“El Evangelio es la fuerza más grande de transformación del mundo, no es una utopía
ni una ideología”
Domingo, 8 may (RV).- Benedicto XVI concluyó su viaje Apostólico de día y medio a
Aquileia y Venecia, en el ámbito de su 22ª visita pastoral por tierras de Italia.
La
última actividad de Benedicto XVI este domingo en Venecia tuvo lugar a las 18.45 con
la bendición, al término de los trabajos de restauración de la Capilla de la Santísima
Trinidad y la inauguración de los locales de la Biblioteca del “Studium Generale Marcianum”
de Venecia, ante la presencia de los seminaristas. Desde la Sede del Seminario Patriarcal
el Papa partió en lancha hacia el aeropuerto “Marco Polo” de Tessèra.
Alrededor
de las seis de la tarde, el Pontífice se dirigió al mundo de la cultura, del arte
y de la economía en la Basílica de la Salud de Venecia, donde tras el saludo de Mons.
Brian Edwin Ferme, Rector del “Studium Generale Marcianum”, Benedicto XVI manifestó
su alegría al saludarlos cordialmente, agradeciéndoles su presencia y simpatía. Durante
este encuentro, última etapa del viaje al noreste de Italia comenzado ayer por la
tarde, el Obispo de Roma aprovechó la oportunidad para ofrecer algunos pensamientos,
muy sintéticos, con la esperanza de que sean útiles para la reflexión y el empeño
común.
El Pontífice ofreció su pensamientos basándose en tres palabras que
“son –dijo- metáforas sugestivas: tres palabras ligadas a Venecia y, en particular,
al lugar en que nos encontramos: la primera palabra es ‘agua’; la segunda es ‘Salud’,
y la tercera es ‘Serenísima’:
“Comenzamos por el
agua –como es lógico por muchos aspectos. El agua es símbolo ambivalente: de vida,
pero también de muerte; lo saben bien las poblaciones afectadas por aluviones y maremotos.
Pero el agua es ante todo elemento esencial para la vida. Venecia es llamada la ‘Ciudad
de agua’. También para vosotros que vivís en Venecia esta condición tiene un dúplice
signo, negativo y positivo: comporta muchos malestares y, al mismo tiempo, un atractivo
extraordinario. El hecho de que Venecia sea ‘ciudad de agua’, hace pensar en un célebre
sociólogo contemporáneo, que ha definido ‘líquida’ nuestra sociedad, y así la cultura
europea: una cultura ‘líquida’, para expresar su ‘fluidez’, su poca estabilidad o,
quizás, su ausencia de estabilidad, la volubilidad, la inconsistencia que a veces
parece caracterizarla”.
De ahí que el Papa hiciera una primera propuesta:
“Venecia no como ciudad “líquida”, sino como ciudad “de la vida y de la belleza”.
“Ciertamente –agregó– es una elección, pero en la historia –dijo– es necesario elegir:
el hombre es libre de interpretar, de dar un sentido a la realidad, y precisamente
en esta libertad consiste su gran dignidad. En el ámbito de una ciudad –prosiguió
diciendo el Obispo de Roma– también las elecciones de carácter administrativo, cultural
y económico dependen de esta orientación fundamental, que podemos llamar “político”
en la acepción más noble y más elevada del término. Porque como dijo el Papa “se trata
de elegir entre una ciudad ‘líquida’, patria de una cultura que se parece cada vez
más a la de lo relativo y de lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su
belleza tomando de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre
los hombres y entre los pueblos”.
“Vayamos a la segunda
palabra: ‘Salud’. Nos encontramos en el ‘Polo de la Salud’: una realidad nueva, pero
que tiene raíces antiguas. Aquí, en la Punta de la Aduana, surge una de las iglesias
más célebres de Venecia, obra de Longhena, edificada come voto a la Virgen por la
liberación de la peste del año 1630: Santa María de la Salud. Junto a ella, el célebre
arquitecto construyó el Convento de los Somascos, que después se convirtió en el Seminario
Patriarcal.
Y aludiendo al lema inciso en el centro de la rotonda mayor de
la Basílica, el Pontífice explicó que se trata de una expresión que indica que el
origen de la Ciudad de Venecia está estrechamente ligado a la Madre de Dios, fundada,
según la tradición, el 25 de marzo del año 421, Día de la Anunciación. Y precisamente
por intercesión de María –añadió el Papa- vino la salud, la salvación de la peste.
