Viernes, 6 may (RV).- jesuita Guillermo Ortiz: . El millón y medio
de personas en Roma es solo parte de la visibilidad que alcanzó la vida y la unidad
de la Iglesia con la beatificación de Juan Pablo II.
Una porción importante
de la familia católica del mundo vibró con el mismo rostro multiplicado en carteles,
pantallas de video y TV, frecuencias de Radio. Las estampas con la imagen de un hombre
conocido y amado universalmente, revivió experiencias personales fuertes de encuentro
con algo del mismo Dios, en la persona y el testimonio de Karol Wojtyla. El sentir
popular; ese “sensus fidelium” que se manifiesto en el grito: “santo ya” de su funeral,
vibró finalmente en la voz de Benedicto cuando exclamó: “El día a llegado, Juan Pablo
II es beato”.
“Abran de par en par las puertas a Cristo” repitió incansable
JPII en sus 27 años de pontificado. Benedicto dijo que “Juan Pablo hizo primero él
lo que nos pidió.” “No tengan miedo” agregaba siempre Wojtyla en su clamoroso pedido.
Benedicto indicó que su predecesor “nos enseño a no tener miedo de ser cristianos.”
Una
pregunta interesante para el examen personal es ciertamente sobre nuestro miedo: ¿Qué
miedo nos impide abrir de par en par las puertas a Cristo? Abandonarse confiadamente
en manos del Señor; darle la vida entera en sacrificio de amor, como adoración y alabanza
a Dios y como servicio a nuestros hermanos es algo que naturalmente da miedo. Juan
Pablo II venció en sí mismo ese miedo y con la ayuda del Señor se entregó completamente
a Dios. ¿Y yo?
Un ruego a Dios esencial, por intercesión del querido Juan Pablo,
es que la vibración honda y vivificante que experimentamos en la beatificación, se
convierta en una respuesta generosa al llamado de Jesús a cada uno: “Ámense entre
Uds. como yo los amo.” Si Juan Pablo II abrió las puertas a Cristo y el Señor hizo
en él maravillas, también lo puede hacer con nosotros y por su intercesión.