Clausura del Sínodo: el Papa lamenta los continuos conflictos, guerras, violencia
y terrorismo en Oriente Medio y afirma que la paz, don de Dios, es también el resultado
de los esfuerzos de los Estados
Domingo, 24 oct (RV).- A las 9 y media de esta mañana en la Basílica Vaticana, Benedicto
XVI ha presidido la Celebración Eucarística de clausura de la Asamblea Especial para
Oriente Medio del Sínodo de los obispos, evento que desde el pasado 10 de octubre
congregó en Roma a los representantes de las Iglesias que peregrinan en la región
donde nació y desarrolló su vida Nuestro Señor Jesucristo. Recordamos que el Sínodo
de los Obispos tuvo como tema “La Iglesia Católica en Oriente Medio: comunión y testimonio.
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Con
el Papa han concelebrado 177 Padres Sinodales, entre los cuales se encontraban 19
cardenales, 9 Patriarcas, 72 Arzobispos, 67 Obispos y 10 Sacerdotes. En su homilía
Benedicto XVI señaló la profunda gratitud a Dios “porque nos ha donado esta experiencia
de verdad extraordinaria, no sólo para nosotros, sino para el bien de la Iglesia,
del Pueblo de Dios que vive en las tierras entre el Mediterráneo y Mesopotamia”. Y
tomando las palabras del evangelio de hoy, dijo “esta mañana hemos dejado el Aula
del Sínodo y hemos venido al templo para rezar”.
Hablando sobre el evangelio
del día, el Santo Padre dijo que la parábola pronunciada por Jesús les atañe directamente
a ellos, porque, como el fariseo, pueden tener la tentación de recordar a Dios los
méritos propios tal vez pensando en los esfuerzos y el trabajo de estas jornadas.
Pero se refirió a la actitud del publicano para indicar cómo debe ser la actitud de
quien se acerca a Dios para hablarle.
Para subir al Cielo, la oración debe
salir de un corazón humilde, pobre. Y, por tanto, también nosotros, al término de
este evento eclesial, deseamos ante todo rendir gracias a Dios, no por nuestros méritos,
sino por el don que Él nos ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación,
de misericordia; reconocemos que todo viene de Él y sólo con su Gracia se realizará
todo cuanto el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos “volver a casa” verdaderamente
enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las vías del Señor
Refiriéndose
a la primera lectura y al salmo responsorial, Benedicto XVI dijo que estos textos
insisten en el tema de la oración, subrayando que ésta es más potente en el corazón
de Dios cuanto mayor es la condición de necesidad y aflicción de quien reza. Por eso
“tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que viven en la región medio-oriental
y que se encuentran en situaciones difíciles, a veces muy duras, tanto por los problemas
materiales como por el desánimo, el estado de tensión y, a veces, el miedo.
La
Palabra de Dios hoy nos ofrece también una luz de esperanza consoladora, allí donde
presenta la oración, personificada, que no desiste hasta que el Altísimo le atiende,
juzga a los justos y les hace justicia. También este vínculo entre oración y justicia
nos hace pensar en tantas situaciones en el mundo, en particular en Oriente Medio.
El grito del pobre y del oprimido encuentra de inmediato eco en Dios, quiere intervenir
para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de libertad, un horizonte de
esperanza
El Papa dijo
que esa misma confianza es la que muestra San Pablo cuando hace un balance al ver
cercano el final de su vida terrenal, y es la que deben tener cada uno de ellos, hermanos
en el episcopado, porque el Señor asiste y da fuerzas para que por medio de cada uno
se proclame plenamente el mensaje y, como en tiempos de Pablo, sea escuchado por los
gentiles. Benedicto XVI aprovechó esta actitud evangelizadora de Pablo para recordar
que hoy es la Jornada Misionera Mundial, y animar a los pastores que, después de haber
compartido los días de trabajo, regresan cada uno a seguir con la misión encomendada. La
Asamblea sinodal que hoy se concluye ha tenido presente siempre la imagen de la primera
comunidad cristiana, descrita en los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los
creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). Es una realidad experimentada
en los días pasados, durante los cuales hemos compartido las alegrías y los dolores,
las preocupaciones y las esperanzas de los cristianos de Oriente Medio. Hemos vivido
la unidad de la Iglesia en la variedad de las Iglesias presentes en esa región. Guiados
por el Espíritu Santo, nos hemos convertido en “un solo corazón y una sola alma” en
la fe, en la esperanza y en la caridad, sobre todo durante las Celebraciones eucarísticas,
fuente y culmen de la comunión eclesial, como también en la Liturgia de las Horas,
celebrada cada mañana en uno de los 7 ritos católicos de Oriente Medio
El
Santo Padre augura que este espíritu de compartir, se repita en cada una de las respectivas
comunidades de Oriente Medio, favoreciendo la participación de los fieles en las celebraciones
litúrgicas de los demás ritos católicos y sea muestra de la apertura hacia la dimensión
de la Iglesia Universal.
