El Papa afirma que Cristo Salvador encierra la novedad gozosa y liberadora del tiempo
humano cargado de sufrimientos y dramas provocados por la maldad del hombre o infaustos
eventos naturales
Viernes 31 dic (RV).- Benedicto XVI presidió las primeras vísperas de la solemnidad
de María Santísima Madre de Dios, seguidas de la exposición del Santísimo Sacramento,
del canto del tradicional himno del Te Deum en acción de gracias por la conclusión
del año civil, y de la bendición eucarística. Al término de la celebración, el Santo
Padre visitó el pesebre monumental ofrecido a la cristiandad en la Plaza de San Pedro.
En su homilía, el Papa afirmó que al concluir este año, “nos encontramos en
la basílica Vaticana para celebrar las vísperas de la solemnidad de María Santísima
Madre de Dios, y para elevar un himno de agradecimiento al Señor por las innumerables
gracias que nos ha dado, pero sobre todo por la Gracia en persona, es decir, por el
Don viviente y personal del Padre, que es el Hijo su predilecto, el Señor nuestro
Jesucristo.
“Esta gratitud ante
los dones recibidos por Dios en el tiempo que nos ha dado para vivir, nos ayuda a
descubrir un gran valor inscrito en el tiempo: marcado en sus ritmos anuales, mensuales,
semanales y cotidianos, y que está habitado por el amor de Dios, por sus dones de
gracia, es el tiempo de salvación. Si, el Dios eterno ha entrado y permanece en el
tiempo del hombre. Nos ha entrado y se queda con nosotros con la persona de Jesús,
el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo”.
Por lo tanto -afirma
el Papa- el Eterno entra en el tiempo y lo renueva desde sus raíces, liberando al
hombre del pecado y haciéndolo hijo de Dios, desde la creación del mundo y del hombre
en el mundo, la eternidad de Dios hizo brotar el tiempo, en el cual corre la historia
humana, de generación en generación. Y ahora con la venida de Cristo y con su redención,
estamos en la plenitud del tiempo.
“La navidad nos vuelve
a llamar a esta plenitud del tiempo, a la salvación renovadora traída por Jesús a
todos los hombres. Nos la recuerda, y misteriosamente -pero realmente-, nos la dona
siempre de nuevo. Nuestro tiempo humano sí, está cargado de males, sufrimientos, dramas
de todo género, desde aquellos provocados por la maldad de los hombres hasta aquellos
que derivan de los infaustos eventos naturales, pero encierra en definitiva y de manera
absoluta e indeleble la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador”.
Más
adelante, el Pontífice dijo que al final de este 2010, antes de entregar los días
y las horas a Dios y a su juicio justo y misericordioso, siente dentro de su corazón
la necesidad de elevar nuestras gracias a Dios y a su amor por nosotros. Y tras saludar
a todos los presentes tuvo un recuerdo especial por los que están pasando dificultades,
y transcurren entre mortificaciones y sufrimientos estos días de fiesta. A todos les
aseguró su pensamiento afectuoso que acompaña en su oración.
Seguidamente,
el Papa recordó que la Iglesia de Roma esta comprometida en ayudar a los bautizados
a vivir fielmente la vocación que han recibido y a ser testimonio de la belleza de
la fe. “Roma -dijo el Santo Padre- tiene siempre necesidad de un anuncio renovado
del Evangelio para que sus habitantes abran sus corazones al encuentro con Cristo,
redentor del hombre”. Y una ayuda útil para lograr esta acción evangelizadora puede
venir de los centros para la escucha y predicación del Evangelio, a los que el Pontífice
animó a revitalizar esta fe no sólo en las casas, sino también en los hospitales,
en los lugares de trabajo o en donde se forman nuevas generaciones y se elabora la
cultura.
El Santo Padre mencionó además el último compromiso del Vicariato
en la organización de “Diálogos en la Catedral”, que se llevarán a cabo en San Juan
de Letrán, significativos eventos, dijo el Papa, que expresan el deseo de la Iglesia
de encontrar a todos aquellos que están buscando respuestas a las grandes cuestiones
de la existencia humana.
“El lugar privilegiado de la escucha de la Palabra
de Dios es la celebración de la Eucaristía”. Al respecto Benedicto XVI recordó el
Convenio diocesano de junio pasado, en el cual participó, y donde se quiso destacar
la centralidad de la Santa Misa dominical en la vida de cada comunidad cristiana.
Por ello, ha ofrecido indicaciones para que la belleza de los divinos misterios pueda
mayormente resplandecer en el acto conmemorativo y en los frutos espirituales que
de ella derivan.
Por último, el Papa alentó a los párrocos y a los sacerdotes
a que pongan en acto cuanto ha sido indicado en el programa pastoral: la formación
de un grupo litúrgico que anime la celebración, y una catequesis que ayude a todos
a conocer mayormente el misterio eucarístico, del cual se desprende el testimonio
de la caridad.
“En esta celebración
de agradecimiento a Dios por los dones recibidos en el curso del año, recuerdo en
particular la visita que realicé al albergue de la Caritas de la Estación ferroviaria
Termini donde, a través del servicio y la generosa dedicación de numerosos voluntarios,
tantos hombres y mujeres pueden tocar con mano el amor de Dios. El momento presente
todavía genera preocupación por la precariedad en la cual se encuentran tantas familias
y pide a toda la comunidad diocesana que permanezca cercana a todos aquellos que viven
en condiciones de pobreza y sufrimiento. Que Dios, infinito amor, inflame el corazón
de cada uno de nosotros con aquella caridad que lo impulsó a donarnos a su Hijo unigénito”.
Benedicto XVI se despidió invitando a los presentes a mirar hacia el futuro
y a mirarlo con aquella esperanza que es la palabra final del Te Deum “En ti, Señor,
confié, no me veré defraudado para siempre”. Para donarnos a Cristo, Esperanza nuestra,
está siempre ella, la Madre de Dios: María santísima.