Viernes, 22 abr (RV).- Don José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca,
nos acompaña cada día de esta Semana Santa, con unas reflexiones inspiradas en los
poemas del Siervo de Dios, que se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías:
1. La celebración
de la Pasión del Señor incluye hoy el cuarto de los cánticos del Siervo de Dios, que
se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías (Is 52,13 - 53,12). El profeta,
elegido por Dios y enviado a proclamar la paz y la justicia, se nos presenta hoy como
un “hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros”.
Él es el justo injustamente condenado: “Maltratado, voluntariamente se
humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante
el esquilador, enmudecía y no abría la boca”. La lectura de este poema,
precisamente en la tarde del viernes santo, prepara nuestro espíritu para la meditación
de la pasión y muerte de Jesús, que hoy se proclama siguiendo el texto del evangelio
de Juan.
2. En el Señor crucificado se nos revela la plenitud del amor
de Dios. Según ha escrito Benedicto XVI, la cruz de Cristo es la nueva zarza ardiente,
en la que se nos muestra Dios. Como dice el libro de los Números, los hebreos
encontraron curación de las mordeduras de las víboras al volver sus ojos a la serpiente
de bronce que Moisés levantó sobre un mástil en medio del desierto (Núm 21, 4-9).
Del mismo modo, los seguidores de Jesús levantamos nuestra mirada hacia él, que pende
de un madero por nuestra salvación (cf. Jn 3, 14s; 19,37). Bien sabía Pablo
de Tarso que el crucificado era escándalo para los judíos y necedad para los griegos.
Pero él podía confesar que para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo crucificado
es fuerza y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24).
3. En este día damos
gracias a Jesús por haberse humillado y hecho obediente hasta la muerte y una muerte
de cruz (Flp 2, 8). Dirigimos, además, una mirada compasiva a este mundo
que pretende retirar la imagen del Crucificado, como si de ella viniera una maldición
y no una bendición. Ante la cruz de Jesús recordamos también a tantos hermanos
nuestros que se ven obligados a cargar con las cruces más pesadas y son condenados
a muerte. Y, junto a toda la Iglesia, repetimos con serena confianza en
su resurrección la oración con la que esta tarde concluye la celebración de la pasión
del Señor: “Dios todopoderoso, rico en misericordia, que nos has renovado
con la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo, no dejes de tu mano la obra que
has comenzado en nosotros, para que nuestra vida, por la comunión en este misterio,
se entregue con verdad a tu servicio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen”.