Clausura del Año Santo Jacobeo: Benedicto XVI exhorta a los pueblos de España y de
Europa a vigorizar sus raíces cristianas e invita a los jóvenes a la JMJ en Madrid
2011
Viernes, 31 dic (RV).- Benedicto XVI recuerda con emoción y gratitud a Dios su peregrinación
a Santiago de Compostela, en una carta dirigida al arzobispo Julián Barrio Barrio,
con ocasión de la solemne clausura, hoy, del Año Santo Jacobeo de 2010. En la misiva,
el Papa exhorta a los pueblos de España y de Europa a vigorizar sus raíces cristianas,
la solidaridad y la firme defensa de la dignidad humana e invita a los jóvenes a la
Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011.
En la carta hecha pública este
viernes, el Papa desea unirse a la acción de gracias a Dios por los dones que su
bondad ha derramado en estos meses, en la multitud de personas que han peregrinado
a ese lugar santo con fe viva, renovando la firme adhesión al mensaje transmitido
por los Apóstoles y viviendo con espíritu de conversión el encuentro con la misericordia
y el amor de Jesucristo.
Al saludar con afecto a los pastores, religiosos,
seminaristas y fieles congregados en la clausura del Año Santo Compostelano, evocando
los inolvidables momentos que vivió junto a la Tumba del Apóstol protomártir, Benedicto
XVI les dirige una palabra de aliento, para que los frutos de vida cristiana y de
renovación eclesial cosechados copiosamente en este jubileo impulsen a los que han
llegado hasta Santiago de Compostela a ser testigos de Cristo Resucitado.
En
particular, a los jóvenes con quienes tendrá la dicha de reunirse el año próximo en
Madrid, para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XV los
invita a dejarse interpelar por Cristo, entablando con Él un diálogo franco y pausado
y preguntándose también: ¿Contará el Señor conmigo para ser su apóstol en el mundo,
para ser mensajero de su amor? Que no falte la generosidad en la respuesta, ni tampoco
aquel arrojo que llevó a Santiago a seguir al Maestro sin ahorrar sacrificios.
El
Santo Padre -haciendo hincapié en que conserva en su alma el recuerdo de su grata
estancia en Compostela- pide «al Señor que el perdón y la aspiración a la santidad
que han germinado en este Año Santo Compostelano ayuden a hacer más presente, bajo
la guía de Santiago, la Palabra redentora de Jesucristo en esa Iglesia particular
y en todos los pueblos de España, y que su luz se perciba igualmente en Europa, como
una invitación incesante a vigorizar sus raíces cristianas y así potenciar su compromiso
por la solidaridad y la firme defensa de la dignidad del hombre.
Efectivamente,
esta tarde, tendrá lugar en la Catedral española de Santiago de Compostela la clausura
de la Puerta Santa con la que se concluye este año Santo. El Arzobispo de Santiago
de Compostela, monseñor Julián Barrio Barrio -quien presidirá todas las ceremonias-
conversó con Rafael Álvarez Taberner, sobre los diversos actos de la clausura y sobre
la significativa peregrinación de Benedicto XVI, a la tumba del apóstol Santiago,
el pasado 6 de noviembre.
Texto
completo
CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL ARZOBISPO METROPOLITANO
DE SANTIAGO DE COMPOSTELA, MONSEÑOR JULIÁN BARRIO BARRIO, CON MOTIVO DE LA CLAUSURA
DEL AÑO SANTO COMPOSTELANO 2010
Al Venerado Hermano, Monseñor Julián Barrio
Barrio, Arzobispo Metropolitano de Santiago de Compostela
1. Con ocasión
de la solemne clausura del Año Santo Compostelano de 2010, vuelvo a pensar con emoción
en la Casa del Señor Santiago, que visité recientemente con hondo gozo interior. Deseo
unirme a la acción de gracias a Dios por los dones que su bondad ha derramado en estos
meses en la multitud de personas que han peregrinado a ese lugar santo con fe viva,
renovando la firme adhesión al mensaje transmitido por los Apóstoles y viviendo con
espíritu de conversión el encuentro con la misericordia y el amor de Jesucristo. Al
saludar con afecto a los Pastores, religiosos, seminaristas y fieles congregados en
esa circunstancia, evocando los inolvidables momentos que vivimos junto a la Tumba
del Apóstol protomártir, quisiera dirigirles una palabra de aliento, para que los
frutos de vida cristiana y de renovación eclesial cosechados copiosamente en el Año
Santo impulsen a los que han llegado hasta Santiago de Compostela a ser testigos de
Cristo Resucitado. 2. En efecto, en el camino, compartieron preocupaciones, esperanzas
y desafíos con los hermanos que encontraron a su lado, buscando escuchar al Dios que
nos habla y habita en nuestro interior para salir de sí mismos y abrirse a los demás.
