En las Vísperas de apertura del Tiempo de Adviento, Benedicto XVI exhorta a los protagonistas
de la política, de la economía y de la comunicación social a hacer cuanto esté en
sus posibilidades, “para promover una cultura cada vez más respetuosa de la vida humana"
Domingo, 28 nov (RV). El Santo Padre Benedicto XVI presidió la tarde del sábado 27
de noviembre en la Basílica de San Pedro la celebración de las Primeras Vísperas del
Primer Domingo de Adviento, que este año se ha acompañado con una “Vigilia por la
vida naciente” celebrada por toda la Iglesia católica, a la que se adhirieron las
Iglesias particulares de todo el mundo en comunión de oración.
A las cinco
y media de la tarde comenzó la celebración de esta “Vigilia por la vida naciente”,
durante la cual se alternaron algunos textos del magisterio sobre el tema de la vida,
con cantos típicos del Adviento y momentos de silencio y oración. De este modo se
ha querido coronar el congreso internacional promovido por el Consejo Pontificio para
la Familia, que preside el cardenal Ennio Antonelli, sobre el tema de la familia en
el corazón de las acciones pastorales específicas.
Esta tradición de celebrar
las Primeras Vísperas del Primer Domingo de Adviento -que ha comenzado con Benedicto
XVI- se propone subrayar el inicio de un nuevo Año Litúrgico para la vida de la Iglesia,
dado que precisamente con el tiempo de Adviento se pone en marcha un nuevo ciclo anual,
en el que la Iglesia celebra todo el misterio de Cristo, desde su Encarnación hasta
Pentecostés y la espera del retorno del Señor.
Con el canto del “Tu es Petrus”
el Papa entró en procesión, esta tarde a las seis, en la Basílica de San Pedro. En
su homilía Benedicto XVI comenzó diciendo que “con esta celebración vespertina, el
Señor nos dona la gracia y la alegría para abrir el nuevo Año Litúrgico iniciando
desde su primera etapa: el Adviento, el período que hace memoria de la venida de Dios
entre nosotros. Y añadió:
"Cada inicio
lleva consigo una gracia particular, porque es bendecido por el Señor. En este Adviento
nos será dada, una vez más, la experiencia de la cercanía de Aquel que ha creado el
mundo, que orienta la historia y que ha cuidado de nosotros llegando al culmen de
su condescendencia al hacerse hombre."
Precisamente –prosiguió diciendo
el Santo Padre– el misterio grande y fascinante del Dios con nosotros, es más, del
Dios que se hace uno de nosotros, es lo que celebraremos en las próximas semanas caminando
hacia la Santa Navidad. Y agregó que durante el tiempo de Adviento “sentiremos a la
Iglesia que nos toma de la mano y, a imagen de María Santísima, expresa su maternidad
haciéndonos experimentar la espera alegre de la venida del Señor, que nos abraza a
todos en su amor, que salva y consuela”.
Benedicto XVI agregó que mientras
nuestros corazones se predisponen hacia la celebración anual del nacimiento de Cristo,
la liturgia de la Iglesia orienta nuestra mirada hacia la meta definitiva: el encuentro
con el Señor que vendrá en el esplendor de la gloria:
"Por esto,
nosotros, que en cada Eucaristía, “anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección
en la espera de su venida”, permanecemos en oración. La liturgia no se cansa de animarnos
y sostenernos, poniendo sobre nuestros labios, en los días de Adviento, el grito con
el cual se cierra toda la Sagrada Escritura, en la última página del Apocalipsis de
San Juan: “¡Ven, Señor Jesús!” (22,20)."
Al recordar a los presentes que
el encuentro de esta tarde para iniciar el camino de Adviento se enriquecía con otra
importante motivación, la de celebrar solemnemente con toda la Iglesia una vigilia
de oración por la vida naciente, el Pontífice expresó su agradecimiento a todos los
que se han sumado a esta invitación y a cuantos se dedican, específicamente, a acoger
y custodiar la vida humana en las distintas situaciones de fragilidad, en particular,
en sus inicios y en sus primeros pasos:
"Es así como
el inicio del Año Litúrgico nos hace vivir nuevamente la espera de Dios que se hace
carne en el vientre de la Virgen María, de Dios que se hace pequeño, se hace niño;
nos habla de la venida de un Dios cercano, que ha querido recorrer la vida del hombre,
desde el inicio, y esto para salvarla totalmente, en plenitud. Y así el misterio de
la Encarnación del Señor y el comienzo de la vida humana están íntima y armoniosamente
ligados dentro del único designio salvífico de Dios, Señor de la vida de todos y cada
uno. La Encarnación nos revela con intensa luz y de manera sorprendente, que cada
vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable."