Retornando al evangelio de la misa del día, Benedicto
XVI dijo que la oración común les ha ayudado a afrontar los desafíos de la Iglesia
Católica en Oriente Medio, el primero de ellos la comunión en el interior de cada
Iglesia sui iuris, así como en las relaciones entre las varias Iglesias Católicas
de distintas tradiciones. El Papa manifestó en la homilía que la página del evangelio
leída hoy les recuerda que “necesitamos humildad para reconocer nuestros límites,
nuestros errores y nuestras omisiones, con objeto de poder formar verdaderamente un
solo corazón y una sola alma”. Y plantea que una comunión más plena en el interior
de la Iglesia Católica favorecería también el diálogo ecuménico con las otras Iglesias
y Comunidades eclesiales. Y a los cristianos de Oriente Medio el Pontífice les dirigió
unas palabras de aliento inspiradas en el mismo mensaje del Señor…
“No
temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros
el Reino” (Lc 12,32). En efecto, aunque poco numerosos, ellos son portadores de la
Buena Nueva del amor de Dios por el hombre, amor que se reveló precisamente en Tierra
Santa en la persona de Jesucristo. Esta Palabra de salvación, reforzada con la gracia
de los Sacramentos, resuena con particular eficacia en los lugares en los que, por
la divina Providencia, fue escrita, y es la única Palabra capaz de romper el círculo
vicioso de la venganza, del odio, de la violencia. De un corazón purificado, en paz
con Dios y con el prójimo, pueden nacer propósitos e iniciativas de paz a nivel local,
nacional e internacional
Es
una obra ésta, la de la paz, a cuya realización está llamada toda la comunidad internacional,
continuó diciendo el Papa, y exhorta a los cristianos, que son ciudadanos de pleno
derecho, a que den su contribución con el espíritu de las bienaventuranzas, convirtiéndose
así en constructores de la paz y apóstoles de la reconciliación para el beneficio
de toda la sociedad. Y a estas palabras el Pontífice añade unas palabras de pesar
por la situación tan dramática que se vive en el Oriente Medio.
Desde hace
demasiado tiempo en Oriente Medio perduran los conflictos, las guerras, la violencia,
el terrorismo. La paz, que es don de Dios, también es el resultado de los esfuerzos
de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales,
y en particular de los Estados más implicados en la búsqueda de la solución de los
conflictos. Nunca debemos resignarnos a la falta de paz. La paz es posible. La paz
es urgente. La paz es la condición indispensable para una vida digna de la persona
humana y de la sociedad
HOMILÍA
DEL SANTO PADRE
¡Venerados Hermanos, ilustres señores y señoras, queridos
hermanos y hermanas!
A distancia de dos semanas de la Celebración de apertura,
nos reunimos de nuevo en el día del Señor, alrededor del Altar de la Confesión de
la Basílica de San Pedro, para concluir la Asamblea Especial para Oriente Medio del
Sínodo de los Obispos. En nuestros corazones hay una profunda gratitud a Dios que
nos ha donado esta experiencia de verdad extraordinaria, no sólo para nosotros, sino
para el bien de la Iglesia, del Pueblo de Dios que vive en las tierras entre el Mediterráneo
y Mesopotamia. Como Obispo de Roma, deseo compartir este reconocimiento con vosotros,
venerados Padres Sinodales: Cardenales, Patriarcas, Arzobispos, Obispos. Doy las gracias
de manera particular al Secretario General, a los cuatro Presidentes Delegados, al
Relator General, al Secretario Especial y a todos los colaboradores que, en estos
días, han trabajado sin ahorrar esfuerzos. Esta mañana hemos dejado el Aula del Sínodo
y hemos venido “al templo para rezar”; por esto, nos atañe directamente la parábola
del fariseo y del publicano relatada por Jesús y referida por el evangelista San Lucas
(cfr. Lc 18, 9-14). También nosotros podríamos tener la tentación, como el fariseo,
de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez pensando en el trabajo de estas jornadas.
Pero, para subir al Cielo, la oración debe salir de un corazón humilde, pobre. Y,
por tanto, también nosotros, al término de este evento eclesial, deseamos ante todo
rendir gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que Él no ha hecho.
Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos
que todo viene de Él y sólo con su Gracia se realizará todo cuanto el Espíritu Santo
nos ha dicho. Sólo así podremos “volver a casa” verdaderamente enriquecidos, más justos
y más capaces de caminar por las vías del Señor. La Primera Lectura y el Salmo
responsorial insisten en el tema de la oración, subrayando que ésta es más potente
en el corazón de Dios cuanto mayor es la condición de necesidad y aflicción de quien
la reza. “ La oración del humilde atraviesa las nubes” afirma el Eclesiástico (Si
35,21); y el salmista agrega: “Yahvé está cerca de los desanimados, él salva a los
espíritus hundidos” (Sal 34,19). Tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que
viven en la región medio-oriental y que se encuentran en situaciones difíciles, a
veces muy duras, tanto por los problemas materiales como por el desánimo, el estado
de tensión y, a veces, el miedo. La Palabra de Dios hoy nos ofrece también una luz
de esperanza consoladora, allí donde presenta la oración, personificada, que “ no
desiste hasta que el Altísimo le atiende, juzga a los justos y les hace justicia”
(Si 35, 21-22). También este vínculo entre oración y justicia nos hace pensar en tantas
situaciones en el mundo, en particular en Oriente Medio. El grito del pobre y del
oprimido encuentra inmediato eco en Dios, que quiere intervenir para abrir una vía
de salida, para restituir un futuro de liberad, un horizonte de esperanza. Esta
confianza en el Dios cercano, que libera a sus amigos, es la que testimonia el Apóstol
Pablo en la epístola hodierna, extraída de la Segunda Epístola a Timoteo. Al ver cercano
el final de la vida terrenal, Pablo hace un balance. “He competido en la noble competición,
he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (2 Tm 4, 7). Para cada uno
de nosotros, queridos hermanos en el episcopado, este es un modelo que hay que imitar:
¡que la Bondad divina nos conceda hacer nuestro un similar balance! “Pero el Señor,
-prosigue Pablo - me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara
plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles” (2 Tm 4, 17). ¡Es una palabra
que resuena con especial fuerza en este domingo en que celebramos la Jornada Misionera
Mundial! Comunión con Jesús crucificado y resucitado, testimonio de su amor. La experiencia
del Apóstol es paradigmática para cada cristiano, especialmente para nosotros Pastores.
Hemos compartido un momento importante de comunión eclesial. Ahora nos separamos para
volver cada uno a su misión, pero sabemos que permanecemos unidos, permanecemos en
su amor. La Asamblea sinodal que hoy se concluye ha tenido presente siempre la
imagen de la primera comunidad cristiana, descrita en los Hechos de los Apóstoles:
“La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).
Es una realidad experimentada en los días pasados, durante los cuales hemos compartido
las alegrías y los dolores, las preocupaciones y las esperanzas de los cristianos
de Oriente Medio. Hemos vivido la unidad de la Iglesia en la variedad de las Iglesias
presentes en esa región. Guiados por el Espíritu Santo, nos hemos convertido en “un
solo corazón y una sola alma” en la fe, en la esperanza y en la caridad, sobre todo
durante las Celebraciones eucarísticas, fuente y culmen de la comunión eclesial, como
también en la Liturgia de las Horas, celebrada cada mañana en uno de los 7 ritos católicos
de Oriente Medio. Así, hemos valorado la riqueza litúrgica, espiritual y teológica
de las Iglesias Orientales Católicas, además de la de la Iglesia Latina. Se ha tratado
de un intercambio de dones preciosos, de los cuales se han beneficiado todos los Padres
sinodales. Deseamos que esta experiencia positiva se repita también en las respectivas
comunidades de Oriente Medio, favoreciendo la participación de los fieles en las celebraciones
litúrgicas de los demás ritos católicos y, por lo tanto, la apertura a la dimensión
de la Iglesia universal. La oración común nos ha ayudado también a afrontar los
desafíos de la Iglesia Católica en Oriente Medio. Uno de ellos es la comunión en el
interior de cada Iglesia sui iuris, así como en las relaciones entre las varias Iglesias
Católicas de distintas tradiciones. Como nos ha recordado la hodierna página del Evangelio
(cfr. Lc 18, 9-14), necesitamos humildad para reconocer nuestros límites, nuestros
errores y nuestras omisiones, con objeto de poder formar verdaderamente “un solo corazón
y una sola alma”. Una comunión más plena en el interior de la Iglesia Católica favorece
también el diálogo ecuménico con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. En esta
Asamblea Sinodal la Iglesia Católica ha corroborado también su profunda convicción
de proseguir este diálogo, con el fin de que se realice cumplidamente la oración del
Señor Jesús “para que todos sean uno” (Jn 17,21). A los cristianos en Oriente Medio
se les pueden aplicar las palabras del Señor Jesús: “No temas, pequeño rebaño, porque
a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12,32). En efecto,
aunque poco numerosos, ellos son portadores de la Buena Nueva del amor de Dios por
el hombre, amor que se reveló precisamente en Tierra Santa en la persona de Jesucristo.
Esta Palabra de salvación, reforzada con la gracia de los Sacramentos, resuena con
particular eficacia en los lugares en los que, por la divina Providencia, fue escrita,
y es la única Palabra capaz de romper el círculo vicioso de la venganza, del odio,
de la violencia. De un corazón purificado, en paz con Dios y con el prójimo, pueden
nacer propósitos e iniciativas de paz a nivel local, nacional e internacional. A esta
obra, a cuya realización está llamada toda la comunidad internacional, los cristianos,
ciudadanos de pleno derecho, pueden y deben dar su contribución con el espíritu de
las bienaventuranzas, convirtiéndose así en constructores de paz y en apóstoles de
reconciliación para el beneficio de toda la sociedad