Jueves, 21 abr (RV).- Don José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca,
nos acompaña cada día de esta Semana Santa, con unas reflexiones inspiradas en los
poemas del Siervo de Dios, que se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías:
Este es uno
de aquellos tres jueves que, según el verso popular, “relumbran más que el sol”. En
la misa vespertina del jueves santo celebramos la cena del Señor. En la primera
lectura de la misa (Ex 12, 1-8.11-14), la evocación de la institución hebrea de la
cena pascual nos invita a agradecer la liberación de Dios, que se ha hecho realidad
definitiva en Jesús, el cordero de la nueva pascua.
En la segunda lectura San
Pablo recuerda cómo Jesús entregó su propia vida en la entrega del pan y del vino
(1 Cor 11, 23-26). Por eso, cada vez que comemos de ese pan y bebemos de ese cáliz,
proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva. Con razón, en cada eucaristía,
anunciamos, su muerte, proclamamos su resurrección y manifestamos nuestro deseo de
que venga a juzgar a los vivos y los muertos, completando su obra de salvación.
La
lectura del evangelio de Juan (13,1-15) nos presenta a Jesús, lavando los pies a sus
discípulos, para darnos ejemplo de humildad y de mutuo servicio en el amor. Así dice
Jesús: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con
vosotros, vosotros también lo hagáis”.
El lavatorio de los pies es en el evangelio
de Juan el equivalente a la institución de la Eucaristía que se recuerda en los tres
evangelios sinópticos.
Ambos gestos nos revelan la entrega de Jesús. En uno
se muestra como el Señor que se hace siervo, en el otro se muestra como el maestro
que entrega su vida en alimento y en bebida. Como canta el prefacio de hoy, “su carne,
inmolada por nosotros, es alimentos que nos fortalece; su sangre derramada por nosotros,
es bebida que nos purifica”.
Así pues, la institución de la eucaristía, la
misión del sacerdocio ministerial y el mandato supremo del amor mutuo, a ejemplo de
Jesús, centran nuestra meditación en este día sagrado. Por esos tres dones damos gracias
en la adoración eucarística de esta tarde-noche.
Con espíritu agradecido hacemos
nuestra la oración colecta de la Iglesia reunida este día ante el misterio de la eucaristía:
“Señor Dios nuestro, nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable
Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete
de su amor, el sacrificio nuevo de la Alianza eterna; te pedimos que la celebración
de estos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida. Por Jesucristo
nuestro Señor. Amen”.