Domingo, 10 abr (RV).- Nuestro corazón se asoma más allá del muro la muerte, y aunque
no podemos conocer lo que esconde, expresamos con símbolos el deseo de eternidad,
reflexionó el Papa Benedicto XVI en el ángelus de este domingo, a sólo dos semanas
de la Pascua. Las lecturas bíblicas de este domingo, dijo, hablan todas de nuestra
resurrección “aquella a la que nosotros aspiramos y que propiamente Cristo nos ha
donado, resurgiendo de entre los muertos”.
Dios abrirá los sepulcros: “La aspiración
ancestral del hombre de ser sepultado junto con sus padres -dijo el Papa- es deseo
de una ‘patria’ que lo reciba al final de sus fatigas terrenas”.
La concepción
de la resurrección personal aparece recién con Jesús. “También para los cristianos,
la fe en la resurrección y en la vida eterna va acompañada no raramente de muchas
dudas y de tanta confusión, porque se trata de una realidad que sobrepasa los limites
de nuestra razón y requiere un acto de fe”.
En el Evangelio de la resurrección
de Lázaro escuchamos la voz de la fe de la boca de Marta, la hermana de Lázaro: “Sé
que resurgirá en la resurrección del ultimo día”, citó el Papa, recordándonos la
respuesta de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Dirijámonos a la Virgen
María, que ya participa de la resurrección para que nos ayude a decir con fe; “Sí
Señor, yo creo que eres el Cristo, el Hijo de Dios –concluyó Benedicto.”
Palabras
del Papa a los peregrinos de lengua española en el Ángelus del 10-04-11
BENEDETTO
XVI Ángelus: 10/04/2011 - Audio completo en italiano - español
Texto completo
¡Queridos hermanos y hermanas!
Faltan sólo dos semanas para
la Pascua, y las Lecturas bíblicas de este domingo hablan todas de la resurrección.
No todavía aquella de Jesús, que irrumpirá como una novedad absoluta, sino de nuestra
resurrección, aquella a la que nosotros aspiramos y que propiamente Cristo nos ha
donado, resurgiendo de entre los muertos. En efecto, la muerte representa para nosotros
como un muro que nos impide ver mas allá; sin embargo nuestro corazón se asoma mas
allá de este muro, y aunque no podemos conocer lo que esconde, todavía lo pensamos,
lo imaginamos, expresando con símbolos nuestro deseo de eternidad.
Al
pueblo hebreo, en exilio, lejano de la tierra de Israel, el profeta Ezequiel anuncia
que Dios abrirá los sepulcros de los deportados y los hará regresar a su tierra, para
reposar en paz (cfr Ez 37,12-14). Esta aspiración ancestral del hombre de ser sepultado
junto con sus padres, es el deseo de una “patria” que lo reciba al final de sus fatigas.
Esta concepción no contiene todavía la idea de una resurrección personal de la muerte,
que aparece sólo hacia el fin del Antiguo Testamento, y todavía en el tiempo de Jesús
no era bien recibida por todos los Judíos. Del resto, también para los cristianos
la fe en la resurrección y en la vida eterna se acompaña no raramente de tantas dudas,
tanta confusión, por que se trata de una realidad que sobrepasa los limites de nuestra
razón y requiere un acto de fe. En el Evangelio de hoy –la resurrección de Lázaro
– nosotros escuchamos la voz de la fe de la boca de Marta, la hermana de Lázaro. A
Jesús que le dice: “Tu hermano resucitará”, ella responde: “sé que resurgirá en la
resurrección del último día” (Jn. 11,23-24). Pero Jesús replica: “Yo soy la resurrección
y la vida; quien cree en mi aunque muera vivirá” (Jn. 11,25-26). ¡He aquí la verdadera
novedad, que irrumpe y supera toda barrera! Cristo abate el muro de la muerte, en
Él habita toda la plenitud de Dios, que es vida, vida eterna. Por esto la muerte no
ha tenido poder sobre Él; y la resurrección de Lázaro es signo de su pleno dominio
sobre la muerte física, que delante de Dios es como un sueño (cfr Jn. 11,11).
Pero
hay otra muerte, que ha costado a Cristo la lucha más dura, es más. el precio de la
cruz: es la muerte espiritual, el pecado, que amenaza arruinar la existencia del hombre.
Cristo ha muerto para vencer esta muerte, y su resurrección no es el regreso a la
vida precedente, sino la apertura a una realidad nueva, a una “nueva tierra”, finalmente
reconciliada con el Cielo de Dios. Por esto san Pablo escribe: “Si el Espíritu de
Dios, que ha resucitado a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que
ha resucitado a Cristo dará vida también a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu
que habita en ustedes” (Rm 8,11). Queridos hermanos, dirijámonos a la Virgen María,
que ya participa de esta Resurrección, para que nos ayude a decir con fe: “Sí, Señor,
yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Jn. 11,27), a descubrir que Él es
verdaderamente nuestra salvación”.