Al llegar al Pórtico de la gloria, los esperaba la majestad amorosa y acogedora de
Cristo, a cuya luz el hombre puede hallar el auténtico sentido de su existencia y
sendas para una convivencia pacífica y constructiva entre los pueblos. Bajo la mirada
serena del Apóstol, renovaron su profesión de fe, entonaron su alabanza e hicieron
humilde confesión de sus pecados. A la profesión de fe siguió la recepción del perdón
en el sacramento de la Penitencia y el encuentro con el Señor en la Eucaristía. 3.
Dicho encuentro no puede dejarlos indiferentes. Los peregrinos han de volver a sus
casas como regresaron a Jerusalén los discípulos de Emaús, que conversaron con Jesús
por el camino y le reconocieron al partir el pan. Gozosos y agradecidos fueron a la
Ciudad Santa a comunicar a todos que había resucitado y se les había aparecido vivo.
Se convirtieron así en mensajeros alegres y confiados del Cristo viviente, que es
bálsamo para nuestras penas y fundamento de nuestra esperanza (cf. Lc 24,13-35). También
ahora, al dejar Compostela tras haber experimentado el amor del Señor que nos ha salido
al encuentro, se hará sentir el anhelo de cumplir el encargo del Apóstol Pedro: “Glorificad
en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra
esperanza a todo el que os la pidiere” (1 P 3,15). Ello requiere el propósito de fortalecer
cada día más nuestra fe, participando asiduamente en los misterios de gracia confiados
a la Iglesia y dando ejemplo eficaz y concreto de caridad. No seremos testigos creíbles
de Dios si no somos fieles colaboradores y servidores de los hombres. Este servicio
a una comprensión profunda y a una defensa valerosa del hombre es una exigencia del
Evangelio y una aportación esencial a la sociedad de nuestra condición cristiana. 4.
Con estos sentimientos, quisiera ahora dirigirme en particular a los jóvenes, con
quienes tendré la dicha de reunirme el año próximo en Madrid, para la celebración
de la Jornada Mundial de la Juventud. Los invito a dejarse interpelar por Cristo,
entablando con Él un diálogo franco y pausado y preguntándose también: ¿Contará el
Señor conmigo para ser su apóstol en el mundo, para ser mensajero de su amor? Que
no falte la generosidad en la respuesta, ni tampoco aquel arrojo que llevó a Santiago
a seguir al Maestro sin ahorrar sacrificios. Asimismo, animo a los seminaristas a
que se identifiquen cada vez más con Jesús, que los llama a trabajar en su viña (cf.
Mt 20,3-4). La vocación al sacerdocio es un admirable don del que se ha de estar orgulloso,
porque el mundo necesita de personas dedicadas por completo a hacer presente a Jesucristo,
configurando toda su vida y su quehacer con Él, repitiendo diariamente con humildad
sus palabras y sus gestos, para ser transparencia suya en medio de la grey que les
ha sido encomendada. Aquí está la fatiga y también la gloria de los presbíteros, a
quienes quisiera recordar con San Pablo, que nada ni nadie en este mundo podrá arrancarlos
del amor de Dios manifestado en Cristo (cf. Rm 8,39). 5. Conservando en mi alma
el recuerdo de mi grata estancia en Compostela, pido al Señor que el perdón y la aspiración
a la santidad que han germinado en este Año Santo Compostelano ayuden a hacer más
presente, bajo la guía de Santiago, la Palabra redentora de Jesucristo en esa Iglesia
particular y en todos los pueblos de España, y que su luz se perciba igualmente en
Europa, como una invitación incesante a vigorizar sus raíces cristianas y así potenciar
su compromiso por la solidaridad y la firme defensa de la dignidad del hombre. 6.
A la amorosa protección de la Santísima Virgen María, a cuyo corazón de Madre confió
el Apóstol Santiago sus penas y alegrías, según venerable tradición, encomiendo a
todos los hijos e hijas de esas nobles tierras y les imparto la Bendición Apostólica,
signo de consuelo y de constante asistencia divina.