Benedicto XVI comparte con los obispos italianos su apuesta para crear una gran alianza
entre todos los responsables del proceso educativo de las nuevas generaciones y sus
familias
Martes, 9 nov (RV).- Benedicto XVI comparte con los obispos italianos su apuesta para
reagrupar en torno a la responsabilidad educativa a todos los que comparten un interés
común por el bien de las nuevas generaciones y a sus familias, que ostentan el primado
educativo. En su mensaje a la 62 Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana,
reunida estos días en Asís, el Papa elogia el compromiso de los obispos italianos,
manifestado en el gobierno responsable de sus diócesis y en el elocuente signo de
la atención que prestan a la educación, tema al que han dado prioridad en la década
que comienza.
Enmarcando la reunión de los obispos italianos en Asís, el Papa
escribe que “al igual que ahora, el momento en que vivió san Francisco estuvo marcado
por profundas transformaciones culturales, favorecidas por el nacimiento de la Universidad,
el desarrollo de los ayuntamientos y la difusión de nuevas experiencias religiosas”.
Al
igual que los obispos italianos, el Papa manifiesta su preocupación por una cultura
que eclipsa el sentido de Dios y ofusca la dimensión interior, que produce una incierta
formación de la identidad personal en un contexto plural y fragmentado y en la que
son patentes las dificultades de diálogo y la separación entre inteligencia y afectividad.
“Estos elementos –escribe el Santo Padre- son el signo de una crisis de confianza
en la vida e influyen de forma relevante sobre el proceso educativo, en el que los
referentes fiables se vuelven frágiles”.
Benedicto XVI reconoce que “el hombre
contemporáneo ha invertido muchas energías en el desarrollo de la ciencia y la técnica,
alcanzando en ambos campos metas indudablemente significativas y apreciables”. No
obstante, añade el Papa, “tal progreso se ha producido a menudo en perjuicio de los
fundamentos del cristianismo, sobre los cuales se basa la fecunda historia del continente
europeo: la esfera moral ha sido confinada al ámbito subjetivo, y a Dios, cuando no
se le niega, se le excluye de la conciencia pública. Y, sin embargo la persona crece
en la medida en que experimenta el bien y aprende a distinguirlo del mal”.
En
este contexto el Pontífice escribe que “para invertir este proceso, no es suficiente
un llamamiento generalizado a los valores, ni una propuesta educativa que se conforme
con intervenciones puramente funcionales o fraccionarias. Por el contrario, es necesaria
una relación personal de fidelidad entre los protagonistas del proceso, capaces de
tomar posiciones y poner en juego la propia libertad”.
Otro tema importante
de este mensaje del Papa es el examen de la traducción italiana de la tercera edición
típica del Misal Romano. En este sentido Benedicto XVI afirma que “el autentico creyente,
de cualquier época, experimenta en la liturgia la presencia, el primado y la obra
de Dios”. Porque con ello -explica el Pontífice- la correspondencia de la oración
de la Iglesia (lex orandi) con la regla de la fe (lex credendi) plasma el pensamiento
y los sentimientos de la comunidad cristiana, dando forma a la Iglesia, cuerpo de
Cristo y templo del Espíritu”.
“Ninguna palabra humana puede prescindir del
tiempo, incluso cuando, como en el caso de la liturgia, constituye una ventana que
se abre más allá del tiempo”, subraya el Papa. “Dar una voz a una realidad perennemente
válida exige por tanto el sapiente equilibrio entre continuidad y novedad, entre tradición
y actualización”. Un proceso que afecta también al Misal Romano.
“De hecho,
todo reformador auténtico -afirma Benedicto XVI- es un obediente de la fe. No se mueve
de manera arbitraria, ni se arroga ninguna discrecionalidad sobre el rito; no es dueño,
sino custodio del tesoro instituido por el Señor y confiado a nosotros. La Iglesia
entera está presente en cualquier liturgia: adherir a su forma es por tanto condición
de autenticidad respecto a lo que se está celebrando.
El Papa pues exhorta
a los obispos italianos a “valorizar la liturgia como fuente de perenne educación
a la vida buena del Evangelio. Ella nos introduce -dice- al encuentro con Jesucristo,
que con palabras y obras constantemente edifica la Iglesia, modelándola a la profundidad
de la escucha, de la fraternidad y de la misión”.