El Papa elogia la labor de los religiosos en las escuelas católicas, precursores de
la función educativa "mucho antes de que el Estado asumiera este servicio vital para
el individuo y la sociedad"
Viernes, 17 sep (RV).- El primer encuentro público del Santo Padre esta mañana en
Londres fue el celebrado con el mundo de la educación católica, en la Universidad
londinense de Santa María de Twickenham.
Benedicto XVI manifestó su complacencia
por esta oportunidad -que le ha permitido rendir homenaje a la destacada contribución
brindada por los religiosos y las religiosas en esa tierra- y agradecer las magníficas
canciones de los jóvenes.
“Formáis
a las nuevas generaciones no sólo en el conocimiento de la fe, sino en cada aspecto
de lo que significa vivir como ciudadanos maduros y responsables en el mundo actual.
Como sabéis, la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar información o proporcionar
capacitación en unas habilidades orientadas al beneficio económico de la sociedad;
la educación no es y nunca debe considerarse como algo meramente utilitario. Se trata
de la formación de la persona humana, preparándola para vivir en plenitud. En una
palabra, se trata de impartir sabiduría”.
Al recordar que los monjes percibieron
con claridad esta dimensión trascendente del estudio y la enseñanza -que tanto contribuyó
a la evangelización de estas islas- como los benedictinos que acompañaron a San Agustín
en su misión a Inglaterra; los discípulos de San Columbano, que propagaron la fe por
Escocia y el norte de Inglaterra; o San David y sus compañeros en Gales, Benedicto
XVI afirmó:
“Ya que la búsqueda
de Dios, que está en el corazón de la vocación monástica, requiere un compromiso activo
con los medios por los que Él se da a conocer -su creación y su Palabra revelada-,
era natural que el monasterio tuviera una biblioteca y una escuela. La dedicación
monacal al aprendizaje como senda de encuentro con la Palabra de Dios encarnada sentó
las bases de nuestra cultura y civilización occidentales”.
Benedicto
afirmó también que al mirar a su alrededor hoy en día, ve a muchos religiosos de vida
activa cuyo carisma incluye la educación de los jóvenes; lo que le ofreció la oportunidad
de dar gracias a Dios por la vida y obra de la Venerable María Ward, originaria de
esta tierra, cuya visión de la vida religiosa apostólica femenina ha dado tantos frutos.
Y recordó que él mismo, siendo niño, fue educado por las “Damas Inglesas”, y tengo
hacia ellas una profunda deuda de gratitud.
Por último, al destacar que pertenecen
a congregaciones dedicadas a la enseñanza, que han llevado la luz del Evangelio a
tierras lejanas, como parte de la gran obra misionera de la Iglesia, dijo que también
él daba gracias a Dios por esto.
“A menudo, pusisteis
las bases de la previsión educativa mucho antes de que el Estado asumiera la responsabilidad
de este servicio vital tanto para el individuo como para la sociedad. Como los papeles
respectivos de la Iglesia y el Estado en el ámbito de la educación siguen evolucionando,
nunca olvidéis que los religiosos tienen una única contribución que ofrecer a este
apostolado, sobre todo a través de sus vidas consagradas a Dios y por medio de su
fidelidad: el testimonio de amor a Cristo, el Maestro por excelencia”.
SALUDO
DEL SANTO PADRE A LOS PROFESORES Y RELIGIOSOS
Excelentísimo
Secretario de Estado de Educación,
Señor Obispo Stack,
Doctor
Naylor,
Reverendos Padres, Hermanos y Hermanas en Cristo:
Me
complace tener esta oportunidad para rendir homenaje a la destacada contribución,
brindada por religiosos y religiosas en esta tierra, a la noble tarea de la educación.
Doy las gracias a los jóvenes por sus magníficas canciones, y agradezco a la Hermana
Teresa sus palabras. A ella y a todos los hombres y mujeres que dedican sus vidas
a enseñar a los jóvenes, deseo manifestarles mis sentimientos de profundo agradecimiento.
