El libro de oración por excelencia: los Salmos. Catequesis del Papa
Actualizado con el texto completo de la catequesis Miércoles, 22
Jun (RV). Esta mañana a las 10,30 Benedicto XVI se encontró en la Plaza de San Pedro
con los miles de peregrinos convenidos a escuchar la Catequesis que como cada miércoles
el Papa pronunció en el marco de la Audiencia General. Su santidad inició una nueva
etapa en el recorrido de las catequesis dedicadas a la Oración introduciéndonos en
el libro de oración por excelencia, el libro de los Salmos compuesto por 150 cantos
presentados en diversas formas literarias. Su Santidad puso de relieve que el cristiano,
rezando los Salmos, reza al Padre, en Cristo y con Cristo, asumiendo estos cantos
una dimensión nueva en el Misterio Pascual. Escuchemos la catequesis de hoy en nuestro
idioma seguida por la presentación de los grupos de habla hispana y los saludos que
les dirigió:
TEXTO:
Queridos hermanos y hermanas: Hoy quisiera comentar el libro de oración
por excelencia, el libro de los Salmos. Los ciento cincuenta cantos que lo componen,
con distintas temáticas y géneros literarios, expresan la riqueza de la experiencia
humana. Dos ideas centrales pueden resumir esa amplia gama de sentimientos, la súplica
y la alabanza, ambas profundamente unidas. La súplica está animada por la certeza
de que, ante el sufrimiento o la contrición, Dios responderá y así, con la esperanza
puesta en la misericordia divina, se abre a la alabanza y a la acción de gracias;
la alabanza nace de una experiencia de salvación, que supone en sí misma el reconocimiento
de nuestra pequeñez y la necesidad de ayuda que la súplica expresa. En los Salmos
aprendemos a rezar con las palabras de Dios y del mismo modo que el niño aprende a
expresar sus sentimientos con palabras ajenas, que recoge de sus padres, repitiéndolas
hasta hacerlas suyas, así también nosotros nos apropiamos de las palabras que Dios
nos ofrece en este libro, para poderle alabar como Él quiere. Por último, en el Salterio,
que el Señor rezó cuando estaba en el mundo, se encuentran cumplidas las profecías
que se unían a la figura mesiánica de David, desvelando en Jesús su sentido más pleno
y profundo. Así el cristiano, rezando los Salmos, reza al Padre, en Cristo y con Cristo,
asumiendo estos cantos una dimensión nueva en el Misterio Pascual.
Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
Colombia, Venezuela y otros países latinoamericanos. Os invito a que aprendáis de
los Salmos a hablar con Dios y, repitiendo la súplica de los apóstoles, Señor, enséñanos
a orar, abráis el corazón para acoger la plegaria del Maestro, en la que toda oración
llega a su culmen. Muchas gracias.
Saludando a los peregrinos de lengua
polaca Benedicto XVI les ha recordado que mañana se celebra la solemnidad de Corpus
Christi. “Durante la Santa Misa de manera particular viviremos el misterio de la transubstanciación
del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y lo recibiremos en la santa
comunión. Durante las celebraciones y las procesiones adoraremos Su realeza, presencia
sacramental entre nosotros. Que esta solemnidad inflame en nosotros el respeto y el
amor por la Eucaristía, fuente inagotable de gracia. ¡Que Dios os bendiga!”
Como
siempre el Santo Padre al final de la audiencia ha saludado a los jóvenes a los enfermos
y a los recién casados. Que el ejemplo y la intercesión de San Luis Gonzaga, del que
hemos celebrado su memoria, solicite en vosotros, queridos jóvenes, valorizar la virtud
de la pureza evangélica; que os ayude a vosotros, queridos enfermos, a afrontar el
sufrimiento encontrando consuelo en Cristo crucificado; que os conduzca a vosotros,
queridos recién casados, hacia un amor cada vez más profundo hacia Dios y entre vosotros.
Audio
introducción del Papa Audiencia General seguida por lectura de Salmo 86:
Audio
previo a la Catequesis del Papa en nuestro idioma con la presentación de los grupos
de fieles de lengua española provenientes del Continente Americano, el Caribe, y España:
TEXTO
COMPLETO DE LA CATEQUESIS Queridos hermanos y hermanas,
en la catequesis
anteriores, nos hemos centrado en algunas figuras del Antiguo Testamento son particularmente
significativas para nuestra reflexión sobre la oración: Abraham que intercede por
las ciudades extranjeras; Jacob que en la lucha nocturna recibe la bendición; Moisés,
que pide perdón para su pueblo; Elías que reza por la conversión de Israel. Con la
catequesis de hoy, comenzamos una nueva sección: en lugar de comentar los episodios
particulares de los personajes en la oración, entraremos en el "libro de oración"
por excelencia, el libro de los Salmos. En las próximas catequesis leeremos y meditaremos
sobre algunos de los Salmos más hermosos y más queridos por la tradición de la oración
de la Iglesia. Hoy me gustaría presentarlos, hablando sobre el libro de los Salmos
en su conjunto.
