Miércoles, 20 abr (RV).- Don José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca,
nos acompañará cada día de esta Semana Santa, con unas reflexiones inspiradas en los
poemas del Siervo de Dios, que se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías:
En la celebración
eucarística de este día de miércoles santo, la primera lectura recoge el tercero de
los poemas del siervo de Dios (Is 50, 4-9a). En él se evoca la fidelidad de aquel
profeta misterioso. Fue llamado desde el seno materno a escuchar fielmente la palabra
de Dios para que pudiera transmitir a los abatidos una palabra de aliento. Esa fidelidad
a su vocación habría de llevarlo a sufrir insultos, afrentes y azotes.
Pero
al fin y al cabo nadie podrá probar ninguna culpa en él y Dios saldrá en su defensa,
como afirma él mismo: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso
ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado”.
Aquella figura del profeta perseguido centra hoy nuestra meditación sobre la misión
de Jesús, Mensajero y mensaje de Dios, el justo injustamente ajusticiado, cuyo honor
Dios ha reivindicado para siempre.
En el evangelio según san Mateo
que hoy se proclama aparece de nuevo la figura de Judas (Mt 26, 14-25). Por una parte,
se nos cuenta del pacto que propuso a los sumos sacerdotes: “¿Qué estáis dispuestos
a darme si os lo entrego?” Ellos se ajustaron con él en treinta monedas.
El
texto evangélico describe a continuación los preparativos para la cena de Pascua que
Jesús había de celebrar con sus discípulos. Cuando está a la mesa con los Doce, Jesús
anuncia que uno de ellos lo va a entregar. Uno y otro preguntan: “¿Soy yo acaso, Señor?
El relato retorna aquí a su comienzo, como la antífona que inicia y cierra
un salmo. Ante la pregunta de Judas, Jesús responde secamente: “Así es”.
Es
como si el texto evangélico quisiera subrayar en este día que la Pascua de Jesús y
su entrega han sido facilitadas por la conjura de los jefes religiosos del pueblo
y por la traición de un discípulo.
Nosotros nos preparamos para la
inminente celebración de la cena del Señor y la memoria de su muerte y su resurrección.
Evidentemente no estamos ante una simple representación. Como dice el prefacio que
estos días se canta en nuestra liturgia, “en los días santos que se acercan “celebramos
el triunfo del Señor sobre el poder de nuestro enemigo y renovamos el misterio de
nuestra redención”.
Con el espíritu de fe y de gratitud que requiere
la celebración de estos misterios, hacemos nuestra la oración litúrgica de hoy: ¡Oh
Dios!, que para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la
cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amen”.
Don José-Román Flecha Andrés Universidad Pontificia
de Salamanca