En la Solemnidad de Pentecostés, el Papa subraya que la Iglesia pertenece a todos
los pueblos, “supera todas las fronteras de raza, clase, nación y abate todas las
barreras”
Domingo, 12 (RV).- Benedicto XVI ha presidido esta mañana en la basílica de san Pedro
la Santa Misa en la solemnidad de Pentecostés. En su homilía el Santo Padre ha dicho
que si bien todas las solemnidades litúrgicas de la Iglesia son grandes, esta de Pentecostés
lo es de una manera singular, porque indica, llegado el día cincuenta, el cumplimiento
del evento de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor Jesús a través del
don del Espíritu del Resucitado.
En Pentecostés la Iglesia se prepara con
la oración, la invocación repetida e intensa a Dios para obtener una renovada efusión
del Espíritu Santo sobre nosotros. La Iglesia revive así cuanto sucedió en sus orígenes
a los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén. Estaban reunidos en humilde
y confiada espera de que se cumpliese la promesa del Padre que les comunicó Jesús:
"En pocos días, vais a ser bautizados en Espíritu Santo... recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros."
“Lo que la Iglesia
quiere decirnos es esto: el Espíritu creador de todas las cosas, y el Espíritu Santo
que Cristo ha hecho descender del Padre sobre la comunidad de los discípulos, son
uno y el mismo: creación y redención se pertenecen recíprocamente y constituyen, en
profundidad, un único misterio de amor y salvación. El Espíritu Santo es ante todo
Espíritu Creador y entonces Pentecostés es la fiesta de la creación. Para nosotros
los cristianos, el mundo es fruto de un acto de amor de Dios, que ha hecho todas las
cosas y de lo cual Él se alegra porque es "algo bueno", "algo muy bueno". La fe en
el Espíritu Creador y la fe en el Espíritu que Cristo resucitado ha donado a los Apóstoles,
y nos dona a cada uno de nosotros, están ahora inseparablemente unidas".
El
Santo Padre ha explicado que la segunda Lectura y el Evangelio de hoy nos muestran
esta conexión. “El Credo de la Iglesia -ha dicho-, no es otra cosa de lo que se dice
en esta simple afirmación: "Jesús es Señor". De esta profesión de fe san Pablo nos
dice que se trata propiamente de la palabra y de la obra del Espíritu Santo. Si queremos
estar en el Espíritu Santo, debemos adherir a este Credo. Haciéndolo nuestro, accedemos
a la obra del Espíritu Santo.
“La expresión "Jesús
es el Señor" se puede leer en dos sentidos. Significa: Jesús es Dios, y contemporáneamente:
Dios es Jesús. El Espíritu Santo ilumina esta reciprocidad: Jesús tiene dignidad divina,
y Dios tiene el rostro humano de Jesús. Dios se muestra en Jesús y con esto nos dona
la verdad sobre nosotros mismos. Dejarse iluminar en lo profundo por esta verdad es
el evento de Pentecostés. Recitando el Credo, nosotros entramos en el misterio del
primer Pentecostés”.
Y en el Credo, ha subrayado el Pontífice, “que nos
une desde todos los ángulos de la tierra, que, mediante el Espíritu Santo, hace de
modo que nos comprendamos también en la diversidad de las lenguas, a través de la
fe, la esperanza y el amor; se forma la nueva comunidad de la Iglesia de Dios. El
Espíritu Santo está representado, en el evangelista Juan, como el soplo de Jesucristo
resucitado. “El Señor sopla en nuestra alma el nuevo aliento de vida, el Espíritu
Santo, su más íntima esencia, y de este modo nos recibe en la familia de Dios.
“Con el Bautismo
y la Confirmación nos es dado este don específico, y con los sacramentos de la Eucaristía
y de la Penitencia esto se repita continuamente: el Señor sopla en nuestra alma un
aliento de vida. Todos los sacramentos, cada uno de manera propia, comunican al hombre
la vida divina, gracias al Espíritu Santo que obra en ellos”.
“En la liturgia
de hoy recogemos todavía una ulterior conexión, -afirma Benedicto XVI: El Espíritu
Santo es Creador, es al mismo tiempo Espíritu de Jesucristo, pero en modo que el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y único Dios”.
"El Espíritu Santo
anima a la Iglesia. Ella no deriva de la voluntad humana, de la reflexión, de la habilidad
del hombre y de su capacidad organizativa, porque si fuera así se habría extinguido
hace tiempo, así como pasan las cosas humanas. La Iglesia, en cambio, es el Cuerpo
de Cristo animado por el Espíritu Santo".
Luego, reflexionando sobre “las
imágenes del viento y del fuego, usadas por san Lucas para representar la venida del
Espíritu Santo”, dice que recuerdan al Sinaí, “donde Dios se había revelado al pueblo
de Israel y le había concedido su alianza. Cuando Lucas habla de lenguas de fuego
para representar el Espíritu Santo, viene evocado aquel antiguo Pacto”.
“Así
el evento de Pentecostés -señala el Papa- viene representado como un nuevo Sinaí,
como el don de un nuevo Pacto en el que la alianza con Israel se extiende a todos
los pueblos de la tierra, en los que caen todos las empalizadas de la vieja Ley y
aparece su corazón mas santo e inmutable, esto es el amor, que el Espíritu Santo comunica
y difunde.
“Con esto se nos
dice una cosa muy importante: que la Iglesia es católica desde el primer momento,
que su universalidad no es el fruto de la inclusión sucesiva de diversas comunidades.
Desde el primer instante, de hecho, el Espíritu Santo la ha creado como la Iglesia
de todos los pueblos; ella abraza el mundo entero, supera todas las fronteras de raza,
clase, nación; abate todas las barreras y une a los hombres en la profesión del Dios
uno y trino. Desde el inicio la Iglesia es una, católica y apostólica: esta es su
verdadera naturaleza y como tal debe ser reconocida. Ella es santa, no gracias a la
capacidad de sus miembros, sino porque Dios mismo, con su Espíritu, la crea y la santifica
siempre”.
Finalmente, el Santo Padre comentando de nuevo, el Evangelio
recuerda que "Los discípulos se alegraron al ver al Señor", pero indica que “el Amigo
perdido no viene de un lugar cualquiera, sino de la noche de la muerte; y ¡Él la ha
atravesado! Jesús no es uno cualquiera, sino que es el Amigo y junto a Aquel que es
la Verdad que hace vivir a los hombres; y lo que dona no es una alegría cualquiera,
sino la alegría misma, don del Espíritu Santo.