
diversos abusos en distintos ámbitos, parece no sintonizar con el mundo político institucional
tradicional, el que se ve sobrepasado y con dificultades para representar, canalizar
y dar adecuada respuesta a las expresiones de malestar.
El
rechazo al lucro como mero fin en sí mismo y la mercantilización de la vida social,
la reivindicación sobre la ecología, la aspiración a una sociedad más equitativa,
inclusiva y comunitaria, se traducen en tendencias de un cambio cultural que requiere
ser adecuadamente comprendido y acompañado. En este contexto, temas como la pobreza
y la inequidad adquieren también un significado ético y cultural impreso en las aspiraciones
y búsquedas de la sociedad actual. En estos procesos de transformación, las instituciones
son interpeladas a plantear su postura frente a los temas y demandas en discusión;
y allí se juega su relevancia.
Es por ello que toda
educación que quiera ser auténtica, ha de contar, ante todo, con un concepto integral
de persona que permee toda su propuesta, e inspire todo el accionar de la comunidad
educativa. Un proyecto donde cada niño(a) y cada joven puedan desarrollar al máximo
su condición humana y espiritual, mediante la interiorización de virtudes y valores
conducentes a la formación de una conciencia moral, al compromiso con la sociedad
y la historia, a la madurez en el amor y la sexualidad; hablamos de las bases de un
proyecto de vida. Sin una educación de calidad y equitativa no hay desarrollo humano
y social que se pueda sostener con solidez en el tiempo.
En
el año 2007, ya los Obispos latinoamericanos en Aparecida hablamos de una “delicada
emergencia educativa: las nuevas reformas educacionales de nuestro continente (…)
aparecen centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades,
y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente
en función de la producción, la competitividad y el mercado. Por otra parte, con frecuencia
propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana
sexualidad. De esta forma no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu
religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a
la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes,
virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán
en constructores solidarios de la paz y del futuro de la sociedad” (DA 328).
La educación constituye siempre uno de los más grandes servicios públicos
que se presta a la sociedad, y que ha de ser ofrecido desde una variedad de proyectos
educativos. De este modo los padres de familia, de acuerdo a sus valores y principios,
podrán elegir libremente el tipo de educación que desean para sus hijos. Este es un
derecho irrenunciable, propio de sociedades libres, democráticas, respetuosas del
pluralismo y alejadas de cualquier totalitarismo. Diversidad y elección que han de
ser valoradas, resguardadas y aseguradas por el Estado. A éste le compete que ningún
joven quede privado de estudiar en razón de su condición socioeconómica, velando a
su vez por la calidad de la educación y la correcta administración de los recursos
públicos.
Por estos días hemos evocado el dolor de la
violencia política de épocas pasadas. La resolución equivocada de nuestros conflictos
trajo secuelas muy dolorosas para nuestra sociedad. Es nuestro deber recordar que
la recuperación de la democracia fue una tarea colectiva, construida desde una pluralidad
de visiones que se fundamentó sobre la base de grandes acuerdos, logrados con esfuerzo,
sacrificio, renuncias, superación de prejuicios y generosidad de todos a través del
diálogo. Esta es una hora en que Chile espera de la clase política responsabilidad
y vocación de Estado. Es por ello que valoramos los esfuerzos en esta semana de algunos
dirigentes políticos en este sentido. “Vuestro país tiene vocación de entendimiento
y no de enfrentamiento” nos decía Juan Pablo II (Misa en el Parque O’Higgins, 1987).
El bien común de la sociedad no puede construirse a partir de miradas unilaterales,
porque ellas conducen a actitudes intransigentes y a una espiral de conflicto agravada
por el aprovechamiento ideológico de las demandas y de la contingencia. El país no
puede avanzar bajo presiones ni represión, tampoco bajo amenazas ni provocaciones.
En esta hora de decisiones, la instalación del diálogo es la clave para valorizar
con objetividad demandas y propuestas, recuperar las confianzas, acercar posiciones,
consensuar acuerdos, sabiendo como en toda negociación, que ello siempre implicará
a las partes ceder en algunas de sus posturas. Se trata de ir poniendo bases que vayan
gradualmente haciendo posible cosas mayores a futuro. Lo anterior, los valiosos temas
que los estudiantes han propuesto a la consideración de todos, como los mismos logros
que han ido obteniendo, no son incompatibles con la vuelta a clases por el bien de
tantos alumnos, sus familias, los centros educativos y el país.
Si existe un mínimo consenso sobre estos propósitos, es hora de empezar
a legislar para que estos anhelos se conviertan en políticas públicas. En el mes de
la solidaridad, trabajemos por la justicia social como lo hizo en su tiempo, desde
su testimonio de discípulo misionero de Cristo, un educador ejemplar, san Alberto
Hurtado.
EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE. Santiago,
10 de agosto de 2011.