Después de recordar
que el hombre presenta una originalidad inconfundible respecto a todos los demás seres
vivientes que pueblan la tierra, que se presenta como sujeto único y singular, dotado
de inteligencia y voluntad libre, además de estar compuesto de una realidad material,
que vive simultánea e inseparablemente en la dimensión espiritual y en la dimensión
corpórea, Benedicto XVI añadió:
"Somos, entonces,
espíritu, alma y cuerpo. Somos parte de este mundo, ligados a las posibilidades y
a los límites de la condición material; al mismo tiempo estamos abiertos a un horizonte
infinito, capaces de dialogar con Dios y de acogerlo en nosotros. Obramos en las realidades
terrenas y a través de ellas podemos percibir la presencia de Dios y tender a Él,
verdad, bondad y belleza absoluta. Saboreamos fragmentos de vida y de felicidad y
anhelamos la plenitud total."
Tras recordar que Dios nos ama de manera profunda,
total, sin distinciones; y que nos llama a la amistad con Él; nos hace partícipes
de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra, a
saber: su misma vida divina; el Papa afirmó que “creer en Jesucristo comporta también
el tener una mirada nueva sobre el hombre, una mirada de confianza y de esperanza.
El tiene derecho
a no ser tratado como un objeto que se posee o como una cosa que se puede manipular
a placer, a no ser reducido a un puro instrumento en beneficio de otros y de sus intereses.
La persona es un bien en sí misma y siempre es necesario buscar su desarrollo integral.
El amor hacia todos, y más si es sincero, tiende espontáneamente a convertirse en
una atención preferencial por los más débiles y los más pobres. Sobre esta línea se
coloca la preocupación de la Iglesia por la vida naciente, la más frágil, la más amenazada
por el egoísmo de los adultos y por el oscurecimiento de las conciencias. La Iglesia
continuamente reafirma cuanto ha declarado el Concilio Vaticano II contra el aborto
y toda forma de violación de la vida naciente: “La vida, una vez concebida, debe ser
protegida con al máxima atención” (ibid., n. 51).
Benedicto XVI también
recordó que hay tendencias culturales que “buscan anestesiar las conciencias con pretextos”.
Sobre el embrión en el vientre materno, la ciencia misma pone en evidencia la autonomía
que lo hace capaz de interactuar con la madre, la coordinación de los procesos biológicos,
la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata
de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente
ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así lo ha sido Jesús en el vientre
de María; así lo ha sido cada uno de nosotros en el vientre de la madre”. Y agregó:
"Lamentablemente,
incluso después del nacimiento, la vida de los niños continúa siendo expuesta al abandono,
al hambre, a la miseria, a la enfermedad, a los abusos, a la violencia, a la explotación.
Las múltiples violaciones de sus derechos que se cometen en el mundo hieren dolorosamente
la conciencia de cada hombre de buena voluntad. Frente al triste panorama de las
injusticias cometidas contra la vida del hombre, antes y después del nacimiento, hago
mío el apasionado llamamiento del Papa Juan Pablo II a la responsabilidad de todos
y cada uno de nosotros: “¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda la vida
humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera,
paz y felicidad!” (Enc. Evangelium vitae, 5)."
Por esta razón, el Papa
exhortó a los protagonistas de la política, de la economía y de la comunicación social
a hacer cuanto esté en sus posibilidades, “para promover una cultura cada vez más
respetuosa de la vida humana, para ofrecer condiciones favorables y redes de apoyo
a la acogida y al desarrollo de la misma”. Mientras a la Virgen María -que ha acogido
al Hijo de Dios hecho hombre con su fe, con su seno materno, con su atento cuidado,
y con su acompañamiento solidario y vibrante de amor- encomendó la oración y el compromiso
en favor de la vida naciente.
Al concluir la celebración de estas Vísperas,
Benedicto XVI rezó una “Oración por la vida”, compuesta especialmente para esta ocasión.