2010-10-24 14:37:24

Clausura del Sínodo: el Papa lamenta los continuos conflictos, guerras, violencia y terrorismo en Oriente Medio y afirma que la paz, don de Dios, es también el resultado de los esfuerzos de los Estados


Domingo, 24 oct (RV).- A las 9 y media de esta mañana en la Basílica Vaticana, Benedicto XVI ha presidido la Celebración Eucarística de clausura de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos, evento que desde el pasado 10 de octubre congregó en Roma a los representantes de las Iglesias que peregrinan en la región donde nació y desarrolló su vida Nuestro Señor Jesucristo. Recordamos que el Sínodo de los Obispos tuvo como tema “La Iglesia Católica en Oriente Medio: comunión y testimonio. <>”.

Con el Papa han concelebrado 177 Padres Sinodales, entre los cuales se encontraban 19 cardenales, 9 Patriarcas, 72 Arzobispos, 67 Obispos y 10 Sacerdotes. En su homilía Benedicto XVI señaló la profunda gratitud a Dios “porque nos ha donado esta experiencia de verdad extraordinaria, no sólo para nosotros, sino para el bien de la Iglesia, del Pueblo de Dios que vive en las tierras entre el Mediterráneo y Mesopotamia”. Y tomando las palabras del evangelio de hoy, dijo “esta mañana hemos dejado el Aula del Sínodo y hemos venido al templo para rezar”.

Hablando sobre el evangelio del día, el Santo Padre dijo que la parábola pronunciada por Jesús les atañe directamente a ellos, porque, como el fariseo, pueden tener la tentación de recordar a Dios los méritos propios tal vez pensando en los esfuerzos y el trabajo de estas jornadas. Pero se refirió a la actitud del publicano para indicar cómo debe ser la actitud de quien se acerca a Dios para hablarle.

Para subir al Cielo, la oración debe salir de un corazón humilde, pobre. Y, por tanto, también nosotros, al término de este evento eclesial, deseamos ante todo rendir gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que Él nos ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de Él y sólo con su Gracia se realizará todo cuanto el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos “volver a casa” verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las vías del Señor RealAudioMP3

Refiriéndose a la primera lectura y al salmo responsorial, Benedicto XVI dijo que estos textos insisten en el tema de la oración, subrayando que ésta es más potente en el corazón de Dios cuanto mayor es la condición de necesidad y aflicción de quien reza. Por eso “tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que viven en la región medio-oriental y que se encuentran en situaciones difíciles, a veces muy duras, tanto por los problemas materiales como por el desánimo, el estado de tensión y, a veces, el miedo.

La Palabra de Dios hoy nos ofrece también una luz de esperanza consoladora, allí donde presenta la oración, personificada, que no desiste hasta que el Altísimo le atiende, juzga a los justos y les hace justicia. También este vínculo entre oración y justicia nos hace pensar en tantas situaciones en el mundo, en particular en Oriente Medio. El grito del pobre y del oprimido encuentra de inmediato eco en Dios, quiere intervenir para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de libertad, un horizonte de esperanza RealAudioMP3

El Papa dijo que esa misma confianza es la que muestra San Pablo cuando hace un balance al ver cercano el final de su vida terrenal, y es la que deben tener cada uno de ellos, hermanos en el episcopado, porque el Señor asiste y da fuerzas para que por medio de cada uno se proclame plenamente el mensaje y, como en tiempos de Pablo, sea escuchado por los gentiles. Benedicto XVI aprovechó esta actitud evangelizadora de Pablo para recordar que hoy es la Jornada Misionera Mundial, y animar a los pastores que, después de haber compartido los días de trabajo, regresan cada uno a seguir con la misión encomendada.
 
La Asamblea sinodal que hoy se concluye ha tenido presente siempre la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita en los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). Es una realidad experimentada en los días pasados, durante los cuales hemos compartido las alegrías y los dolores, las preocupaciones y las esperanzas de los cristianos de Oriente Medio. Hemos vivido la unidad de la Iglesia en la variedad de las Iglesias presentes en esa región. Guiados por el Espíritu Santo, nos hemos convertido en “un solo corazón y una sola alma” en la fe, en la esperanza y en la caridad, sobre todo durante las Celebraciones eucarísticas, fuente y culmen de la comunión eclesial, como también en la Liturgia de las Horas, celebrada cada mañana en uno de los 7 ritos católicos de Oriente Medio RealAudioMP3

El Santo Padre augura que este espíritu de compartir, se repita en cada una de las respectivas comunidades de Oriente Medio, favoreciendo la participación de los fieles en las celebraciones litúrgicas de los demás ritos católicos y sea muestra de la apertura hacia la dimensión de la Iglesia Universal.

