Mensaje de Navidad Urbi et Orbi del Santo Padre Benedicto XVI
«Verbum caro factum est» - «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14).
Queridos hermanos
y hermanas que me escucháis en Roma y en el mundo entero, os anuncio con gozo el mensaje
de la Navidad: Dios se ha hecho hombre, ha venido a habitar entre nosotros. Dios no
está lejano: está cerca, más aún, es el «Emmanuel», el Dios-con-nosotros. No es un
desconocido: tiene un rostro, el de Jesús.
Es un mensaje siempre nuevo, siempre
sorprendente, porque supera nuestras más audaces esperanzas. Especialmente porque
no es sólo un anuncio: es un acontecimiento, un suceso, que testigos fiables han visto,
oído y tocado en la persona de Jesús de Nazaret. Al estar con Él, observando lo que
hace y escuchando sus palabras, han reconocido en Jesús al Mesías; y, viéndolo resucitado
después de haber sido crucificado, han tenido la certeza de que Él, verdadero hombre,
era al mismo tiempo verdadero Dios, el Hijo unigénito venido del Padre, lleno de gracia
y de verdad (cf. Jn 1,14).
«El Verbo se hizo carne». Ante esta revelación,
vuelve a surgir una vez más en nosotros la pregunta: ¿Cómo es posible? El Verbo y
la carne son realidades opuestas; ¿cómo puede convertirse la Palabra eterna y omnipotente
en un hombre frágil y mortal? No hay más que una respuesta: el Amor. El que ama quiere
compartir con el amado, quiere estar unido a él, y la Sagrada Escritura nos presenta
precisamente la gran historia del amor de Dios por su pueblo, que culmina en Jesucristo.
En realidad, Dios no cambia: es fiel a sí mismo. El que ha creado el mundo
es el mismo que ha llamado a Abraham y que ha revelado el propio Nombre a Moisés:
Yo soy el que soy… el Dios de Abraham, Isaac y Jacob… Dios misericordioso y piadoso,
rico en amor y fidelidad (cf. Ex 3,14-15; 34,6). Dios no cambia, desde siempre y por
siempre es Amor. Es en sí mismo comunión, unidad en la Trinidad, y cada una de sus
obras y palabras tienden a la comunión. La encarnación es la cumbre de la creación.
Cuando, por la voluntad del Padre y la acción del Espíritu Santo, se formó en el regazo
de María Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, la creación alcanzó su cima. El principio
ordenador del universo, el Logos, comenzó a existir en el mundo, en un tiempo y en
un lugar.
«El Verbo se hizo carne». La luz de esta verdad se manifiesta a
quien la acoge con fe, porque es un misterio de amor. Sólo los que se abren al amor
son cubiertos por la luz de la Navidad. Así fue en la noche de Belén, y así también
es hoy. La encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento que ha ocurrido en la
historia, pero que al mismo tiempo la supera. En la noche del mundo se enciende una
nueva luz, que se deja ver por los ojos sencillos de la fe, del corazón manso y humilde
de quien espera al Salvador. Si la verdad fuera sólo una fórmula matemática, en cierto
sentido se impondría por sí misma. Pero si la Verdad es Amor, pide la fe, el «sí»
de nuestro corazón.
Y, en efecto, ¿qué busca nuestro corazón si no una Verdad
que sea Amor? La busca el niño, con sus preguntas tan desarmantes y estimulantes;
la busca el joven, necesitado de encontrar el sentido profundo de la propia vida;
la busca el hombre y la mujer en su madurez, para orientar y apoyar el compromiso
en la familia y en el trabajo; la busca la persona anciana, para dar cumplimiento
a la existencia terrenal.
«El Verbo se hizo carne». El anuncio de la Navidad
es también luz para los pueblos, para el camino conjunto de la humanidad. El «Emmanuel»,
el Dios-con-nosotros, ha venido como Rey de justicia y de paz. Su Reino —lo sabemos—
no es de este mundo, sin embargo, es más importante que todos los reinos de este mundo.
Es como la levadura de la humanidad: si faltara, desaparecería la fuerza que lleva
adelante el verdadero desarrollo, el impulso a colaborar por el bien común, al servicio
desinteresado del prójimo, a la lucha pacífica por la justicia. Creer en el Dios que
ha querido compartir nuestra historia es un constante estímulo a comprometerse en
ella, incluso entre sus contradicciones. Es motivo de esperanza para todos aquellos
cuya dignidad es ofendida y violada, porque Aquel que ha nacido en Belén ha venido
a liberar al hombre de la raíz de toda esclavitud.
Que la luz de la Navidad
resplandezca de nuevo en aquella Tierra donde Jesús ha nacido e inspire a israelitas
y palestinos a buscar una convivencia justa y pacífica. Que el anuncio consolador
de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas
comunidades cristianas en Irak y en todo el Medio Oriente, dándoles aliento y esperanza
para el futuro, y animando a los responsables de las Naciones a una solidaridad efectiva
para con ellas. Que se haga esto también en favor de los que todavía sufren por las
consecuencias del terremoto devastador y la reciente epidemia de cólera en Haití.
Y que tampoco se olvide a los que en Colombia y en Venezuela, como también en Guatemala
y Costa Rica, han sido afectados por recientes calamidades naturales.
Que
el nacimiento del Salvador abra perspectivas de paz duradera y de auténtico progreso
a las poblaciones de Somalia, de Darfur y Costa de Marfil; que promueva la estabilidad
política y social en Madagascar; que lleve seguridad y respeto de los derechos humanos
en Afganistán y Pakistán; que impulse el diálogo entre Nicaragua y Costa Rica; que
favorezca la reconciliación en la Península coreana.
Que la celebración del
nacimiento del Redentor refuerce el espíritu de fe, paciencia y fortaleza en los fieles
de la Iglesia en la China continental, para que no se desanimen por las limitaciones
a su libertad de religión y conciencia y, perseverando en la fidelidad a Cristo y
a su Iglesia, mantengan viva la llama de la esperanza. Que el amor del «Dios con nosotros»
otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación
y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a com-prometerse por
el pleno respeto de la libertad religiosa de todos.
Queridos hermanos y hermanas,
«el Verbo se hizo carne», ha venido a habitar entre nosotros, es el Emmanuel, el Dios
que se nos ha hecho cercano. Contemplemos juntos este gran misterio de amor, dejémonos
iluminar el corazón por la luz que brilla en la gruta de Belén. ¡Feliz Navidad a todos!