“Es un misterio grande el que hoy celebramos, un misterio de gloria y esperanza para
todos nosotros”, expresó el Papa Benedicto en su alocución previa al rezo de la oración
del ángelus, en Castel Gandolfo, en la Solemnidad de la Asunción de María. “Si, con
la Victoria de Jesús sobre el mal, también la muerte interior y física son derrotadas.
María fue la primera en tomar en sus brazos al Hijo de Dios, Jesús hecho niño, ahora
es la primera en estar junto a Él en la Gloria del Cielo” dijo el Papa, concluyendo
que en María vemos la meta hacia la cual caminan todos aquellos que ligan su vida
a aquella de Jesús, que lo saben seguir como María. “Esta fiesta nos habla de nuestro
futuro, nos dice que también nosotros estaremos junto a Jesús en la gloria de Dios,
y nos invita a tener valentía, a creer que la potencia de la Resurrección de Cristo
puede obrar en nosotros y hacernos hombres y mujeres que cada día buscan vivir como
resucitados, llevando a la oscuridad que hay en el mundo, la luz del bien”.
Palabras
del Papa a los peregrinos de lengua española (Audio)
Saludo
con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana.
La solemnidad de la gloriosa asunción de la Virgen María, que hoy recordamos, nos
abre a la esperanza de la plenitud de la vida del Cielo, a la que Ella ya ha llegado
y en la que nos aguarda. Que por la amorosa intercesión de la Madre de Dios desciendan
abundantes gracias y bendiciones sobre la Iglesia y el mundo.
Texto completo:
Queridos
hermanos y hermanas:
En el corazón del mes de agosto los Cristianos
de Oriente y de Occidente celebran conjuntamente la Fiesta de la Asunción de María
Santísima al Cielo. En la Iglesia Católica, el dogma de la Asunción – como es sabido
– fue proclamado durante el Año Santo de 1950 por mi venerado predecesor el Siervo
de Dios Papa Pío XII. Tal memoria hunde sus raíces en la fe de los primeros siglos
de la Iglesia.
En Oriente, viene llamada aun hoy “Dormición de la
Virgen”.
En un antiguo
mosaico de la Basílica de Santa María Mayor en Roma, que se inspira justamente al
icono oriental de la “Dormitio”, son representados los Apóstoles que, advertidos
por los Ángeles del fin terreno de la Madre de Jesús, están congregados en torno al
lecho de la Virgen. Al centro está Jesús que tiene entre los brazos una niña: es María,
convertida en “pequeña” para el Reino, y conducida por el Señor al Cielo.
En
la página del Evangelio de San Lucas de la liturgia de hoy, hemos leído que María
“en aquellos días se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo
de Judea” (Lc 1,39). En aquellos días María se apresuraba de la Galilea hacia una
pequeña ciudad cercana a Jerusalén, para ir a encontrar a su prima Isabel. Hoy la
contemplamos subir hacia la montaña de Dios y entrar en la Jerusalén celestial, “vestida
de sol, con la luna bajo los pies y, sobre la cabeza, una corona de doce estrellas”
(Ap 12,1).
La página bíblica del Apocalipsis, que leemos en la liturgia
de esta Solemnidad, habla de una lucha entre la mujer y el dragón, entre el bien y
el mal. San Juan parece volvernos a proponer las primeras páginas del libro del Génesis,
que narran el episodio tenebroso y dramático del pecado de Adán y Eva. Nuestros progenitores
fueron vencidos por el maligno; en la plenitud de los tiempos, Jesús, nuevo Adán,
y María, nueva Eva, vencen definitivamente al enemigo. Si, con la victoria de Jesús
sobre el mal, también la muerte interior y física son derrotadas. María ha sido
la primera en tomar entre los brazos al Hijo de Dios Jesús convertido en niño, ahora
es la primera en estar junto a El en la Gloria del Cielo.
Es un misterio
grande aquello que hoy celebramos, un misterio de esperanza y de gozo para todos nosotros:
en María vemos la meta hacia la cual caminan todos aquellos que saben ligar la propia
vida a aquella de Jesús, que lo saben seguir como ha hecho María. Esta fiesta habla
entonces de nuestro futuro, nos dice que también nosotros estaremos junto a Jesús
en la gloria de Dios y nos invita a tener valentía, a creer que la potencia de la
Resurrección de Cristo puede actuar en nosotros y hacernos hombres y mujeres que
cada día buscan vivir como resucitados, llevando a la oscuridad del mal que hay en
el mundo, la luz del bien.