Hace diez años Juan Pablo II proclamaba a santo Tomás Moro Patrono de los gobernantes
y de los políticos
Domingo, 31 oct (RV).- Este 31 de octubre se cumplen diez años de la proclamación,
por parte del Siervo de Dios Juan Pablo II, de santo Tomás Moro como Patrono de los
gobernantes y de los políticos.
En efecto, en aquella oportunidad, mediante
una carta apostólica en forma de Motu Proprio, el Papa Wojtyla proclamaba a este gran
estadista y pensador católico inglés patrono de los gobernantes y de los políticos.
“De la vida y del martirio de santo Tomás Moro –escribía– surge un mensaje que atraviesa
los siglos y habla a los hombres de todos los tiempos de la dignidad inalienable de
la conciencia, en la que –como recuerda el Concilio Vaticano II– reside “el núcleo
más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena
en lo más íntimo de ella” (Gaudium et spes, 16).
Juan Pablo II escribía asimismo
en este Motu Proprio que “cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad,
entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente
por el testimonio, dado hasta la efusión de la sangre, de la primacía de la verdad
sobre el poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia
moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre quienes están llamados a
guiar los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración
para una política que se plantee como fin supremo el servicio a la persona humana”.
Recordamos
a nuestros oyentes que Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su
país –tal como afirmaba Juan Pablo II–. Había nacido en Londres en 1478 en el seno
de una respetable familia, y desde joven estuvo al servicio del Arzobispo de Canterbury,
Juan Morton, Canciller del Reino. Estudió leyes en Oxford y en Londres, ampliando
sus intereses sectores de la cultura como la teología y la literatura clásica. Aprendió
el griego y entró en relación de amistad con importantes protagonistas de la cultura
renacentista, entre los cuales con Erasmo de Rotterdam.
Su sensibilidad religiosa
lo llevó a la búsqueda de la virtud a través de una asidua práctica ascética. En una
palabra: “En la defensa de los derechos de la conciencia el ejemplo de Tomás Moro
brilló con luz intensa. Se puede decir –escribía Juan Pablo II– que él vivió de modo
singular el valor de una conciencia moral que es ‘testimonio de Dios mismo, cuya voz
y cuyo juicio penetran en lo íntimo del hombre hasta las raíces de su alma" –tal como
lo afirma en su encíclica Veritatis splendor, (58) – si bien, por lo que concierne
a la acción contra los heréticos, sufrió los límites de la cultura de su tiempo”.