El Salterio se presenta como un "formulario" de oraciones,
un ramillete de ciento cincuenta salmos bíblicos que la tradición da al pueblo de
los creyentes para se conviertan en su oración, su manera de dirigirse a Dios y de
relacionarse con Él. En este libro encuentra expresión toda la experiencia humana
con sus múltiples facetas, y toda la gama de sentimientos que acompañan la existencia
del hombre.
En los Salmos, se entrelazan y se expresan felicidad y sufrimiento,
deseo de Dios y percepción de la propia indignidad, felicidad y sensación de abandono,
confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a la muerte. Toda la
realidad del creyente fluye en aquellas oraciones que, el pueblo de Israel primero
y luego la Iglesia han asumido como mediación privilegiada de relación con el único
Dios y respuesta apropiada a su revelarse en la historia. En cuanto oración, los Salmos
son manifestaciones del alma y de la fe, en las que todos pueden reconocerse y en
las cuales se comunicar aquella experiencia de especial cercanía a Dios a la que es
llamado cada hombre. Y es toda la complejidad de la existencia humana la que se concentra
en la complejidad de las diferentes formas literarias de los diversos salmos: himnos,
lamentos y súplicas individuales y colectivas, cantos de acción de gracias, salmos
penitenciales, salmos sapienciales, y otros géneros que se pueden encontrar en estos
poemas.
A pesar de esta multiplicidad expresiva, pueden ser identificados
dos áreas principales que sintetizan la oración de los Salmos: la súplica, relacionada
con el lamento, y la alabanza, dos dimensiones casi inseparables. Debido a que la
petición está animada por la certeza de que Dios va a responder, y esto abre la alabanza
y acción de gracias; y la alabanza y la acción de gracias brotan de la experiencia
de una salvación recibida, que implica la necesidad de ayuda que la oración expresa.
En la súplica, el orante se lamenta y describe su situación de angustia, de
peligro, de desolación, o – como en los Salmos penitenciales, confesa su culpa, su
pecado, rogando ser perdonado. Él expone al Señor su estado de necesidad, con la
confianza de que ser escuchado, y ello implica un reconocimiento de Dios como bueno,
que anhela el bien y “ama la vida” (cfr Sab 11,26), dispuesto siempre a ayudar,
salvar, perdonar. Así por ejemplo, reza el Salmista en el Salmo 31: «En ti, Señor,
me cobijo, ¡oh no sea confundido jamás! […] Sácame de la red que me han tendido, que
tú eres mi refugio » (vv. 2.5). Ya en el lamento, pues, puede emerger algo de la alabanza,
que se preanuncia en la esperanza de la intervención divina y que luego se hace explícita
cuando la salvación divina se vuelve realidad. De forma análoga, en los Salmos de
acción de gracias y de alabanza, haciendo memoria del don recibido o contemplando
la grandeza de la misericordia de Dios, se reconoce también la propia pequeñez y la
necesidad de ser salvados, que es la base de la súplica. Se confiesa así a Dios la
propia condición de criatura inevitablemente marcada por la muerte, y sin embargo
portadora de un anhelo radical de vida. Po ello el Salmista exclama, en el Salmo 86:
«Gracias te doy de todo corazón, Señor Dios mío, daré gloria a tu nombre para siempre,
pues grande es tu amor para conmigo, tú has librado mi alma del fondo del Seol» (vv.
12-13). De tal modo, en la oración de los Salmos, la súplica y la alabanza se entrelazan
y se funden en un único canto que celebra la gracia eterna del Señor que se abaja
ante nuestra fragilidad.
Precisamente para permitir al pueblo de los creyentes
unirse a este canto, el Libro del Salterio ha sido dado a Israel y a la Iglesia. Los
Salmos, en efecto, enseñan a orar. En ellos, la Palabra de Dios se convierte en palabra
de oración –y son las palabras del salmista inspirado- que se convierte también en
palabra del orante que reza los Salmos. Esta es la belleza y la particularidad de
este libro bíblico: la oración contenida en ellos, a diferencia de otras oraciones
que encontramos en la Sagrada Escritura no están colocadas en una trama narrativa
que especifica el sentido y la función. Los Salmos se dan al creyente como texto de
oración, que tiene como único fin el de convertir la oración de quien la asume y con
ellos se dirige al Señor. Ya que son Palabra de Dios quien reza los Salmos habla a
Dios con las mismas palabras de Dios, dirigirse a Él con las palabras que él mismo
nos da. Así rezando los Salmos se aprende a rezar.