Formáis a las nuevas generaciones no sólo en el conocimiento de la fe, sino en cada
aspecto de lo que significa vivir como ciudadanos maduros y responsables en el mundo
actual.
Como sabéis, la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar
información o proporcionar capacitación en unas habilidades orientadas al beneficio
económico de la sociedad; la educación no es y nunca debe considerarse como algo meramente
utilitario. Se trata de la formación de la persona humana, preparándola para vivir
en plenitud. En una palabra, se trata de impartir sabiduría. Y la verdadera sabiduría
es inseparable del conocimiento del Creador, porque «en sus manos estamos nosotros
y nuestras palabras y toda la prudencia y destreza de nuestras obras» (Sab 7,16).
Los
monjes percibieron con claridad esta dimensión trascendente del estudio y la enseñanza,
que tanto contribuyó a la evangelización de estas islas. Me refiero a los benedictinos
que acompañaron a San Agustín en su misión a Inglaterra; a los discípulos de San Columbano,
que propagaron la fe por Escocia y el norte de Inglaterra; a San David y sus compañeros
en Gales. Ya que la búsqueda de Dios, que está en el corazón de la vocación monástica,
requiere un compromiso activo con los medios por los que Él se da a conocer -su creación
y su Palabra revelada-, era natural que el monasterio tuviera una biblioteca y una
escuela (cf. Discurso a los representantes del mundo de la cultura en el "Colegio
de los Bernardinos” en París, el 12 de septiembre de 2008). La dedicación monacal
al aprendizaje como senda de encuentro con la Palabra de Dios encarnada sentó las
bases de nuestra cultura y civilización occidentales.
Al mirar a mi
alrededor hoy en día, veo a muchos religiosos de vida activa cuyo carisma incluye
la educación de los jóvenes. Ello me ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por
la vida y obra de la Venerable María Ward, originaria de esta tierra, cuya visión
de la vida religiosa apostólica femenina ha dado tantos frutos. Yo mismo, siendo niño,
fui educado por las “Damas Inglesas”, y tengo hacia ellas una profunda deuda de gratitud.
Muchos pertenecéis a congregaciones dedicadas a la enseñanza, que han llevado la luz
del Evangelio a tierras lejanas, como parte de la gran obra misionera de la Iglesia.
También doy gracias a Dios por esto y le alabo. A menudo, pusisteis las bases de la
previsión educativa mucho antes de que el Estado asumiera la responsabilidad de este
servicio vital tanto para el individuo como para la sociedad. Como los papeles respectivos
de la Iglesia y el Estado en el ámbito de la educación siguen evolucionando, nunca
olvidéis que los religiosos tienen una única contribución que ofrecer a este apostolado,
sobre todo a través de sus vidas consagradas a Dios y por medio de su fidelidad: el
testimonio de amor a Cristo, el Maestro por excelencia.
En efecto, la
presencia de los religiosos en las escuelas católicas es un signo que recuerda intensamente
el tan discutido ethos católico que debe permear todos los aspectos de la vida escolar.
Esto va más allá de la evidente exigencia de que el contenido de la enseñanza concuerde
siempre con la doctrina de la Iglesia. Se trata de que la vida de fe sea la fuerza
impulsora de toda actividad escolar, para que la misión de la Iglesia se desarrolle
con eficacia, y los jóvenes puedan descubrir la alegría de participar en "el ser para
los demás", propio de Cristo (cf. Spe Salvi, 28).
Antes de concluir,
deseo añadir una palabra especial de aprecio hacia quienes tienen la tarea de garantizar
que nuestras escuelas ofrezcan un entorno seguro para niños y jóvenes. Nuestra responsabilidad
hacia aquellos que nos han confiado su formación cristiana no puede exigir menos.
De hecho, la vida de fe se puede cultivar con eficacia cuando prevalece un clima de
confianza respetuosa y afectuosa. Rezo para que ello siga siendo un sello distintivo
de las escuelas católicas en este país.