Jornada Mundial del Circo para recordar los derechos de sus artistas y combatir marginalidad
y prejuicios
Viernes, 15 abr (RV).- Se hizo público el Mensaje del Consejo Pontificio para la Pastoral
de los Emigrantes e Itinerantes, con motivo de la II edición de la Jornada Mundial
del Circo que se celebrará mañana, 16 de abril.
Mediante esta Jornada Mundial
se desea dar a conocer la contribución del Circo como parte integrante de la cultura
humana y, al mismo tiempo, se desea ofrecer un reconocimiento a todas las personas
empeñadas en el mundo del espectáculo itinerante, como es el caso de los artistas,
los trabajadores y los encargados de la seguridad. Esta Jornada –recordamos– ha sido
instituida por la Federación Mundial del Circo, bajo el alto patrocinio de la princesa
Estefanía de Mónaco.
En el mensaje dirigido al Presidente de la mencionada
Federación Mundial, Urs Pilz, y firmado por Mons. Antonio Maria Vegliò y el padre
Gabriele Bentoglio, respectivamente presidente y subsecretario del Consejo Pontificio
para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, se destaca que entre sus competencias
también está la atención pastoral de los circenses. Por esta razón se manifiesta el
apoyo a esta iniciativa, con la que se desea “dar a conocer la gran contribución del
circo como parte vital de la cultura humana”.
Tras saludar a todos los artistas
circenses y demás trabajadores del sector, Mons. Vegliò expresa su agradecimiento
a las instituciones, asociaciones, voluntarios y comunidades circenses que permitirán
mañana -en particular a los jóvenes y niños- asistir a las pruebas de los artistas
y acercarse a los animales para familiarizarse con este mundo fascinante que pone
de manifiesto luces, colores y atracciones, mientras guarda una realidad cotidiana
no privada de tensiones, riesgos y dificultades.
La Iglesia –se recuerda en
este mensaje- sigue con materna solicitud el mundo del circo, que ofrece espacios
privilegiados para combatir la soledad y superar el anonimato; apreciar la belleza
de los juegos y las exhibiciones; los ejercicios atléticos y artísticos, y para dar
una esperanza, que es portadora de paz interior, aun en medio del sufrimiento, de
la ansiedad y de las frustraciones de la vida.
Al mismo tiempo -leemos- la
Iglesia reconoce el valor social, cultural y pedagógico de los circos, que hace de
ellos lugares extraordinarios de unión, donde los circenses pueden desarrollar una
acción educativa, peculiar de su arte, sobre todo en el diálogo con los más pequeños.
Además, el circo favorece la socialización, ayuda a desarrollar la creatividad y la
fantasía. Y la grandeza de este ambiente, como afirmaba el Papa Juan Pablo Paolo II,
consiste en “hacer nacer la sonrisa de un niño e iluminar por un instante la mirada
desesperada de una persona sola y, a través del espectáculo y la fiesta, hacer que
los hombres estén cada vez más cercanos entre sí”.
Por esta razón el Consejo
Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes desea que la Jornada Mundial
del Circo que se celebrará mañana sea una ocasión propicia para recordar a los Estados
y a los Gobiernos su deber de tutelar los derechos de los circenses, a fin de que
también ellos puedan sentirse, a todos los efectos, parte integrante de la sociedad.
Mientras solicita a las Administraciones públicas que se esfuercen para reconocer
el valor socio-cultural del espectáculo circense, contrastando toda eventual forma
de marginalidad y de prejuicio con respecto a los circos; a la vez que pide a las
Instituciones públicas que favorezcan la profesionalidad de los jóvenes artistas del
circo.
En fin, donde la exhibición artística circense se sirve de la colaboración
de los animales, demostrando que el hombre puede establecer con ellos relaciones de
entendimiento y de fascinante belleza, Mons. Vegliò recomienda que los propietarios
de los circos vigilen sobre el trato adecuado de los animales, teniendo en cuenta
su bienestar. Y al despedirse, asegura el buen éxito de este evento, encomendándolo
a la materna intercesión de la Madre del Señor, que la devoción popular invoca como
“Santa María del Camino”.