Benedicto XVI subraya la urgente necesidad de familias cristianas ejemplares para
contrastar con la actual mentalidad que descuida la calidad de las relaciones personales
y los valores humanos más profundos
Domingo, 5 jun (RV).- Benedicto XVI ha subrayado la urgente necesidad que tiene la
sociedad moderna de familias cristianas ejemplares, aunque por desgracia “especialmente
en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación de Dios de la
vida y a una creciente disgregación de la familia”. Durante la Santa Misa en Zagreb
con ocasión de la Jornada Nacional de las familias católicas croatas, y ante 400 mil
personas, el Papa ha hecho un llamamiento a contrastar esta mentalidad que “absolutiza
una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual
a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la
calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos”.
“Se reduce
el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin
esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura
a la vida”.
El Santo Padre ha resaltado la importancia del testimonio
concreto y el compromiso de las familias cristianas, “especialmente para afirmar la
intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el
valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad
de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar
a los hijos”.
“Queridas familias,
¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia
como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio
de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo
a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y
la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza
en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona
en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia”.
El
Pontífice ha expresado su aprecio “por la atención y el compromiso por la familia”,
no sólo porque esta realidad humana fundamental debe afrontar hoy, en Croacia como
en otros lugares, dificultades y amenazas, y por tanto necesita ser evangelizada y
apoyada de manera especial, sino también porque las familias cristianas son un medio
decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión
y para su presencia misionera en las más diversas situaciones de la vida.
HOMILÍA
COMPLETA
Queridos hermanos y hermanas En esta Santa Misa
que tengo el gozo de presidir, concelebrando con numerosos Hermanos en el Episcopado
y con un gran número de sacerdotes, doy gracias al Señor por todas las queridas familias
aquí reunidas, y por tantas otras que se unen a nosotros por medio de la radio y la
televisión. Gracias particularmente al Cardenal Josip Bozanić, Arzobispo de
Zagreb, por sus cálidas palabras al inicio de la Santa Misa. Saludo a todos y les
expreso mi gran afecto, junto con un abrazo de paz. Hemos celebrado
hace poco la Ascensión del Señor, y nos preparamos para recibir el gran don del Espíritu
Santo. Hemos escuchado en la primera lectura cómo la comunidad apostólica estaba reunida
en oración en el Cenáculo, con María, la madre de Jesús (cf. Hch 1,12-14). Esto es
un retrato de la Iglesia, que hunde sus raíces en el acontecimiento pascual. En efecto,
el Cenáculo es el lugar en el que Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, en
la Última Cena; y donde, resucitado de entre los muertos, derramó el Espíritu Santo
sobre los Apóstoles la tarde de Pascua (cf. Jn 20,19-23). El Señor había ordenado
a sus discípulos «que no se alejaran de Jerusalén sino “aguardad que se cumpla la
promesa del Padre”» (Hch 1,4); es decir, les había pedido que permanecieran juntos
para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración
con María en el Cenáculo, en espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1,14). Permanecer
juntos fue la condición puesta por Jesús para recibir la llegada del Paráclito, y
la oración prolongada fue el presupuesto de su concordia. Encontramos aquí una formidable
lección para toda comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera
depende principalmente de una atenta programación y de su sagaz puesta en práctica
mediante un compromiso concreto. Ciertamente, el Señor pide nuestra colaboración,
pero antes de cualquier respuesta nuestra es necesaria su iniciativa: su Espíritu
es el verdadero protagonista de la Iglesia, al que se ha de invocar y acoger. En
el Evangelio hemos escuchado la primera parte de la llamada «oración sacerdotal» de
Jesús (cf. Jn 17,1-11a) – como conclusión de su discurso de despedida – llena de confianza,
dulzura y amor. Se llama «oración sacerdotal» porque en ella Jesús se presenta en
la actitud del sacerdote que intercede por los suyos, en el momento en que está a
punto de dejar este mundo. El pasaje está presidido por el doble tema de la hora y
de la gloria. Se trata de la hora de la muerte (cf. Jn 2,4; 7,30; 8,20), la hora en
la que Cristo debe pasar de este mundo al Padre (13,1). Pero, al mismo tiempo, es
también la hora de su glorificación que se cumple por la cruz, y que el evangelista
Juan llama «exaltación», es decir, ensalzamiento, elevación a la gloria: la hora de
la muerte de Jesús, la hora del amor supremo, es la hora de su gloria más alta. También
para la Iglesia, para cada cristiano, la gloria más alta es aquella Cruz, es vivir
