Benedicto XVI visita a los ancianos de la residencia san Pedro y subraya que la asistencia
a nuestros mayores es una deuda de gratitud
Sábado, 18 sep (RV).- Benedicto XVI consideró hoy que la prestación de asistencia
a los ancianos se debería considerar no tanto como un acto de generosidad, sino como
la satisfacción de una deuda de gratitud. El Santo Padre visitó esta tarde la residencia
de ancianos san Pedro de Londres donde manifestó que la presencia de un número creciente
de ancianos en nuestra sociedad es una bendición porque “cada generación puede aprender
de la experiencia y la sabiduría de la generación que la precedió”.
El
Santo Padre habló a los ancianos de la vida, don único en todas sus etapas y de cómo
“los cristianos no deben tener miedo de compartir el sufrimiento de Cristo, si Dios
quiere que luchemos con la enfermedad”. Benedicto XVI recordó entonces a su predecesor,
el Papa Juan Pablo II, y cómo afrontó sus últimos días con buen humor y paciencia,
“un ejemplo extraordinario y conmovedor para todos los que debemos cargar con el peso
de la avanzada edad”.
“En este sentido, estoy entre vosotros no sólo
como un padre, sino también como un hermano que conoce bien las alegrías y fatigas
que llegan con la edad. Nuestros largos años de vida nos ofrecen la oportunidad de
apreciar, tanto la belleza del mayor don que Dios nos ha dado, el don de la vida,
como la fragilidad del espíritu humano. A quienes tenemos muchos años se nos ha dado
la maravillosa oportunidad de profundizar en nuestro conocimiento del misterio de
Cristo, que se humilló para compartir nuestra humanidad”.
SALUDO
COMPLETO
Mis queridos hermanos y hermanas
Me
alegra mucho estar entre vosotros, los residentes de San Pedro, y agradezco a la Hermana
Marie Claire y a la Señora Fasky sus amables palabras de bienvenida de parte vuestra.
Me complace saludar también al Arzobispo Smith de Southwark, así como a las Hermanitas
de los Pobres y al personal y voluntarios que os atienden.
Puesto que
los avances médicos y otros factores permiten una mayor longevidad, es importante
reconocer la presencia de un número creciente de ancianos como una bendición para
la sociedad. Cada generación puede aprender de la experiencia y la sabiduría de la
generación que la precedió. En efecto, la prestación de asistencia a los ancianos
se debería considerar no tanto un acto de generosidad, cuanto la satisfacción de una
deuda de gratitud.
Por su parte, la Iglesia ha tenido siempre un gran
respeto por los ancianos. El cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre, como
el Señor tu Dios te ha mandado» (Deut 5,16), está unido a la promesa, «que se prolonguen
tus días y seas feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da» (Ibid). Esta obra de
la Iglesia por los ancianos y enfermos no sólo les brinda amor y cuidado, sino que
también Dios la recompensa con las bendiciones que promete a la tierra donde se observa
este mandamiento. Dios quiere un verdadero respeto por la dignidad y el valor, la
salud y el bienestar de las personas mayores y, a través de sus instituciones caritativas
en el Reino Unido y otras partes, la Iglesia desea cumplir el mandato del Señor de
respetar la vida, independientemente de su edad o circunstancias.
Como
dije al inicio de mi pontificado: «Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado,
cada uno es necesario» (Homilía en el solemne inicio del Ministerio Petrino del Obispo
de Roma, 24 de abril 2005). La vida es un don único, en todas sus etapas, desde la
concepción hasta la muerte natural, y Dios es el único para darla y exigirla. Puede
que se disfrute de buena salud en la vejez; aun así, los cristianos no deben tener
miedo de compartir el sufrimiento de Cristo, si Dios quiere que luchemos con la enfermedad.
Mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, sufrió de forma muy notoria en los últimos años
de su vida. Todos teníamos claro que lo hizo en unión con los sufrimientos de nuestro
Salvador. Su buen humor y paciencia cuando afrontó sus últimos días fueron un ejemplo
extraordinario y conmovedor para todos los que debemos cargar con el peso de la avanzada
edad.
En este sentido, estoy entre vosotros no sólo como un padre, sino
también como un hermano que conoce bien las alegrías y fatigas que llegan con la edad.
Nuestros largos años de vida nos ofrecen la oportunidad de apreciar, tanto la belleza
del mayor don que Dios nos ha dado, el don de la vida, como la fragilidad del espíritu
humano. A quienes tenemos muchos años se nos ha dado la maravillosa oportunidad de
profundizar en nuestro conocimiento del misterio de Cristo, que se humilló para compartir
nuestra humanidad.
A medida que el curso normal de nuestra vida crece,
con frecuencia nuestra capacidad física disminuye; con todo, estos momentos bien pueden
contarse entre los años espiritualmente más fructíferos de nuestras vidas. Estos años
constituyen una oportunidad de recordar en la oración afectuosa a cuantos hemos querido
en esta vida, y de poner lo que hemos sido y hecho ante la misericordia y la ternura
de Dios. Ciertamente esto será un gran consuelo espiritual y nos permitirá descubrir
nuevamente su amor y bondad en todos los días de nuestra vida.
Con
estos sentimientos, queridos hermanos y hermanas, me complace aseguraros mi oración
por todos vosotros, y pido vuestras oraciones por mí. Que Nuestra Señora y su esposo
San José intercedan por nuestra felicidad en esta vida y nos obtengan la bendición
de un tránsito tranquilo a la venidera.