Pero reflexionando sobre este lema podemos encontrar también un significado aún más
profundo y más amplio. “De la Virgen de Nazaret tuvo origen Aquel que nos da la ‘salud’.
La ‘salud’ es una realidad omnicomprensiva, integral: que va del ‘estar bien’ que
nos permite vivir serenamente una jornada de estudio y de trabajo, o de vacación,
hasta la salus animae, la salud del alma, de la que depende nuestro destino eterno.
Benedicto
XVI reafirmó que “Dios se ocupa de todo esto, sin excluir nada. Se ocupa de nuestra
salud en sentido pleno. Lo demuestra Jesús en el Evangelio: Él ha curado a enfermos
de todo tipo, pero también ha liberado a los endemoniados, ha perdonado los pecados,
ha resucitado a los muertos. Jesús ha revelado que Dios ama la vida y quiere liberarla
de toda negación, hasta la más radical que es el mal espiritual, el pecado, raíz venenosa
que contamina todo. Por esto, al mismo Jesús se lo pude llamar ‘Salud’ del hombre:
Salus nostra Dominus Jesus. Jesús salva al hombre poniéndolo nuevamente en relación
saludable con el Padre en la gracia del Espíritu Santo; lo inmerge en esta corriente
pura y vivificante que libera al hombre de sus ‘parálisis’ físicas, psíquicas y espirituales;
lo cura de la dureza del corazón, de la cerrazón egocéntrica y le hace gustar la posibilidad
de encontrarse verdaderamente a sí mismo, perdiéndose por amor de Dios y del prójimo”.
En fin, la tercera
palabra: ‘Serenísima’, el nombre de la República Véneta. Un título verdaderamente
estupendo, se diría utópico, con respecto a la realidad terrena, y sin embargo, capaz
de suscitar no sólo memorias de glorias pasadas, sino también ideales que arrastran
en la proyección del hoy y del mañana, en esta gran región. ‘Serenísima’ en sentido
pleno es solamente la Ciudad celestial, la nueva Jerusalén, que aparece al término
de la Biblia, en el Apocalipsis, como una visión maravillosa (cfr. Ap 21,1 – 22,5).
Y sin embargo –dijo el Santo Padre al mundo de la cultura, del arte y de la
economía– el Cristianismo concibe esta Ciudad santa, completamente transfigurada por
la gloria de Dios, como una meta que mueve los corazones de los hombres e impulsa
sus pasos, que anima el empeño fatigoso y paciente para mejorar la ciudad terrenal.
Es necesario recordar siempre a este propósito las palabras del Concilio Vaticano
II: “De nada sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante,
la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación
de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que
puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo” (Const. Gaudium et spes, 39). Hacia
el final de su alocución el Papa afirmó que “escuchamos estas expresiones en un tiempo
en el que se ha agotado la fuerza de las utopías ideológicas y no sólo el optimismo
se ha oscurecido, sino que también la esperanza está en crisis”. De ahí que haya hecho
hincapié en que “no debemos olvidar entonces que los Padres conciliares, que nos han
dejado esta enseñanza, habían vivido la época de las dos guerras mundiales y de los
totalitarismos”. Y añadió que su perspectiva ciertamente no era dictada por un fácil
optimismo, sino por la fe cristiana, que anima la esperanza -al mismo tiempo grande
y paciente- abierta al futuro y atenta a las situaciones históricas.
Por esta
razón afirmó que en esta perspectiva el nombre “Serenísima” nos habla de una civilización
de la paz, fundada en el respeto mutuo, en el conocimiento recíproco y en las relaciones
de amistad. Venecia tiene una larga historia y un rico patrimonio humano, espiritual
y artístico para ser capaz también hoy de ofrecer una preciosa contribución para ayudar
a los hombres a creer en un futuro mejor y a empeñarse en construirlo. Pero para esto
no debe tener miedo de otro elemento emblemático, contenido en el escudo de San Marcos:
el Evangelio.
Porque como afirmó el Papa, “el Evangelio es la fuerza más
grande de transformación del mundo, pero no es una utopía ni una ideología”. Y al
despedirse lo hizo con un pensamiento dirigido también a los musulmanes que viven
en esta ciudad. De este lugar tan significativo –dijo textualmente– dirijo mi saludo
cordial a Venecia, a la Iglesia que aquí peregrina y a todas las Diócesis del Trivéneto,
dejando, como prenda de su perenne recuerdo, su Bendición Apostólica.