la caridad, don total a Dios y a los demás. Queridos hermanos y hermanas:
He acogido con mucho gusto la invitación que me han hecho los Obispos de Croacia para
visitar este País con ocasión del primer Encuentro Nacional de las Familias Católicas
croatas. Deseo expresar mi gran aprecio por la atención y el compromiso por la familia,
no sólo porque esta realidad humana fundamental debe afrontar hoy, en vuestro País
como en otros lugares, dificultades y amenazas, y por tanto necesita ser evangelizada
y apoyada de manera especial, sino también porque las familias cristianas son un medio
decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión
y para su presencia misionera en las más diversas situaciones de la vida. Conozco
la generosidad y la entrega con la que vosotros, queridos Pastores, servís al Señor
y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano en favor de la formación en la fe de las
nuevas generaciones, así como por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento
de las familias, es la vía fundamental para regenerar siempre nuevamente la Iglesia,
y también para vivificar el tejido social del País. Continuad con disponibilidad este
precioso cometido pastoral. Es bien sabido que la familia cristiana es
un signo especial de la presencia y del amor de Cristo, y que está llamada a dar una
contribución específica e insustituible a la evangelización. El beato Juan
Pablo II, que visitó este noble País por tres veces, decía que «la familia
cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia
de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad
su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (Familiaris
consortio, 50). La familia cristiana ha sido siempre la primera vía de transmisión
de la fe, y también hoy tiene grandes posibilidades para la evangelización en múltiples
ámbitos. Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros
hijos, y rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía,
en este año en que celebráis el sexto centenario del “milagro eucarístico de Ludbreg”;
introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la Sagrada Escritura
en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con la luz de la fe y alabando
a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo, como aquel de María y los
discípulos, en el que se vive la unidad, la comunión, la oración. Hoy,
gracias a Dios, muchas familias cristianas toman conciencia cada vez más de su vocación
misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio de Cristo, el Señor. Como
dijo el beato Juan Pablo II: «Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es
en sí misma una “buena nueva” para el mundo». Y añadió: «En nuestro tiempo son cada
vez más las familias que colaboran activamente en la evangelización... En la Iglesia
ha llegado la hora de la familia, que es también la hora de la familia misionera»
(Ángelus, 21 octubre 2001). En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente
la presencia de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente
cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación
de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se absolutiza una
libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual
a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la
calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos; se
reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos,
sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura
a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de la
Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias cristianas,
vuestro testimonio concreto, especialmente para afirmar la intangibilidad de la vida
humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible
de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas que
apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos. Queridas familias,
¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia
como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio
de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo
a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y
la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza
en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona
en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia. Quisiera
reiterar lo que ya he dicho otra vez: «La edificación de cada familia cristiana se
sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene
y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias,
“pequeñas Iglesias domésticas”» (Discurso en la apertura de la Asamblea eclesial de
la diócesis de Roma, 6 junio 2005). Roguemos al Señor para que las familias sean cada
vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia.
Queridas familias croatas: que viviendo la comunión de fe y caridad, seáis
testigos de manera cada vez más transparente de la promesa que el Señor llevado al
cielo hace a cada uno de nosotros: «… yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el final de los tiempos (Mt 28,20). Queridos cristianos croatas, sentíos llamados
a evangelizar con toda vuestra vida; escuchad con mucha atención la palabra del Señor:
«Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). Que la Virgen María, Reina
de los croatas, acompañe siempre vuestro camino. Amén. Alabados sean Jesús y María.