Retornando al evangelio de la misa del día, Benedicto XVI dijo que la oración común les ha ayudado a afrontar los desafíos de la Iglesia Católica en Oriente Medio, el primero de ellos la comunión en el interior de cada Iglesia sui iuris, así como en las relaciones entre las varias Iglesias Católicas de distintas tradiciones. El Papa manifestó en la homilía que la página del evangelio leída hoy les recuerda que “necesitamos humildad para reconocer nuestros límites, nuestros errores y nuestras omisiones, con objeto de poder formar verdaderamente un solo corazón y una sola alma”. Y plantea que una comunión más plena en el interior de la Iglesia Católica favorecería también el diálogo ecuménico con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Y a los cristianos de Oriente Medio el Pontífice les dirigió unas palabras de aliento inspiradas en el mismo mensaje del Señor…
 
“No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12,32). En efecto, aunque poco numerosos, ellos son portadores de la Buena Nueva del amor de Dios por el hombre, amor que se reveló precisamente en Tierra Santa en la persona de Jesucristo. Esta Palabra de salvación, reforzada con la gracia de los Sacramentos, resuena con particular eficacia en los lugares en los que, por la divina Providencia, fue escrita, y es la única Palabra capaz de romper el círculo vicioso de la venganza, del odio, de la violencia. De un corazón purificado, en paz con Dios y con el prójimo, pueden nacer propósitos e iniciativas de paz a nivel local, nacional e internacional RealAudioMP3

Es una obra ésta, la de la paz, a cuya realización está llamada toda la comunidad internacional, continuó diciendo el Papa, y exhorta a los cristianos, que son ciudadanos de pleno derecho, a que den su contribución con el espíritu de las bienaventuranzas, convirtiéndose así en constructores de la paz y apóstoles de la reconciliación para el beneficio de toda la sociedad. Y a estas palabras el Pontífice añade unas palabras de pesar por la situación tan dramática que se vive en el Oriente Medio.

Desde hace demasiado tiempo en Oriente Medio perduran los conflictos, las guerras, la violencia, el terrorismo. La paz, que es don de Dios, también es el resultado de los esfuerzos de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales, y en particular de los Estados más implicados en la búsqueda de la solución de los conflictos. Nunca debemos resignarnos a la falta de paz. La paz es posible. La paz es urgente. La paz es la condición indispensable para una vida digna de la persona humana y de la sociedad RealAudioMP3
 
HOMILÍA DEL SANTO PADRE

¡Venerados Hermanos,
ilustres señores y señoras,
queridos hermanos y hermanas!

