“Duc in altum!”: editorial del semanal del padre Federico Lombardi para el CTV
Sábado, 07 may (RV).- “Cuando vi el ataúd
que contenía su cuerpo sacado de la tumba abierta pensé: ¡He aquí, vuelve a estar
entre nosotros! El cardenal Dziwisz expresó así, durante la Vigilia del sábado por
la noche, los sentimientos que invadieron el corazón de los que estaban presentes
en aquel momento, y también de aquellos que han querido, una vez más desfilar conmovidos
junto a los restos mortales del nuevo Beato, en el centro de la Basílica, junto a
la tumba de Pedro, como en los días de su muerte. Ciertamente, para los creyentes,
Juan Pablo II permaneció siempre vivo y presente, pero no se puede negar que los días
de la Beatificación hayan constituido una poderosa vuelta suya en medio al pueblo
de Dios en oración y en fiesta. Por ello han sido días de gracia. Y por ello comprendemos
el significado y la importancia de cada Beatificación, pero en particular ésta, en
la vida de la Iglesia católica.
En la multitud que permanecía desde la noche,
a la espera de acercarse a la Plaza de San Pedro, había tantas familias jóvenes, con
niños de los años dos mil, niños que ciertamente no han conocido al Papa Wojtyla,
pero que son los herederos de las generaciones de ‘sus’ jóvenes.
Juan Pablo
II era consciente de que tenía la misión de introducir la Iglesia en el tercer milenio
y, al final del Gran Jubileo, nos ha dicho, ha dicho a todo el pueblo de Dios: ‘Duc
un altum!’, ¡Rema mar adentro! La Iglesia se adentra en el mar profundo del tercer
milenio, pero sabe que puede contar con el apoyo de un Intercesor eficaz, que la invita
a no tener miedo. Benedicto XVI se hace eco de su oración: “Continúa sosteniendo desde
el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Tantas veces nos has bendecido Hoy te rogamos:
¡Santo Padre, bendíganos!”.