Mons. Marini destaca la beatificación de Juan Pablo II, un ‘amigo de toda la humanidad’
Jueves, 31 mar (RV).- Mientras se acerca el uno de mayo, se siguen multiplicando en
todo el mundo numerosas iniciativas para celebrar la figura y el Pontificado de Karol
Wojtyla. «Amigo de toda la humanidad». Lo subraya ante nuestros micrófonos, el arzobispo
Piero Marini, que ahora preside el Pontificio Comité para los Congresos Eucarísticos
Internacionales y que durante varios años fue Maestro de las Celebraciones litúrgicas
del inminente beato Juan Pablo II. En una entrevista de Alessandro Gisotti, Mons.
Marini destaca, ante todo, la profunda alegría con la que se está preparando para
esta gran fiesta eclesial:
«Es una gran alegría
la beatificación de una persona querida, que para mí es como un familiar, con una
relación casi de padre e hijo. Yo también, ante esta beatificación, siento mucha alegría
y ‘algo bienaventurado’ yo también, habiendo estado tantos años a su lado. Su beatificación
es para todos una ocasión para reencontrar a este amigo, diría, de la humanidad. Yo
también debo reencontrar a Juan Pablo II. Volver a escucharle, volver a interpretar
sus gestos, volver a dejarme llevar por su amor a la evangelización, su testimonio
en las celebraciones... Sentimientos que invaden mi corazón ante esta beatificación».
Mons.
Piero Marini pone de relieve lo que le ha dejado Juan Pablo II después de su muerte
y cómo sigue estando presente en su vida:
«Fue, diría, el
Papa de los ‘récords’, pero el mayor don que recibí fue el que me recordara que la
santidad es algo que se construye en la cotidianidad de nuestra vida. Cada uno –
laico, sacerote – debe construir su santidad respondiendo a la vocación que el Señor
le ha dado en su propia vida, con humildad y sencillez, como hizo Juan Pablo II, que
entregó toda su vida para anunciar el Evangelio, para crear unidad».
Tuvo
la oportunidad de estar a su lado en momentos muy intensos de la vida de un Papa y
de un sacerdote, como la celebración de la Misa, su Maestro de Celebraciones litúrgicas
cuenta lo que más le impactaba de Juan Pablo II en esos momentos:
«Su cercanía al
pueblo santo de Dios. Recuerdo su gesto, justo durante la Misa de inauguración de
su Pontificado, cuando se acercó a saludar a los fieles en la Plaza de San Pedro y
el maestro de las celebraciones estaba casi preocupado. Ese me pareció el signo emblemático
de todo el Pontificado de Juan Pablo II: ir al encuentro de la gente, de las comunidades,
aun las más pequeñas. Así logró, también a través del anuncio de la Palabra, de la
celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos, crear a su alrededor, alrededor
de la persona del Papa, verdaderamente la unidad de la Iglesia».
Habiendo
vivido con Juan Pablo II experiencias de alegría, como las Jornadas Mundiales de la
Juventud, así como otros eventos conmovedores, Mons. Piero Marini evoca en particular
el Viaje Apostólico que llevó al Papa peregrino a Sarajevo, en 1997. En momentos en
que esta atormentada región vivía innumerables sufrimientos y tragedias, ante las
cuales el Papa Wojtyla había llamado la atención muchas veces, para que se pusiera
fin al conflicto que estaba destruyendo estas tierras y para que los responsables
trabajaran por lograr una paz justa y duradera:
«Me llenaban de
gozo la celebraciones multitudinarias, ver a tantos pobres que casi se le abalanzaban
encima... me recordaban escenas evangélicas... Momentos felices, así como otros de
dificultades. Como cuando estábamos en Sarajevo. El Papa tenía dificultad para proseguir
la Misa. Al llegar a la celebración vimos que no estaba bien. Eran años difíciles
también para su salud. Al temblor del Parkinson se añadió el del frío. Uno de los
momentos más bellos fue cuando logré tomarle la mano, estrechándosela para transmitirle
un poco de calor. Y vi que el Papa, en cuya sombra yo había vivido tanto tiempo, se
reanimó, recobró aliento y pudo terminar la celebración».
Juan Pablo II
quiso ser amigo de todos, hace hincapié Mons. Piero Marini, hablando de su principal
anhelo ante esta beatificación:
«Mi anhelo es que
toda la Iglesia – los creyentes y no creyentes – todos consideren a Juan Pablo II
como un amigo, él que quiso ser amigo de todos. Pues sólo cuando percibimos esta amistad,
podemos reencontrarlo de nuevo, volver a escuchar sus palabras, volver a ver sus gestos
y comprender en pleno su acción en favor de la Iglesia».