A distancia de dos semanas de la Celebración de apertura, nos reunimos de nuevo en el día del Señor, alrededor del Altar de la Confesión de la Basílica de San Pedro, para concluir la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos. En nuestros corazones hay una profunda gratitud a Dios que nos ha donado esta experiencia de verdad extraordinaria, no sólo para nosotros, sino para el bien de la Iglesia, del Pueblo de Dios que vive en las tierras entre el Mediterráneo y Mesopotamia. Como Obispo de Roma, deseo compartir este reconocimiento con vosotros, venerados Padres Sinodales: Cardenales, Patriarcas, Arzobispos, Obispos. Doy las gracias de manera particular al Secretario General, a los cuatro Presidentes Delegados, al Relator General, al Secretario Especial y a todos los colaboradores que, en estos días, han trabajado sin ahorrar esfuerzos. Esta mañana hemos dejado el Aula del Sínodo y hemos venido “al templo para rezar”; por esto, nos atañe directamente la parábola del fariseo y del publicano relatada por Jesús y referida por el evangelista San Lucas (cfr. Lc 18, 9-14). También nosotros podríamos tener la tentación, como el fariseo, de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez pensando en el trabajo de estas jornadas. Pero, para subir al Cielo, la oración debe salir de un corazón humilde, pobre. Y, por tanto, también nosotros, al término de este evento eclesial, deseamos ante todo rendir gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que Él no ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de Él y sólo con su Gracia se realizará todo cuanto el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos “volver a casa” verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las vías del Señor.
La Primera Lectura y el Salmo responsorial insisten en el tema de la oración, subrayando que ésta es más potente en el corazón de Dios cuanto mayor es la condición de necesidad y aflicción de quien la reza. “ La oración del humilde atraviesa las nubes” afirma el Eclesiástico (Si 35,21); y el salmista agrega: “Yahvé está cerca de los desanimados, él salva a los espíritus hundidos” (Sal 34,19). Tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que viven en la región medio-oriental y que se encuentran en situaciones difíciles, a veces muy duras, tanto por los problemas materiales como por el desánimo, el estado de tensión y, a veces, el miedo. La Palabra de Dios hoy nos ofrece también una luz de esperanza consoladora, allí donde presenta la oración, personificada, que “ no desiste hasta que el Altísimo le atiende, juzga a los justos y les hace justicia” (Si 35, 21-22). También este vínculo entre oración y justicia nos hace pensar en tantas situaciones en el mundo, en particular en Oriente Medio. El grito del pobre y del oprimido encuentra inmediato eco en Dios, que quiere intervenir para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de liberad, un horizonte de esperanza.
Esta confianza en el Dios cercano, que libera a sus amigos, es la que testimonia el Apóstol Pablo en la epístola hodierna, extraída de la Segunda Epístola a Timoteo. Al ver cercano el final de la vida terrenal, Pablo hace un balance. “He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (2 Tm 4, 7). Para cada uno de nosotros, queridos hermanos en el episcopado, este es un modelo que hay que imitar: ¡que la Bondad divina nos conceda hacer nuestro un similar balance! “Pero el Señor, -prosigue Pablo - me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles” (2 Tm 4, 17). ¡Es una palabra que resuena con especial fuerza en este domingo en que celebramos la Jornada Misionera Mundial! Comunión con Jesús crucificado y resucitado, testimonio de su amor. La experiencia del Apóstol es paradigmática para cada cristiano, especialmente para nosotros Pastores. Hemos compartido un momento importante de comunión eclesial. Ahora nos separamos para volver cada uno a su misión, pero sabemos que permanecemos unidos, permanecemos en su amor.
La Asamblea sinodal que hoy se concluye ha tenido presente siempre la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita en los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). Es una realidad experimentada en los días pasados, durante los cuales hemos compartido las alegrías y los dolores, las preocupaciones y las esperanzas de los cristianos de Oriente Medio. Hemos vivido la unidad de la Iglesia en la variedad de las Iglesias presentes en esa región. Guiados por el Espíritu Santo, nos hemos convertido en “un solo corazón y una sola alma” en la fe, en la esperanza y en la caridad, sobre todo durante las Celebraciones eucarísticas, fuente y culmen de la comunión eclesial, como también en la Liturgia de las Horas, celebrada cada mañana en uno de los 7 ritos católicos de Oriente Medio. Así, hemos valorado la riqueza litúrgica, espiritual y teológica de las Iglesias Orientales Católicas, además de la de la Iglesia Latina. Se ha tratado de un intercambio de dones preciosos, de los cuales se han beneficiado todos los Padres sinodales. Deseamos que esta experiencia positiva se repita también en las respectivas comunidades de Oriente Medio, favoreciendo la participación de los fieles en las celebraciones litúrgicas de los demás ritos católicos y, por lo tanto, la apertura a la dimensión de la Iglesia universal.
La oración común nos ha ayudado también a afrontar los desafíos de la Iglesia Católica en Oriente Medio. Uno de ellos es la comunión en el interior de cada Iglesia sui iuris, así como en las relaciones entre las varias Iglesias Católicas de distintas tradiciones. Como nos ha recordado la hodierna página del Evangelio (cfr. Lc 18, 9-14), necesitamos humildad para reconocer nuestros límites, nuestros errores y nuestras omisiones, con objeto de poder formar verdaderamente “un solo corazón y una sola alma”. Una comunión más plena en el interior de la Iglesia Católica favorece también el diálogo ecuménico con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. En esta Asamblea Sinodal la Iglesia Católica ha corroborado también su profunda convicción de proseguir este diálogo, con el fin de que se realice cumplidamente la oración del Señor Jesús “para que todos sean uno” (Jn 17,21).
A los cristianos en Oriente Medio se les pueden aplicar las palabras del Señor Jesús: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12,32). En efecto, aunque poco numerosos, ellos son portadores de la Buena Nueva del amor de Dios por el hombre, amor que se reveló precisamente en Tierra Santa en la persona de Jesucristo. Esta Palabra de salvación, reforzada con la gracia de los Sacramentos, resuena con particular eficacia en los lugares en los que, por la divina Providencia, fue escrita, y es la única Palabra capaz de romper el círculo vicioso de la venganza, del odio, de la violencia. De un corazón purificado, en paz con Dios y con el prójimo, pueden nacer propósitos e iniciativas de paz a nivel local, nacional e internacional. A esta obra, a cuya realización está llamada toda la comunidad internacional, los cristianos, ciudadanos de pleno derecho, pueden y deben dar su contribución con el espíritu de las bienaventuranzas, convirtiéndose así en constructores de paz y en apóstoles de reconciliación para el beneficio de toda la sociedad







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