Sábado, 2 abr (RV).- En este día en que se cumple el sexto aniversario de su muerte,
evocamos con devoción y cariño al venerable Juan Pablo II. Empezando por las palabras
con las que el entonces decano del Colegio Cardenalicio, cardenal Joseph Ratzinger
- hoy Benedicto XVI –sellaba la homilía de la Misa Exequial por el Pontífice Karol
Wojtyla, cuya alma encomendaba a la Madre de Dios.
“Podemos estar
seguros de que ahora nuestro amado Papa está asomado a la ventana de la casa del Padre,
nos ve y nos bendice. ¡Sí, bendícenos Santo Padre! Encomendamos tu alma querida a
la Madre de Dios y Madre tuya, que te guió cada día y te guiará ahora a la gloria
eterna de su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”.
Ese día, los corazones de
millones de personas de todo el mundo se habían unido a los de los cientos de miles
que, en la Plaza de San Pedro, se enlazaban intensamente en la celebración con la
que la Iglesia elevó al Señor de la vida y de la muerte su oración de profundo agradecimiento,
por el bien que Juan Pablo II cumplió en favor de la misma Iglesia y de toda la humanidad.
Hoy
volvemos a escuchar - con la voz de Juan Pablo II - su exhortación a los jóvenes
en el célebre encuentro que se desarrolló en la explanada de 4 Vientos, en Madrid,
el 3 de mayo de 2003, en su quinto viaje apostólico a España. Era un llamamiento a
la juventud a perseverar en el testimonio y en la esperanza cristiana para ser constructores
de un mundo mejor, como «auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores»:
Amados jóvenes,
sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La espiral de la violencia, el
terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz -
lo sabemos - es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que,
además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por
eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la
violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad
con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado,
de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen,
sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis
la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo
así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica,
podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos
y pacificadores
Una vez más, también ese día en Madrid, Juan Pablo II
animó a la juventud a seguir a la Madre de Dios, reiterando sus incontables e infatigables
exhortaciones a la fidelidad de las raíces cristianas de Europa al servicio de la
paz y de la solidaridad de toda la familia humana:
Queridos jóvenes,
os invito a formar parte de la “Escuela de la Virgen María”. Ella es modelo insuperable
de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora.
Ella os enseñará a no separar nunca la acción de la contemplación, así contribuiréis
mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu.
Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma sino abierta al
diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente
de estar llamada a ser faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo,
decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad
entre los pueblos.