Domingo, 1 may (RV).- Karol Józef Wojtyla, nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo
de 1920, de Karol y Emilia Kaczorowska. Recibió el bautismo el 20 de junio sucesivo
en la iglesia parroquial de Wadowice .
Segundo de dos hijos, muy pronto la
alegría y la serenidad de su niñez fueron sacudidas por la prematura desaparición
de su madre, fallecida cuando Karol tenía 9 años de edad (en 1929). Tres años más
tarde (en 1932) falleció también su hermano mayor Edmund, y en 1941 Karol perdió también
a su papá.
Educado en la más sana tradición patriótica y religiosa, aprendió
de su padre, hombre profundamente cristiano, la piedad y el amor por el próximo, que
alimentaba con asidua oración y la práctica de los sacramentos. Los rasgos de su espiritualidad,
a los cuales permaneció fiel hasta su muerte, fueron la devoción sincera al Espíritu
Santo y su amor a la Virgen. Su relación con la Madre de Dios era particularmente
profunda y viva, vivida con la ternura de un hijo que se abandona en los brazos de
su madre y con la virilidad de un caballero, siempre dispuesto a la petición de su
Señora: “¡Haced todo lo que el Hijo os diga”! Su entrega total a María, que como obispo
habría expresado con el lema “Totus tuus”, revelaba también el secreto de ver el mundo
con los ojos de la Madre de Dios.
La rica personalidad del joven Karol maduró
desde el entramado de sus dotes intelectuales, morales y espirituales con las vicisitudes
de su tiempo, que marcaron la historia de su patria y de Europa. En los años del gimnasio
nació en él la pasión por el teatro y la poesía, de la que se ocupó a través de la
actividad del grupo teatral de la Facultad de filología de la Universidad Jagellónica,
en la que se inscribió en el año académico de 1938.
Durante el período de la
ocupación nazi de Polonia, junto al estudio llevado adelante clandestinamente, trabajó
durante cuatro años (de octubre de 1940 hasta agosto de 1944) como obrero de los establecimientos
Solvay, viviendo desde dentro los problemas sociales del mundo del trabajo y recogiendo
un patrimonio precioso de experiencias de las que se sirvió en el futuro magisterio
social, primero como arzobispo de Cracovia y después como Sumo Pontífice.
En
aquellos años maduró en él el deseo del sacerdocio, hacia el cual se encaminó asistiendo,
desde octubre de 1942, los cursos clandestinos de teología en el Seminario de Cracovia.
En el discernimiento de la vocación sacerdotal fue ayudado mucho por un laico, el
señor Jan Tyranowski, un verdadero apóstol de la juventud. Desde entonces el joven
Karol tuvo la clara percepción de la vocación universal de todos los cristianos a
la santidad y del papel insustituible de los laicos en la misión de la Iglesia.
Fue
ordenado sacerdote el primero de noviembre de 1946 y al día siguiente, en el sugestivo
clima de la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel, celebró la primera Misa.
Enviado a Roma para completar la formación teológica, fue alumno de la Facultad de
Teología del Angelicum, donde tomó con empeño las fuentes de la sana doctrina y vivió
el primer encuentro con la vivacidad y la riqueza de la Iglesia Universal, en la situación
de privilegio que le ofrecía la vida fuera del “telón de acero”. Desde entonces se
remonta el encuentro de don Karol con San Pío de Pietrelcina.
Doctorándose
con las máximas notas en junio de 1948, regresó a Cracovia para comenzar la actividad
pastoral, como vicario parroquial. En el ministerio se gastó con entusiasmo y generosidad.
Obtenida la habilitación para la docencia, emprendió la enseñanza universitaria, en
la Facultad de Teología de la Universidad Jaghelónica, y después de la supresión de
ésta, en la del Seminario diocesano de Cracovia y de la Universidad Católica de Lublín.
Los años transcurridos con los jóvenes estudiantes le permitieron conocer a fondo
la inquietud de sus corazones y el joven sacerdote fue para ellos no sólo docente,
sino quía espiritual y amigo.
A los 38 años de edad fue nombrado Obispo auxiliar
de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, de manos
del Arzobispo Eugeniusz Baziak, a quien sucedió como Arzobispo en 1964. Fue creado
cardenal por el Papa Pablo VI el 26 de junio de 1967. Pastor de la diócesis de Cracovia,
fue inmediatamente apreciado como hombre de fe robusta y valerosa, cercano a la gente
y a los problemas reales de las personas.
Interlocutor capaz de escucha y de
diálogo, sin ceder jamás al compromiso, afirmó con respecto a todos la primacía de
Dios y de Cristo, como fundamento de un verdadero humanismo y fuente de los derechos
inalienables de la persona humana. Amado por sus diocesanos, estimado por sus hermanos
los obispos, fue temido por aquellos que veían en él a un adversario.
El 16
de octubre de 1978 fue elegido Obispo de Roma y Romano Pontífice y tomó el nombre
de Juan Pablo II. Su corazón de pastor, totalmente entregado a la causa del Reino
de Dios, se ensanchó al mundo entero. La “caridad de Cristo” lo llevó a visitar las
parroquias de Roma, a anunciar el Evangelio en todos los ambientes y fue la fuerza
motriz de los innumerables viajes apostólicos a los diversos continentes, emprendidos
para confirmar en la fe a los hermanos en Cristo, consolar a los afligidos y a los
desanimados, llevar el mensaje de reconciliación entre las Iglesias cristianas, construir
puentes de amistad entre creyentes en el Único Dios y los hombres de buena voluntad.
Su
magisterio luminoso tuvo la única finalidad de proclamar siempre y por doquier a Cristo,
Único Salvador del hombre. En su extraordinario impulso misionero ha amado con amor
singularísimo a los jóvenes. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud
tenían para él la finalidad de anunciar a Jesucristo y su evangelio a las nuevas generaciones
para hacerlas protagonistas de su futuro y para cooperar en la construcción de un
mundo mejor.
Su solicitud de Pastor universal se ha manifestado en la convocación
de numerosas asambleas del Sínodo de los Obispos, en la erección de diócesis y circunscripciones
eclesiásticas, en la promulgación de los Códigos de Derecho Canónico Latino y de las
Iglesias Orientales y del Catecismo de la Iglesia Católica, y en la publicación de
Cartas Encíclicas y Exhortaciones apostólicas. Para favorecer en el Puelo de Dios
momentos de vida espiritual más intensa, convocó el Jubileo extraordinario de la Redención,
el Año Mariano, el Año de la Eucaristía y el Gran Jubileo del Año 2000.
El
optimismo impetuoso, fundado en la confianza en la Providencia divina, impulsó a Juan
Pablo II, que había vivido la experiencia trágica de dos dictaduras, sufrido un atentado
el 13 de mayo de 1981 y en los últimos años había sido probado físicamente por el
avance de la enfermedad, a mirar siempre hacia horizontes de esperanza, invitando
a los hombres a abatir los muros de las divisiones, a eliminar la resignación para
emprender el vuelo hacia metas de renovación espiritual, moral y material.
Concluyó
su larga y fecunda jornada terrena, en el Palacio Apostólico del Vaticano, el sábado
2 de abril del año 2005, víspera del Domingo in Albis, dedicada por él a la Divina
Misericordia. Los solemnes funerales fueron celebrados en esta Plaza de San Pedro
el 8 de abril de 2005.
Testimonio conmovedor del bien que él realizó fue la
participación de numerosas delegaciones procedentes del mundo entero y de millones
de hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que han reconocido en él a un signo
evidente del amor de Dios por la humanidad.