Una cosa semejante
ocurre cuando el niño comienza a hablar, aprende a expresar sus propias sensaciones,
emociones y necesidades, con palabras que no le pertenecen de manera innata pero que
aprende de sus padres y de aquellos que viven junto a él. Aquello que él quiere expresar
es aquello que vive, pero el modo de expresarse es de los otros; y él poco a poco
se apropia, las palabras que acoge se convierten en palabras suyas y a través de estas
palabras aprende también un modo de pensar y de sentir, accede a un entero mundo de
conceptos, y con ello crece, se relaciona con la realidad, con los hombres y con Dios.
La lengua de sus padres se ha convertido en la suya, él habla con palabras recibidas
de los demás que ya se han convertido en suyas. Así ocurre con la oración de los salmos.
Nos han sido donados para que nosotros aprendamos a dirigirnos a Dios, a comunicarnos
con Él, a hablarle de nosotros con sus palabras. Y, por medio de estas palabras, será
posible también conocer y acoger los criterios de su actuar, y acercarnos al misterio
de sus pensamientos y de sus caminos (cfr Is 55,8-9), para crecer cada vez más en
la fe y en el amor.
A este propósito, aparece significativo el título que la
tradición judía ha dado al Salterio. Se llama Tehillim, un término judío que quiere
decir “alabanza”, de la raíz verbal que encontramos en la expresión “Halleluyah”,
es decir, literalmente: “alabad al Señor”. Este libro de oraciones, por lo tanto,
también multiforme y complejo, con sus diversos géneros literarios y con sus articulaciones
entre alabanzas y súplicas, es en definitiva un libro de alabanzas, que enseña a dar
gracias, a celebrar la grandeza del don de Dios, a reconocer la belleza de sus obras
y a glorificar su Nombre santo. Ésta es la respuesta más adecuada ante la manifestación
del Señor y a la experiencia de su bondad. Enseñándonos a rezar, los salmos nos enseñan
que también la desolación, en el dolor, la presencia de Dios es fuente de maravilla
y de consolación; se puede llorar, suplicar, interceder, pero con la certeza de que
estamos caminando hacia la luz, donde la alabanza podrá ser definitiva. Como nos enseña
el Salmo 36: “Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz”. (Sal
36,10).
Pero además de este título general del libro, la tradición judía ha
puesto en muchos Salmos títulos específicos, atribuyéndolos, en gran parte, al rey
David. Figura de notable densidad humana y teológica, David es un personaje complejo,
que ha atravesado las más variadas experiencias fundamentales del vivir. Joven pastor
de la grey paterna, pasando por alternativas y a veces dramáticas vicisitudes, se
convierte en rey de Israel, pastor del pueblo de Dios. Hombre de paz, ha combatido
muchas guerras; incansable y tenaz buscador de Dios, ha traicionado el amor; pero
después, humilde penitente, ha acogido el perdón divino y ha aceptado un destino marcado
por el dolor. David ha sido un rey “según el corazón de Dios” (cfr 1Sam 13,14), un
orante apasionado, un hombre que sabía qué cosa quería decir suplicar y alabar. La
conexión de los Salmos con este insigne rey de Israel es por lo tanto importante,
porque él es figura mesiánica, Ungido por el Señor, en el que de alguna manera se
vislumbra el misterio de Cristo.
Igualmente importante y significativos son
los modos y la frecuencia con las que las palabras de los Salmos son tomadas por el
Nuevo Testamento, asumiendo y subrayando aquel valor profético sugerido por la conexión
del Salterio con la figura mesiánica de David. En el Señor Jesús, que en su vida terrena
ha orado con los Salmos, en ello encuentran su definitivo cumplimiento y revelan su
sentido más pleno y profundo. Las oraciones del salterio, con las que se habla a Dios,
nos hablan de Él, nos hablan del Hijo, imagen del Dios invisible (Col 1,15), que se
revela cumplidamente el Rostro del Padre. El cristiano, por lo tanto, rezando los
salmos, reza al Padre en Cristo y con Cristo, asumiendo aquellos cantos en una perspectiva
nueva, que tiene en el misterio pascual su última clave interpretativa. El horizonte
del orante se abre así a las realidades inesperadas, cada Salmo adquiere una luz nueva
en Cristo y el salterio puede brillar en toda su infinita riqueza.
Queridos
hermanos y hermanas, tomemos pues en las manos este libro santo, dejándonos enseñar
por Dios a dirigirnos a Él, hagamos del Salterio una guía que nos ayude y nos acompañe
cotidianamente en el camino de la oración. Y pidamos también nosotros, como los discípulos
de Jesús, “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1), abriendo el corazón a acoger la oración
del maestro, en el que todas las oraciones lleguen a su cumplimiento. Así, hechos
hijos en el Hijo, podremos hablar a Dios llamándole “Padre Nuestro”.